Tierra, memoria e historia campesina en Huancavelica

José Carlos de la Puente

A primera vista, El pueblo de Tongos y sus litigios, de James Quillca Chuco, es un estudio sobre el juicio que, a comienzos del siglo XVIII, enfrentó al común de Tongos (en la antigua provincia de Huanta; hoy Tayacaja, Huancavelica) con el obraje vecino de La Sapallanga (cerca de Huancayo, Junín) por el control de unos pastos, recurso clave para la manufactura textil de la sierra central. Quillca reconstruye los pormenores del caso, el cual revela un escenario clásico y familiar en la historia del campo: el común había venido arrendando los pastos al obraje, pero en algún momento este acuerdo se rompió, en parte porque los arriendos se quedaban en manos del cacique local, en parte porque los administradores del centro textil se negaban a retirar el ganado de los terrenos del común, alegando después que, en realidad, los pastos le pertenecían al obraje. Entre 1711 y 1738, el común apeló a las cortes. Las sentencias a su favor lo constituirían, merced a la magia de la palabra escrita, en una comunidad independiente con derecho propio a los terrenos antes en disputa. Los tonguinos de hoy ven en los hechos estudiados por Quillca el acta de nacimiento de su comunidad.

Pero hay mucho más. En las páginas del trabajo de Quillca, a la perspectiva del autor se le suman otras tres perspectivas que rara vez confluyen expresamente en proyectos académicos y editoriales como éste. Esta confluencia hace de esta publicación, a la vez un trabajo académico en el marco de una historiografía de larga data en la región y un documento con mucho potencial para comprender cómo comunidades y comuneros imaginan su propia historia.1 En efecto, a la mirada académica del autor, con estudios en arqueología e historia, se aúna la perspectiva de la propia comunidad campesina de San Lucas de Tongos, heredera del común litigante estudiado por Quillca y propietaria de los autos del litigio y de otros documentos—hoy títulos comunales—sin los cuales este estudio hubiese sido imposible. Interesada también en develar la historia de su pueblo, la actual gestión comunal, la misma que presenta la obra y la reclama también para sí, ve en esa historia un motivo de orgullo y un mecanismo para fortalecer la identidad y “lograr la unión entre todos nuestros comuneros” (9). Esta segunda perspectiva no es, por supuesto, monolítica. Lo demuestra la entrevista de Quillca a Luis Díaz Vila, expresidente de la comunidad, que introduce una tercera mirada—muy personal y anclada en las propias coordenadas de Díaz Vila en la comunidad—acerca del origen de Tongos y su relación con los documentos analizados por Quillca. Finalmente, el financiamiento proviene del Ministerio de Cultura, desde cuya perspectiva el libro sirve para la promoción de “la oferta de bienes, servicios y actividades culturales” en Tongos.

Estas cuatro perspectivas (y sus respectivos registros) se entrelazan en esta publicación en maneras que van mucho más allá del análisis del antiguo pleito entre el obraje y la comunidad, confundiéndose por momentos, pero desbordándose también. El apoyo estatal, en la visión del presidente de la comunidad campesina, se traduce, libro mediante, en una oportunidad para satisfacer el objetivo colectivo de “posicionarse como una de las comunidades más emprendedoras de la región”, […] lo que permitirá “mejorar la producción de nuestros sembríos y por supuesto conocer nuestra historia” (9). Este ethos comunitario irrumpe también en otras partes del libro, como en la descripción de tres fiestas “costumbristas” celebradas en 2018 por el aniversario del reconocimiento de Tongos como “comunidad indígena” (recogidas en el anexo 3), en las fotografías que ilustran facetas de la vida en común en San Lucas de Tongos y en el padrón comunal o en la dedicatoria a los comuneros y comuneras que cierra el propio padrón y el libro en general: “Gracias por su paciencia, confianza y por el esfuerzo de trabajar día a día nuestra tierra” (146). El libro es, en ese sentido, parte del legado de la actual administración al entramado comunitario.

La dedicatoria del propio Quillca revela además la conexión especial entre el autor, natural del vecino Coyllorpampa, y el pueblo de Tongos, tierra de sus antepasados—otra de las poderosas confluencias detrás de este libro y que le confiere un rasgo distintivo respecto de publicaciones similares. No se trata de una monografía distrital, provincial o departamental, rica tradición en el Perú del siglo XX, pues Quillca extrae los acontecimientos en torno al pleito de su contexto local para reinscribirlos competentemente en la tradición académica de estudios sobre la “negociación indígena” a través de las cortes, la cual se ha forjado generalmente en claustros universitarios fuera del Perú y muy lejos de Tongos. Un prólogo del historiador jaujino Carlos Hurtado Ames refuerza el registro académico de la publicación. Los lazos entre el autor y el pueblo afloran, sin embargo, en algunos de los pasajes más interesantes del texto, en los cuales Quillca interpreta los datos históricos a la luz de lo que dicen y saben los tonguinos de hoy, mostrándonos así un registro paralelo. Por lo demás, Quillca supo del archivo comunal gracias a unos familiares y accedió a él luego de un trabajo paciente y meritorio con expresidentes de la comunidad campesina.

