Heddy Honigmann. Cine y melancolía

Sonia Goldenberg

En homenaje a la realizadora Heddy Honigmann, recientemente fallecida, publicamos esta entrevista de Sonia Goldenberg, aparecida originalmente en Puente, Lima, 1, n. 2 (agosto de 2006): 36-41.

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Heddy Honigmann y sus 25 filmes han dado la vuelta al mundo varias veces, ganando premios en importantes festivales. En Holanda –país que se distingue por la alta calidad de su cine documental- ha recibido dos importantes premios por su trayectoria. La conocí en un festival en Amsterdam y tuve la suerte de ver sus películas en la retrospectiva que le organizó el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Finalmente sus obras podrán verse en Lima, en agosto de este año en el Festival de Cine de la PUCP. 

Después de Metal y melancolía, sobre los taxis y la debacle de la clase media en el Perú, filmada en 1992, Heddy volvió al país por unos días y conversé con ella sobre sus primeros pasos por el cine y su pasión por los documentales y la vida. 

Tus documentales tratan sobre los mismos temas: la memoria, el exilio, el sobrevivir… 

Desde mi primera película hasta el día de hoy, mis temas son los mismos. Incluso en una de las más pícaras, O amor natural -donde ancianos en Brasil leen la poesía erótica de Carlos Drumond de Andrade y evocan sus momentos de amor-, hay mucha melancolía por el erotismo perdido en los tiempos pasados. 

Y la memoria es el tema en Good Husband, Dear Son (Buen marido, querido hijo), donde conversas con las viudas y las esposas en un pueblo étnicamente limpiado en Bosnia… 

En esta película, la memoria es casi lo único que existe. Existe en fotos encontradas cuando se buscaban las fosas comunes, en un reloj detenido en el momento en que el hijo murió, en un par de instrumentos de trabajo o en un manzano. 

¿Cómo hiciste tu primer documental? 

Lo hice entre el primer y el segundo año de la escuela de cine. Eran dos años de estudio; el segundo año tenías que hacer tu película final. Fue sobre los beduinos porque cuando estuve en Israel rápidamente me junté con un grupo de paz, Shalom Akshav. En esa época se estaba construyendo un asentamiento nuevo en el sur, en el desierto del Neguev… Fuimos a protestar y delante de mis ojos ocurrió la evacuación forzosa de los beduinos y vimos la destrucción con bulldozer de todo un cementerio beduino… Y los veías llorar, y allí se me quedó la idea de hacer algo con ellos. 

En este documental de 45 minutos hice un 60% de la cámara… Mi tía me había regalado un Expectra, que era en esa época un medidor profesional de luz. Yo estaba con el Expectra feliz y contenta y habíamos alquilado una Arriflex, una cámara que ya ni se usa, fuerte y muy pesada; nadie la puede malograr. Hacer la cámara me hizo entender cuál es una de las tareas más importantes de un director. Cuando doy clases es lo que también digo: señoras y señores la tarea del director, una de las más importantes, es saber dónde se pone la cámara; si se pone aquí o si se pone allá va a ser una cosa muy diferente. Me enseñó a pensar también en la luz, en los planos, en el montaje. 

No estuvo mal la película… Imagínate, la única película mía que se pasó en el festival de Venecia. 

Tu primera película de estudiante, ¿se pasó en el Festival de Venecia? 

¡Y nunca más! (risas). Además se pasó en Londres, en Rotterdam, en varios lugares… 

Y después de ese documental, ¿el siguiente fue Metal y melancolía

Sí, luego de años y años de ficción. Era una idea que se me había quedado desde el 89 cuando vine con mi ex esposo holandés y mi hijo a visitar el Perú después de más de diez años. Un día, en la Avenida Arequipa, yo quería tomar un taxi. Recuerdo que un señor salió por la puertecita de su casa, le dio un besito a su esposa, caminó hacia un jardincito donde estaba su carro, pegó un letrero de taxi y salió y yo lo tomé. Le pregunté si “era una costumbre pegar un letrero así”. “No, señora”, me dijo, “yo no soy taxista profesional; hago taxi solamente en las mañanas y en las tardes, cuando regreso, para pagar la gasolina”. Comencé a hablar con él y era toda una historia. Entonces, como toda la gente me preguntaba “¿Cuándo va a hacer usted una película en el Perú?” y yo no sabía cuándo porque, ¿sobre qué cosa voy a filmar?. Les decía: “a los campesinos no los conozco bien; tengo que hacer una película sobre mi clase social, sobre algo que conozca”. Y llegó el momento en que había terminado una película de ficción que no estuvo buena y, como yo estaba cayendo en la rutina, me dije: “¡No!, ahora te tienes que mandar al documental, tienes que empezar a improvisar, a recuperar tu sentido del humor, tu picardía, hacer una película en tu propio idioma”, y la hice. 

