El colapso de parte de la muralla exterior del sitio arqueológico de Kuélap ha puesto una vez más sobre el tapete las tensiones entre sociedad, Estado y patrimonio en el Perú, exponiendo la suma de intereses que privilegia la explotación inmediata de ese legado antes que su preservación para generaciones futuras, así como la correspondiente ausencia de una política cultural apropiada. En años recientes, hemos visto casos de similar o mayor gravedad, puesto que los daños ocasionados por la construcción del MUNA en Pachacamac o el hotel Sheraton en la ciudad del Cuzco son irreversibles.
Aunque quizás haya poco de novedad en la dinámica que opera en estas situaciones (llamadas de alerta de los especialistas, inacción, crisis, indignación generalizada y promesas de acción hasta la siguiente crisis), sí resalta el contraste entre las reacciones que ha despertado la administración irresponsable del antiguo complejo de Kuélap, por un lado, y, por otro, las reacciones locales mucho más tibias o esporádicas ante la destrucción, a vista y paciencia de todos, del paisaje natural, histórico y cultural de Chinchero debido a un proyecto de aeropuerto internacional.
¿En qué radica la diferencia? ¿Por qué la paulatina destrucción de un sitio arqueológico producto de la inacción estatal parecería más tolerable para una parte de la ciudadanía y de los medios que la sistemática destrucción de otro como parte de un proyecto en el que convergen abiertamente intereses estatales y privados? En el entendido de que no se trata únicamente de hacer un ejercicio de interpretación (siempre necesario) sino también de pensar en claves que permitan incorporar el patrimonio y el campo cultural al debate sobre la crisis actual, invitamos a varios autores a compartir su punto de vista.
19.04.2022