Réquiem para Chinchero

Christopher Heaney

Nota de los editores: El 23 de julio, cuando el país esperaba la transferencia de mando, el gobierno peruano anunció la firma de los contratos de ejecución y supervisión del debatido aeropuerto en Chinchero. Con esa acción el Perú «celebra» su bicentenario con lo que posiblemente sea el mayor atentado contra el legado material de los incas desde que se inició la república. En memoria de Chinchero, publicamos este texto, cuya versión original fue preparada por Christopher Heaney como parte de los esfuerzos legales por proteger el lugar, en un país en donde las autoridades basan su retórica nacionalista en el pasado inca pero no dudan en destruir su legado.

La primera vez que supe de la existencia de Chinchero fue en los archivos de la Expedición de Yale que excavó en Machu Picchu en 1912. Los documentos revelaban que uno de los jóvenes integrantes del grupo de investigación había viajado al pueblo para aprender quechua y conocer la vida de sus habitantes. Lo que escuchó sobre la comarca lo llenó de codicia, tanto que intentó robar una vara de alcalde. Conforme avanzaban mis investigaciones, llegué a comprender que Chinchero era un pueblo que había sobrevivido una larga historia de asedios.

Chinchero fue un escenario fundamental para el desarrollo del poder inca, pero es también un pueblo colonial y republicano, inseparable del paisaje que lo rodea y de las pendientes ocupadas por estructuras incas y campos de cultivo en dirección a Maras y Moray. Construido por el Inca Túpac Yupanqui como parte de la consolidación del Tahuantinsuyo en las tierras orientadas hacia el Vilcanota, se convirtió en un sitio sagrado de veneración de los señores incas. Por lo mismo, las autoridades coloniales se volcaron a controlar y transformar el lugar. En la década de 1580, el clérigo perseguidor de idolatrías Cristóbal de Albornoz afirmó haber quemado los cuerpos momificados de ciento sesenta señores ancestrales en la plaza de Chinchero, un extraordinario acto de extirpación que, podría decirse, esparció las cenizas de estos señores—cargadas de energía vital—por los campos circundantes. La iglesia que se construyó sobre las antiguas estructuras incas dejó expuestos los cimientos originales.

Los habitantes sobrevivieron, encontrando un nuevo propósito en la iglesia que hicieron suya, trasladando sus concepciones de lo sagrado a ella y a los campos y montañas que les daban sustento. Sus voces todavía vibran en las piedras del palacio inca debajo de la iglesia; el pueblo y las terrazas que lo rodean; y los hermosos campos que los habitantes de Chinchero han labrado durante siglos al otro lado de la carretera, en dirección al oeste, hacia el Salcantay. Cuando parto del Cusco voy primero a Chinchero, parada obligada en el curso de esa corriente que lleva a tantos extranjeros a Machu Picchu y que ha podido mantenerse en medio de todo eso sin perder su carácter. Por eso, Chinchero es una promesa. No hay nada en el área inmediata de Cuzco que evoque mejor ese complejo tejido de culturas como detenerse ante la iglesia y los cimientos de su palacio, girar a la izquierda para contemplar la niebla que se eleva desde las terrazas, y volver a girar a la izquierda, dejando la plaza, para ver los campos que se extienden hacia Maras y Salcantay. 

Hoy todo eso está en peligro por la construcción de una enorme infraestructura aeroportuaria. Muchos habitantes de Chinchero quieren que este plan siga adelante, pero como señala el historiador Mark Rice en su importante libro sobre Machu Picchu, el proyecto para construir un aeropuerto en los campos al oeste de Chinchero es antiguo y fue iniciado por forasteros–COPESCO–cuyos herederos han ignorado décadas de advertencias de científicos, ingenieros e historiadores, alcanzando a dividir a la comunidad de Chinchero, para seguir adelante con una idea que probablemente no funcione. Los expertos en aviación han alertado que la altitud no permitirá vuelos internacionales y que volar en Chinchero es—puesto en los mejores términos posibles—casi quijotesco. 

En el peor de los escenarios, esta quimera nos pone en la senda de «destruir lo que los españoles no pudieron destruir”, como expresara con fina ironía la historiadora Mónica Ricketts hace pocos años. La idea de construir un aeropuerto, con toda la infraestructura de servicio que requiere para hacer de Chinchero un punto de paso hacia Machu Picchu—un sitio que también corre grave riesgo de degradación con un mayor desarrollo—, parece voluntariamente miope, amenazando con destruir un lugar que sobrevivió de una forma que, irónicamente, Machu Picchu no alcanzó a hacer. La opinión pública debería considerar esta causa con la seriedad que merece y apoyar a los expertos peruanos y extranjeros que, al solicitar que se detenga la construcción del aeropuerto, solo buscan lo mejor para preservar la historia y el paisaje de los incas. Perder Chinchero por un aeropuerto será una tragedia.


Crédito de la imagen: Registro de la primera etapa del movimiento de tierras para la construcción del aeropuerto de Chinchero. Fotografía de Natalia Majluf, 19 de agosto de 2019

07.08.2021

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