Materiales para el desmontaje: el Archivo Digital José Carlos Mariátegui

Martín Bergel

Es sabido que en América Latina las políticas de archivo y de preservación de acervos históricos están lejos de la sistematicidad y el profesionalismo que exhiben en otras partes del mundo. Aunque en las últimas décadas esa tendencia ha experimentado algunas señales de reversión, en líneas generales las instituciones culturales tienden a ser débiles y, con frecuencia, continúan viéndose afectadas por los cimbronazos económicos y los vaivenes políticos que son moneda común en la región. No obstante, dentro de ese diagnóstico global, que incluye marcadamente al Perú, en los últimos años se constatan en el país una serie de novedades auspiciosas.  En efecto, experiencias recientes como las desplegadas por las áreas de digitalización de documentos de la Biblioteca Central de la Universidad de San Marcos o del Archivo General de la Nación, o, más notable aún, las asociadas al encomiable proyecto Fuentes Históricas del Perú —que, liderado por jóvenes historiadores, avanza resueltamente en la sistematización y divulgación de archivos digitales—, por la seriedad que muestran en sus respectivas labores permiten augurar la llegada de un ciclo de desarrollo fecundo en la materia.

Dentro de ese panorama digno de celebrar, sobresale especialmente la apertura y progresiva afirmación en el último quinquenio del Archivo Digital José Carlos Mariátegui.  Resultado de una tan rigurosa como amorosa iniciativa encabezada por José Carlos Mariátegui Ezeta (nieto de Mariátegui e hijo del recordado Dr. Javier Mariátegui), y que cuenta con la pródiga labor asociada del historiador Ricardo Portocarrero (probablemente hoy en día el mayor exponente de los estudios mariateguianos en el Perú) y de la bibliotecóloga Ana Torres, el Archivo viene a completar la labor de varias generaciones que se esmeraron en dar a conocer todo aquello relativo al fulgurante itinerario intelectual y vital del autor de los Siete Ensayos.  

En efecto, a pesar de la frágil salud que acompañó a Mariátegui a lo largo de su vida, su muerte el 16 de abril de 1930 fue un hecho inesperado que dejó inconclusos numerosos proyectos, a la vez que relativamente desguarnecido su frondoso archivo personal. Se sabe que algunas valiosas piezas del rompecabezas que conformaba el laboratorio intelectual de Mariátegui se extraviaron irremediablemente. Su familia, conformada por su joven mujer y cuatro pequeños hijos, debió afrontar urgencias que postergaron su ordenamiento y puesta en valor. Pero paulatinamente esa situación comenzó a revertirse. A la publicación de los primeros estudios biográficos de figuras cercanas al círculo de la revista Amauta (como Armando Bazán, María Wiesse o Jorge del Prado), desde mediados de la década de 1950 siguió la exitosa publicación de las llamadas Obras Completas de Mariátegui, a cargo de sus hijos ya ingresados en la adultez. Esa saga, compuesta por los pequeños tomos de colores que circularon por décadas en decenas de miles de ejemplares, ofreció un primer ordenamiento de la casi totalidad de textos escritos y publicados por Mariátegui a lo largo de la que se considera su etapa madura, a partir de su viaje a Europa en 1919.

A ese ciclo de primera divulgación de los textos mariateguianos siguió desde fines de la década de 1960 un periodo de investigación y reunión de otros materiales muy valiosos. Allí talló sobre todo la figura de Javier Mariátegui (en asociación a su hermano José Carlos), y algunos destacados investigadores que, como Alberto Tauro y Antonio Melis, dedicaron décadas enteras al estudio de la obra del director de Amauta. A la abnegada labor del primero de ellos se debió la preparación y publicación, en ocho tomos sucesivos que vieron la luz entre 1987 y 1994, de los llamados Escritos juveniles (hasta entonces dispersos en diarios y revistas de difícil acceso); a Melis, en cambio, le cupo durante años otra misión esencial: la del paciente rastreo y ordenación de la correspondencia de Mariátegui, al cabo editada en dos tomos en 1984. A esas tareas fundamentales, que se acompañaron de otras igualmente importantes como las sucesivas reediciones facsimilares de las revistas Amauta, Claridad, Labor y Nuestra Época, se añadieron otros dos cometidos de gran envergadura: la publicación, durante once años, del llamado Anuario Mariateguiano (una revista-libro dirigida por Melis y Tauro, a quienes se sumó luego Aníbal Quijano), un emprendimiento que reunió ensayos de estudiosos de la obra mariateguiana de todo el mundo, así como nuevas cartas y documentos que se iban encontrando;  y, finalmente, la confección, en 1994, de la monumental obra Mariátegui Total, que a propósito del centenario de su nacimiento volvió a reunir, en reediciones críticas, todos los materiales conocidos hasta entonces producidos por o en torno a José Carlos Mariátegui.

