Luego de las elecciones extraordinarias del Congreso tras su disolución y luego de la primera vuelta de las elecciones presidenciales recientes, parece haberse instalado una especie de atolladero cognitivo entre algunos sectores de peruanos y de peruanas: la facultad que poseemos para procesar información a partir de la percepción y de la experiencia, que además permiten valorar una determinada información, no parece ser de gran utilidad cuando de elecciones congresales y presidenciales peruanas se trata. Quizá acostumbrados a pensar desde sus zonas de confort urbanas y capitalinas, con el auxilio de opinadores auto-ungidos de un supuesto saber docto, el comportamiento político electoral de otros igualmente peruanos y peruanas del “interior” del país les resulta extraño y hasta exótico. ¿Por qué la acción política electoral del “interior” sería tan incomprensible? ¿Por qué se presenta como una sorpresa para los contextos urbano-capitalinos? Quisiera plantear una pista, sobre la base de informaciones etnográficas de mi propia investigación realizada en un colectivo autóctono Awajún de la Amazonía peruana. Por razones éticas, omitiré los nombres propios.
Formalmente mis anfitriones awajún, entre quienes conviví por largos períodos entre el 2012 y el 2018, están agrupados en la figura legal de una Comunidad Nativa reconocida y titulada, que a su vez pertenece a un distrito y a una provincia específica de la región Cajamarca. Dicho de otro modo, mis anfitriones awajún están insertos en un conjunto de instituciones estatales de nivel subnacional, las que a su vez albergan sus propias instancias burocráticas. Contrario a lo que el prejuicio nos haría imaginar, mis anfitriones awajún están muy al corriente de la política local, nacional e internacional. Es frecuente escuchar sesudas conversaciones sobre, por ejemplo, el entonces presidente de los EE.UU. Donald Trump y su excéntrica forma de gobierno.
Así como están al corriente de la política, lo están también sobre sus propias posibilidades de participación en la contienda electoral distrital, provincial y regional; así como sobre los posibles espacios laborales remunerados en las instituciones estatales afincadas en esos distintos niveles de jurisdicción subnacional. Si vemos en conjunto todas estas instituciones formales-legales, la vida burocrática de mis anfitriones awajún es bastante densa: a nivel de Comunidad Nativa, tienen una junta directiva presidida por un “apu”, un director de colegio primaria, etc.; a nivel de distrito, han llegado a detentar cargos de regidor en la municipalidad y de representante awajún en la llamada “Oficina de Asuntos Indígenas”; a nivel provincial, igualmente, han conseguido ser elegidos como regidores municipales y en su respectiva oficina de asuntos indígenas, así como también ser designados como especialistas de educación bilingüe en la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL). En el nivel regional han detentado cargos de consejeros. Como dije, se trata de una densa actividad burocrática.
Una de las cosas que me llamaba profundamente la atención era el modo en el que se decidía quién debía ocupar qué cargo. Al preguntar sobre el asunto, la respuesta, por regla general, era un nombre propio seguido de un vínculo de parentesco con algún otro awajún y la pertenencia a una unidad o anexo constitutivo de la Comunidad Nativa: “El señor A es hermano (hijo, yerno, esposo, etc.) de B y vive en el anexo C de la Comunidad D”. Este tipo de respuestas era, a la luz de mis intereses, decepcionante, pues ya sabía todos esos datos a partir de un extenuante censo genealógico en el cual me había preocupado de consignar el lugar de nacimiento y de residencia de mis entrevistados. Según yo, ya sabía lo que me decían. Así, me propuse (de manera ingenua, ahora lo sé) hacer una lista de todos los awajún de la comunidad que ocuparon cargos en las municipalidades. Quería comprender quiénes y cómo fueron elegidos. Me fijé a qué partido político pertenecían y su grado de institucionalidad en la localidad, la cantidad de votos que recibieron, etc. La tarea fue inútil: no me llevó a nada, sino a concluir, con la mayoría de politólogos, que los partidos son débiles.
Se me ocurrió, entonces, hacer una lista más allá del ámbito municipal. Elaboré un cuadro de doble entrada en donde consigné, por un lado, el tipo de cargo y la institución con participación awajún y, por otro, el año en el que se ocupó el cargo entre 2012 y 2020. Fui ingresando los nombres de aquellos que los detentaron. Uno tiene que tomar en serio lo que nuestros anfitriones dicen. Así, junto con los nombres, incluí los vínculos de parentesco y el espacio-territorio de residencia (que no siempre coincide con el de nacimiento por la regla de uxorilocalidad que rige en las formas de residencia post matrimoniales) de cada awajún que ocupó un cargo. El resultado fue sorprendente.
