¿Seguimos viviendo en el capitalismo, o esto ya es el poscapitalismo, uno carente de horizontes revolucionarios? Quizás, sin notarlo, hemos entrado en una nueva era, y estamos inmersos en un sistema al que tal vez sea mejor referirse como feudalismo financiero.
Armen Avanessian – Miamificación
En estos tiempos en que las opiniones suelen circular al interior de gremios y cenáculos, es necesario proponer una suerte de dibujo colectivo abierto que incorpore varios puntos de vista. El paisaje de gentrificación que describe Santiago Dammert me permite sugerir así un engranaje global más complejo. Comparto la incomodidad que muchos de mis colegas de la escena artística contemporánea local sienten con todo lo que tiene que ver con Callao Monumental. A la vez, pienso que la suma de la viveza y la falta de escrúpulos de unos, con la ingenuidad y la estulticia de otros, hacen que este peculiar ejercicio de gentrificación sea digno del estudio de un buen equipo de investigación periodística. Y si se me apura, hasta daría para una serie televisiva, pues el asunto tiene todos los ingredientes para elaborar un ácido retrato-por extensión-de un significativo espectro de la sociedad peruana. Un cruce, no tan descabellado, entre, por ejemplo, The Wire y Al fondo hay sitio.
Un ejercicio de “planificación” urbana de corte neofeudal en un contexto de grave corrupción administrativa y de violencia ligada al narcotráfico; la lógica de los negocios propia de estos tiempos tardocapitalistas en que la existencia y los espacios de las personas son meros activos de cambio; sumándole a todo ello las aspiraciones de relumbrón artístico de impulsores, coadyuvantes y buena parte de sus participantes. Y, a modo de banda sonora, lo habitual en estos casos: No hagan olas y déjennos trabajar, ¿no ven que estamos haciendo negocios? Una cantinela similar a la escuchada en tantos otros lugares del globo.
Lo que Wynwood celebra es la gentrificación como tal, sin artistas molestos, procedimientos demorados, discusiones o la consideración del viejo mundo para con las sensibilidades de la gente. Bastan un par de boletos de avión y alojamientos de lujo para que los artistas pinten la ciudad en el soleado Miami. En este modelo del futuro, los artistas más jóvenes, (…), solo son necesarios como pintoresco relleno, y eso.
Armen Avanessian – Miamificación
Respecto a Callao Monumental, tengo todo tipo de intuiciones, he recibido algunos testimonios de primera mano, conozco personalmente a algunos de sus partícipes y doy por veraces las informaciones aparecidas en prensa, mas no tengo las evidencias concretas ni las herramientas como para elaborar un análisis en profundidad, no sólo desde el interior del entramado artístico, menos todavía si se hubiera de rastrear todas sus ramificaciones. Ante situaciones como ésta es cuando se necesita algo así como un CSI [Crime Scene Investigation] cultural.
Sin embargo, y a pesar de ser un ejemplo que evidencia muchas de las inconsistencias, debilidades y espejismos de éxito de la escena local, quisiera aproximarme a él de la manera más técnica y panorámica posible.
La cosa tiene miga y replantea (después de la presencia del multimillonario Trump en la Casa Blanca) si se está produciendo poco a poco, una sustitución de los gestores y expertos de la política y de la economía por millonarios, financieros y empresarios. (…) Una suplantación de los mediadores. Si así fuese, los que se habrían radicalizado serían esas élites que ahora pretenden gobernar directamente no sólo la economía sido también la política. Otro modelo de democracia. Lo que [se] ha denominado la ‘sociedad de la excepción’. Una nueva cúspide fabrica la esencia del discurso político e ideológico dominante bajo del manto de la sociedad abierta y de la globalización. Está cambiando la naturaleza del poder.
Joaquín Estefanía – La sociedad de la excepción
Un rasgo significativo que diferencia a Callao Monumental de otros modelos de gentrificación es que los artistas no les han allanado el camino a los promotores inmobiliarios por su cuenta y riesgo, como suele suceder en otros casos. Si bien estamos ante un barrio que por diversas razones ha ido decayendo, aquí no han llegado los creadores previamente a alquilar barato, ni tampoco han provocado por sí solos una revalorización de los espacios de la que luego otros se han aprovechado. En esta ocasión, los artistas y curadores, amén de otros agentes, han sido invitados como señuelo, y según diversas modalidades, a formar parte de una operación diseñada de antemano y en la que su presencia tiene/tenía una fecha de caducidad. En un contexto artístico precario, de incierta profesionalización, cuyas principales interacciones se dan en el ámbito de lo privado y en el que no hay políticas estatales definidas respecto a la creación contemporánea, muchos han optado por sumarse a la fiesta eludiendo las implicaciones éticas y políticas. O como dice el dicho: el encuentro entre el hambre y las ganas de comer. Eso, sin saber lo que luego ha acabado haciéndose público: las actuaciones delictivas relacionadas con el caso Odebrecht destapadas por la detención de su principal promotor ya hace un tiempo. Esta asociación entre los gobernantes corruptos del Callao y un agente privado como el mencionado, con capacidad de modelar el futuro de la trama urbana de un barrio, hace evidente la dejadez estatal y lo hipotecados que tenemos tantos derechos ciudadanos.
