La revolución del afecto

María Claudia Huerta Vera

“Quizás nuestra revolución sea la revolución del afecto”, dice la voz de Adriana Ciudad Witzel casi al final del documental que codirigió con Isaac Ernesto Ruiz Velazco. “Y esta correspondencia”, la que intercambiaron los codirectores y que es la materia principal del documental, “sea un posible manifiesto sobre el poder revolucionario del cuidado […], sobre nuestros orígenes oscuros y la posibilidad de un pasado más liviano”.

En Latinoamérica, el llamado cine de los hijos (y de las hijas, y de las nietas, y de las sobrinas) es una categoría generalmente usada para referirse al cine hecho por los descendientes de las víctimas directas de los gobiernos dictatoriales latinoamericanos. Los rubios (2003), de la argentina Albertina Carri, es posiblemente la película más representativa del género. Pero esta categoría también puede incluir el cine hecho por los descendientes de cómplices o perpetradores, como El color del camaleón (2017), de Andrés Lübbert, y El pacto de Adriana (2017), de Lissette Orozco, en el caso chileno. O, en el caso peruano, Alias Alejandro (2005), de Alejandro Cárdenas, hijo del cabecilla del MRTA Peter Cárdenas Schulte, y Sibila (2012), de Teresa Arredondo, sobrina de Sybila Arredondo de Arguedas, militante de Sendero Luminoso.1

Desde hace un par de años, en el Perú, los cortometrajes de Isaac Ernesto Ruiz Velazco se han sumado a este género. La revolución del afecto (2022, 46 mins), su primer largometraje, codirigido con Adriana Ciudad, explora justamente esos “orígenes oscuros” que los envuelven a ambos; él, como hijo de Isaac Velazco, militante y representante oficial en Europa del MRTA; y ella, como la nieta de “un nazi optimista” que desapareció al terminar la segunda guerra mundial. La historia familiar de cada artista es compleja. Pero el formato de cartas —cartas que se escriben el uno al otro y que son la voz en off que se escucha a lo largo de todo el documental— les permite descubrir décadas de secretos y silencios frente a las cámaras. No solo eso, gracias a la creación y autoría colectiva, La revolución del afecto logra resignificar el estigma de la historia familiar en la identidad y propone un acercamiento afectivo que es en sí mismo revolucionario.

La obra fílmica de Ruiz, un cine reflexivo y en primera persona, ya tenía como tema principal la exploración de la propia historia familiar y de la identidad. A diferencia de realizadores como Cárdenas y Arredondo, sin embargo, que radican en el extranjero y que solo se acercaron al Perú y al conflicto armado interno para filmar su documental, la obra de Ruiz no está protegida por esa lejanía y desarraigo. Para él, el conflicto armado no es un tema lejano, pues lo ha vivido de cerca, y desde adentro; y el estigma familiar que explora en sus cortometrajes tiene un peso que no se compara al de los otros dos. Ese fue el caso de No, no me acuerdo (2018) y Materia/l encontrado y/o idea de una casa (2019), en donde el realizador no solo se revela a sí mismo frente a cámaras, sino que también se rebela contra el estigma impuesto sobre él por ser hijo de quien es. Más recientemente, en N° 0993287 (2020) y Luz Ruido (2020), el artista se centra ya no en su propia experiencia como el hijo de un exmilitante del MRTA, sino en la de otros hijos e hijas como él, cuyas voces en off son las nuevas protagonistas. Aunque la autoría de estos cortos sigue siendo solo suya, este trabajo colaborativo le permite al realizador explorar una identidad colectiva en la que ya no es solo él quien se rebela ante el estigma impuesto, sino que se forma una comunidad: el yo de su cine en primera persona se convierte en un nosotros.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, no sorprende que La revolución del afecto sea una obra en la que ya no solo hay colaboración sino también coautoría. Y, aunque la historia familiar de la artista y codirectora se aleje del tema que atravesaba la obra fílmica de Ruiz (la relación con los militantes del MRTA), ambos comparten experiencias que los hacen únicos y hacen única la interacción que muestran frente a pantalla. En el caso de Ruiz, por ejemplo, su historia familiar significó que creció no con una sino con cuatro madres: “A veces lo hago bien [el ser hijo]. Otras, no tanto. Más aún cuando las historias, los recuerdos y los afectos se chocan y se atropellan. Intento ser hijo. Espero hacerlo bien con el tiempo”. Ciudad se encuentra al otro lado, porque es una madre primeriza. “No siempre nos saldrá bien eso de ser hijo, o madre”, le responde ella a Ruiz, “pero la mera intención de querer hacerlo bien es el mejor de los casos. Y tú eres la prueba de que algo hicieron bien tus madres, pues escucharte me conmueve. Siento el amor y la ausencia que también hacen parte de mi historia”. Así, la maternidad se discute desde todos los espectros en una interacción que es sobre todo honesta y empática.2

