Las independencias antes de la independencia

Susana Aldana

En 2012, se realizó el concurso “Narra la independencia desde tu pueblo”, seguido por un congreso del mismo nombre. Desde entonces, se ha venido esperando la publicación de este libro. Hacemos eco del sentir de Cecilia Méndez, editora, junto con Juan Carlos Estenssoro, pues en el libro se percibe “un estilo un tanto fragmentario en la exposición” debido a que el texto fue abandonado varias veces y luego retomado otras tantas (455). Pero en el tiempo transcurrido, el libro creció y, cual Rayuela de Cortázar, permite ahora varias formas, no siempre lineales, de abordar su lectura.

Una de ellas es pensar el libro como si fueran dos. El primero nos remite a la larga introducción de Juan Carlos Estensoro y la densa discusión-conclusión de Cecilia Méndez. En paralelo, se desenvuelve un segundo texto, anidado en el primero, en el que se analiza las independencias a través de miradas regionales y celebraciones conmemorativas. 

El primer libro establece una postura crítica sobre la historiografía de la independencia y la violencia de los silencios historiográficos. Para aquilatar las afirmaciones, recordamos que, para los editores, “la reflexión historiográfica será siempre una reflexión sobre el presente, sobre el momento en que (se) escribe y no sólo sobre el pasado del cual escribe” (Mendez, 456), más aún si se trata del relato sobre la independencia, así sea un discurso “epidérmico” y sin “una narración integral”, como señala Estenssoro. Por eso, es necesario extraer la discusión historiográfica de sus zonas de confort y plantear los espacios de contradicción. Desde la diversidad de la región, uno no puede evitar preguntarse si el objetivo de la historiografía fue el análisis de la independencia o anclar en lo más profundo de la psique peruana el ahora concretado estado-nación. Para 1900, más que el análisis de la independencia en sí, se requería un metarrelato histórico nacional que lo legitimase, que fundamentase el Perú como república. Lo vivido siempre se refleja en posturas analíticas hijas de la cronología, pero sobre todo del tiempo que se enfrenta, como vemos en este mismo libro.

Porque el segundo libro sí desarrolla miradas alternativas de los pueblos, moviéndose en la amplitud temporal y espacial; de allí que sea válido presentar algunas ideas-resumen del mismo. Primero, recupera miradas continentales (Clément Thibaud, Sara Mata y María Luisa Soux) que nos remiten a un imperio articulado en la diferencia de lugares, de vidas y de respuestas sociales. Pero, a la vez, ese espacio no nacional permite las miradas regionales internas y precisa las experiencias separatistas desde las diferencias concretas y reales de esos múltiples lugares, vidas y actores. En particular, el sur andino que se extiende desde el Cuzco (Víctor Peralta, Nuria Sala i Vila) hasta Arequipa (Guido Riveros) y su espacio de realización, Tarapacá (Paulo Lanas). Notemos también que una ventana local airea el contenido, el eje Lima-Huacho (Luis Rosado) que recupera el poder del virreinato para Lima. Pese a todo, se consolida una memoria profundamente enraizada en la historia y la conciencia nacionales: se celebra en sus heroínas, como María Parado de Bellido desde Ayacucho (Nelson Pereyra) o conmemora calendarios cívicos nacionales, como en Tacna (Carlota Casalino).

Este segundo libro se instala en la región, intra y supranacional. Las miradas continentales sobrepasan fronteras geográficas, sociales y hasta temporales, y rescatan la realidad del conjunto hispanoamericano (incluso, americano). Como el trabajo de Clément Thibaud, centrado en Tierra Firme, ese espacio tan particular conformado por el Caribe y Nueva Granada (Colombia y Venezuela) hacia 1790 y particularmente en 1811, el cual propone rescatar ese republicanismo que enfrenta la igualdad ante la ley con el de la igualdad civil en una sociedad dominada por el catolicismo. Allí se intenta construir un principio de no dominación que supere esa profunda jerarquización social con esclavos y jerarquías raciales (175). Así, el texto de Thibaud desplaza su mirada de las posiciones que se centran en el liberalismo y, desde la república, se pregunta por la cronología, la geografía, la circulación comercial (que implica categorías difíciles de asir: circulación, politización, contrapúblico) y la sociedad de iguales (o más bien de desiguales). ¿Cómo se construye la experiencia revolucionaria en el Caribe español y francés? Porque, finalmente, a pesar de tener canteras ideológicas culturales distintas, estas sociedades compartían, por ejemplo, a pensadores e ideólogos como Vizcardo y Guzmán, o el miedo a la traición de los sectores populares.

