Argollas peruanas: buscando el nombre del poder y la exclusión

Félix Reátegui Carrillo

El poder en el Perú: económico, político, social. Estamos lejos de tiempos más sencillos, cuando se podía poner el dedo sobre el poder. Hablar de la oligarquía, dueña de tierras, de parlamentos y de presidentes, era una opción segura. Designaba una rotunda realidad. Después vinieron la reforma agraria bajo Velasco Alvarado, el colapso económico bajo García, la privatización entera del país bajo Fujimori, la globalización y sus secuelas. Hoy en día hay quien resuelve la cuestión apelando al neoliberalismo. Pero la respuesta tiene agujeros. El país, después de todo, elige presidentes en contra del dictado neoliberal. Así, no hay nombre fijo para la dominación en el Perú. Lo que sí existe es un nítido malestar, una amplia sensación de no ser tratado con justicia en una sociedad desigual, donde la ley es dictada por el más fuerte, donde el derecho, el mérito o el esfuerzo no bastan para obtener bienestar, seguridad o respeto. “¿Qué se llama cuanto heriza nos?”

En La argolla peruana. Una investigación antropológica sobre el poder y la exclusión social (Lima: Crítica, 2021) César R. Nureña echa luces sobre una dimensión contemporánea del poder en el Perú. Valga la precisión: no busca colocarle un nombre ni identificar su fuente, su núcleo o su motor, sino observar cómo se manifiesta en la vida cotidiana. Sobre todo, observa cómo es percibido por la gente. A través de un acucioso trabajo de campo, Nureña hurga en las distintas formas en que la gente percibe la mecánica de la desigualdad, la exclusión y la subordinación y cómo es que todo ello se condensa en un término corriente del habla peruana, la argolla.

Esta forma en que describo el propósito de La argolla peruana ya es, a su modo, tendenciosa. El sentido declarado del libro—que fue originalmente una investigación académica—corre a la inversa: entender qué es la argolla registrando lo que la gente describe como tal, y a partir de ahí proyectarse hacia ciertas interpretaciones sobre la fisonomía del poder en el Perú. El resultado es un muestrario de los múltiples sentidos del término, sentidos tan proliferantes que terminan, en la práctica, planteando una equivalencia: la argolla es el poder, la argolla es la injusticia, la argolla es la exclusión. En general, toda práctica de abuso o de exclusión o de favorecimiento indebido es la argolla. Si bien eso no ayuda mucho a definir la estructura o la naturaleza del poder en el Perú de hoy en un sentido objetivo (posibilidad que seguramente no sería grata al autor), sí ofrece, en cambio, una mirada potente a la experiencia subjetiva del poder. Y, tal vez sin proponérselo, muestra hasta qué punto el poder descentrado que prevalece en el Perú es, para la población, una vivencia fantasmal, a la vez que concreta, hiriente. Quizá más hiriente, justamente, por fantasmal: una fuerza omnipresente, inasible, que no acertamos a descifrar. El uso omnímodo de argolla para todo eso—significante vacío, como bien señala César Nureña, recuperando el término en el sentido de Ernesto Laclau—es, digamos, una forma de capturar esa vivencia cotidiana y al mismo tiempo elusiva poniéndole un nombre.

Una realidad omnipresente

Pero antes de llegar a esa impresión, la lectura de La argolla peruana ofrece una meticulosa y sistemática observación de la forma en que una amplia gama de entrevistados experimenta una variedad de situaciones que designa como casos de argolla. No es fácil hacer justicia en pocas líneas a la variedad de situaciones y acepciones recogidas por Nureña. Estas surgen en entrevistas con personas que han experimentado tratos inequitativos, incluso de marginación, principalmente en el mundo laboral privado y público, o en el mundo académico. Es particularmente interesante, por lo demás, que la captura del fenómeno no se limite a la vivencia empírica sino que se amplíe a las interpretaciones que los individuos hacen de ello. Esto va desde la expresión de juicios morales hasta la formulación de interpretaciones sobre la mecánica del privilegio y la exclusión, ejercicios de sociología espontánea o teorías nativas que permiten al sujeto razonar las desventajas sufridas e incluso improvisar discursos críticos de pretensiones más amplias.

Ya que los testimonios sobre la argolla refieren situaciones tan heterogéneas, tiene especial interés el ejercicio de sistematización que hace Nureña. Simplificando inevitablemente el análisis, se puede decir que esa diferenciación descansa en dos ejes; uno en que vemos cómo la gente identifica y define a la argolla en tanto objeto social; otro que interpreta a las argollas en términos de relaciones sociales igualitarias o de relaciones jerárquicas de poder y dominación. 

Las argollas en cuanto objeto social son ubicadas en tres categorías, que no son mutuamente excluyentes. La argolla puede ser descrita como una organización social de pequeña escala, de algún modo análoga al concepto de redes sociales, o puede ser entendida como una práctica social, una forma de relación interpersonal y un empleo de capital social, es decir, de nexos útiles tejidos por un sujeto a lo largo de su vida. Es decir, puede parecerse a un club (o a una mafia) o puede ser percibida como un lazo de amistad, parentesco, camaradería, compadrazgo, paisanaje o cofradía, entre otras posibilidades.

