Una lectura crítica de «Breve historia general del Perú»

Sergio Saez Diaz

Existe una deuda pendiente de los arqueólogos con la sociedad. Es cierto que la mayoría de nosotros escribe y expone pensando más en un público académico que en comunicar nuestras investigaciones al público en general, pero aún así no hacemos mucho por revertir este problema. Si bien hay buenos comunicadores, se trata por lo general de esfuerzos individuales, casi siempre enfocados en los aspectos más espectaculares de la arqueología, en lo monumental, y en las evidencias dejadas por las clases gobernantes de las sociedades estatales precoloniales. Tenemos así los archiconocidos ejemplos de Caral, el señor de Sipán, la señora de Cao, las mujeres de El Castillo de Huarmey, Machu Picchu, la ciudad de Wari, etc. La población que hizo posible todo ello es casi desconocida o recibe menciones limitadas.

Siendo así, uno siempre está expectante ante el anuncio de libros de difusión escritos por arqueólogos. Sobre todo, si se trata de uno de los personajes más influyentes en la historia de la disciplina en el Perú y que fue una presencia en documentales, periódicos y conferencias, siendo consultado sobre una infinidad de temas culturales e, incluso, convocado como analista político. La publicación de Breve historia es importante por todo esto, pero también porque resultó siendo un éxito de ventas en un país en donde la divulgación histórica más popular está principalmente en manos de comunicadores o ingenieros, no siempre bien informados (algunos incluso difundiendo bulos).1 Que un intelectual del peso académico y político como el de Lumbreras publique un texto que probablemente servirá de manual de historia de muchos peruanos, llegando a un público más amplio que el que cualquier otro arqueólogo pudiera alcanzar, hace indispensable una reseña crítica.

El libro puede dividirse en tres partes de aproximadamente la misma extensión. Los primeros dos capítulos sirven de introducción, seguidos de cuatro capítulos dedicados a los periodos precoloniales y dos finales para la Colonia y la República. Desde el inicio, vemos un desbalance en el espacio dedicado a cada periodo, puesto que los menos de 500 años posconquista tienen la misma extensión que los casi quince milenios anteriores. Otro problema inicial es el de la cronología. En nuestra reseña sobre la nueva edición de Pueblos y culturas,2 ya habíamos señalado cómo la propuesta de estadios de Lumbreras, innovadora en su momento y aún vigente, había sido modificada y ahora carecía de utilidad, toda vez que no coincidía con los cuadros presentados en su texto ni con la narración desplegada.3 En esta ocasión, se nos presentan varias cronologías diferentes, ninguna de las cuales es explicada de manera adecuada. La primera de ellas es la que articula el texto desde el índice: Poblamiento humano (14000 – 5000 A.C.), Época Primordial (7000 – 800 A.C.), Época del Dominio Teocrático (1200 – 400 A.C.), Época Antigua: los Estados Originarios (400 – 1572 D.C.), Época Moderna: el Estado Colonial (1536 – 1824 D.C.) y Época Contemporánea: el Estado Nacional (1821 – 1968 D.C.). Estos términos no sólo nunca son explicados en detalle, sino que se superponen entre sí e, incluso, se dejan siglos  sin considerar (el lapso de 800 años entre Dominio Teocrático y Época Antigua). En cada capítulo este esquema es abandonado por la propuesta de estadios llamados Arqueolítico-Cenolítico que ya había expuesto en Pueblos y culturas [91-93] y que son seguidos por Arcaico Inferior y Superior, este último con un fechado nuevo de 4000/3000 – 1800/1000 a.C. [121]. A ellos les sigue el Formativo Inferior, Medio y Superior, pero también se utiliza los términos Inicial y Tardío [103, 134], que corresponden a una cronología distinta.4 Considerando sólo la periodificación, cualquier persona sin formación arqueológica o que no conozca previamente cuáles son los debates alrededor de las secuencias terminará confundida, con fechas y términos poco útiles.