Pero la interacción entre ambos artistas es también, a veces, incómoda. Cuando Ciudad cuenta la historia de su abuelo, sugiere la posibilidad de que este quizás no fue un verdadero nazi, que quizás solo fue “un soldado obligado a luchar por algo que no creía y solo esperaba a que todo acabase pronto”. Ruiz le responde sin dar espacio a esa posibilidad, y la artista lo reconoce: “Querido Isaac, te confieso que me chocaron los primeros minutos de tu segunda correspondencia. Me di cuenta de que yo aun no quiero creer que mi abuelo era un nazi optimista. Hay un lado mío que prefiere no tener esa certeza, como si la incertidumbre me salvara de confrontar esa parte de mi oscuro origen”. Así, el documental aborda de manera frontal el estigma con el que ambos han vivido, pero lo hace desde una perspectiva afectiva, al igual que otras películas del género. Para el caso argentino y chileno, investigadoras como Ana Amado y Elizabeth Ramírez-Soto han señalado que este cine de los hijos (y de las hijas, y de las nietas, y de las sobrinas) suele optar por el discurso de las emociones en lugar de los pronunciamientos políticos que caracterizaron a la generación de sus padres.3 Mauricio Godoy señala que también en el caso peruano se aprecia “el desencanto de la nueva generación que no piensa que con una película (o con la militancia) se puede cambiar el mundo, como sus padres creían, sino que va a lo personal y cuenta su historia, su experiencia”.4 Así, La revolución del afecto no solo encaja perfectamente con esta propuesta, sino que se quiere colocar a sí misma —con éxito— como la obra epítome del “giro afectivo” en el cine latinoamericano.5

Su propuesta es directa y cruda, y por lo mismo, por ratos, dolorosa. Pero también es rebelde. Solo hace unos años, José Carlos Agüero escribía: “Los hijos no pueden heredar la culpa de los padres. No es justo. Pero sí la heredan…”.6 En este documental, que también nace de la complejidad de la historia familiar y apunta a la comprensión y sanación, los hijos se niegan a heredar esa culpa. Y, al contrario, cuestionan la validez del estigma impuesto sobre ellos. Así, en uno de los monólogos más impactantes de la película, Ruiz afirma: “Pienso en Nena [la abuela de Ciudad], y me pregunto si no hay más cercanía que distancia entre nosotros. Tú, nieta de un nazi optimista, tu madre, hija del mismo nazi optimista, y yo, hijo de guerrilleros igual de optimistas. En otras geografías, estas comparaciones serían imposibles, pero aquí, en el Perú, el desprecio que se le tiene a un guerrillero es más parecido al que se le tiene a un nazi en Alemania. Y creo que ese desprecio nos acerca. Nos hace compartir una historia que, mientras las generaciones en la familia se suceden, dejan de pesar tanto como nos pueden estar pesando ahora. Pero seguro que alguien, en alguna cena familiar, recordará en algún momento al abuelo, al nazi optimista, o a mi padre, el guerrillero exiliado.”

La revolución del afecto es efectivamente un manifiesto, como señalaba Ciudad, un manifiesto “que nos ha empujado a sentir nuestra propia sombra para algún día cicatrizar del todo nuestras heridas más profundas.” Pero también es un acto de rebeldía, en el que los hijos se niegan a heredar la culpa de los padres y de los abuelos y, al contrario, se reapropian del estigma con el que han crecido para proponer una revolución alternativa, una revolución de los afectos. En un país con heridas tan grandes y profundas como el nuestro, donde el miedo (y, a veces, el odio) imposibilitan el diálogo, la comprensión y, eventualmente, el perdón, Ciudad y Ruiz intentan construir un puente que nace desde lo más personal y privado. La suya es la verdadera “revolución optimista”, una revolución que, a diferencia de la de sus padres, no ignora el poder de los afectos.

Notas

  1. Estas dos películas han sido analizadas juntas por diversos investigadores; resaltan: Karen Bernedo “Postmemoria y disidencia: dos experiencias del cine documental realizadas por parientes de militantes de Sendero Luminoso y el MRTA”, en Liuba Kogan, Guadalupe Pérez Recalde y Julio Villa Palomino eds., El Perú desde el cine: plano contra plano (Lima: Universidad del Pacífico, 2017); María Eugenia Ulfe, “Dicen que el cóndor da vueltas, buscando… Tres relatos visuales sobre el conflicto armado interno peruano”, en El Perú desde el cine; y Mauricio Godoy, “Alias Alejandro y Sibila, retrato familiar del conflicto armado interno en el Perú”, Conexión 6, n. 7 (2017): 32-47.
  2. La manera en la que la artista describe la maternidad, su maternidad, es profunda y hermosa. Aquí solo una cita de muchas: “Te cuento, Isaac, que para mí ha sido una experiencia intensa la de volverme madre. He tenido que hacer el eterno ejercicio de resignificar mi cuerpo, resignificar quién soy. La experiencia se parece a la del duelo, y la muerte, pero desde el otro lado del espectro de la existencia. Es un vínculo tan profundo que da vértigo. Lo quiero tanto, tanto a Nahuel. Este ser se creó en mi vientre, con mi sangre, con mi carne. Salió literalmente de mis entrañas”.
  3. Elizabeth Ramírez-Soto, (Un)veiling Bodies. A Trajectory of Chilean Post-Dictatorship Documentary (Cambridge: Legenda, 2019): 133.
  4. Godoy, “Alias Alejandro y Sibila…”, 39.
  5. Aunque el real impacto del “giro afectivo” en América Latina ha sido matizado por algunos investigadores, el gran aporte de la perspectiva afectiva en los estudios de cine es innegable. Se trata, en pocas palabras, de un enfoque crítico en la emoción y el afecto como puerta de entrada a la comprensión de contextos y sitios de experiencia. Véase Vinodh Venkatesh y María del Carmen Caña Jiménez, “Affect, Bodies, and Circulations in Contemporary Latin American Film”, Arizona journal of Hispanic Cultural Studies 20 (2016): 176.
  6. José Carlos Agüero, Los rendidos. Sobre el don de perdonar (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2015): 55.

30.10.2022

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