Antes fabricábamos mercancías. Nos dejaban vivir para consumirlas. El gran cambio es que ya no fabricamos mercancías. Somos la mercancía. Somos, por tanto, el beneficio. Lo que se ahorran en nosotros es el beneficio. Nuestras necesidades son el beneficio. Nuestra salud, nuestra casa, nuestra comida, nuestra ropa es el beneficio. Pasar a ser mercancía lo cambia todo. Cambia, incluso, nuestra alma. Ahora que carecemos de identidad, salvo la de ser una mercancía, estamos repletos de identidades, ocupando ese vacío. Muchas. Por nuestro sexo, por nuestro lugar de nacimiento, por nuestra ropa, por nuestros alimentos, por nuestros hábitos.
Guillem Martínez – Sobre las mercancías
Cuentan que, a mediados de la primera década del presente siglo, un reconocido coleccionista invitó a una serie de por entonces jóvenes promesas de la escena local a visitar la feria Art Basel Miami. El grupo viajó a conocer de primera mano uno de los lugares donde se suponía pasaban las cosas, o por lo menos aquello que en Lima no se daba. Es probable que este encuentro con la realidad más cruda del mercado del arte tuviera sus efectos pedagógicos y de algo sirviera a los elegidos. Lo que llama la atención, sin embargo, es la inversión de roles y valores que esto supone. En los años setenta u ochenta del pasado siglo el artista habría hecho de cicerone llevando al coleccionista al concierto punk más extremo o invitándole a conocer el garito sadomasoquista más bizarro. A principios del siglo XXI, la obscenidad había cambiado de bando.
La tesis básica de la post-contemporaneidad es que el tiempo está transformándose. (…) Ya no tenemos un tiempo lineal, en el sentido de que el pasado es seguido por el presente y luego el futuro. Es más bien al revés: el futuro sucede antes que el presente, el tiempo llega del futuro. Si las personas tienen la impresión de que el tiempo está sin eje, o que el tiempo ya no tiene sentido, o ya no es como solía ser, entonces la razón es, creo, que tienen, o todos tenemos, problemas para acostumbrarnos a vivir en un tiempo tan especulativo o dentro de una temporalidad especulativa.
Armen Avanessian – The Speculative Time Complex
Sabemos de la capacidad del dinero para construir y hacer posible la realidad, y no por ello deja de preocuparnos el contraste con la más que débil capacidad de agencia que muestran los artistas contemporáneos ante situaciones como la descrita. Nosotros, no sé ya si como supuesta comunidad o como mera suma de individualidades, solemos reaccionar desarticuladamente o a merced de los acontecimientos ante cualquier incidencia de este tipo, como sucede cuando se ejerce la censura contra alguna muestra, o como cuando se nos invita a participar en una encuesta/estudio de mercado que nos pone a competir, cual carrera de galgos, entre nosotros mismos, por ejemplo. A diferencia de otros ámbitos y escenas culturales locales, donde la criticidad no es una figura retórica y la autonomía se intenta ejercer de una manera más consecuente, con o sin ayudas del estado, en la del arte contemporáneo rara vez hay un trabajo interno a medio/largo plazo de construcción de contextos alternativos, ni de fortalecimiento de base, ni de pensar en otras lógicas más allá de las que de manera inevitable pone en juego el mercado. Trabajar en el rubro del objeto decorativo de lujo tiene sus limitaciones.
…debemos tener cuidado de no ir demasiado lejos ni de perder de vista que, básicamente, el arte contemporáneo es libertad.
Alain Dominique Perrin, director de la Fundación Cartier, París – Entrevista para El País
Quizás haya algún atisbo de esperanza. Recientemente una serie de conversaciones informales ha dado pie a un embrión de colección independiente y autogestionada por un grupo de jóvenes artistas y curadores limeños en lo que, imagino que a modo de guiño irónico, se conoce como la CCCP o Colección Cooperativa. En su propia definición, se trata de una “asociación creada para generar un acervo de arte a partir de pequeños aportes” de sus socios, quienes “toman así las riendas de la conservación del patrimonio y la construcción de una historia del arte que no dependa de grandes capitales”. El tiempo, los alcances conceptuales y la persistencia de lo que ahora es un primer gesto dirán si fructifica este intento de plantear un marco que, con reglas propias, opta por proponer otro tipo de relación y fines para con el capital simbólico, artístico y crematístico del que los artistas solemos desprendernos porque así son las cosas y porque no queda otro remedio. Tal vez, más que pensar en la historia del arte, que siempre acaba siendo escrita por otros, convenga enfocarse en cómo el arte les da el encuentro a las historias, esto es a la cotidianidad de la gente. Y en ponerse a imaginar qué cosas pueden ser posibles si se detenta y gestiona de manera diferente el valor inherente a la práctica artística.