Pasando al contenido, el primer capítulo está dedicado a narrar cómo empezaron los estudios del pasado precolonial andino. Se resumen las discusiones históricas y teóricas, así como las motivaciones políticas y económicas detrás de la expansión imperial de la Edad Moderna que impactó al desarrollo de las ciencias sociales. En el segundo capítulo Lumbreras aborda la historia de las investigaciones sobre el pasado peruano. La larga lista de pioneros y científicos se intercala con dibujos que no se articulan con el texto ni tienen descripciones. En los capítulos posteriores esto no presenta un problema importante (cada imagen se corresponde con el párrafo anterior en la mayoría de los casos), pero en este capítulo nos encontramos con rostros que la mayor parte de los lectores no tendría cómo reconocer. Por otro lado, un punto interesante es la reiterada mención a que los primeros investigadores exportaron las piezas de material arqueológico peruano. Este tema es particularmente sensible puesto que el Perú es uno de los países que más sufre del tráfico de patrimonio cultural y recientemente se han publicado trabajos que tocan esta temática de forma crítica y extensa.5  Sin embargo, resalta notoriamente la omisión de las exportaciones que realizó Julio C. Tello, incluso tras haber criticado a aquellos investigadores que sacaron material arqueológico con fines de investigación. Este sesgo revela una perspectiva nacionalista que permea toda la obra. El capítulo culmina con un breve resumen del periodo entre la conquista y el siglo XX [75-83], lo cual no tiene sentido en la estructura del libro debido a que este lapso tiene dedicado los dos capítulos finales.

Los siguientes cuatro capítulos deberían haber sido los más detallados, no sólo por la formación de arqueólogo del autor, sino también porque representan a distintos pueblos a lo largo de varios milenios. Sin embargo, el tratamiento que se le da a cada tema es excesivamente superficial, dejando una imagen tan disminuida que no podemos decir que uno termine conociendo realmente lo que sucedió en el territorio andino antes de la conquista. El caso más grave quizá sea el del tercer capítulo, en donde nueve mil años de historia, el más amplio margen temporal del libro, se reduce a once caras. Si bien es un periodo difícil de investigar por la distancia temporal y la pobre conservación de evidencias, es posible narrar de forma breve los primeros registros del poblamiento andino en lugar de ignorarlas casi en su totalidad: no se menciona ningún sitio específico salvo en dos lugares [95-96].6

Este problema lo encontramos también en los capítulos subsiguientes, pues la descripción de cada cultura arqueológica es genérica y repetitiva, reservándose solamente ocho páginas para los más de mil años entre los Desarrollos Regionales Tempranos y la caída del Tawantinsuyu [151-165]. Esto lleva a que, por ejemplo, Ychsma, una de las sociedades más investigadas en las últimas décadas,7 no sea mencionada, o que las regiones de Cajamarca, Huánuco y Junín se reduzcan a cinco líneas, la misma cantidad que la dedicada a Chachapoyas, y que el Tawantinsuyu ni siquiera sea descrito, ocupando su lugar las descripciones del Cuzco que hicieron los conquistadores.

A estas omisiones se le suma un total desorden en la presentación de las evidencias y errores teóricos que sorprenden viniendo de quien ha sido exaltado como un gran teórico de la arqueología latinoamericana.8 El texto salta de la discusión sobre la domesticación de plantas [104] a la construcción de templos como Caral, Sechín y Chankillo [108-111], para pasar nuevamente a la domesticación [112], mientras describe dos veces el Fenómeno del Niño [101-102, 115-116] y omite la domesticación de camélidos. Sumado a ello hay una incomprensión total de lo que significa la “revolución neolítica”. Este concepto fue la propuesta teórica de un Gordon Childe que iniciaba la introducción del materialismo histórico en los estudios arqueológicos. Servía para explicar los cambios por los que pasaron las poblaciones de Oriente Medio con el desarrollo de la domesticación, proceso que fue sucedido por la “revolución urbana” que llevó al surgimiento de las primeras ciudades y estados.9 Lumbreras confunde ambos conceptos y llama “neolíticas” a las sociedades constructoras de templos, equiparándolas con los procesos urbanos de Mesopotamia, Egipto, India, China y Mesoamérica.