Sara Mata aborda el tema desde otra cantera temática y geográfica. Su texto analiza el ejército, socialmente variopinto, como brazo pacificador y controlador desde una Junta de Buenos Aires (1808) que influye en Salta-Jujuy y, en general, en los Andes meridionales. Recupera la visión de los estados nacionales y sus conocidas posiciones sobre el proceso independentista como movimiento político interclasista. En un marco en el cual las fronteras son inexistentes, se acerca a esos otros agentes sociales presentes en la revolución, como las milicias. Martín Miguel Güemes es el eje que le permite pivotar entre una y otra visión; sus milicianos son gente común y corriente que acusa la presión y presencia militar, las requisas, las concesiones de fuero militar, las invasiones en tierras que tienen dueño. Las múltiples experiencias de la primera década del siglo XIX se combinan para establecer una suerte de suelo popular propicio para el apoyo al proceso de la independencia.

En algún momento, todos juran al rey Fernando VII, aunque todos pelean entre sí, al decir de María Luisa Soux. No sólo se trata del proceso en los virreinatos de Nueva Granada, Buenos Aires o Perú, ni en los posteriores estados nacionales: ni lucha ideológica ni guerra civil, la independencia puede ser vista sobre todo como una lucha entre las capitales virreinales por la hegemonía continental americana.

Si bien el libro intenta complementar las miradas continentales con las regionales, por estar centrado en el Perú, ganan su acostumbrado peso los estudios sobre el sur andino. Solo el artículo de Rosado sobre Huacho es una excepción en el paisaje ya pintado. Pero, como en todo libro sugerente, el tema se soslaya, pues se combina la calidad de los artículos con la novedad de unos enfoques que se mantienen a pesar del tiempo transcurrido.

Cuzco es el centro del poder surandino y el eje de análisis de los momentos liberales de la independencia, estudiados por Víctor Peralta y Nuria Sala i Vila. Para el primero, es importante comprender el alcance del plan del zaragozano Carrascón y Sola, el verdadero ideólogo de la revolución cuzqueña de 1814, cuyo plan le permitió a José Angulo sostener políticamente el suyo: el imperio peruano, que debía triunfar sobre la tiranía (regalista) y establecer la manifestación (voluntad) divina, suponía una revitalización del sur andino desde una realidad que no podía ser canalizada por las estructuras burocráticas establecidas. He ahí la importancia de revisar categorías como patria, nación, soberanía y, sobre todo, aclarar el tema de si es el pueblo el que debe asumir la soberanía en ausencia del rey. Se añade a este problema la incomprensión de lo que era una Junta de Gobierno, institución combatida y deslegitimada especialmente en esta provincia surandina, totalmente controlada por la audiencia y el virrey Abascal.

Nuria Sala i Vila rescata, desde el segundo momento liberal hispano (1821-1824), el lado de los indígenas afectados por ese ensayo en el marco de la naciente república aún regida por el virrey La Serna en el Cuzco. Los indígenas pierden la posibilidad de contar con un intermediario étnico porque contravenía la constitución; sólo se permitiría en casos muy específicos y por ser los indios “miserables”. Ese liberalismo universalista supuso una única ciudadanía y un sólo fuero que eliminó desde el inicio la posibilidad de formas alternativas de gobierno, en particular, aquellas basadas en nociones de etnicidad. Atrás quedaba esa igualdad del primer liberalismo; se buscó con fuerza volver a lo previo, como lo muestran las quejas de los que se consideraban nobles incas, como Matías Alpaca y Guascar (1822) o los Doce Electores. Los nobles incas debieron finalmente admitir que el gobierno étnico establecido por el virrey Toledo había llegado a su fin. 

Arequipa y Tarapacá completan la riqueza de la mirada regional previa pues, si bien es una región muy distinta de la cuzqueña, se intersecta con ella porque ambas comparten una buena porción de territorio. Cuatro libros de cabildos, recientemente encontrados, le permiten a Guido Riveros trabajar muy acuciosamente una nueva información que permite entender el “realismo” arequipeño entre 1809 y 1824: oferta de títulos -de inmediato aceptada por Manuel Flores del Campo, por ejemplo-; posiciones a favor del regalismo ante la invasión inglesa de Montevideo, la aceptación de la autoridad del brigadier José Manuel de Goyeneche y Barreda; el rechazo a la invasión francesa y el riesgo inherente para el reino español. Los ecos de la revolución de 1814 simplemente revolucionaron al “vecindario honrado” (383), cuyos miembros terminaron por aceptar el tránsito del poder del cabildo al del virrey, lo cual potenció los donativos para el ejército del Alto Perú. La etapa posterior cambió el juego y la derrota realista implicó cargas que estos mismos personajes no estaban tan dispuestos a asumir y que, por tanto, signaría su accionar en la naciente república. 

