El Perú antiguo de Luis G. Lumbreras

Sergio Saez Diaz

De los pueblos, las culturas y las artes en el Antiguo Perú es quizá el manual de arqueología andina más influyente desde la profesionalización de la disciplina. La primera edición presentó un estado de la cuestión sobre las investigaciones de finales de los años sesenta desde la perspectiva histórico-cultural que entonces caracterizaba a la arqueología andina y la perspectiva del mismo autor. La siguiente edición, traducida por Betty Meggers, fue usada también como un manual para aquellos arqueólogos de habla inglesa que quisieran iniciar investigaciones en la región.1

Considerando la gran importancia histórica de ambas ediciones, causa sorpresa el anuncio de una nueva, a cincuenta años del primer lanzamiento. ¿Se trataría del mismo libro sin modificaciones? Ésta era una posibilidad interesante, pues la primera edición no se encuentra a la venta y habría sido una buena oportunidad, ya no para utilizarlo como manual de arqueología andina (pues esta ha avanzado bastante desde esa época), sino como testimonio de un periodo importante en la historia de la disciplina. La otra opción sería que fuera una edición actualizada y corregida. En tal caso, habría sido un proyecto bastante ambicioso, ya que los descubrimientos y debates de las últimas cinco décadas prácticamente han dejado obsoletas casi todas las propuestas que Lumbreras sintetizó en la primera edición. Un manual de ese tipo habría tenido que ser escrito nuevamente. Si bien es un proyecto enorme, es también necesario, dado que lo últimos trabajos de síntesis salieron en los años noventa2, mientras que los esfuerzos más recientes han tenido un foco más bien temático3 o resultan compilaciones de varios autores4 antes que propuestas globales de un solo autor.

Pues bien, en el prefacio se señala que “[e]n esta edición del libro, no solo hemos tratado de eliminar lo que consideramos ya superado o cambiado en la información conocida sobre el Perú Antiguo” (21). Lamentablemente, no es así. A pesar de que ha pasado casi medio siglo desde la segunda edición, Lumbreras ha desaprovechado la oportunidad para replantear o ampliar varias de sus ideas, para corregir algunas propuestas o actualizar las cronologías regionales. Si bien se presenta un nuevo cuadro cronológico, es evidente que la propuesta original se mantiene prácticamente inalterada.

Entonces, ¿cómo juzgar este libro? ¿Lo consideramos solamente como un testimonio de su tiempo que, por su naturaleza, no tiene por qué estar actualizado? Creo que eso sería injusto con el texto, sobre todo porque el propio Lumbreras presenta el trabajo como una actualización. Esta observación, sumada a que la publicación se presenta como una nueva edición, nos lleva a concluir que debería analizarse como un estado de la cuestión actual y no como un testimonio de la arqueología de los años sesenta o setenta.

Comencemos.

Un primer tema a tratar es el de la cronología. El definir claramente los criterios utilizados ayuda a dar forma al discurso y a las propuestas, y no solo sirve para ordenar la secuencia de sociedades o culturas.5 En el prefacio a esta edición, el autor se reafirma en el uso de una cronología no centrada en los materiales (cerámica), pues “lo que interesa es la manera como esa fuente [la cultura] se construye y cambia” (22). A diferencia de algunos autores que le quitan la base teórica a términos como “Formativo” para convertirlos en un recipiente temporal definido por la aparición de la cerámica6, Lumbreras plantea una cronología definida a partir de cambios en las culturas, no necesariamente amarrados a objetos específicos, una idea que ya había propuesto al hablar de “Formativos precerámicos” y “cerámica pre-Formativa”.7

De manera resumida, su Periodo Lítico comienza con el poblamiento del territorio andino, dividido en Arqueolítico y Cenolítico por el tránsito del Pleistoceno al Holoceno. El Arcaico se inicia con la domesticación de animales y plantas, y la vida sedentaria. El paso al Formativo está marcado por la aparición de la civilización, en este caso relacionada al desarrollo de centros ceremoniales. Es de notar que Lumbreras considera que el Arcaico no termina al mismo tiempo en todos lados, por lo que se desmarca de la propuesta de Rowe centrada exclusivamente en los cambios ocurridos en un solo valle. Los Desarrollos Regionales son definidos por “la implementación de una producción agraria eficaz” y un “proceso de regionalización con desarrollos desiguales, pero, al mismo tiempo, conexos” (55). El Horizonte Medio está marcado por la expansión de Wari y Tiwanaku, militar y colonialista, respectivamente. Aunque no se hace explícito en el texto, es posible deducir que el periodo de Estados Regionales y las Behetrías se inicia con el colapso de Wari y Tiwanaku, antes de pasar al Imperio de los Incas.

