¿Podremos finalmente escribir una historia no-idealista de la independencia?

Mónica Ricketts

Es difícil escribir sobre la independencia del Perú por muchas razones. Este antiguo virreinato español no sólo fue, junto con el Alto Perú, el último bastión real en Sudamérica, sino también el centro de la contrainsurgencia en la región. Los Ejércitos Reales del Perú se convirtieron en una de las fuerzas más grandes, efectivas y prestigiosas del imperio; las élites  sociales, políticas y militares peruanas no tomaron posturas decididas a favor de la independencia sino hasta muy tarde; los movimientos regionales insurgentes fueron reprimidos, en algunos casos con brutalidad; las guerras declaradas de independencia devinieron, tras dos invasiones militares con los ejércitos José de San Martín por el sur y Simón Bolívar por el norte, en guerras civiles; los regionalismos y caudillismos proliferaron, minando una futura cohesión nacional; el antagonismo racial se agudizó e hizo lo propio. 

Estas circunstancias hacen imposible entender a cabalidad la independencia del Perú sin realizar un análisis que sea a la vez local y global, que preste atención a las particularidades pero sin descuidar el contexto regional, continental e internacional. ¿Cómo entender las opciones que tomaron, por dar un ejemplo, los vecinos de Arequipa o el Alto Perú sin considerar los intereses y acciones de sus pares en el Río de la Plata o sin tomar en cuenta las políticas acordadas en Sevilla, Cádiz o Madrid de mantener la represión militar a toda costa y enviar al Perú las tropas que iban perdiendo batallas en el resto de Sudamérica? A esta sucesión de actores y problemas se suma una de ritmo, pues estudiar este período exige también una atención muy singular para entrar en sintonía con un contrapunto de continuidades y cambios súbitos, tanto en el lado patriota como en el realista, ya que España también enfrentó invasiones militares de sus vecinos y una fuerte agitación política, lo que llevó a cambios repentinos en las decisiones que provenían de la Península. 

Esta enorme complejidad ha generado otro problema, el de la gran dispersión de las fuentes. Una parte de nuestra historia se encuentra en archivos peninsulares (estatales, militares y privados) distribuidos en múltiples ciudades; otra, en archivos regionales (Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia) y otra en archivos peruanos, en Lima como en provincias, tanto en archivos públicos, como en religiosos y privados.

Un reto adicional es la fractura de la historiografía, pues la historia de la independencia tiene ramas importantes y desarrolladas que no se suelen cruzar entre sí: la historia política no siempre lee a la historia social, mientras que la historia militar ha existido por mucho tiempo, casi en su propia esfera, y las perspectivas basadas en los estudios de género, literatura y arte no han logrado entrar plenamente en la discusión general.  

Finalmente, y como si estos desafíos no fueran pocos, los historiadores que trabajamos la independencia tenemos que cargar con el peso de una condena, aquella que encasilló al Perú como un caso fallido; un país cuyas élites no optaron por la independencia a tiempo y lo llevaron por un camino abortado, fracasado. A diferencia de muchos otros países latinoamericanos, los peruanos carecemos de una narrativa sobre la independencia. Nos cuesta mucho explicar este momento crucial de nuestra historia, e incluso decidir qué debemos celebrar, a quiénes, por qué y cómo. 

Pese a estas dificultades y a otras que nos han acompañado siempre, y que hoy más que nunca nos llevan a cuestionarnos como nación y sociedad, creo que carecer de una narrativa sobre la independencia es, en realidad, algo bueno, una ventaja para nosotros los historiadores, pues esta carencia nos ha llevado a tener una historiografía en constante crítica. Una narrativa nacional como la argentina o la mexicana centra y fija una interpretación por sobre otras; establece una visión autoritaria; nuestra falta de unanimidad, que a veces nos atormenta, nos obliga a trabajar en constante revisión. Los peruanos y peruanistas siempre estamos preguntándonos, cuestionando, volviendo a plantear los temas. No tenemos respuestas canónicas y, por tanto, todas las interrogantes son interesantes. 

Esta constante revisión ha llevado a Juan Carlos Estenssoro y Cecilia Méndez, dos historiadores veteranos en contiendas historiográficas, a editar el libro que reseñamos . Es el producto de un ambicioso proyecto que busca descentralizar la narrativa sobre la independencia y producir una historia más incluyente, con autores regionales que cuenten sus historias a partir de archivos locales que guardan historias fundamentales pero inexploradas y que se encuentran, por lo general, en el abandono. El libro contribuye a afirmar la perspectiva regional, que sigue siendo la veta más rica y con más adeptos en la historiografía peruana sobre la independencia. En el 2013, los editores organizaron un primer concurso e invitaron a los peruanos a narrar la independencia desde sus pueblos. La convocatoria tuvo mucho éxito y dio origen a un primer volumen con los ensayos ganadores que se publicó en 2017.1 Este libro, en cambio, reúne los textos presentados por historiadores profesionales que participaron ese mismo año en un evento académico realizado paralelamente al concurso. Las independencias antes de la independencia es, pues, el resultado de esa misma convocatoria original.