Pregunta: ¿Pero que los coleccionistas más pudientes sean quienes dictan la agenda no implica un riesgo que se debe controlar?
Dani Levinas, coleccionista – Entrevista para Vanity Fair
Respuesta: Que estés en un museo no significa que puedas influenciar en nada. Por supuesto puedes hablar con el director y decirle estuve viajando y vi esto o lo otro, pero por ejemplo la directora de mi museo y su curador son totalmente independientes del board. (…) Un día me dijo Manolo [Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía] que él ahora se dedica a coleccionar coleccionistas.
Pregunta: Es curioso que diga eso, porque justo hoy he leído un artículo que asegura que la tendencia ahora es la inversa, que los supercoleccionistas coleccionen museos.
Sería bien importante que este ejercicio de darle la vuelta a uno de los lugares emblemáticos y de excepción contemporáneos–la colección privada–pueda hacerse sólido y abra la puerta a nuevas y diferentes iniciativas dadas las estrecheces, no sólo económicas, entre las que nos movemos. Tras la evolución de ciertos modelos como el del espacio independiente que ha devenido en ser un mero lugar de encuentro social sin ánimo de antagonismo y la reiteración de huachafas portadas celebratorias en las revistas glossy locales, cabría esperar un efecto multiplicador de este tipo de iniciativas ligadas a la fuerza de lo común y al poder de la (auto)representación. Pero quizás esto implique que también algo ha de variar en la propia naturaleza de la producción artística. La siguiente incógnita que aparece de inmediato es si es posible en el mediano o largo plazo la coexistencia de planteamientos que convivan en paralelo al entramado económico convencional o si éstos están condenados a fracasar y/o a ser cooptados. Y, más allá, en el horizonte, unas cuantas preguntas urgentes más: ¿El capitalismo puede o merece ser reformado o, por el contrario, hay que acabar con él? ¿Hay otras opciones a considerar que no sean el seguir a merced de su aceleración y recalentamiento?
En mi caso, la realidad te agarra por asalto, te lleva de un lado al otro. Por mi parte, he pasado de ser un artista de izquierda a tener clientes como Mario Testino. Soy un fabricante de objetos, pero trato de no ser fetichista[;] por eso me deshago de las cosas. El objeto en sí mismo puede ser una maldición y una esclavitud. Sé que me salen cosas de las puntas de los dedos, como un vicio, debo reconocerlo, y que hay momentos en que podría vender piedras.
Juan Javier Salazar, artista – Entrevista para El Comercio
Varias señales abundan en la idea de que el sistema del arte contemporáneo está en proceso de mutación hacia un futuro todavía no muy previsible. El agotamiento del modelo exposición/galería, la centralización del negocio artístico por parte de las ferias y la posterior conversión de éstas en marcos ultra competitivos donde sólo las grandes galerías tienen asegurada su permanencia, la conversión del objeto artístico en un mero bien de prestigio, financiero–cuando no especulativo–, la entronización del coleccionista como figura central de la escena, la alienación de sus públicos potenciales, el uso de los algoritmos ya no como meras herramientas de mercadeo y de determinación de trayectorias, sino como pilares de la nueva arquitectura económica del arte, son algunos de estos indicios.
Declaro a todos ustedes que a partir de este momento abandono el arte crítico para dedicarme a un formalismo más vendible y resultón, que además quede bonito en las casas de los cinco coleccionistas que hay en Lima. Que los dioses del Comité de Adquisiciones del MALI y de la Fundación Reina Sofía me guíen en este proceso.
Reciente comentario de un artista limeño en una red social
Al fondo, en algún lugar no conocido de este panorama, quizás todavía exista la posibilidad de ubicar un sitio desde el cual trabajar con perspectivas, maneras y objetivos más acordes con nuestras ideas. O de pronto no, y sólo nos quede construir un espacio nuevo que para seguir siendo el del arte tenga que llamarse y vivirse de otra manera.
La actitud es la de fundar un nuevo lenguaje que nos permita liberarnos de este lenguaje creado por las instituciones en el siglo XVIII y XIX, el lenguaje que habla del ciudadano, de las libertades, etc. No es algo que creamos nosotros en función de nuestras necesidades. Lo crean para nosotros, como si el expresarse no estuviera aquí antes de que ellos lo otorgaran.
Cristina Morales, escritora – Entrevista para El Español
Crédito fotográfico: Ibrehaut – Own work, CC BY-SA 4.0 (detalle)
22.03.2020