Según su propuesta, los estadios (Arcaico, Formativo) no necesariamente coinciden en todas las regiones debido a las características de su propio desarrollo histórico. Por ejemplo, el Formativo se inicia en la costa central con Caral durante el tercer milenio antes de nuestra era, mientras que en otras regiones se sigue en el Arcaico. Lo mismo debería ser válido para el “Horizonte Medio”, lo que finalmente se debería expresar en un cuadro cronológico complejo en donde no existan líneas horizontales rectas que no reflejan la realidad de todos los Andes. Pero la gráfica que nos entrega carece de coherencia con todo lo presentado anteriormente (59). Reducir los Andes Centrales a un “Norte Fértil” y un “Sur Árido” no solo simplifica al extremo las regiones medioambientales que el autor define a lo largo de doce páginas (25-36), sino que tampoco se correlacionan con las regiones presentadas en el mapa de las nueve “formaciones regionales” (29). ¿Dónde quedan la costa norte, la costa central, la sierra norte, la sierra sur, el área del Titicaca y las demás? Tampoco aparece el área amazónica cercana a la sierra. En su lugar, el cuadro cronológico presenta una combinación de culturas (como Moche y Nazca), sitios (como Huacaloma) y fases específicas de una región (como Kotosh Wairajirka), dejándonos un panorama muy desordenado que ignora grandes regiones. También presenta errores gruesos: coloca a Telarmachay dentro de “Norte Fértil”, incluye a Junín en el “Sur Árido”, pone a Tutishcainyo como contemporáneo de Paracas y Caral es ubicado en el Arcaico, cuando hojas antes aparece como uno de los sitios con los que se define el inicio del Formativo (55). Se incluye también a Pacaycasa [sic] cuando ya se ha descartado la presencia humana en esta fase.

Si este libro pretende ser un manual, como lo fue la primera edición, ¿qué ayuda nos puede brindar un cuadro de este tipo? Evidentemente no vamos a pedir que se incluyan todas las secuencias de todos los sitios estudiados en el último medio siglo pero, si se ha decidido incluir una división en “formaciones regionales” que ayude a tener un panorama más detallado, ¿por qué dejarla de lado? ¿Por qué seguir utilizando “Formativo” y “Arcaico”, señalando explícitamente que no son etiquetas estáticas para luego usarlas de la misma manera que términos como “Horizonte Temprano” y “Precerámico Tardío”? ¿Por qué hablar de un Horizonte Medio desechando toda la justificación que se presenta?

Un segundo tema a discutir son las “formaciones regionales” que se grafican en un mapa incluido al inicio del libro, una imagen que nos recuerda la propuesta de las co-tradiciones de Wendell Bennett. Considerando que el libro está planteado como un manual, esta propuesta tiene su utilidad: es mucho más sencillo definir ciertos espacios y recorrer su historia de manera particular para así no ser demasiado específicos con algunas regiones en donde la escasez de trabajos impide intentar una reconstrucción histórica. Es el caso de Pasco y Huánuco, por ejemplo, en donde no se conoce casi nada sobre las ocupaciones entre los inicios de nuestra era y el año 1000. Siendo así, hubiera sido interesante que el autor desarrollase los criterios con los cuales define cada área. ¿Sigue el curso de los ríos? ¿la extensión de las punas? ¿las cadenas montañosas? ¿o acaso usa criterios lingüísticos? Lamentablemente, nos encontramos con una propuesta que termina palideciendo ante la de Bennett, publicada hace más de setenta años. El texto no le permite al lector comprender por qué hay espacios vacíos entre las “formaciones regionales”, como si fueran áreas sin historia, o por qué están ausentes las áreas amazónicas si ya Lumbreras las había mencionado en la introducción (25), a menos que el autor considere que las sociedades de la cuenca del Marañón son similares a las de la selva chachapoyana o el Ucayali.

Lo que podemos deducir de ese mapa es que se han combinado varios criterios y que éstos no se aplican consistentemente a cada región. La costa central incluye básicamente todos los valles dentro del departamento de Lima, así como provincias serranas como Oyón, Huarochirí o Yauyos. En este caso, se usa una jurisdicción administrativa como límite, sin considerar criterios geográficos. Por otro lado, la costa norte claramente está definida a partir de criterios geográficos, pues parte de la costa de Áncash y se detiene en el desierto de Sechura, mientras que la sierra norte incluye el valle de Utcubamba, cuyo medioambiente y desarrollo histórico son diferentes de los de la sierra cajamarquina y huanuqueña.

