(Des)tejiendo puentes: el patrimonio inmaterial entre la presión digital y la crisis por Covid 19

Claire Jaureguy

En el Perú, las declaratorias de patrimonio cultural a expresiones intangibles se iniciaron en 1986, con el reconocimiento de “La Marinera, música y danza en todas sus formas coreográficas y musicales y en todas sus variantes regionales” como Patrimonio Cultural de la Nación.1 Estas declaratorias se incrementaron en la década del 2000 como efecto de la publicación del texto de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de Unesco (2003). Generalmente, el registro y la valoración de tradiciones han estado definidos por un marcado espíritu y vocación nacionalistas que implican una recontextualización geopolítica de estas expresiones como patrimonio de la humanidad en su conjunto.2 ¿Qué se gana y qué se pierde con estas declaratorias? ¿Cómo valorar estas expresiones inmateriales?

El Q’eswachaka es el único puente colgante hecho completamente de fibras vegetales que se renueva íntegramente cada año, posiblemente desde la época incaica. En junio y durante tres días, las comunidades quechuahablantes del distrito de Quehue (Canas, Cusco), en donde viven más de 3600 personas, se reúnen para realizar esta faena de trabajo comunal. Los participantes se dividen las tareas, aunque previamente en sus casas han trabajado ciertos componentes como las soguillas y demás elementos del puente, tejidos con ichu. Cada cabeza de familia lleva una q’eswa de setenta metros de longitud y las tareas están divididas por género. Las mujeres tejen y trabajan la paja (aunque algunos hombres también lo hacen) mientras que los hombres construyen el puente desde cada uno de los extremos de las laderas sobre el río Apurímac. En el segundo día, se sueltan las cuatro q’oyas que sujetan el puente para dejarlo caer al río y se inicia la instalación del tendido del nuevo puente. En el ritual, un especialista religioso ofrenda fetos de llamas, mazorcas de maíz y otros objetos, como pagos a la tierra.

En el año 2009, el “Ritual de construcción del puente Q’eswachaka”, así como “los conocimientos asociados a su historia y renovación” fueron declarados Patrimonio Cultural de la Nación, en tanto “testimonios de un legado tecnológico ancestral que se mantiene vivo hasta la actualidad y que constituye un vehículo para la reproducción social de las comunidades”. El 16 de mayo del año siguiente, representantes del Instituto Nacional de Cultura-INC, la Dirección Regional de Cultura del Cuzco, la Municipalidad Distrital de Quehue y las comunidades de Huinchiri, Chaupubanda, Choccayhua y Ccollana Quehue se reunieron en las instalaciones del Auditorio de la Municipalidad Distrital de Quehue para coordinar la validación y revisión de los aspectos formales del expediente del Puente Q’eswachaka con la finalidad de que se añadiese a la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco. El recién creado Ministerio de Cultura presentó el expediente técnico ese mismo año, el cual posibilitó, tres años después, la inscripción de “los conocimientos, saberes y rituales asociados a la renovación anual del Puente Q’eswachaka” en dicha lista. La incorporación oficial se realizó el 4 de diciembre de 2013 en la ciudad de Bakú (Azerbaiyán), con presencia de los chakaruwaq o tejedores de puente, Victoriano Arizapana y Eleuterio Callo, ambos responsables principales de su renovación anual, y de Cayetano Canahuire, sacerdote que oficia los rituales asociados a la misma. Esta inscripción fue la séptima del Perú.3

En el 2020, la organización para renovar el puente fue suspendida debido a la pandemia originada por el virus COVID-19. El puente envejeció y cayó al río nueve meses después de la fecha en que debió renovarse. Precisamente, en marzo de 2021, una fotografía del puente caído al río Apurímac generó una ola de reacciones en redes sociales. La conmoción puede explicarse en parte por el contexto pandémico de crisis sanitaria y económica y de aislamiento social. Indignación, rabia y desilusión se mostraban en cientos de comentarios que culpaban al Estado peruano o al gobierno de turno de “desatender” algo tan valioso como el Q’eswachaka. Lamentablemente, la falta de reflexión e información sobre el valor y las características de un patrimonio inmaterial no permitió que la comunidad nacional ofreciera su apoyo solidario a las comunidades cuzqueñas encargadas de la reconstrucción. 

Por el contrario, este tipo de demanda ciudadana, dirigida al Estado, generó una enorme presión que llevó a la Municipalidad Distrital de Quehue a reunirse y definir una fecha próxima para la renovación en el mes de abril de 2021. Las comunidades portadoras de patrimonio cultural inmaterial son las únicas que deben decidir al respecto; sin embargo, entre las exigencias en redes sociales se menciona una idea recurrente—el descuido de un bien que es de todos—centrando la atención en la materialidad del puente, como si el colapso de este se debiese a un “descuido” o a su “mal estado” de conservación.