El libro tiene cinco partes y está enmarcado por dos ambiciosos ensayos a cargo de los editores. Las tres partes intermedias recogen tres perspectivas distintas: una continental, otra regional y otra de construcción de memoria. 

Juan Carlos Estenssoro inicia el volumen con «¿Qué es la independencia? Apuestas, deudas, espolios y carencias memorativos”. Es un ensayo largo, erudito y complejo sobre temas que el autor ha venido pensando desde hace años o, quizás, décadas. Su meta es democratizar y descentralizar la independencia, cambiar de punto de vista, romper la hegemonía de la visión elitista limeña de la independencia.  Con ese motivo, reconstruye prolijamente cómo se gestaron esas visiones hegemónicas. La reflexión parte del presente, de por qué celebramos el 28 de julio y no otras fechas; por qué la declaración y no la jura de la independencia. Estenssoro se esfuerza también por reconstruir la elaboración de una memoria o de narrativas sobre la independencia desde la independencia misma, a través de sus canteras y arquitectos, analizando qué recordamos, qué olvidamos y qué enfatizamos. Postula que, en el Perú, no existió unanimidad en las interpretaciones y que no se celebra una independencia nacionalista sino más bien liberal, que niega la agencia de los indios. Su historia sobre la lucha por el uso ideológico de la terminología empleada por los historiadores (independencia, emancipación) nos muestra visiones antagónicas y fragmentadas, lo que me lleva inevitablemente a preguntar cómo podría escribirse una historia general pero incluyente de la independencia del Perú que logre recoger este universo de fragmentos.

La primera sección del libro, “Miradas continentales”, comienza con un trabajo de Clément Thibaud sobre la invención de la república en Tierra Firme (Colombia, Venezuela) a partir de experiencias compartidas y forjadas por la circulación de panfletos y noticias, como la carta a los españoles americanos del jesuita Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Thibaud disputa una visión dominante en las décadas de 1990 y 2000, ya pasada de moda por suerte, que veía las ideologías republicanas que surgieron en América post 1808 como productos derivados de la Revolución Francesa. Thibaud propone más bien analizar las dinámicas locales y el rol de tensiones y contradicciones internas a partir de realidades complejas, como la diversidad racial. Digno de celebrar, aunque en esbozo, es su llamado a integrar la historia militar y a prestarle mayor atención a las demandas de las castas militarizadas. Le sigue Sara Emilia Mata con “La insurgencia en el espacio andino y el proceso de independencia en América del Sur”, quien también hace un llamado a integrar la historia militar con la tradicional. Su texto nos muestra varias de las fortalezas de la historia militar sobre la independencia, entre ellas, el interconectar espacios y ofrecer visiones geográficas más dinámicas. El texto revela una multiplicidad de actores e intereses y la preocupación constante de los militares por saber lo que sucedía en zonas vecinas. Esta diversidad parece por un lado fortalecer los movimientos en su fase inicial pero, por otro, condenarlos a la dispersión por las luchas y disputas internas. María Luisa Soux estudia a Juan José Castelli, las sublevaciones indígenas en Charcas, y nos muestra también una historia de luchas regionales por el control de territorios. Vemos aquí cómo resulta artificial hablar de una lucha de independencia, cuando en realidad las luchas fueron múltiples y distintas. El reto que tenemos los historiadores es saber de qué luchas se trata en un momento determinado, es decir, quiénes querían independizarse de quiénes y por qué. 

La tercera parte del libro se centra en las miradas regionales. Víctor Peralta estudia la rebelión del Cuzco de 1814, prestando particular atención al ideario del momento y al uso de los términos como «soberanía», «nación», y «patria». Sostiene que los rebeldes de 1814 usaron este lenguaje de una forma más radical que los juntistas, lo cual hizo difícil la unión de fuerzas y debilitó finalmente el movimiento. La historia de las ideas es todavía incipiente en el caso peruano y estas contribuciones son clave, además de bienvenidas. Sin embargo, en el caso de la independencia, es importante no olvidar que, para evaluar el impacto o la debilidad de ciertas ideas, es fundamental tomar en cuenta la enorme y violenta represión que estas ideas enfrentaron. Le sigue Paulo César Lanas Castillo, con un estudio detallado de Tarapacá como periferia virreinal, que revela la enorme influencia que tenían las élites limeñas en la zona pese a la distancia que las separaba. Acertadamente, el estudio se centra en un aspecto decisivo en toda guerra, el control de recursos, en este caso, las minas de Huantajaya. Luis Alberto Rosado Loarte nos brinda enseguida la historia de la independencia en Huacho a lo largo de una década, la de 1812 a 1822. Aquí también el autor presta atención a las disputas clave por el control de la sal y nos revela un entramado complejo, aunque familiar, de competencias entre autoridades. Leemos aquí una historia de líderes que se elevan y caen al poco tiempo, lo que deja a Huacho, como le pasó al Perú, sin saber bien qué celebrar. Nuria Sala i Vila nos sitúa también en un contexto de persistentes luchas étnicas durante el gobierno liberal del Cuzco en los años entre 1820 y 1824. Es un período que no se ha estudiado lo suficiente pero que resulta clave pues, como lo muestra este ensayo, muchas de las luchas que se dieron en el Cuzco no necesariamente pasaron por un cuestionamiento de la independencia. Más bien, vemos aquí a grupos indígenas peleando por preservar sus fueros en un contexto de autoridades fragmentadas y pulverizadas. Finalmente, Guido Walter Riveros Taco estudia Arequipa entre los años de 1809 y 1824, a partir de los libros de cabildo, una fuente maravillosa y muy bien preservada. A través de esta documentación, vemos cómo, para entender Arequipa durante la independencia, es fundamental conocer el poder de ciertas familias alrededor del liderazgo del brigadier José Manuel Goyeneche, así como el papel que tuvo el  ejército del Alto Perú. Riveros nos brinda la imagen de una sociedad en la que no priman las ideas ni el nacionalismo, sino el parentesco, las contribuciones, las conexiones.