Esta indefinición afecta a otros mapas incluidos en el libro, a pesar de que las “formaciones regionales” no vuelven a aparecer en la discusión. Las “áreas de influencia” del Formativo (no se entiende por qué no usa “culturas” como en el resto de periodos) incluyen espacios que no estaban en el primer mapa, como el valle del Huallaga, y se deja de lado la “formación regional” de la sierra sur (175). El mapa del periodo Desarrollos Regionales incluye el ya descartado estilo Huancayo, el cual no es discutido en el texto (226), probablemente para no dejar en blanco a la sierra central, y el del periodo Estados Regionales no incluye ni a Lambayeque ni a Ychsma (366), aunque sí se habla de ellos en el capítulo correspondiente. Todos estos problemas limitan la utilidad de los mapas, los cuales no sólo no siguen los mismos criterios, sino que no encuentran correspondencia con el texto.

El resto del libro presenta los mismos problemas de indefinición, sumados a la presentación de información estancada en la década de 1970, contradiciendo la supuesta actualización que anunciaba la introducción. Las pocas menciones a investigaciones recientes parecen responder a criterios “publicitarios”, a falta de un mejor término. Tomemos dos casos particularmente sensibles, que debieron actualizarse en un manual de este tipo: el de Gallinazo-Moche, por ser el área con más investigaciones arqueológicas desde la década de 1980, y el de Wari, por los importantes debates sobre la naturaleza del Estado ayacuchano.

En la sección dedicada a Gallinazo solamente se citan los trabajos de Bennett, Kroeber, Larco y Willey, todos ellos anteriores a la primera edición. No hay mención siquiera al debate sobre la relación entre Gallinazo/Virú y Moche, sobre el cual existe una compilación de hace una década.8 Se presenta, además, información desactualizada al mencionar similitudes entre las decoraciones arquitectónicas Virú y Kuelap, afirmando que “la posición cronológica de estos edificios chachapoyanos y los de Pajatén, en el Huallaga, no tienen una edad bien establecida”, cuando sí se tienen cronologías relativas y absolutas de estos sitios.9 Algo similar ocurre con la discusión sobre Moche, en donde no hay mención alguna a la distinción entre Mochicas del Norte y Mochicas del Sur, indispensable para el entendimiento de este fenómeno sociopolítico. Toda la sección se mantiene intacta, citándose solamente dos trabajos posteriores a las ediciones de 1969 y 1972. Se ignora totalmente los muchos estudios sobre San José de Moro y sólo se mencionan los hallazgos de Huaca de la Luna y El Brujo.  pero sin discutir la nueva información registrada.

Con Wari sucede lo mismo. Las trabajos citados son casi en su totalidad anteriores a los años setenta y ni siquiera se incluye los aportes aparecidos en trabajos colectivos donde colaboró el propio Lumbreras (como el libro dedicado a Pachacamac que editó el BCP).10 Las únicas referencias recientes corresponden a los impresionantes descubrimientos del Castillo de Huarmey y Espíritu Pampa, mientras que, para el resto de sitios fuera de Ayacucho (Pikillacta, Honcopampa, Viracochapampa, Wariwillka, Cerro Baúl), se sigue utilizando bibliografía desactualizada. Todo esto llevaría a un lector que recién se inicia en la arqueología a ignorar los principales debates, como los aportes de Ruth Shady y Justin Jennings, y a considerar que los nuevos hallazgos sólo sirven para reforzar la visión original de Lumbreras sobre Wari.

A pesar de las enormes omisiones en relación con dos de los temas más investigados en la arqueología andina, el autor incluye algunos trabajos novedosos. Su incorporación, sin embargo, no afecta la narrativa de un texto cuyo núcleo sesentero se mantiene intacto. Esto es lo que sucede con Qasawirka para el Periodo de Desarrollos Regionales Tempranos, supuestamente actualizando la información con los trabajos del equipo de Brian Bauer (que aparece mal citado)11 pero luego reduce todo lo “chanka” a un texto que no hace mención a lo publicado en ese trabajo. Otra investigación de Bauer sobre la cultura Qasawirka también aparece citada, aunque todos los planteamientos de este autor son ignorados. Caral, por otro lado, recibe una descripción muy escueta de dos páginas (170), mientras que Vichama y Montegrande, que no se mencionan nunca en el texto, se ilustran a doble página (140-141; 166-167).