Este no es el único error, pues la obra está plagada de ellos: habla de un dominio Wari hasta los siglos XII-XIII en Cuzco [30] cuando las fechas más tardías en Espíritu Pampa sitúan su ocupación hacia el siglo X,10 en Pikillacta hasta el siglo XI,11 y en Andahuaylas poco más allá del XI;12 también menciona la existencia de una residencia curacal al costado del Rímac [31], claramente refiriéndose a la propuesta de Harth Terré de unas inexistentes huacas emplazadas en la actual Plaza de Armas.13; describe las bandas como si fueran felinos cazadores en donde los hombres adultos abandonan el grupo [90], mientras que varias etnografías han documentado que esto no es necesariamente así; habla de fortificaciones en el Arcaico sin nombrar ningún sitio [109]; sitúa a Chankillo en el Formativo Inferior [109-110] siendo este del Formativo Final;14 señala que las evidencias de antropofagia para el Arcaico han sido “identificadas en la mayor parte de los asentamientos de esta época” [112-113], pero no menciona ninguno; dice que en el Formativo “no había valle ni cuenca en donde no hubiera al menos uno de los centros ceremoniales de este tiempo” [132] cuando no existen entre el Lurín y Chincha, las punas de Junín y Pasco o la cuenca de Tarma; equipara estados incipientes con jefaturas o reinos [134], siendo los dos primeros conceptos contradictorios; utiliza la información sobre los comerciantes Chincha para explicar el desarrollo Paracas [137, 145]; se refiere al “pueblo mochica” como una unidad cultural que ocupa desde Piura a Casma [142], pero desde hace tres décadas se acepta una diferencia entre Mochicas del norte y del sur; menciona un desarrollo urbano en Huánuco para los Desarrollos Regionales Tempranos cuando ni siquiera se sabe bien qué sucedía en la región en esa época [147]; dice que Huarpa se haya ligado a Paracas [153] y que los primeros son los antecesores de los inkas [158]; y repite el mito de que en la Europa del siglo XVI aún se creía que la tierra era plana [169].

Sumado a ello, el Capítulo 7 parece haber sido compuesto a partir de dos ensayos distintos que luego se unieron sin hacerle la revisión correspondiente. ¿Por qué lo decimos? Pues porque se repiten temas dos veces, casi sin modificación. Esto sucede con las reformas toledanas [182, 198], las reformas borbónicas [192-193, 200-201] y la rebelión de Túpac Amaru [194-195, 202].

Pero lo más resaltante de este y el capítulo final es el contraste con los capítulos precedentes: hay una desaparición de la población indígena como sujeto histórico, pasando a ser mencionada solo cuando se trata las rebeliones. Este aspecto es bastante contradictorio con sus denuncias respecto al discurso “clásico” de la historia peruana. En una conferencia publicada el 2010 expresaba lo siguiente:

Hablamos del antiguo Perú con cosas como estas: Primero las culturas del Precerámico, luego de Chavín, Nasca, hasta los incas, pero el día que llegó Pizarro y sus huestes, se acabaron las culturas. ¿Qué pasó con ellas? ¿Desaparecieron de pronto las culturas? ¿Ya no hay más cultura en Ayacucho o en Cusco? Ni siquiera hablamos de una cultura, digámosle, colonial. Como que desapareció la categoría analítica cultura y desde la llegada de Pizarro comenzamos a hablar de las guerras entre los españoles, que fue una cosa concreta. Comenzamos a hablar dentro de nuestra propia historia cómo se fue levantando la ciudad de Lima, Huamanga, etc. Comenzaron a crearse una serie de obras públicas concretas en todo el Perú. Se acabaron las culturas. ¿Acaso se acabó esa historia antigua de indios, individuos abstractos de los cuales teóricamente nos sentimos orgullosos? Yo no sé si nos sentimos orgullosos, si de pronto tenemos vergüenza de esto.15

Ya en el primer capítulo señalaba que los arqueólogos no investigan “culturas” como entidades aisladas, sino a las poblaciones que la crean, pero en el desarrollo de los capítulos quinto y sexto lo que hace es reducir toda la discusión a las clásicas “culturas arqueológicas” tal como podemos encontrar en manuales escolares que no han incorporado nueva información. Es más, es el mismo problema que el propio Lumbreras reconoció en una entrevista de 1988:

El primer libro grande que publiqué, que se llamaba «De los pueblos, las culturas y las artes en el antiguo Perú», es un libro que pudo haberlo escrito hasta el propio Max Uhle, aunque puedo estar exagerando, pero es un libro de claro corte positivista. Se basa en un concepto profundamente reaccionario de lo que es cultura. Se basa en un conjunto de parámetros metodológicos extraídos del empirismo más que del positivismo.16

Un problema que continuó en la última edición de esa obra y que vemos que permea este libro de difusión. ¿Qué pasó entonces con esa visión más social que reclamaba? El capítulo final es, en último término, el ejemplo más notable de esa visión reaccionaria que denunciaba hace 36 años: la historia republicana se reduce a los vaivenes políticos. Empezando con Ramón Castilla, todo el capítulo es una mención de cada uno de los presidentes, las obras públicas y leyes destacadas de cada gestión.

