En tiempos de pandemia, una representación espacial de la realidad puede matar. Es la triste lección del debate generado alrededor de una supuesta inmunidad a la COVID-19 de las poblaciones que viven en las alturas. En abril del 2020, Arias-Reyes et al. publicaron un artículo en una revista de Elsevier, reconocido editor de literatura científica. Redactado según las reglas de las ciencias duras, en su trabajo los autores explicaron las razones por las cuales pensaban que la adaptación a la vida en las alturas podría proteger a los habitantes de la penetración del virus del SARS-CoV-2, describieron el método por el cual iban a testear esta hipótesis y discutieron los resultados. En el cuerpo del texto, presentaron mapas topográficos de China -incluyendo a Tíbet- y Bolivia, combinados con datos de ubicación de los casos de Covid-19 a esta fecha. En estos mapas se podía efectivamente constatar que había muy pocos casos de Covid-19 en sitios ubicados a más de 3000 metros de altura. Estos resultados iban reforzados por un gráfico en el cual se mostraba la distribución de los casos de COVID-19 en el mundo en relación con la altitud de los sitios donde se habían registrado. Estos resultados fueron luego vulgarizados por una gran cantidad de medios de comunicación. Pese a las dudas que manifestaron localmente los geógrafos frente a tan pocos elementos de demostración, por lo menos hasta el mes de junio, muchas personas pensaban en el Perú que la altitud protegía de la COVID-19. La crisis sanitaria actual en Cuzco y Puno demuestra que no existía tal protección.
¿“Mentían” los mapas realizados por Arias-Reyes et al.? Probablemente no en el nivel de los datos utilizados. Pero los autores parecen haber caído en un error de interpretación llamado “error ecológico”, el cual consiste en pensar que dos fenómenos parecidos en su distribución espacial están vinculados entre sí por una relación de causa a efecto. Utilizar a un territorio como “individuo” estadístico significa juntar muchos datos en uno solo. Por ejemplo, ciertos conjuntos de territorios pueden a la vez tener una baja oferta laboral y atraer a más migrantes que otros grupos con mayor oferta: el misterio se resuelve cuando uno se da cuenta de que también tienen buen clima y que los migrantes son mayormente personas jubiladas. En el presente caso, una razón muy probable de la coincidencia entre altitud y baja tasa de contagio es que el virus se desplazó por el mundo llegando primero a los sitios más conectados, es decir, donde están ubicados los principales aeropuertos. A estos sitios ingresó un gran número de personas portadoras del virus antes que las autoridades se dieran cuenta y pudieran tomar medidas. Este tipo de aeropuertos, por diversas razones técnicas e históricas, casi no existen en las alturas. Además, el método escogido por los autores no les permitía contrastar los ejemplos de Tíbet y Bolivia con otros casi libres del coronavirus. En efecto su gráfico mostraba la distribución espacial de los casos, lo cual no permitía ver que, por ejemplo, gran parte de África Occidental, casi a nivel de mar, tampoco estaba contagiada en esta fecha. El apuro por difundir una información esperanzadora indujo luego a pensar que sitios como Cuzco o Puno no se verían afectados, con las tristes consecuencias que vemos hoy en día: están preparados muy débilmente, pese a haber tenido meses para anticiparse a la situación actual. Esta poca previsión tiene, por supuesto,también otras causas.
Con este ejemplo no se quiere decir que no haya que intentar cartografiar los fenómenos o entender su distribución espacial. Lo importante es recordar que los mapas son como cualquier otro discurso, incluso cuando están acompañados de un texto de apariencia muy científica, con cifras y referencias: una interpretación de la realidad, la cual debe ser leída siempre con mucho espíritu crítico. Cuando uno lee un mapa, debería hacerse las mismas preguntas que con un texto e indagar si el autor está demostrando realmente lo que pretende demostrar. En el presente caso, los mapas tan solo mostraban que había pocos casos de Covid-19 en las alturas a la fecha. Nada más.