En términos más generales, no parece existir un criterio para la selección de imágenes de sitios que no se mencionan en el texto y cuya disposición tampoco acompaña la exposición de los argumentos. En algunos casos, como con Chimú y Lambayeque, hay sobrerrepresentación de material, mientras que culturas enteras no cuentan con acompañamiento gráfico. Las imágenes quedan, por lo general, sin explicación. En términos más amplios, la selección de imágenes parece privilegiar descubrimientos novedosos o perspectivas espectaculares.

Estas observaciones nos llevan a uno de los problemas que arrastra desde siempre la arqueología andina: el énfasis en lo fastuoso, en lo monumental, en la manifestación de las clases gobernantes, en donde “el pueblo sigue siendo un reflejo fofo de las élites, un eco”.12 Resulta paradójico que Lumbreras, iniciador de la arqueología social (de corte marxista) en el Perú, nos entregue un manual en donde “el pueblo” no existe. Solamente hay menciones explícitas a las clases populares en los últimos dos capítulos, que son justamente lo único verdaderamente novedoso del texto. El capítulo 10 nos narra de manera breve la caída del Tawantinsuyu, las guerras civiles entre los conquistadores (siempre haciendo énfasis en la difícil posición de la población indígena) y la desestructuración de la organización socioeconómica andina.

Este último punto es el que nos brinda un par de conceptos interesantes: la desneolitización y la reneolitización, definidos como el proceso mediante el cual se desarticuló todo el sistema que permitía la explotación de los recursos domesticados en los Andes a la vez que se inició la adaptación de los nuevos cultivos traídos del Viejo Mundo, con los consiguientes cambios socioculturales que los acompañaron. Estas ideas se repiten en el capítulo 11, dedicado a analizar de una manera aún más breve los periodos colonial y republicano, pero el tema queda en una posición secundaria en un capítulo compuesto a partir de dos ensayos enfocados en temáticas tan distintas como la razón colonial en Garcilaso de la Vega y la rebelión de Túpac Amaru II (como el mismo autor declara [496, 506]). El libro termina exponiendo brevemente los problemas sufridos por los pueblos indígenas bajo los diferentes regímenes instalados luego de la conquista, culminando con un alegato un tanto simplista y maniqueo sobre un inminente cambio social en el siglo XXI. Curiosamente, su enfoque deja de lado a la clase trabajadora urbana, poniendo énfasis en un discurso nacionalista alejado de la lucha de clases que resulta bastante idealista.

En suma, ¿cumple su función como manual actualizado?

Pueblos y culturas termina siendo un híbrido entre las primeras ediciones ya obsoletas y uno que otro agregado “moderno” que nunca se discute. No funciona como referencia histórica a la primera edición, puesto que las menciones a trabajos recientes salpican desordenadamente una y otra sección, sin lógica aparente. Solamente una persona familiarizada con la primera edición sabría reconocer el texto original, mientras que otros tendrían que consultar las primeras ediciones, volviendo innecesario contar con el ejemplar reseñado. Resulta ser un manual desordenado que revela el extremo conservadurismo del autor, quien no modifica ninguno de los planteamientos que hiciera hace más de medio siglo, como si sus ideas fueran una verdad incuestionable a la que ningún descubrimiento o debate nuevo pudiera afectar.

La presentación de Petróleos del Perú nos indica que buscaron entregar “una propuesta editorial innovadora y provocadora de lo que hasta este momento sabemos de la historia de nuestro Perú […] Esta edición pretende replantearnos la forma de mirar nuestra historia nativa, lineal, antigua, completa y única” (14). Es evidente que los objetivos no se cumplieron y que autor y editores decidieron ignorar los aportes de las nuevas generaciones de arqueólogos y arqueólogas.

Más allá de los evidentes problemas que hemos comentado, el libro no parece haber pasado por una revisión de contenidos. O, en todo caso, no se vio necesario corregir a un autor con tanto peso. En ese contexto, es importante recordar que Lumbreras sigue siendo el arqueólogo más reconocido nacional e internacionalmente, y que Petróleos del Perú es explícito al respecto cuando lo califica como “autor histórico de culto” (14). Ésta es una de las razones por las que aún hoy es invitado a colaborar con conferencias y artículos pese a que no ha presentado nuevos aportes o interpretaciones que incluyan los recientes avances en la disciplina. Sirva de ejemplo el libro colaborativo sobre Pachacámac que hemos comentado, en donde su texto difiere notoriamente del resto de artículos que claramente cuentan con los últimos datos publicados acerca del importante santuario costeño.