¿Cuánto duró la investigación?

Fue un mes en el que tomé más de cien taxis. Me iba de un lado a otro en Lima, la conocía entonces, le decía al chofer: “lléveme al cruce de…–de qué se yo–de Larco y Benavides, o lléveme a la Plaza de Armas”, si el chofer me interesaba. O me bajaba antes de dos cuadras y…“¡Ah, no! Disculpe señor, le doy un sol porque–no sé–me he olvidado mi cartera en la casa”. Pero cuando ya alguien me interesaba, terminaba contándole la idea de la película y lo llevaba a la oficina de Incafilm que estaba en una transversal de la Arequipa, que nos estaba ayudando en la producción. 

¿Filmada en el 92? 

Sí, justo después de que Abimael fue capturado, lo que a mí me dio un miedo horroroso. Llamé como cinco veces a la producción en el Perú para que por favor subiesen a los taxis a ver si todo el mundo sólo hablaba de Sendero porque yo no quería hacer una película sobre Sendero Luminoso; quería hacer una película sobre la debacle total de la clase media, con esa poesía que siempre existe en el Perú… como cuando fuimos juntas al Cordano y hablamos con el mozo más antiguo del bar más antiguo de Lima y nos dijo: “nuestra alma no más se quedaba aquí”. Era cuando cerraban más temprano por el toque de queda…¿Te acuerdas?… Tú y yo nos miramos… Podía haber sido una frase de Metal y melancolía. Varias veces he escuchado esas frases que no puedes oír en otro país. Estoy totalmente convencida de que ni en Colombia ni en Argentina ni en ningún lugar hay esta enorme poesía que tienen los peruanos, que siempre te sorprenden haciendo instant poetry… 

Poesía instantánea… 

Poesía instantánea para sobrevivir… Los taxistas son maravillosos. 

Me gusta mucho que Metal y melancolía termine con los retratos de los taxistas y sus taxis.

Es una manera de rendirles homenaje; es la carcocha, el metal, que se está cayendo a pedazos pero muy honorablemente porque todavía está allí, y el chofer representa la melancolía, el pasaje de una clase a otra, la destrucción de toda una clase media que se fue. El otro día, me encontré un chofer que había sido profesor en la Villarreal; yo le dije: “me está haciendo una broma”. “No, no, señora”… Tendría que hacer Metal y melancolía número dos, pero peor; tendría que ser diferente, no puedes repetir. 

¿Cómo nace el nombre, Metal y melancolía

De algo que dijo un poeta español hablando del Perú… En Caretas leí una mención sobre este poeta que creo que nunca vino; decía que era un país lleno de metal y melancolía. Y allí quedó el título. Y a Jorge Rodríguez Paz, un actor que había hecho taxi en su vida real -fue actor en roles secundarios en muchas películas de Lombardi- le pedí que lo diga. Una licencia poética, sí, pero siempre tiene que haber algo real y él había hecho el rol de taxista; creo que la película se llama Maruja en el infierno. Había hecho taxi para ganarse la vida, como todo el mundo. En ese momento ya no hacía, pero lo hizo para nosotros, lo que no debería contar porque los periodistas dicen entonces que estás manipulando…¿Te puedes imaginar en Dame la mano, que es una película sobre un lugar de rumba cubano en New Jersey?… La filmé en cuatro noches que se convierten en una… ¡Gran crítica! ¿Por qué no fue en una sola noche? Yo digo: “¡Háganlo ustedes en una noche!” Filmé cinco canciones con el baile, con los cantantes, con los bailarines, con el público, con los tambores, con ese sonido… 

Y sin que se note… Es cine documental.