A simple vista, bien podría pensarse que tan enjundioso ciclo investigativo —que pareció cerrarse con las muertes de Tauro, primero, los hijos Javier, José Carlos y Sandro Mariátegui, luego, y finalmente, en 2016, de Antonio Melis— había agotado las posibilidades de descubrimiento e indagación en los documentos relativos a la trayectoria del gran intelectual marxista nacido en Moquegua. Pero contra esa creencia, el Archivo Digital ofrece no solo materiales novedosos, sino también, y más decisivamente, una mirada que oxigena e invita a revisitar con nuevos ojos la peripecia vital de Mariátegui. Que ello sea así obedece ante todo al impulso creativo de José Carlos Mariátegui Ezeta, y a su competencia en los lenguajes y formatos digitales que dan su sello al proyecto. Así, por caso, el Archivo ha puesto a disposición herramientas de visualización de datos que permiten, entre varias entradas posibles, obtener un mapa de la frondosa red de corresponsales peruanos e internacionales de Mariátegui, diseccionar la estructura temática de la revista Amauta, o recorrer cronológicamente las sucesivas ediciones (casi noventa) de los Siete ensayos publicadas en distintas lenguas y latitudes. También, acceder a una porción de los escritos mariateguianos en su formato original, a fotos, dedicatorias y documentos administrativos de la Empresa Editora Amauta, a la colección original completa de la célebre revista, y a otras publicaciones de la época cercanas a Mariátegui.

En vistas de todo ello, es de esperar que ese impulso a la revisión que promueve el Archivo favorezca el balance crítico de los tópicos e imágenes movilizados por el mariateguismo hagiográfico e ideologizado. Como advertía ya Alberto Flores Galindo en uno de los ensayos anexados a la reedición de 1989 de su ya entonces clásico libro La agonía de Mariátegui (“El mariateguismo: aventura inconclusa”), el autor de los Siete ensayos fue a menudo utilizado como “megáfono”, poco más que una plataforma para dar lustre a posiciones esgrimidas en el debate político. Esos usos, continuaba Flores Galindo, que a menudo incluían “fotos, artículos y citas aisladas de Mariátegui”, se imponían sobre la lectura de sus propios escritos. “La interpretación”, concluía el historiador, “era más importante que el texto”. 

Más de treinta años después, no parece difícil advertir que, incluso cuando —sobre todo en el Perú— el espacio de las culturas de izquierda se ha debilitado ostensiblemente y el debate intelectual ha menguado, el tipo de mariateguismo que merecía serias reservas de parte de Flores Galindo permanece vigente, así sea residualmente. Mariátegui continúa siendo, no solo en el Perú sino en América Latina en su conjunto, una figura más supuesta que efectivamente leída y conocida. Esto es cierto no solamente en las zonas del imaginario público en las que circula su nombre, sino también, y de modo más llamativo, en la porción mayoritaria del amplio campo de trabajos dedicados a inspeccionar su obra. Y si el propio Flores Galindo deslizaba en el mencionado ensayo que incluso intelectuales de relieve se aproximaban instrumentalmente a Mariátegui (citaba ejemplarmente en esa posición a César Germaná, pero también, y aún cuando de modo más matizado, a José Aricó y Carlos Franco), hoy el canon de lugares comunes y abordajes previsibles que prima en torno al creador de Amauta se ha solidificado. 