La cuarta parte, «Memorias y conmemoraciones» se abre con un artículo de Nelson Pereyra, el único que recoge, aunque en modo indirecto, una perspectiva de género. Pereyra estudia la figura de María Parado de Bellido, fusilada en 1822 por espía. Presta atención a cómo se construye el personaje histórico y cómo el estado decimonónico transforma luego a María Parado de mujer rural en urbana y así, según el autor, en un ser más dócil. Por su parte, Carlota Casalino reflexiona sobre la celebración de la independencia en Tacna, invocando a que el país le de más peso a movimientos como el de Zela en 1811 en las conmemoraciones sobre la Independencia.

El volumen se cierra con la contribución de Cecilia Méndez, “Violencia en ‘clave étnica’ o la sombra de Túpac Amaru en las narrativas de la independencia del Perú”. El ensayo propone un estudio de las insurgencias desde una perspectiva más amplia, en términos cronológicos y temáticos, pues el análisis se remonta a Túpac Amaru y se centra no en el nacionalismo ni en la separación, sino en la violencia. Así como el primer ensayo de Estenssoro, este es un texto complejo, cargado de sugerencias y provocaciones, y un llamado a los historiadores a estudiar la historia no académica y a conectarse con ella. Méndez propone asumir la rebelión de Túpac Amaru como un momento fundacional en la historia de la insurgencia y rastrea el silenciamiento del líder indígena en la historia decimonónica. Se ocupa también del silenciamiento de la participación indígena en la historia peruana, participación que en muchos momentos ha sido violenta y, por lo tanto, difícil de reconocer y procesar. Su análisis de la historiografía del siglo XIX es interesante, pues explica las bases sobre las que se construyó una visión estereotipada de Túpac Amaru y del pasado indígena en el siglo XX, sobre todo en el campo no académico, pues la historiografía tiene en este ámbito una historia rica. La historia social peruana tomó vuelo en la década de 1980 precisamente a partir de estudios sobre las rebeliones indígenas y sobre Túpac Amaru. Como este ensayo es un estudio preliminar de un trabajo que se anuncia mayor, imagino que Méndez le dará espacio a aquellos historiadores (Boleslao Lewin, Ella Dunbar Temple, John Rowe, Jan Szeminski, Alberto Flores Galindo, Scarlett O’Phelan, Ward Stavig, Sergio Serulnikov, Sinclair Thomson, Charles Walker y José Carlos de la Puente) en su futuro libro. 

Para concluir solo quiero celebrar la publicación de este volumen, fruto de un enorme trabajo y publicado en el durísimo año del Bicentenario. Es un libro que nos llena de preguntas y propuestas. Finalmente, lejos de idealismos y sin perseguir reivindicaciones nacionalistas, sus autores nos invitan a repensar nuestros supuestos y visiones sobre la independencia con el fin de comprender la gran complejidad que supuso este gran cambio para un país tan diverso y disperso como el Perú.


Méndez, Cecilia y Estensoro, Juan Carlos, eds. Las independencias antes de la independencia: miradas alternativas desde los pueblos. Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos; Instituto de Estudios Peruanos, 2021. 525p.

Crédito de la imagen: Marcos Chillitupa Chávez. Genealogía de los incas, 1837. Óleo sobre tela, montados en seis bastidores de madera pintados, 195 x 75 cm. c/u. Museo de Arte de Lima. Adquisición por contribución de Maki Miró Quesada Arias, Efraín Goldenberg, Oswaldo Sandoval, Alberto Rebaza, Nicolás Kecskemethy, Luis Oganes, Susana de la Puente, Familia Miró Quesada-García Miró. 2015.44.1a-l

Notas

  1. Estenssoro, Juan Carlos y Cecilia Méndez (eds.), Narra la independencia desde tu pueblo 1. Huacho, Arequipa, Tarapacá. Textos de Luis Alberto Rosado Loarte, Guido Riveros Taco y Paulo César Lanas Castillo. Lima: IEP; IFEA, 2017 (Estudios sobre el Bicentenario, 5;Biblioteca Andina de Bolsillo, 35).

13.08.2022

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