Arte y política en Sobre héroes y víctimas. Respuesta a Juan Carlos Cortázar

Juan Carlos Ubilluz

Nota de los editores: Los libros son producto de muchas conversaciones. Estas no deberían cesar con la publicación sino, por el contrario, multiplicarse. Al mismo tiempo, es más bien excepcional publicar respuestas a reseñas. La política de Trama ha sido evitarlas, dejando lugar a debates propuestos desde el comité editorial en la sección que lleva ese nombre. La dinámica del debate en el contexto local nos ha llevado a repensar esta política. Quizás sea una forma alternativa de tejer la trama de conversaciones que formen un espacio común. En esta entrada, Juan Carlos Ubilluz comenta la reseña de Juan Carlos Cortázar a su último libro, Sobre héroes y víctimas, desarrollando algunos de los puntos centrales de su trabajo y contribuyendo a ese tan necesario intercambio de ideas.

Leí hace unos meses la crítica de Juan Carlos Cortázar a mi libro Sobre héroes y víctimas. Le agradezco desde ya por describir su lectura como “una experiencia, interesante y polémica” y también por la forma gentil en que realiza críticas de fondo no tan gentiles. Si no he respondido antes es porque pensaba que la turbulencia electoral no dejaba espacio para un debate sobre el arte y sus relaciones con la política. La turbulencia, por supuesto, continúa, pero no es sano seguir postergando las cosas del arte.1

Un primer conjunto de críticas de Cortázar es que habría una falta de rigor metodológico en mi libro que se hace visible “en la imprecisa definición de un objeto de análisis y de un corpus que lo represente”. Esta falta de rigor se advertiría también en el hecho de que no justifico por qué escojo los libros en que baso mis tres capítulos. Pero, además, a la hora de realizar mis análisis, habría recurrido “a dicotomías atractivas que, sin embargo, deben considerarse con más cuidado: ética vs política; héroe vs víctima; lineal vs circular; adelante vs pasado; vida vs muerte; afirmación vs denuncia; agencia vs. sufrimiento”. En ese sentido, habría mucho más “en esas obras literarias (incluyamos a Gavilán) que el autor no ve simplemente porque solo persigue verificar el ‘giro ético’ en ellos”.

Comienzo con lo primero. Si bien en la introducción de Sobre héroes y víctimas hago referencia a hitos en la novela, el ensayo, el cine y el teatro que estimo parte del giro ético y, además, ordeno estas obras en dos tiempos lógicos (la identificación con la víctima químicamente pura y la panvictimización), admito que no he construido un corpus. En realidad, nunca he pretendido hacerlo. Siguiendo a Nietzsche, Freud y Lacan, yo he preferido mostrar en detalle las relaciones entre las coordenadas ideológicas y las coordenadas subjetivas de unos textos que inauguran el segundo tiempo del giro ético: Los rendidos y Persona de José Carlos Agüero, La sangre de la aurora de Claudia Salazar y Memorias de un soldado desconocido de Lurgio Gavilán Sánchez. No me ha bastado con señalar en estos textos una máquina de pensamiento naturalizada que he llamado giro ético y que valora la vida mortal sobre la in-mortal (heroica), reemplaza el gran relato de emancipación por otro gran relato según el cual toda política de emancipación termina en el desastre, y pasa de un tiempo lineal teleológico-revolucionario a uno más bien circular (el eterno retorno del desastre), etc. También he querido mostrar, entre otras cosas, que la melancolía en Agüero se articula como el eterno lamento de los muertos, que el cuestionamiento histérico en Salazar se traduce en una poética sublime contra las totalizaciones estéticas y políticas, y que el entusiasmo épico en Gavilán Sánchez lo lleva a relativizar el valor supremo de la vida mortal. Si he preferido trabajar a fondo con unos pocos textos, es porque quería sondear mejor sus operaciones singulares. Pero creo también que las singularidades de unos textos muy celebrados pueden evidenciar la existencia de un sistema de valores invisibles en la cultura contemporánea.

Sé (y lo digo en mi libro) que la máquina de pensamiento del giro ético no rige todas las obras del conflicto armado. También están el discurso de la seguridad nacional y el de la política de emancipación. Pero a partir de mi experiencia como lector/espectador de una considerable cantidad de obras de arte sobre el conflicto armado (me refiero a cuentos, novelas, biografías, ensayos, películas, obras de teatro y obras de arte plástico), creo que la mayor parte de ellas se realizan a partir del giro ético. Evidentemente, no basta con aludir a mi experiencia para corroborar la hipótesis. Esto le corresponde a un conjunto de investigadores. Pero en su tesis de maestría en la PUCP (“La dramaturgia peruana del conflicto armado interno…”) Jorge Villanueva ya ha empezado a hacerlo en el teatro con su análisis de La cautiva (2013), La hija de Marcial (2015) y Carnaval (2017). Mi esperanza es que este tipo de trabajos continúen en los distintos campos del arte. Yo solo he abierto una trocha.    