La etnología de la Amazonía autóctona ha registrado de manera recurrente, abundante y en distintos períodos dos hechos fundamentales de la acción política consuetudinaria amerindia: la multiplicación de las unidades (generalmente llamadas por los especialistas “grupo local”) que componen un colectivo o grupo, sin que este logre ser completamente una totalidad cerrada y termine de consolidarse; y la alternancia de las figuras que, en un momento dado, personifican un liderazgo de tipo político.1 Dicho simplemente, en la Amazonía autóctona el poder político consuetudinario difícilmente se concentra en una sola persona o en un solo lugar. Cuando esta concentración comienza a hacerse explícita, los amerindios poseen distintos mecanismos tanto sociológicos como cosmológicos para limitar o simplemente abandonar a la persona y el lugar en donde se concentra el poder.2
Todo esto yo ya lo sabía, pero lo que no había imaginado era su pertinencia para comprender la acción política en un contexto en donde abundan las instituciones del moderno Estado-Nación y, en particular, la política electoral local con participación awajún. En efecto, ellos han domesticado estas instituciones, las han imbuido de una lógica de multiplicación y alternancia de acción política consuetudinaria que ponen en marcha toda vez que deben decidir o elegir quién debe ocupar qué cargo, ya sea burocrático o de representación política electoral con participación awajún. Cuando alguien pretende un cargo de representación como, por ejemplo, de regidor municipal, no deja de tener en cuenta el tipo de partido político, sus posibilidades de triunfo electoral, sus propuestas, etc., como cualquier otro peruano o peruana.
En el actual contexto de elecciones presidenciales, mis anfitriones me cuentan, en nuestras comunicaciones telefónicas o a través del internet, que prefieren votar por Pedro Castillo, puesto que como dijo uno de ellos: “Este sistema ya debe cambiar, basta ya de indiferencias, es una verdadera respuesta [al] sistema actual mientras que en otros países pagan menos el precio de Gas en [la comunidad] pagamos 55.00 soles [por] un bidón de Gas a pesar que nosotros somos los dueños, este sistema y esta constitución no está al servicio del pueblo, la decisión de ayer [de la primera vuelta] en las urnas es el sentir del pueblo”. Así, no se trata de falta de información lo que conduce a un awajún a elegir un determinado candidato; lo que hay es una falta de comprensión de quienes pretenden entender sus preferencias políticas desde un escritorio etnocéntrico capitalino. Si bien mis anfitriones awajún prestan atención a lo que cualquier ciudadano promedio encuentra relevante, cuando uno de sus miembros pretende un puesto de representación, ellos añaden algunas variables más a la ecuación, a saber: los lazos de parentesco y la adscripción espacio-territorial. Veamos cómo.
El cuadro de doble entrada refleja la naturaleza de los liderazgos amerindios autóctonos en el contexto radicalmente distinto de las instituciones estatales afincadas en el distrito, la provincia y la región. Para que esto emergiera fue fundamental considerar de manera conjunta todos los cargos estatales en una misma matriz y añadir, al mismo tiempo, las variables awajún a la ecuación. El resultado es que ningún cargo es cooptado por los miembros de una sola Comunidad Nativa awajún ni por los dirigentes de una misma red parental.
Una lectura horizontal del cuadro de doble entrada muestra que, por ejemplo, el cargo de consejero regional entre el 2012 y el 2014 fue ocupado por un miembro de la comunidad que llamaré “Color Amarillo”. Una vez concluida esta gestión, el mismo cargo fue ocupado entre el 2015 y el 2018 por un miembro de la comunidad que llamaré “Color Verde”. La oficina de asuntos indígenas de la Municipalidad Provincial fue ocupada, entre los años 2012 y 2014, por dos miembros de la comunidad Color Verde; luego, entre los años 2015 y 2016, por un miembro de la comunidad Color Amarillo; posteriormente, en los años 2017 y 2018, por dos miembros de la comunidad Color Verde; finalmente, en 2019, por un miembro de la Comunidad Amarillo. Se va evidenciando así el modo en el que emerge la alternancia amerindia en un contexto institucional.
Esto no es todo. Señalé que entre el 2012 y el 2014 la oficina de asuntos indígenas provincial fue ocupada por dos miembros de la Comunidad Verde. Podríamos decir que durante por lo menos tres años hubo una hegemonía Verde, pero lo cierto es que no fue absoluta: el cargo dura por lo general un año (o el tiempo que el presupuesto municipal designado puede contratar) y en esos tres años Verdes hubo presencia de un miembro de una de las subunidades o anexos que componen la comunidad Color Verde. Se trata de un miembro del anexo que llamaré Color Azul que ocupó el cargo durante el 2012. Luego el puesto fue reclamado por otro miembro igualmente Verde, pero de la subunidad que mis anfitriones llaman “central” (una especie de capital de la Comunidad) que denominaré Color Rojo. El miembro de la subunidad central Color Rojo supo mantenerse en el cargo durante dos años (2013 y 2014); prolongar su permanencia hubiera sido muy problemático y así lo reclamaron otros miembros de la comunidad Color Verde y los de Color Amarillo. No fue difícil dejar el cargo para el miembro Verde de la subunidad central Color Rojo, pues el 2015 ingresó como consejero regional y con ello trasladó la comunidad Verde a donde antes (entre el 2012 y el 2014, como dije arriba) hubo presencia de la comunidad Color Amarillo. Dicho en otros términos, la hegemonía de una sola comunidad (central o anexo) nunca es absoluta en estos cargos de representación.