Una revisión de medios digitales a inicios de mayo no arroja noticias referidas a un nuevo tejido del puente, como se anunciaba en las protestas digitales. Los encargados decidieron postergarlo hasta la fecha habitual—junio—debido a la pandemia. La noticia no se hizo pública y el interés en redes sociales decreció significativamente. Es una situación tan extraña y compleja que podríamos asociarla a otras en las que la patrimonialización de un bien consolida viejos modelos patrimonialistas en momentos de fuerte demanda.4 Esta avidez de consumo patrimonialista produce una inflación patrimonial, como diría Natalie Heinich,5 una que distorsiona las declaratorias de patrimonio inmaterial para convertirlas en patrimonios materiales que, además, están administrados por el gobierno y dependen de él, no de las comunidades. Dicho de otra forma, se trata de una evidencia del desconocimiento y de la ausencia de debate sobre los patrimonios inmateriales y sus significados políticos y sociales.

Adicionalmente, el reconocimiento “Patrimonio Cultural Inmaterial” se ha asociado a otros procesos vinculados a la cultura como el turismo y, en particular, el turismo cultural, una doctrina para el desarrollo de ciertos países “subdesarrollados” desde 1963, año de la realización de la Conferencia Mundial del Turismo de Roma. Con el tiempo, esta relación fue tejiendo lazos hasta que, en las últimas décadas, el reconocimiento patrimonial presupone el desarrollo turístico; es decir, entre las expectativas más importantes que genera el reconocimiento de la patrimonialización de un bien inmaterial está el de convertir a la comunidad y su territorio en un destino turístico. Se trata de un fenómeno que ya se ha normalizado con el término “marketing del patrimonio”.6

Hoy tenemos que agradecer a las comunidades de Canas el que postergasen la renovación del puente frente a las arbitrarias demandas de la comunidad digital amplificadas por medios de comunicación. Nuestra reflexión debería dirigirse hacia la planificación de los procesos asociados a la patrimonialización, los cuales deben incluir comunidades e instituciones que no solo los convoquen para la elaboración de expedientes de una candidatura, como se hizo en el caso de Q’eswachaka, sino que sirvan para debatir y comunicar la importancia del legado inmaterial, más allá de ser un simple medio de patrimonialización o mercantilización del bien o los bienes en cuestión. Unesco propone que, para mantener la lista, la implementación de programas y proyectos tome en cuenta las necesidades especiales de los países en desarrollo, como aquellos que incluyan documentación, preservación de archivos, grabaciones de tradiciones orales, la creación de institutos de investigación y organizaciones y expediciones científicas, publicaciones, producciones audiovisuales, turismo cultural, desarrollo de exposiciones de museos, restauración de sitios, creación de rutas turísticas y actividades artísticas como cine y festivales. El valor de la cultura inmaterial es una oportunidad para relacionarnos y crear nuevos puentes, evitando un discurso patrimonial autorizado sólo desde las estructuras estatales que establezca  nuevas jerarquizaciones y responsabilidades equívocas. Casos como el de Q’eswachaka deberían ser una oportunidad para reevaluar prácticas y procesos de la cultura que aún llevan el sello de las imposiciones patrimonialistas del pasado.


Crédito de las imágenes: Gobierno Regional del Cusco. La fotografía del puente colapsado que se difundió en redes es de autor desconocido.

Notas

  1. La marinera fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación por el Instituto Nacional de Cultura del Perú el 30 de enero de 1986, siendo su director Fernando Silva Santisteban.
  2. Kirshenblatt­-Gimblett, Barbara (2004) “Intangible Heritage as Metacultural Production”, Museum International 56 ns. 1-2 (2004): 52­65.
  3. En el 2008 se inscribió a el arte textil de Taquile, el Patrimonio oral y las manifestaciones culturales del pueblo zápara; en el 2010, la danza de las tijeras y la huaconada, danza ritual de Mito; en el 2011, los cantos Eshuva, Harákmbut de la comunidad Huachipaire.
  4. Laurajane Smith y Natsuko Akagawa, eds. Intangible Heritage (Nueva York: Routledge, 2008).
  5. Natalie Heinich, “La fábrica del patrimonio. Apertura y extensión del corpus patrimonial: del gran monumento al objeto cotidiano”, Apuntes 27, n. 2 (2014): 14.
  6. Beatriz Santamarina, “Los mapas geopolíticos de la Unesco: entre la distinción y la diferencia están las asimetrías. El éxito (exótico) del patrimonio inmaterial”, Revista de Antropología Social 22 (2013): 263-286.

26.06.2021

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