Varias de las cartografías que se elaboraron en el Perú en el curso de la pandemia también tienen que ser analizadas y utilizadas con mucha precaución. El “mapa del calor” de ESSALUD que se nos mostró en diversas oportunidades en la televisión y se difundió también por las redes sociales es otro ejemplo de discurso cartográfico frente al cual es necesario conservar una actitud crítica. La cartografía mostraba, en el caso de la aglomeración de Lima-Callao, la ubicación de los domicilios de las personas contagiadas por la COVID-19, sobre la base de los datos de RENIEC, y dibujaba alrededor de estos puntos un halo de colores encendidos, como si las personas desde sus domicilios fuesen a difundir el contagio a varias cuadras a la redonda. Sabemos, sin embargo, que el nuevo coronavirus no se desplaza por sus propios medios de casa en casa, de tal forma que esta representación daba una imagen muy equivocada de lo que podía pasar en la realidad. Durante semanas, muchas personas creyeron que se tenía que evitar tal o cual esquina, tan solo porque cerca de esta esquina vivían varias personas contagiadas. Más útil, desde luego, hubiese sido elaborar una información aproximada de donde las personas pensaban haberse contagiado, lo cual hubiese permitido mostrar más rápidamente que los mercados y supermercados, los transportes, pero también las rutas recorridas para distribuir víveres a los hogares considerados como vulnerables eran lugares de contagio tanto para los usuarios como para los trabajadores, sean éstos vendedores, choferes, policías o personal municipal.
La poca difusión de información básica a un nivel detallado al inicio de la pandemia no permitió que se elaboraran muchos mapas. Cuando esta información fue finalmente revelada, se hizo evidente que iba a ser muy difícil de analizar, por los defectos encontrados en las bases. A pesar de esto, varios autores e instituciones emprendieron la tarea. Se propuso, por ejemplo, el semáforo epidemiológico, el cual permite visualizar los casos positivos por 100,000 habitantes en la semana de referencia, por distrito. Este mapa se basa también en la localización de los casos positivos pero a diferencia del anterior, no busca mostrar un fenómeno de difusión sino tan solo una situación estática. No pretende informarnos sobre mecanismos de contagio o sitios muy localizados que se puedan o tengan que evitar. Por su elaboración a nivel distrital, nos da una información útil: un ratio que vale “en promedio” para pequeñas regiones donde conviene enfocar la mirada. Se podría criticar la mayor importancia visual que la representación por superficies coloreadas, en vez de símbolos proporcionales, otorga a los distritos de gran superficie, así como la casi desaparición de los distritos pequeños, por lo general los más poblados (la malla distrital se ha ido dividiendo justamente para atender mejor a las poblaciones numerosas). Muchas ciudades, por lo tanto, casi desaparecen de la imagen, incluso cuando se cuentan entre los sitios más afectados. Sin embargo, utilizada con criterio, y prestando particular atención a que no pone en valor el contagio en zonas urbanas, es una cartografía que probablemente sea de ayuda para salvar vidas. De hecho, la técnica de los colores “semáforo” se ha utilizado en otras partes del mundo para avisar a la población de tales o cuales sitios que, estando en zona roja o anaranjada, no podían salir aún del confinamiento.