Manteniendo la lectura horizontal del cuadro de doble entrada, veamos ahora cómo opera la variable lazos de parentesco. Para esto es especialmente ilustrativo el cargo de representación de la UGEL provincial, porque hay una clara tendencia Verde en este cargo que dura regularmente un año. En el 2012 lo ocupó un miembro de la comunidad Color Verde. El siguiente año también fue un miembro Verde quien lo ocupó; este, a su vez, es cuñado (pariente por afinidad) de su antecesor y ambos viven en la subunidad central Color Rojo. El 2014 se mantiene en el cargo un miembro Verde, pero en este caso ingresó uno de la subunidad o anexo Color Azul quién, además, no tiene un lazo de parentesco con los dos anteriores encargados. Uno de los argumentos para el ingreso del miembro del anexo Azul fue justamente que solo los integrantes de una familia de la central Rojo querían estar siempre en ese cargo. Con todo, la presencia del miembro del anexo Azul de la comunidad Color Verde solo pudo prolongarse hasta el 2015. El año siguiente el cargo fue ocupado por un miembro de comunidad Color Amarillo. Desde el 2017 hasta el 2020 el cargo en la UGEL fue nuevamente ocupado por miembros de la comunidad Color Verde, pero siempre con el matiz de no permanencia ni de las mismas personas ni de las mismas subunidades Verdes. La lógica autóctona opera también, pues, en estos cargos estatales de la UGEL.
Ahora hagamos una lectura vertical del cuadro de doble entrada. En el 2012, si bien hubo más personas en cargos de representación que pertenecen a la comunidad Color Verde, no dejó de detentar algún cargo la gente que pertenece a la comunidad de Color Amarillo; dicho de otro modo, ese año no se permitió una hegemonía Verde en todos los cargos. Si bien la gente Color Verde estuvo en cuatro de los cinco cargos disponibles en el 2012, su mayoría no fue absoluta no solo por la presencia del miembro de Color Amarillo, sino también porque hubo presencia de las subunidades Verdes tales como Color Azul y Rojo; es decir, aunque cuatro de los cinco cargos fueron Verdes, hubo alternancia por la presencia de las subunidades Azul y Rojo. La hegemonía Verde fue, pues, relativa. Esto mismo se puede leer claramente si vemos de manera vertical la información de todos los siguientes años del 2013 al 2020.
Hasta aquí creo que es evidente la lógica que subyace a la acción representativa Awajún en un contexto institucional estatal. Resulta ahora también obvio por qué desde la perspectiva de mis anfitriones lo más relevante en sus respuestas a mis interrogantes sobre las personas en un cargo era señalar que se trata de aquel “señor A que es hermano (hijo, yerno, esposo, etc.) de B y que vive en el anexo C de la Comunidad D”.
A la luz de esta información ¿cómo podría el análisis darnos una pista para comprender la acción política electoral del “interior” del país? Primero, renunciemos a insistir en que existe un país del “interior”: su existencia solo es posible si un sujeto etnocéntrico asume su posición, sin más, como el “exterior”. Segundo, cada colectivo posee sus propias variables que añaden a una ecuación que no siempre diseñaron o eligieron tener pero que, finalmente, usan con arreglo a sus propios intereses. En el caso de mis anfitriones awajún, parecen ser los lazos de parentesco y la pertenencia espacio-territorial los que, a su vez, les permiten actualizar los mecanismos autóctonos de multiplicación y alternancia en un contexto radicalmente diferente como el del terreno burocrático institucional del Estado.
Notas
- El antropólogo brasileño Renato Sztutman ha sistematizado y sintetizado estos hallazgos del siguiente modo: “[Los] mecanismos de multiplicación y alternancia, al mismo tiempo prácticos y conceptuales, remiten justamente a la naturaleza de los liderazgos amerindios, es decir, su negativa a representar una totalidad como algo terminado. Si hay representación, pues el colectivo, o algún colectivo, debe aparecer de alguna manera, ella jamás se completa, jamás se estabiliza, impidiendo la trascendencia de las formas sociales y políticas, y el mantenimiento de un estado de inmanencia, en la que la persona del ‘representante’ cuenta bastante. Nótese, además, que donde la representatividad se acentúa también se acentúan esos mecanismos de multiplicación y alternancia” (2012, p.323, mi traducción, las cursivas son del autor).
- Evidentemente todo esto remite a la bien conocida idea de sociedad contra el Estado de Pierre Clastres y las críticas subsecuentes. Aquí no voy a ingresar en este tema pues su desarrollo desborda los límites de este escrito.
16.05.2021