Dicho esto, no creo que la mayor parte de las obras sobre el conflicto armado estén enteramente tomadas por el giro ético. Pero sí que este se encuentra muy presente en ellas. Así, lejos de “encontrar lo que buscaba” en los tres textos que analizo, he de-mostrado más bien que solo los libros de José Carlos Agüero se encuentran plenamente dentro del giro ético. En cambio, La sangre de la aurora de Salazar se encuentra a la vez dentro y afuera, o quizás dentro con varios pies afuera, y Memorias del soldado desconocido de Gavilán Sánchez se encuentra mucho más afuera que adentro, a pesar de los intentos de algunos críticos (como Mario Vargas Llosa, por ejemplo) de sostener lo contrario. En este sentido, otra razón por la cual escogí trabajar con estos tres textos fue para mostrar los diferentes grados en que el giro ético podía dominar la producción de sentido.  

Quiero ser más preciso. En el libro de Claudia Salazar se advierte, por ejemplo, el relato de que la mujer es víctima de la guerra popular. Pero además hay allí una suerte de anarquismo romántico anti-patriarcal que se manifiesta en la sexualidad lesbiana, y esto simplemente no encaja dentro del giro ético. A diferencia de lo que se cree, nunca he desmerecido esa novela. Todo lo contrario, la he desmenuzado porque la siento a la vez próxima y lejana: próxima porque, siendo un seguidor de Bataille y Lacan, me encanta cómo la novela evidencia que el goce femenino es el motor de la política de emancipación; pero, a la vez, lejana porque pienso que el tema de la denuncia de la “totalización” y la celebración de la multiplicidad es un fetiche teórico que hay que atravesar. 

Asimismo, en Memorias de un soldado desconocido, observo la presencia del giro ético pero también señalo que este no domina la biografía dada la fuerte adhesión del narrador a la creencia revolucionaria. Y lejos de oponer esquemáticamente el sufrimiento a la agencia (por cierto, yo no uso nunca el concepto de “agencia”), me esfuerzo en mostrar que el sufrimiento de los jóvenes senderistas va en sintonía con cierto impulso épico que transforma a aquel en las “penurias del héroe”. 

A lo que voy es que es no es cierto que yo me entrampe en férreas dicotomías y solo pueda ver el blanco y el negro de las cosas. Yo pienso —y mi libro también— que el giro ético puede dominar un texto (Agüero) o ser dominado por otra cosa, como, por ejemplo, la creencia revolucionaria (Gavilán Sánchez); que puede existir en paralelo con otras máquinas de pensamiento de naturaleza subversiva (Salazar) o acoplarse a ellas de muy distintas maneras que el estudio de otros textos sobre el conflicto armado irá elucidando. 

Un segundo conjunto de críticas de Cortázar tiene que ver con la dimensión literaria de mis análisis. Según él, mi libro carece de “algún tipo de análisis de las particularidades del proceso creativo”. Pero lo que le preocupa más es “la apelación final que Ubilluz hace al sostener que el arte (el “arte político”, lo denomina) debe promover los proyectos políticos emancipatorios emergentes (¿revolucionarios?) y dejar de mirar hacia atrás, hacia las víctimas y el sufrimiento […]. Esa expresión, ‘el arte debe’, se repite varias veces”. 

A decir verdad, me sorprende que Cortázar se atreva a afirmar que no discuto “las particularidades del proceso creativo”. En el capítulo de La sangre de la aurora no solo analizo el carácter fragmentario del texto sino la manera en que, junto a la ironía del arco narrativo, la fragmentación desactiva la palabra potente de Sendero Luminoso. Es más, en ese capítulo invento herramientas descriptivas como “fluir de la inter-consciencia” para dar cuenta precisamente de la particularidad del proceso creativo: a saber, la existencia de unos pensamientos dispersos que no pertenecen a una sola consciencia.

Por otra parte, con respecto a Gavilán Sánchez, mi análisis del estilo indirecto libre en su biografía me ha permitido detectar la cercanía del narrador a los jóvenes ayacuchanos de Sendero, su relativa lejanía del cuerpo militar y su compromiso presente con el tiempo mesiánico de la revolución. Cortázar señala que este capítulo sobre Gavilán Sánchez “es básicamente descriptivo y, en mi opinión, aporta poco”. Tiene razón en que el capítulo es descriptivo pues describo, una vez más, el proceso creativo del libro: no solo en lo referente al estilo indirecto libre sino también a los géneros que estructuran las partes: la parte del ejército es, por ejemplo, una comedia macabra. Pero lo que Cortázar no ve es que ese capítulo aporta mucho en el sentido de que extrae Memorias de un soldado desconocido de la maquinaria interpretativa del giro ético. Si para esta maquinaria el libro se duele con todas las víctimas de la revolución comunista y denuncia a esta última, para mí solo se duele con algunas víctimas e insiste con la revolución por otros medios. 