Esta edición termina siendo una reafirmación bastante explícita de la posición de poder que el autor mantiene en la academia. Esta posición le permite publicar, con fondos públicos, un trabajo en realidad antiacadémico, pues rechaza el principio básico a partir del cual las ideas se debaten y contrastan. A Lumbreras no se le exige el mismo rigor que a otros autores, quizás por el prestigio ganado por el autor en su momento ante el público en general. Lo preocupante es que, este mismo prestigio le dará al libro una mucho mayor difusión que otros esfuerzos editoriales de mayor valía.


Luis Guillermo Lumbreras, Pueblos y culturas del Antiguo Perú. 3ra. edición. Lima: Petróleos del Perú – Petroperú S.A., 2019, 544 pp.


Crédito de la imagen: Portada (detalle). Diseño de Manuel Figari.

Notas

  1. Luis Guillermo Lumbreras, De los pueblos, las culturas y las artes en el Antiguo Perú. Lima: Moncloa, 1969; Luis Guillermo Lumbreras, The Peoples and Cultures of Ancient Peru. Trad. Betty Meggers. Washington D.C.: Smithsonian Institution Press.
  2. Duccio Bonavia, Perú: hombre e historia. De los orígenes al siglo XV. Lima: Edubanco, 1991; Peter Kaulicke, Los orígenes de la civilización andina. Lima: Brasa, 1994); Daniel Morales, Compendio histórico del Perú. Lima: Milla Batres, 1993.
  3. José Canziani. Ciudad y Territorio en los Andes: Contribuciones a la historia del urbanismo prehispánico. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2012; Carlos Contreras (ed.), Compendio de Historia Económica del Perú. Tomo 1. Economía Prehispánica. Lima: Banco Central de Reserva del Perú, Instituto de Estudios Peruanos, 2008; Peter Kaulicke (ed.), Historia económica del antiguo Perú. Lima: Banco Central de Reserva del Perú, Instituto de Estudios Peruanos, 2019.
  4. Rafael Vega-Centeno (ed.), Repensar el Antiguo Perú. Aportes desde la arqueología. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2017.
  5. Gabriel Ramón, «Periodificación en arqueología peruana: Genealogía y aporía». Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 34, no. 1 (2005), 5-33.
  6. Peter Kaulicke, Las cronologías del Formativo. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2010; Christian Mesía, «Estudios sobre el Periodo Formativo en los Andes Centrales». En Rafael Vega-Centeno (ed.), Repensar el Antiguo Perú. Aportes desde la arqueología (pp. 123-160). Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2017, 123-160.
  7. Luis Guillermo Lumbreras, “Un Formativo sin cerámica y cerámica preformativa”. Estudios Atacameños, 32 (2006): 11-34.
  8. Jean-Francois Millaire y Magali Morlion, Gallinazo: An Early Cultural Tradition on the Peruvian North Coast. Los Angeles: Cotsen Institute of Archaeology Press, 2009.
  9. Warren B. Church y Luis Valle, “Gran Pajatén y su contexto en el paisaje prehispánico Pataz-Abiseo”. Boletín de Arqueología PUCP, 23 (2017): 57-93; Warren B. Church y Adriana Von Hagen, “Chachapoyas: Cultural Development at an Andean Cloud Forest Crossroads». En Helaine Silverman y William Isbell (eds.), The Handbook of South American Archaeology. New York: Springer, 2008, 903-926; Arturo Ruiz, Alfarería de Kuélap: Tradición y cambio. Lima: Avqui, 2009.
  10. Varios Autores. Pachacamac. El oráculo en el horizonte marino del sol poniente. Lima: Banco de Crédito del Perú, 2017.
  11. Brian Bauer et al., Los Chancas. Investigaciones arqueológicas en Andahuaylas (Apurímac, Perú). Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, The Institute for the New World Archaeology – University of Illinois at Chicago, 2013.
  12. Gabriel Ramón, “Figurar la historia precolonial andina”. En Rafael Vega-Centeno (ed.), Repensar el Antiguo Perú. Aportes desde la arqueología. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, Pontificia Universidad del Perú, 2013, 555-578, 560 (cita).

13.03.2021

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