Como una infinidad de distritos y centros poblados reconocidos también como comunidades campesinas a lo largo del Perú—y he aquí la relevancia mayor de esta historia local—Tongos tiene muchas fundaciones y ninguna a la vez (si por esto se entiende un acontecimiento independiente del poder supremo que le da su significado supracomunal). Los títulos de Tongos, como lo revela el estudio de Quillca, sitúan el momento fundacional en una visita de tierras ordenada por la Corona en 1711. La historia es, en realidad, mucho más compleja, pues el visitador que pasó por Tongos en aquella ocasión no hizo más que confirmar los linderos que aparecían para el paraje de “Toncos” en un documento de 1594, el cual tuvo a la vista y que confirmaba que el sitio se reconocía bajo el dominio de unos curacas locales. Así, aunque la historia del asentamiento (el “pueblo”) se pierde en la bruma de los tiempos, las diligencias de 1711 le dieron a Tongos un primer reconocimiento tácito como “común de indios” y, por tanto, detentador legítimo de tierras y pastos.

Traslado de las diligencias practicadas por el Marqués de Valdelirios en 1711, parte de los títulos del pueblo de Tongos. 1772. Archivo de la Comunidad de Tongos (Cortesía: James Quillca)

Estos títulos se traerían a colación décadas después, cuando sirvieron a las autoridades del ahora pueblo y común de Tongos para demostrar la posesión inmemorial de los terrenos en donde, por ese entonces, pastaban los ganados del obraje de La Sapallanga, propiedad del Monasterio de la Concepción de Lima, reforzando de jure su estatus como “comunidad” antes de la Independencia. Dos siglos cargados de embates liberales contra la propiedad corporativa de la tierra transcurrirían hasta que el pueblo viera su estatus comunitario reconocido otra vez por un poder estatal: en 1937, como “comunidad indígena”, y ya en el contexto de la Reforma Agraria del Gobierno Militar, como comunidad campesina (además de centro poblado, dependiente administrativamente del distrito de Pazos).

“Y Velasco ya decretó como comunidad campesina pues, ya no nos califican como indígenas, sino como campesinos ya” (136). Con esas palabras cierra sus declaraciones Luis Díaz Vila, recogidas en la entrevista citada, incluida en el apéndice. Como señala Quillca, mediante este tipo de títulos, “las poblaciones que l[o]s poseen conocen su propia historia” (43). Esta historia, sin embargo, discurre por canales paralelos a los acontecimientos descritos en los documentos y, en cierta medida, a la perspectiva académica que Quillca y yo usamos para estudiar este tipo de títulos. Este registro alternativo condensa más bien una serie de épocas, reorganizando los datos históricos de manera que el pasado es siempre posesión precaria del presente. Estos materiales merecerían un análisis más profundo. Aunque para el presidente actual los títulos nos permiten “conocer a detalle cómo y cuándo apareció la comunidad de Tongos y sobre todo, cómo fue nuestro primer litigio por defender nuestras tierras de los obrajeros de La Sapallanga” (9), la entrevista al expresidente Díaz Vila revela que, en la fragua de la memoria de comuneros como él, el episodio del juicio de 1723 se ha forjado con insumos mucho más recientes.

En esta versión, Tongos era la “hacienda” de las monjas de La Sapallanga hasta que, en 1711, siete familias, encabezadas por igual número de pater familias, se sublevaron contra las monjas hacendadas y “entraron a juicio” (127). Los litigantes consiguieron que la familia Torrecillas, originaria de Huánuco y de paso por la zona, invirtiera “su plata” en el litigio, “cuando la Corte Superior de Justicia está en Ayacucho, en ese tiempo [¡1711!]” (127). A cambio de su apoyo, los Torrecillas debían recibir la mitad del pueblo, pero se conformaron con “puntas en cada parte, porque se dieron cuenta de que ellos también pueden ser otro hacendado con el tiempo y quizás lo pierden ellos también” (127).