Por ello, resulta curioso que reclamara cómo luego de la conquista “Ya no hay más sobre la historia de los peruanos nativos, que solo aparecen en los eventos en que se levantaron contra sus opresores y que tuvieran alguna importancia para el régimen colonial” [31] cuando este libro incurre en lo mismo e, incluso, podríamos decir que es peor, ya que los levantamientos campesinos y obreros no merecen más que un par de líneas en su capítulo republicano. Un capítulo en el que, además, agrupa al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Ejército de Liberación Nacional con Sendero Luminoso y el MRTA. No solo los dos primeros son movimientos guerrilleros que surgieron en el contexto de los levantamientos campesinos de mediados de siglo y no tienen ninguna vinculación con los últimos, sino que tampoco tiene sentido incluir el Conflicto Armado Interno (que no se desarrolla) cuando cierra su libro con la reforma agraria del gobierno de Velasco.

El último punto que queremos tratar es el nacionalismo. A pesar de que Lumbreras ha expresado sus simpatías por el marxismo a lo largo de su carrera, llegando a señalar recientemente que Lenin lo acercó a esta posición teórica,17 el tratamiento del pasado a partir de “culturas” y la invisibilización de la población en tiempos posconquista muestra claramente la ausencia de un análisis materialista. La lucha de clases está ausente y más bien el autor enfoca el conflicto en clave étnica. La República marca el inicio del gobierno criollo [38], que desplaza a los “herederos” indígenas [73]. Más aún, propone la aplicación de políticas regionalistas inspiradas en unos idealizados imperios andinos [71], los cuales habrían aplicado políticas viables por el mero hecho de ser autóctonos. Esta diversidad regional lograría una “unidad” que nos resulta abstracta, en tanto el único elemento aparentemente articulador sería una identidad nacional anclada en lo indígena, opuesto a lo criollo.

Pudiera sorprender esta deriva del pensamiento de Lumbreras, siempre que uno se limite a leer solamente sus libros de arqueología y sus entrevistas, pero lo cierto es que, desde su regreso al Perú en el último siglo, ha sido uno de los intelectuales difusores de las políticas estatales de corte nacionalista, independientemente del régimen a cargo. Ha sido director del INC, se le publicó Pueblos y culturas con fondos públicos y recientemente defendió la construcción del aeropuerto de Chinchero (“no hay nada que se esté perdiendo”) cuando dos meses antes señalaba que “basta ir en un avión para ver lo que hay debajo: restos, construcciones, espacios dedicados a la agricultura, sistemas de canalización”. Su papel no se limita a ser un mero consultor, sino que sirve como una suerte de intelectual de ese régimen criollo que tanto denosta, independientemente de las posiciones en el espectro político del gobierno de turno (desde el neoliberalismo continuista de Toledo hasta el reformismo de Humala). Vemos pues que la teoría subyacente de sus trabajos no puede desligarse de su posición y praxis política. El abandono del marxismo no solo se limita a la ausencia de un análisis materialista en su obra, sino que explícitamente toma una postura paternalista. Cuando analiza la actual crisis en este libro, nos dice [84]:

No hay capacidad de raciocinio sereno. A quienes quieren que las cosas sigan como están con pequeñas modificaciones se los llama de derecha y a los que quieren que cambien las cosas, pero no saben hacia dónde se los llama de izquierda. Los que quieren que «cambie todo» son los que menos perciben la realidad, pero los que más la sufren; el problema es que no saben lo que es «todo» y lo desastroso es que, al parecer, se refieren solo a quienes eligieron en las últimas campañas electorales.

Uno se pregunta, ¿qué diría el Lumbreras del 2018 al autor de este libro? El primero decía que “lo que está ocurriendo ahora en el Perú, por ejemplo, si uno analiza fuera del análisis de clase, de la lucha de clases, de la clase solamente, no va a entender nada”,18 mientras que, para el segundo, la población explotada, ésa que el marxismo considera con potencial revolucionario a la espera de formarse y organizarse como clase, es presentada como ignorante, que no sabe lo que quiere, que no percibe la realidad.

Seis años parece poco tiempo para cambiar tan radicalmente de posición. Pareciera más bien que el autor hubiese construido varios personajes para distintos públicos. En sus conferencias y entrevistas es un marxista comprometido, incluso radical; mientras que en sus textos no puede dejar de lado su nacionalismo. Radical frente a los estudiantes, intelectual para el público y operador político de los gobiernos de turno.


Crédito de la imagen: Horizonte Medio. Vasija Huari con cuatro caras, 700-1000 d.C. Piedra, 9,5 cm. alto. Puesto en venta en la subasta Art of Africa, Oceania and the Americas, 13 de mayo de 2019, lote 120. Sotheby’s, Nueva York.