Este accionar arequipeño debió sentirse en Tarapacá, una suerte de territorio de frontera donde se encuentran y se combinan la influencia arequipeña, la chuquisaqueña y la chilena. Una periferia, como lo analiza Paulo Lanas, cuya particularidad salta a la vista: más importante que la agricultura, su fortaleza  fue la corta producción de plata, especialmente en Huantajaya, la mina aún poco importante para la época de la independencia pero que posteriormente sería la manzana de la discordia. Tarapacá debió ser zona clave en el comercio, por la fuerza del Tribunal del Consulado de Lima en la región y el posterior miedo que causan las opciones políticas de la zona. Al ser una provincia con una numerosa población tributaria, particularmente aymara, la eliminación del tributo y la pérdida de la protección del gobierno virreinal causaron graves estragos sobre su economía. Sin embargo, la provincia aceptó, sin mayores problemas, a “La Pepa”, la Constitución liberal, y, curiosamente desde esa postura, se le dio fuerza a la escolarización de los indígenas. La medida tuvo un impacto modernizador en Tarapacá y quizás explique por qué ese impulso fue enfrentado por las fuerzas políticas que concurrían en la región: desde las zonas altas, Gaspar Aramayo bajo influencia de Manuel Belgrano; desde Tacna, el realista José Carratalá; y desde Chile, el libertador San Martín. 

De manera semejante, igual de pequeño y también en el límite de los grandes juegos de poder señalados en las miradas continentales, Huacho es  un atractivo eje de reflexión por su cercanía a  Lima: este espacio es también una zona de encuentro-tránsito entre las tierras altas del norte chico, Huaylas-Ancash, Lima y el mar. San Bartolomé de Huacho, puerto de la villa de Huaura, fue un punto de activo comercio virreinal y local. Pero además, como sostiene Luis Rosado, fue el punto de encuentro de indios “originarios y forasteros”, es decir, de diferentes lugares y etnias, que acogía también a algunos españoles y bastante menos, población negra. Espacio de múltiples encuentros que, a semejanza del caso anterior de Tarapacá, acepta plenamente la Constitución de Cádiz a pesar de la igualdad impositiva que suponía la ciudadanía (aumento del almojarifazgo; derechos de sisa) y los problemas en torno a la explotación libre de la sal. La vitalidad socio-económica de Huacho entre 1812 y 1822 explica sus posturas ante la independencia: a favor o en contra del rey, las indefiniciones políticas, las indecisiones sobre las opciones de vida y, en particular, los miedos y los fuertes temores a la ruptura pero, a la vez, las grandes esperanzas.

Este impecable manejo empírico y de análisis nos permite embonar, finalmente, con la memoria que conmemora. Este es el anclaje que hace posible que este segundo libro anide en el primero, porque remite a una historiografía sobre la independencia y sobre la nación, pujante y vibrante. De manera semejante a la forma como el estado nacional y la modernidad comienzan a ser superados, también la historia nacional se reformula; se reinventan las miradas en su multiplicidad y se amplían las celebraciones y sus conmemoraciones. 

Pero la conmemoración es el anclaje de este segundo libro en el primero. Carlota Casalino recupera el calendario cívico nacional como un signo de la construcción de una comunidad política, el punto donde la nación establece un recuerdo normado y oficial que la región también incorpora y vivifica. Como con el largo proceso que implicó el reconocimiento del 28 de julio como fecha central icónica de un estado peruano que se inventa y reinventa; como ahora con el reconocimiento del 20 de junio de 1811 como una fecha decisiva en el largo y diverso proceso independentista.

Este es un libro que nos recuerda que no existe un discurso definitivo; que los ritmos historiográficos se establecen con el constante construir e inventar, y que los tiempos marcan los análisis y las percepciones de sus hijos, nacionales y regionales, de actores y sujetos sociales que vivieron las independencias antes de la independencia en el momento y también después. Solo cambian las necesidades, las voluntades y los análisis y, de allí, las miradas posibles porque todos, en realidad, podemos apropiarnos con éxito de nuestra historia.


Méndez, Cecilia y Estensoro, Juan Carlos, eds. Las independencias antes de la independencia: miradas alternativas desde los pueblos. Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos; Instituto de Estudios Peruanos, 2021. 525p.

Crédito de la imagen: Marcos Chillitupa Chávez. Genealogía de los incas, 1837. Óleo sobre tela, montados en seis bastidores de madera pintados, 195 x 75 cm. c/u. Museo de Arte de Lima. Adquisición por contribución de Maki Miró Quesada Arias, Efraín Goldenberg, Oswaldo Sandoval, Alberto Rebaza, Nicolás Kecskemethy, Luis Oganes, Susana de la Puente, Familia Miró Quesada-García Miró. 2015.44.1a-l

05.08.2022


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