La emergencia del “motoso terruco” en la política peruana

Virginia Zavala Claudia Almeida

La palabra “motoso” no es nueva en nuestro país. Viene circulando desde hace bastante tiempo para hacer alusión a la persona que tiene transferencias vocálicas del quechua en el español que usa. Se refiere, por ejemplo, a una persona que pronuncia “mesa” con una vocal que puede sonar más a “misa” para el oído de los castellano hablantes (o bien al revés). A pesar de que las transferencias lingüísticas en general son completamente normales en cualquier proceso de adquisición de lenguas, la transferencia vocálica del quechua en el español se ha naturalizado en el imaginario de los peruanos como un rasgo que refleja a “un indio ignorante que no habla bien el español”. Sabemos, sin embargo, que usar un recurso lingüístico no determina una forma de ser específica y que la identidad antes aludida es un mero producto de la ideología.

Lo que hoy resulta nuevo es la forma en que la palabra “motoso” ha empezado a propagarse en la esfera política peruana con el objetivo de racializar, reubicar y sobre todo silenciar a personajes de la política que son vistos como potenciales amenazas al orden neoliberal imperante. Sobran ejemplos. Se ha motoseado a Yonhy Lescano durante su etapa como congresista y candidato a la presidencia de la República (“Delito es que Lescano hable con su mote horroroso”, Twitter, 11-10-18); a Vicente Zeballos al convertirse en ministro de Justicia, premier y embajador del Perú ante la OEA (“Se podrá remojar en lejía pero su mote”, Facebook, 3-9-20); y ahora a Pedro Castillo al pasar a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales (“El problema de Castillo es que no se le entiende nada cuando habla, es muy motoso y limitado para expresarse, con eso ya no se puede hacer nada”, Twitter, 25-4-21). En sentido estricto, Lescano, Zeballos o Castillo no hablan lenguas originarias y tampoco muestran una fluctuación vocálica en su español.

            Lo que más llama la atención es que muchas veces la palabra “motoso” (o la alusión a no hablar bien el castellano) aparece actualmente junto a la de “terruco”, “rojo” o “comunista”. Aquí nuevos ejemplos: “Me malogran la mañana con ese MOTOSO pro terruco” (en relación a Lescano, Twitter, 18-12-17); “Garrapata comunista impresentable a las justas habla castellano masticado” (en relación a Zeballos, Facebook, 28-8-20); o “En qué cabeza cabe darle el poder a un motoso terruco” (en relación a Castillo, Twitter, 13-4-21). Incluso se ha motoseado al abogado Ronald Gamarra, ex procurador de la nación involucrado en la lucha contra la red de corrupción del fujimorismo: “Quien mierda eres tu terruco de porqueria para descalificar a los que han sido puestos allí por los votos de millones, ubicate motoso de mierda” (Twitter, 26-9-19).

            Esta articulación entre “motoso” y “terruco” (y sus variantes) no es producto de la casualidad. Ha comenzado a emerger precisamente cuando políticos no limeños y con idearios que no se ajustan al modelo económico dominante se encuentran conquistando espacios antes inimaginables dentro de la política nacional (Congreso, Poder Ejecutivo, Presidencia de la República). La articulación entre “motoso” y “terruco” parece ser una estrategia multifuncional pues, además de racializar, reubicar y silenciar a una “amenaza política”, busca mantener un status quo donde el ejercicio del poder solo puede ser desplegado desde Lima y por las mismas élites dominantes. Como el uso de “terruco” por sí solo ha comenzado a volverse obsoleto para deslegitimar o anular las voces disidentes, el reciente uso estratégico de “motoso” o aquel que “no sabe hablar castellano” se asienta sobre agendas políticas conservadoras desde nuevas categorías. El punto es que, curiosamente, ya no tiene una base lingüística. Esta vez se trata de una reinvención que está al servicio de la ideología dominante y que termina beneficiando a grupos de poder que buscan silenciar las “amenazas políticas” y devolverlas “a su lugar”. Más allá de comprobar la supuesta “motosidad” lingüística de estas personas (o de evaluar sus posturas políticas), nos parece central preguntarnos: ¿Qué añade la etiqueta de “motoso” al ya señalado como “terruco”? ¿Quiénes son los sujetos que, desde una posición de poder, “escuchan” el supuesto motoseo de estas personas y qué intereses subyacen para desautorizarlas?


Fotografía cortesía de Musuk Nolte, 2020

01.05.2021


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