Frente a ese legado pesado y repetitivo, hoy se torna perentoria una tarea de desmontaje del mariateguismo que permita reencontrar a Mariátegui. Por fortuna, junto a la extendida producción que se mantiene enlazada a inquietudes añejas y gestos reiterativos, se ha abierto camino un conjunto de trabajos innovadores. Mencionemos algunos, sin pretensión de exhaustividad. En La modernidad imaginada. Arte y literatura en el pensamiento de José Carlos Mariátegui (1911-1930), de 2017, el ecuatoriano Álvaro Campuzano revisita meditadamente las experiencias y los escritos estéticos de Mariátegui tanto de su juventud como de su etapa madura, para aquilatar de modo comprensivo los destellos de un proyecto de modernidad no capitalista. En tramos de un libro exquisito, Claudio Lomnitz aborda facetas del círculo de jóvenes intelectuales que circundaba el proyecto de Amauta a partir de la biografía de dos de sus integrantes, nada menos que sus abuelos (Miguel Adler y Noemí Milstein, migrantes judíos originarios de un pequeño pueblo de Europa oriental), compulsando las insospechadas afinidades electivas que en la cuadrícula mariateguiana podían comunicar al judaísmo y al indigenismo.1 Finalmente, dos reconocidas exhibiciones montadas luego de un prolongado trabajo en diversos archivos (y, en particular, a partir de los materiales del Archivo Mariátegui) reconstruyeron exhaustivamente las piezas y conexiones del laboratorio estético e intelectual que dio vida al proyecto de Amauta: las muestras Un espíritu en movimiento. Las redes culturales de la revista Amauta, curada por Diana Amaya y Mauricio Delgado para la Casa de la Literatura Peruana en 2017, y Redes de vanguardia. Amauta y América Latina, que, curada por Beverly Adams y Natalia Majluf, mostró por primera vez el haz de vinculaciones de Mariátegui con el mundo de la plástica y las artes gráficas.2

Puede decirse que, en mayor o menor medida, ese conjunto de trabajos pertenece a un ciclo que es dable asociar a la emergencia del Archivo Digital José Carlos Mariátegui (y en ese renglón no puedo obviar añadir mis propios trabajos encuadrados en una relectura del itinerario mariateguiano desde la clave de su cosmopolitismo socialista). Como también lo serán otras investigaciones en proceso, como la tesis doctoral en curso de Nicolás Allen sobre el “internacionalismo como método” del creador de Amauta, o el también prometedor proyecto biográfico a cargo del historiador Paulo Drinot. De conjunto, a partir de los trabajos de este ciclo es posible redimensionar la riqueza cultural de la escena intelectual que, a escala no solo peruana sino también continental e incluso mundial, convergía en torno a Mariátegui. Y aún más: como permite ver la reciente reedición ampliada y crítica de La agonía de Mariátegui de Flores Galindo, que a cargo de Carlos Aguirre incluye un anexo de las reseñas y debates intelectuales que a comienzos de la década de 1980 acompañaron la aparición de ese libro, es posible que el Archivo favorezca una reconstrucción y escrutinio más precisos no solo de Mariátegui, sino también del mariateguismo (entendido aquí en el sentido genérico de los “usos de Mariátegui”). Al respecto, en una estancia breve en Lima pude acometer el rico corpus de cartas intercambiadas por Antonio Melis y Javier Mariátegui durante casi treinta años de amistad laboriosa consagrada al estudio del artífice de Amauta. Es de esperar que en ese tipo de materiales (que aún no se hallan digitalizados), y en otras de sus varias iniciativas en marcha, el Archivo Digital José Carlos Mariátegui disponga nuevas oportunidades para la renovación de las preguntas e inquietudes sobre las vidas y sobrevidas del mundialmente afamado intelectual moqueguano. Y más en general, es asimismo de desear que, más allá de todas las singularidades del caso Mariátegui, este Archivo pueda inspirar otras iniciativas de ordenamiento, recuperación documental y puesta en valor de figuras de la constelación intelectual y política de la década de 1920, de actuación tan destacada en el Perú y allende sus fronteras.


Crédito de la imagen: Credencial de José Carlos Mariátegui como corresponsal del diario El Tiempo de Lima, emitido el 18 de julio de 1918 y validado por el consulado del Perú en Génova. Archivo José Carlos Mariátegui, Lima. PE PEAJCM JCM-F-03-01-1.2-05


Notas

  1. El Archivo, que ya tenía las ediciones de la revista Repertorio Hebreo creada en Lima por Adler y Milstein, a partir de una donación de cartas y fotografías provistas por Claudio Lomnitz, contiene una sección especial, el Fondo Miguel Adler.
  2.  Los materiales relativos a Amauta, incluidos aquellos vinculados a las mencionadas muestras, se agrupan en el Archivo en una sección especial.

02.07.2021

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