Dos candidatos, un mismo conservadurismo

Félix Reátegui Carrillo

El resultado de la primera vuelta ha generado una suerte de espejismo. En Keiko Fujimori y Pedro Castillo creemos ver el enfrentamiento de dos proyectos distintos y opuestos de sociedad. Eso es cierto –parcialmente cierto– en lo que atañe al manejo económico del país. Una propone mantener el statu quo sin reconocer ninguna necesidad de cambio o mejora. El otro propone cambiarlo todo, aunque sin mayor plan, sino con eslóganes. Pero al lado de esa discrepancia existe una amplia coincidencia. Ambas candidaturas traen un mensaje autoritario en lo que se refiere al uso del poder y conservador en lo relativo a asuntos sociales y culturales. 

La agenda autoritaria compartida se expresa en hostilidad a las instituciones de control del poder. A diferencia de Castillo, Fujimori no hace de esto un discurso de campaña. Pero los cinco años pasados hacen imposible equivocarse al respecto. Si Castillo dice que va a convertir el Tribunal Constitucional en un órgano plebiscitario, Fuerza Popular lleva cinco años intentando capturarlo para la protección de sus intereses. Se puede sumar a esto una común enemistad hacia el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y a la labor de la Defensoría del Pueblo. 

La agenda social conservadora tiene un núcleo fuerte en común: oposición al enfoque de género en el Estado y a los derechos de la población LGBTI. Pero hay más. Entra en esta cuenta la amenaza de desmontar los pocos intentos de mejorar la calidad de la educación. Castillo y el fujimorismo ya trabajaron juntos contra la ley de carrera magisterial. Ambos son una amenaza contra la SUNEDU.

Por último, ambos son enemigos de la democracia representativa y de los derechos de las minorías políticas. Castillo es el más explícito en esto. Anuncia que su idea del ejercicio del poder es plebiscitaria. El fujimorismo ha sostenido siempre que una mayoría electoral es licencia para pasar por encima de todo, incluyendo a la Constitución.

Podría existir la tentación de vincular las posturas de Castillo y Fujimori con la tendencia reaccionaria y antidemocrática que recorre el mundo desde hace años. Pero ese vínculo es espurio. En el caso de Keiko Fujimori cabe dudar de que sus posiciones más reaccionarias sean una convicción personal. En realidad, ella es una pizarra en blanco o con una sola línea escrita: ser presidente. Con eso se gana impunidad y oportunidades de lucro. Pero en cuanto a ideas sobre sociedad y cultura, no hay nada propio; solamente el reflejo de los intereses de sus aliados. Las posturas reaccionarias de Castillo son más auténticas, aunque mecánicas. Vienen de una cultura de izquierda fosilizada y de un marxismo de manual. Castillo expresa el tipo de ideologización que cundió en el magisterio peruano desde la década de 1970. Su proyecto, por eso, más que proyecto es una idea fija y brutalmente simple: que se voltee la tortilla.

¿Son estas candidaturas conservadoras un reflejo de la sociedad peruana? Conviene distinguir entre realidad social y realidad electoral. Las dos juntas apenas rozan el 25 por ciento de los votos emitidos. Son opciones muy minoritarias. Pero las segundas vueltas tienen efectos deformantes. Aritméticamente, las dos rondarán o superarán el 40 por ciento del sufragio. Pero el efecto no es solo aritmético: el clima de enfrentamiento que se ha agudizado desde el 11 de abril también incita a la gente a una fuerte identificación por negación. Ahí subyace un peligro: que, dado un clima de intensa adulación, el 6 de junio alguna de los dos candidatos autoritarios emerja no solo como ganador de una elección por descarte, sino también ungido como un caudillo. Los sectores intelectuales, al negarse a la crítica sostenida de uno o de otro, al sustituir el examen por el ditirambo, pueden estar abonando ese terreno.


Fotografía cortesía de Musuk Nolte, 2020

06.05.2021

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