Exactamente. Recuerdo que una vez estábamos en un festival y una amiga del jurado me dijo: “¡Oh, ahora el jurado tiene que decir cosas sobre el cine documental, ¿tienes alguna cosa interesante que decir?” Yo acababa de leer una entrevista con André Techiné, el director francés que me encanta, en Cahiers du Cinéma. Él dijo: “le cinéma–hablando del cine de ficción–c’est simplement la mise en scène des émotions” (el cine es simplemente la puesta en escena de las emociones). “Tú diles que el documental es simplemente la puesta en escena de la realidad. Porque la realidad es complicadísima; tienes que agarrar un pedacito para iluminarla, para explicarla, para entenderla mientras la estás filmando. Y para hacer eso, tienes que organizar cosas”. 

Volviendo a Metal y melancolía, me contaste el descubrimiento que hiciste cuando un taxista te hizo escuchar una canción que a él le permitía revivir el amor que tuvo con una italiana que se fue… 

Todos los choferes tienen una forma de sobrevivir, viven por algo o con algo. Este chofer lo único que tiene es su memoria y una canción, y con eso sobrevive. Siempre lleva la canción con él en su carro. En la filmación me sorprendió con este regalo de contarme sobre esa canción que habían comprado juntos y me preguntó si la quería escuchar, filmando. “Póngala”, le dije, y lo ves allí dudando… y comienza a cantarla. Era un pasillo del Ecuador… Fue un momento muy hermoso.

¿Qué es lo que te apasiona del documental? 

Para mí, en realidad, van desapareciendo las diferencias entre hacer documental o hacer ficción; claro que en la ficción tienes el guión escrito, con diálogos y le puedes pedir a los actores que se paren de cabeza si es que es necesario, pero nada sobrepasa a las historias reales. 

Es una redundancia cuando una película de ficción te dice al inicio: “esto está basado en una historia real”, porque a la gente le gusta las historias reales y cree que las historias no son reales, y casi todas las historias de ficción son tan reales como las historias de documental –claro, no estoy hablando de películas como The Matrix o Spiderman. Pero te metes en una realidad en la ficción que está mucho más manejada que la realidad que encuentras en bruto, que es como un diamante no pulido, y es muy difícil de pulir. Filmar el documental se parece mucho más a vivir que la ficción. La ficción es el mundo controlado: tienes el set, las cámaras, los actores, todos los planos y dibujitos, las escenas y los diálogos; muy diferente es tener una idea fílmica para un documental… 

La idea fílmica no es un tema. No me propuse filmar la caída de la clase media en el Perú, nunca lo pensé así; me decía: “voy a hacer una película sobre los choferes de taxi, la clase media metida en el taxi”. Ya tienes la idea fílmica de Metal y melancolía

Pues tienes a los choferes y detrás de ellos siempre está la ciudad, con sus barrios diferentes, los vendedores ambulantes que vienen al taxi, etcétera.

Pero no te respondí por qué me gusta el documental… Porque este diamante no pulido; tienes que ir puliéndolo mientras filmas; lo tienes ahí, pero es filmando cuando lo vas puliendo y eso es lo lindo. Y, naturalmente, luego en el montaje. 

Sabes lo que buscas, pero siempre encuentras algo que te sorprende… 

Eso también ocurre –de otra manera- en la ficción, si lo permites… Cuando filmé Au Revoir, un buen amigo cineasta me mandó una cartulina postal donde había una frase de Renoir que decía: “cuando filmes en el set siempre deja una ventana abierta para que el viento entre y traiga ideas”. Y en el documental todas las ventanas están abiertas, y solo las tienes que dejar abiertas… Hay documentalistas que las cierran. A veces escucho de documentales donde la persona está leyendo sus preguntas y va con su papelito siguiendo al pie de la letra su guión…

El goce del documental es ése, que las ventanas están siempre allí. En el set tienes que crear una ventana y abrirla; en el documental, están toditas allí y las tienes que dejar abiertas; están alrededor tuyo, mirándote, y te acompañan y te dan alegría y te muestran cosas, o te entristecen, o te vuelves loca de no encontrar algo que buscas, y abres otra ventana nueva y te mandas por una pista que no conoces. Eso es lo maravilloso del documental.


Crédito de la imagen: Captura de Metal y melancolía. DOCMA. Asociación de Cine Documental (https://docma.es/)

[cite]

02.07.2022

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