Pero, y esta podría ser una de las tesis centrales del libro, en tercer lugar el uso del término argolla refiere a la situación de injusticia, postergación o incluso corrupción que la gente percibe como una realidad predominante en su vida cotidiana, y, sobre todo, en la competencia laboral o profesional. Conviene, sin embargo, plantear una precisión: en rigor, el tercer uso no es de la misma categoría que los dos primeros. Estos dos implican la definición de un objeto socialmente existente: una entidad o una relación social. El tercero, en cambio, antes que una designación, es un giro retórico que expresa un malestar; aquí, el uso del término es una exclamación de inconformidad y una crítica al orden social.

Sin embargo, se podría decir que esta tercera acepción del concepto de argolla entre la población es un resultado de los dos primeros usos, pues, como se muestra con abundancia a lo largo del libro, la gente designa como argolla toda situación en la cual se haya favorecido a alguien. El término argolla no designa, como cabría esperar desde una mirada teórica, un grupo cerrado, exclusivo y excluyente, con reglas muy estrictas de incorporación y con capacidad para monopolizar, dentro de cierto ámbito, algunos bienes materiales o inmateriales, desde vacunas hasta nombramientos. Al contrario, puede designar, por ejemplo, a un conjunto de amigos de la universidad que comparten información sobre oportunidades de trabajo en un grupo privado de Facebook o a la actitud de un profesor de posgrado que recomienda para un trabajo a algún estudiante especialmente exitoso. En este último caso, la sensación de inequidad está referida al aprovechamiento del capital social: es porque el estudiante estudió en determinada universidad que tiene acceso a esa oportunidad en particular.

Como se ha dicho antes, César Nureña señala que el término argolla llega a ser un significante vacío. ¿Con qué se rellena ese significante? Con todas las sensaciones de injusticia, tratamiento desigual e incluso frustración que genera una sociedad avara y selectiva en el ofrecimiento de oportunidades. Así, cabría pensar que la noción de argolla comunica una sensibilidad zozobrante, de la misma forma en que, en el polo opuesto, la noción de meritocracia, o, para usar términos más corrientes, las ideas de trabajo y esfuerzo expresan una sensibilidad marcada por la confianza en sí mismo y en el control del destino propio. Y la sensación de malestar que produce la percepción de una sociedad de argollas reside, entre otras cosas, en la impresión de que, tal vez, el trabajo y el esfuerzo sean inútiles en un mundo que funciona con reglas opacas y que está organizado sobre la base del privilegio. Puede ser interesante notar, por otro lado, que esas dos nociones—trabajo y esfuerzo—también existen como orientaciones típicas de la sensibilidad popular en el Perú, por ejemplo, dentro del horizonte cultural del emprendedurismo. No es casual, quizá, que la gran mayoría de entrevistados en esta investigación, si es que no todos, sean personas con formación profesional o técnica y que se desempeñan en el mundo laboral formal. Eso significa insertarse en un mundo de reglas y normas que se espera que sean respetadas, en un universo social en el que se espera encontrar canales de ascenso predecibles, al contrario de lo que sucede en el mundo de la aventura de la empresa o el autoempleo.

Una hebra del poder y de la dominación

Como dije al inicio, La argolla peruana no ofrece exactamente una hipótesis sobre la naturaleza del poder en el Perú de hoy, sino una mirada penetrante sobre cómo la gente imagina el poder. Y esto, además, no se refiere al poder político sino al poder social, esto es, a la trama de organizaciones, lazos sociales, ideas, reglas informales, arreglos jerárquicos que pautan la vida cotidiana de cada persona.La distinción entre lo que es y lo que la gente imagina que es se ha vuelto sospechosa en la ciencia social. Y, sin embargo, sigue siendo relevante para la producción de conocimiento sobre la sociedad. Es muy interesante, por ejemplo, constatar que la noción del racismo tiene una presencia muy discreta, en realidad mínima, en los testimonios sobre la gravitación de las argollas que ofrece el libro. Las argollas son portadoras, más bien, de una cierta racionalidad táctica y son descritas muchas veces como sistemas de alianzas, pactos de mutua promoción y protección entre individuos de estatus muy diversos. Esa forma de representación del poder social contrasta, evidentemente, con esa otra veta interpretativa, muy influyente en la ciencia social así como en la imaginación popular, que es la de la discriminación racial o étnica. Por lo demás, tampoco las cuestiones de género tienen prominencia en los testimonios, a pesar de la amplia presencia de esa mirada en la sociedad peruana de hoy. Esto no quiere decir, naturalmente, que los testimonios de parte sobre la argolla en el Perú sean erróneos o inconducentes, sino que ellos participan del desconcierto que la ciencia social, y no solo cada sujeto en su vida diaria, experimenta a la hora de ponerle nombre a la injusticia, a la exclusión y a la mecánica de privilegios que gravitan sobre la experiencia cotidiana. La investigación de César Nureña nos interna, así, en una veta de interrogación distinta, que se suma a otras –racismo, inequidad de género, desigualdad económica—ya existentes sobre esa vasta pregunta: ¿qué define al poder y cómo funciona la exclusión en el Perú de hoy?

31.10.2021

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