Política de museo

Natalia Majluf

Pensar los museos como edificios es algo recurrente en el Perú. Cuando Alan García decidió crear el Museo de la Nación no pensó en las colecciones, no consideró el lugar de la nueva institución en un sistema nacional de museos, y tampoco parece haber contemplado que serían necesarios técnicos y especialistas para operarlo. No queda nada de ese proyecto, en que se gastaron enormes recursos y que solo logró distraer nuestra atención de lo verdaderamente importante: las colecciones existentes y tantos museos relegados en todo el país. De ese proyecto de “museo” que no fue más que un espacio de exhibición temporal y que operó sin pena ni gloria durante algún tiempo, no queda nada hoy. Tres décadas después tenemos sólo un edificio administrativo con funciones ocasionales de centro cultural.

La historia del nuevo Museo Nacional creado en Pachacamac es similar: la idea era un gran edificio pensado fuera del marco de un sistema nacional de museos, con una visión centralista, y sin base en una política amplia para el sector. Hoy, quince años después de lanzada la propuesta y con muchísimo dinero gastado, se inaugura un edificio que todavía no tiene director, ni equipos técnicos, ni un concepto definido de función y colecciones, por lo menos ninguno que se haya conocido públicamente. Tiene la ventaja, claro, de haber sido diseñado desde el inicio para museo y que cuenta con los depósitos necesarios para conservar adecuadamente las colecciones nacionales, pero falta todavía un gran trecho para convertir ese edificio en museo.

Genera preocupación por eso el anuncio hecho por el presidente Pedro Castillo de ceder Palacio de Gobierno y formar allí el “nuevo Ministerio de las Culturas para que sea usado como un museo que muestre nuestra historia, desde sus orígenes hasta la actualidad.” Más allá de la tradición presidencialista que este anuncio perpetúa dejando de lado todo debate, hay varios puntos que deben ser precisados frente a esa afirmación.

El primero es la distancia que se abre entre esa propuesta y las expectativas de cambios profundos y necesarios para el sector cultural. Lo segundo es que esa propuesta de recorrido panorámico por la historia singular de una nación indivisa, “desde sus orígenes hasta la actualidad”, de sí cuestionable y contraria a la pluralidad que el propio mensaje presidencial enfatizaba, está ya presente de una u otra forma en todos los principales museos de la capital, desde el Museo de Arte de Lima y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú hasta, sí, el nuevo Museo Nacional de Pachacamac, pensando como museo arqueológico primero y ahora concebido como un museo general. No necesitamos más museos generales; necesitamos más museos especializados.

Lo segundo es que, a pesar de que necesitamos más, pero sobre todo mejores museos, el Palacio de Gobierno no se presta para albergar colecciones. Adecuarlo significaría un costo enorme. Operarlo también exigiría un presupuesto significativo. Si actualmente el gobierno apenas puede mantener los museos que tiene a su cargo, todos con fondos extremadamente reducidos, ¿por qué pensar que podría asumir uno nuevo? Para desarrollar políticas culturales sólidas se requiere apoyo político y presupuesto público. Se anunciaron miles de millones para carreteras, pero ni un sol para cultura.

Un punto central que suele ser inexplicablemente ignorado es que en los museos las historias se narran a partir de objetos. ¿Sobre qué elementos podrían formarse nuevas narrativas? La pobreza de las colecciones nacionales no permite gran juego. La historia contemporánea, por ejemplo, no podría narrarse desde las colecciones existentes, pues fuera de algunas excepciones, como la del Museo Nacional de la Cultura Peruana, el Estado dejó de adquirir obras hace más de cien años.

Tampoco parece haber consciencia acerca de la falta de técnicos para gestionar los museos: se necesitan especialistas en conservación con estudios avanzados, arqueólogos e historiadores de arte con formación en museos, técnicos en registro e informática, y en todos los casos falta experiencia. Quienes hemos trabajado en museos conocemos las dificultades que presenta el formar equipos sobre la marcha y la precariedad de las condiciones en que subsisten nuestras instituciones.

Pero quizás lo más preocupante es el centralismo que se perfila en el contexto de un sector ya extremadamente centralizado. Prácticamente todas las colecciones nacionales significativas se encuentran en Lima. Los museos regionales, cuando existen, están abandonados. Desarrollar un plan o un sistema nacional de colecciones con una perspectiva más plural y descentralizada es uno de los mayores retos que el nuevo gobierno tiene por delante en el campo de la gestión del patrimonio. Esta aparece como la principal tarea del ahora llamado Ministerio de las Culturas, cuya necesaria pluralidad la nueva gestión se propone ahora materializar, esperemos que a partir de un amplio debate nacional.


Crédito de la imagen: Presidencia de la República del Perú. Palacio de Gobierno. Visita Virtual 360º. «Salón Dorado».

29.07.2021

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