Finalmente, toda mi Segunda Intervención realiza un análisis de los desarrollos del arte sublime desde el sublime romántico al sublime histérico-melancólico de Theodor Adorno, François Lyotard y Gérard Wajcman. Y discute las distintas maneras en que este sublime histérico-melancólico se aprecia en las obras de Agüero, Salazar y una serie de artistas plásticos peruanos. Mi intención era aquí señalar cómo la apuesta por lo informe y/o lo indeterminado no es necesariamente emancipadora. Esto depende del contexto histórico-cultural en que se ubica la obra pero también dónde se ubica la potencia del arte sublime: ¿se ubica en lo informe que desborda la ley o en la ley que aplasta la forma? 

Lamentablemente, Cortázar no se detiene en mi Intervención sobre el arte sublime; se contenta con avanzar hacia el final para espantarse de que yo diga que “el arte político debe…”. Que se espante si quiere, pero que diga bien qué es lo que yo digo que el arte debe hacer. Yo no digo (como dice él) que el arte político debe “promover los proyectos políticos emancipatorios emergentes”. Lo que digo es que debe tener un compromiso con la exploración de una “potencia indeterminada” en un movimiento político (Ubilluz 138). La denuncia histérica de la política de emancipación pudo funcionarle de maravillas a Arguedas en Yawar fiesta puesto que esta novela fue escrita cuando el artista progresista era compañero de ruta de un potente proyecto de emancipación. Pero hoy, cuando estos proyectos son todo menos potentes, se necesita un arte político que avance de la simple negación de lo que existe a la afirmación de algo que aún no existe en el mundo. 

Entiéndase bien. No se trata de que yo quiera imponer un deber a unos artistas libres. Se trata más bien de que, para los “artistas libres”, el giro ético es ya un deber que no se percibe como tal porque se halla naturalizado. Tampoco se trata de que yo quiera imponerles un modelo estético o una identificación ideológica. Se trata de que los insto a hurgar, en los actuales movimientos políticos, las posibilidades de una nueva vida, incluso si esta vida desborda las ideologías de esos mismos movimientos. El arte político sigue siendo arte cuando está más cerca de la vida en la política que de la ideología política. Pues si bien el arte político tiene siempre una determinación exterior al arte (en la política), afirmar lo indeterminado en su despliegue hacia la determinación lo extrae de la posición de simple servidor de la política existente y lo hace militante de la política por-venir. A fin de cuentas, no han sido las obras de artistas declaradamente ecologistas que he escogido para ejemplificar este punto sino Los guardianes de la reserva de Cristina Planas. 

Con todo, Sobre héroes y víctimas no es un libro que se ubique dentro de los estudios literarios o artísticos; pienso que se posiciona más bien en ese ese esfuerzo interdisciplinario que se llama teoría crítica y que empieza a alzar vuelo en los años 30 del siglo pasado con la Escuela de Frankfurt. Alain Badiou sostiene que el rol de la filosofía es establecer relaciones entre los procesos de verdad en el arte, la política, la ciencia y el amor. Pero siguiendo a Bruno Bosteels, yo le otorgo ese rol articulador a la teoría crítica. Y es desde allí que he intentado hacer dialogar las formas del arte y de la política.

Quiero terminar abordando una crítica que se encuentra al comienzo del texto de Cortázar: a saber, que yo opongo tajantemente la política a la ética y que, por tanto, no veo una dimensión ética en la militancia política. Se trata, en realidad, de un malentendido, quizás propiciado por mi escritura. A mí me queda claro que los militantes comunistas tenían ética en el buen sentido de la palabra. Y digo en “el buen sentido de la palabra” porque creo que los perversos y los fascistas también tienen ética: los primeros buscan éticamente sostener el goce del Otro y los segundos defender a la nación étnica de sus enemigos. Cuando afirmaba en mi libro que “la política suspende la ética”, yo me refería específicamente a que el deseo revolucionario de “bajar el cielo a la tierra” suspende una ética específica producto del acoplamiento entre el discurso humanitario y un discurso que identifica al ser humano como víctima. Como se sabe, ha habido épocas en que la revolución política esgrimía las banderas de los derechos humanos.

Tengo una gran admiración por la vieja militancia de izquierda (comunista, anarquista, anarco-sindicalista, etc.). Rechazo de plano la idea de que la “izquierda moderna y democrática” exista en un elevado plano ético que la autoriza a condenar de entrada a sus predecesores. Pero sería tonto asumir que los viejos militantes nunca se equivocaron. De allí que, en mi Primera Intervención, indague sobre las posibilidades de una militancia que sobrepase el imperativo al sacrificio, así como el paradigma de guerra, pero que a la vez tenga claro que, inevitablemente, el riesgo de muerte acompaña siempre el camino del héroe.

Hay más, pero no se traiciona una promesa, sobre todo la de terminar. Agradezco nuevamente a Cortázar por su reseña. No solo me ha permitido esclarecer varios puntos sino, más importante aún, su crítica afianza el camino a una discusión seria de Sobre héroes y víctimas.


Ubilluz, Juan Carlos. Sobre héroes y víctimas. Ensayos para superar la memoria del conflicto armado. Lima: Penguin / Random House, 2020.


Notas

  1. Utilizo el término “arte” para referirme a “las artes” en general; es decir, a la literatura, al cine, al teatro, a las artes plásticas, etc.

14.08.2021

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