Algunos autores han tenido la ambición de mostrar a través de mapas la forma como el contagio avanzaba entre lugares, lo cual sin duda ha permitido entender mejor los procesos y factores de contagio. Dionel Martínez, Camila Delgado e Iván Lopez mostraron que, en la Amazonía, “el virus [se instaló] en las áreas más dinámicas en términos de flujos y [se trasladó] luego a aquellos espacios con los que estos centros tienen mayor interconexión”. De ahí la necesidad de evitar los flujos de cualquier tipo desde estas áreas. Para el caso de Ica, María Teresa Oré demostró que el contagio se instaló mayormente en los barrios donde viven los trabajadores de las agroexportadoras, porque siguieron desplazándose en medios de transporte no bioseguros hacia las plantaciones durante el periodo de cuarentena. [1] Estos traslados incluso podrían explicar la velocidad del contagio en la costa a inicios de la pandemia, no solo en Ica sino también en otros sitios. Estos mapas y análisis hubiesen podido salvar vidas si hubiesen sido tomados en cuenta. Se entiende, sin embargo, que no hubo tal voluntad. Las causas del contagio rápidamente fueron atribuidas a la pobreza y a la indisciplina de la gente, cuando los mapas combinados con elementos de información de campo demostraban que subyacían mecanismos más generales y relacionados con decisiones políticas, como la de mantener la actividad de las agroexportadoras, pese a no ser esenciales, o de autorizar el regreso de los llamados “caminantes” a sus pueblos a destiempo. En el último caso, por ejemplo, mejor hubiese sido dejarles unos días a inicios de la cuarentena para regresar a sus casas cuando el virus aún no estaba tan difundido entre la población en general. Esta decisión, sin embargo, suponía darse cuenta de que mucha gente se desplaza temporalmente hacia las ciudades y otros sitios, por diversas razones, que van desde trabajar o estudiar hasta visitar a familiares o utilizar servicios que no están presentes en todas partes.
Algunos autores e instituciones se han dado como tarea cartografiar datos más complejos que sólo los casos positivos, como por ejemplo los fallecimientos por Covid-19. Más allá de darnos una idea del sufrimiento que se está viviendo en muchas partes del país, estos mapas muestran en realidad el resultado de varios fenómenos a la vez: el contagio mismo, la vulnerabilidad de la población y el acceso que puede tener a servicios de salud de calidad. La interpretación de estos mapas es, por lo tanto, mucho más compleja. Los datos sobre la muerte por Covid-19 han sido muy debatidos últimamente y podemos sospechar que los subregistros están más concentrados en ciertos sitios. El medio de prensa Ojo Público ha elaborado recientemente un mapa que combina datos sobre la mortalidad con información sobre los niveles de servicios básicos, sin que la representación permita llegar a conclusiones muy claras. La representación escogida, que muestra tasas con símbolos proporcionales y opone colores verdes para mostrar muertes en el campo y rojos para tasa de mortalidad en las ciudades, hace que este mapa sea difícil de interpretar. Sin embargo, ese esfuerzo es importante en la medida en que poco se ha hecho en el Perú – en contraste con otros países donde la Geografía está más difundida, como México– para elaborar sistemas de información geográfica específicos para entender mejor la pandemia, con capas de información que permitan combinar indicadores y darse cuenta, por ejemplo, de la llegada del contagio en un momento dado a zonas con muy poca infraestructura.
Desgraciadamente, las cartografías más sesgadas y con los datos menos útiles para la población han sido las que se han difundido con mayor celeridad, tal vez porque daban la esperanza de que algunos sitios podían evitar el contagio o permitían pensar que bastaba con evitar ciertas esquinas para ponerse a salvo. Los análisis que dan cuenta de los mecanismos del contagio han sido menos difundidos aún entre el público en general, y parece faltar la capacidad de mirar desde muchos ángulos diversos las formas espaciales del contagio y las reacciones del sector salud y de la sociedad en general. Esto hace más importante aún que la sociedad civil se organice localmente para observar las evoluciones de la situación, medir sus fuerzas y adecuar las medidas generales a sus casos particulares. El Estado central, sin cruzarse de brazos, parece muchas veces escoger medidas unidimensionales: apuntar a los mercados, después a los transportes, después a las reuniones familiares. Si bien toman en cuenta en algo los mecanismos y espacios, su reemplazo por medidas multidimensionales apoyadas sobre cartografías analizadas gracias a los conocimientos que ciudadanos y especialistas tienen sobre los territorios significaría, para miles de personas, la diferencia entre la vida y la muerte.
[1] Debate Cuestión de crisis. Territorios y poblaciones. AF, IFEA, IRD, France Volontaires, 11 de agosto 2020.
Crédito fotográfico: Musuk Nolte
20.08.2020