Así, el conflicto entre monjas y común aparece subsumido en una historia más larga de enfrentamientos por linderos—entre “huancas” (habitantes del contiguo valle del Mantaro) y “tonquinos”, por ejemplo—pero es sobre todo el germen de los terrenos que luego se repartirían los Torrecillas y los Quillca—de quienes desciende Díaz Vila—y otros troncos familiares, cuyos vástagos, agrupados bajo éstos y otros apellidos, heredarían hasta el presente. Así, el acontecimiento histórico sirve en realidad para justificar el actual régimen de tenencia de tierras y las disparidades en el seno de Tongos: “Mi mamá es Torrecillas, mi abuelito Ignacio Vila Segura, por eso, la mayor parte de los terrenos pues, nosotros tenemos. Por eso nos dicen gente terrateniente, terrateniente somos, por puntas estaban nuestras chacras, pero como ya se mezclaron con la familia Canchanya, Romero, Chahuaya, por ejemplo, yo, yo ya no soy Torrecillas, yo soy Díaz Vila y mis hijos ya no son pues ¿no?” (131). Las identidades dominantes del campo—campesino, comunero, indígena (descendiente de Asto Huaraca), hacendado y terrateniente—se muestran en el relato como fluidas y superpuestas.

Los vericuetos de la herencia sirven, a su vez, como metáfora para organizar la relación entre Tongos y las comunidades vecinas. Las más nuevas son “hijas” de las más antiguas y tanto su reconocimiento como la cesión de tierras que esto conlleva se rigen por las lógicas de herencia propias de las familias campesinas. Díaz Vilca describe así su participación en el reconocimiento de la comunidad “hija” de Cullpatambo por parte de los tonguinos:

En el segundo periodo yo ya estaba, cuando a Cullpatambo yo reconocí. Tremendo lío fue. Dos veces he sido presidente de comunidad aquí, había tremendo enfrentamiento pues ahí. Ellos querían lo que quieren, y nosotros también queríamos lo que queremos, y por fin hemos ganado nosotros, de acá nomás es para ustedes, ¿quién?, ¿quién?, ustedes tienen que recibir lo que decide el padre, porque herencia no hay a la fuerza pues ¿no? Lo que tu papá decide, de acá es para ti hijo ya, eso nomás tienes que tomar. En ese plan hemos quedado.

Díaz Vila se lamenta por fin de la dificultad de conseguir el reconocimiento distrital para Tongos en la actualidad (a pesar de ser comunidad “matriz”) e, indirectamente, de su subordinación administrativa al centro distrital (y a otros poderes externos, más lejanos), pero se enorgullece de gestiones anteriores que le aseguraron a Tongos el estatus de comunidad indígena, primero, y comunidad campesina, después. “En esa manera es la historia de Tongos”, concluye Díaz Vila. También lleva razón.

La posesión diferenciada de terrenos familiares, las pulsiones entre comunidades madres e hijas, el enfrentamiento constante por tierras y pastizales, la batalla por el ascenso en la jerarquía político-administrativa republicana y hasta el accionar patriótico durante la Guerra del Pacífico animan el relato de Díaz Vila, acompañando el análisis histórico de Quillca y demostrando que, en la historia de los habitantes del campo, las cuatro perspectivas que convergen en esta publicación se alimentan unas a otras y son, hasta cierto punto inseparables, aunque muchas veces no se haya visto así. El libro de James Quillca nos ayuda a repensarlas de manera dialógica antes que antagónica, infundiendo así nuevos aires a la historia rural en el Perú.


James Quillca Chuco. El pueblo de Tongos y sus litigios. Conflictos por tierras en el repartimiento de la Isla de Tayacaja. Huanta, Perú, siglo XVIII. Volumen 1: Litigio contra el obraje de La Sapallanga del corregimiento de Jauja, 1711-1738. Lima: Ministerio de Cultura del Perú, 2021.


Imagen central: Expediente del Archivo de la Comunidad de San Lucas de Tongos (cortesía de James Quillca y la comunidad de Tongos).

Notas

  1. Además de los trabajos citados por el propio Quillca, podría resaltar aquí el estudio de Luis Miguel Glave sobre Canas y Canchis, los trabajos de Joanne Rappaport para los Andes colombianos, un bello ensayo de Frank Salomon sobre Tupicocha y la más reciente publicación de Tristan Platt sobre el Archivo del Curacazgo de Macha Alasaya. Por razones que descubrirá el lector, sin embargo, el texto reseñado aquí presenta una situación novel. Véanse Glave, Luis Miguel. Vida, símbolos y batallas: Creación y recreación de la comunidad indígena. Cuzco, Siglos XVI-XX (Lima: Fondo de Cultura Económica, 1993); Rappaport, Joanne. Cumbe Reborn: An Andean Ethnography of History (Chicago: University of Chicago Press, 1994); The Politics of Memory: Native Historical Interpretation in the Colombian Andes (Cambridge; New York: Cambridge University Press, 1990); Salomon, Frank. «Unethnic Ethnohistory: On Peruvian Peasant Historiography and Ideas of Autochthony.» Ethnohistory 49, no. 3 (2002): 475-506; Platt, Tristan. Defendiendo el techo fiscal. Curacas, ayllus y sindicatos en el Gran Ayllu Macha, Norte de Potosí, Bolivia (La Paz: Vicepresidencia del Estado/Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional & Universidad de St Andrews, 2018).

19.12.2021

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