Luis G. Lumbreras (2022). Breve historia general del Perú. Desde sus primeros pobladores hasta la debacle de su oligarquía. Lima: Crítica, pp. 275.

Notas

  1. No quiero dejar de señalar que sí tenemos historiadores en esta tarea. Es conocida la labor de Antonio Zapata como conductor de Sucedió en el Perú en la televisión estatal. A nivel más popular, en los últimos años hemos tenido el crecimiento del canal de Youtube La biblioteca de Merlín, a cargo del historiador Merlín Chambi.
  2. Luis Lumbreras, Pueblos y culturas del Antiguo Perú, 3ra ed. (Lima: Petróleos del Perú – Petroperú S.A., 2019).
  3. Sergio Saez, «El Perú antiguo de Luis G. Lumbreras», Trama, 13 de marzo de 2021.
  4. Yuji Seki, «Introducción», en El centro ceremonial andino: nuevas perspectivas para los periodos arcaico y formativo, ed. Yuji Seki, Senri Ethnological Series 89 (Osaka: National Museum of Ethnology, 2014), 1-19; Peter Kaulicke, Las cronologías del Formativo (Lima: Fondo Editorial PUCP, 2010).
  5. Raúl Asensio, Señores del pasado. Arqueólogos, museos y huaqueros en el Perú (Lima: IEP, 2018); Stefanie Gänger, Reliquias del pasado. El coleccionismo y el estudio de las antigüedades precolombinas en el Perú y Chile, 1837-1911 (Lima: IFEA, 2019).
  6. Menciono sólo dos trabajos de hace una década: Juan Yataco, «Revisión de las evidencias de Pikimachay, Ayacucho, ocupación del Pleistoceno Final en los Andes Centrales», Boletín de Arqueología PUCP 15 (2011): 247-74; Kurt Rademaker et al., «Paleoindian Settlement of the High-Altitude Peruvian Andes», Science 346, n.o 6208 (24 de octubre de 2014): 466-69.
  7. Peter Eeckhout, «Before Lima: The Rímac-Lurín Area on the Eve of Spanish Conquest», en A Companion to Early Modern Lima, ed. Emily Engel (Leiden, Boston: Brill, 2019), 46-81.
  8. Aunque Lumbreras se consideraba solamente “un consumidor de teoría arqueológica”. Véase Luis Lumbreras, «La arqueología marxista en el Perú. Reflexiones sobre una teoría social», en Historia de la Arqueología en el Perú del siglo XX, ed. Henry Tantaleán y César Astuhuamán, Actes & Mémoires de l’Institut Français d’Études Andines 34 (Lima: IFEA, Institute of Andean Research, 2013), 287.
  9.  Vere Gordon Childe, Los orígenes de la civilización, trad. Eli de Gortari, 2da ed., Breviarios 92 (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997).
  10. Javier Fonseca y Brian Bauer, The Wari Enclave of Espiritu Pampa (Los Angeles: Cotsen Institute of Archaeology Press, 2020).
  11. Gordon McEwan, ed., Pikillacta. The Wari Empire in Cuzco (Iowa City: University of Iowa Press, 2005).
  12. Brian Bauer, Miriam Aráoz, y Lucas Kellet, Los Chancas. Investigaciones arqueológicas en Andahuaylas (Apurímac, Perú), Travaux de l’Institut Français d’Etudes Andines 308 (Lima: IFEA, The Institute for the New World Archaeology, University of Illinois at Chicago, 2013).
  13. Gabriel Ramón, El Neoperuano. Arqueología, estilo nacional y paisaje urbano en Lima, 1910-1940 (Lima: Municipalidad Metropolitana de Lima, Sequilao Editores, 2014), 105-6.
  14. Ivan Ghezzi y Clive Ruggles, «Chankillo: A 2300-Year-Old Solar Observatory in Coastal Peru», Science 315, n.o 5816 (2 de marzo de 2007): 1239-43.
  15. Lumbreras, «La arqueología marxista», 277-78.
  16. José Lora Cam, «La manipulación de las ciencias sociales y el papel del positivismo. Entrevista a Luis Guillermo Lumbreras», Revista Peruana del Pensamiento Marxista 5 (1994 de 2016): 75-80.
  17. Revista Peruana del Pensamiento Marxista, «“Lenin me permitió una aproximación directa al marxismo”. Entrevista a Luis Guillermo Lumbreras», Revista Peruana del Pensamiento Marxista 7 (2018): 30-37.
  18. Ibid., 36.

21.07.2024


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