Diseccionar la violencia: en torno a «Una revolución precaria»

Nelson E. Pereyra

Existe en nuestro país abundante literatura sobre la violencia política ocasionada por Sendero Luminoso, la que puede clasificarse en tres grupos: los textos que exploran los antecedentes de la violencia y los vínculos entre población y subversivos; los que se aproximan a la ideología y el liderazgo de los senderistas; y los escritos relacionados con el impacto de la violencia entre la población y las respuestas de las rondas campesinas. Un libro clave que entrecruzó los tres bloques fue Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso, publicado en 1996. Sus capítulos revelaron las contradicciones y limitaciones organizativas de los subversivos y analizaron las respuestas de los campesinos del departamento de Ayacucho.1

Veintisiete años después de aquella publicación, un reciente texto vuelve a diseccionar a Sendero Luminoso para revelar aquella organización endeble que usó la verticalidad y la violencia para suplir sus debilidades y –aun así– causar un atroz baño de sangre en el país. Una revolución precaria: Sendero Luminoso y la guerra en el Perú, 1980-1992, editado por Ponciano del Pino y Renzo Aroni, reúne siete capítulos de historiadores, antropólogos y politólogos de Perú, Estados Unidos y Bélgica sobre la violencia política, Sendero Luminoso y el protagonismo de los sectores populares.

Esta nueva publicación aparece en un momento en que la atención académica se centra en los sectores populares como artífices de los acontecimientos y la opinión pública se pregunta por las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte de diciembre de 2022 y enero de 2023, que ocasionaron 49 muertos y numerosos heridos. Para los editores, la dura represión del régimen, el terruqueo azuzado por los sectores conservadores y el intento de criminalizar las protestas constituyen mecanismos asociados al racismo y la exclusión que nos retrotraen al conflicto armado interno y conectan nuestro presente incierto con un pasado violento. No olvidemos que los manifestantes de Ayacucho lograron desbaratar en el pasado una estructura sanguinaria y totalitaria como la de Sendero Luminoso.

Un tema de estudio con diferentes aristas

El libro contiene una introducción y siete capítulos agrupados en tres partes. La primera, compuesta por los trabajos de los historiadores Sebastián Chávez, Charles Walker y Lucía Luna-Victoria Indacochea, desarma la organización senderista, poniendo en evidencia la precariedad de su estructura y su relación –tensa y contradictoria– con campesinos, habitantes de barrios populares y adolescentes. Así, Chávez estudia los aspectos centrales de la organización subversiva (como el reclutamiento de militantes, los recursos financieros y el control del armamento) a partir de los documentos de los propios senderistas incautados por la DINCOTE. El capítulo muestra que Sendero Luminoso logró un reclutamiento exitoso de militantes, pero su capacidad financiera fue muy deficiente y su armamento, bastante limitado. A pesar de esa precariedad, pudo crear la imagen de una organización poderosa debido a sus acciones armadas precisas y espectaculares, que producían fuertes efectos en la opinión pública. Por su lado, Walker explora la forma en que los senderistas captaron a los adolescentes de Ayacucho, quienes formaron una importante base de apoyo. A partir de los expedientes del Juzgado de Menores –una interesante fuente documental poco consultada– constata que los senderistas utilizaron diversas redes (parentales, amicales, barriales) para atraer a los adolescentes y que estos se unieron al grupo movidos por el interés personal, la presión grupal, la ansiedad propia de su edad y la coerción. Muchos de estos fueron detenidos por la policía y puestos a disposición del Juzgado de Menores que defendió sus derechos y consiguió salvar a muchos de ellos de los horrores del sistema carcelario y de las presiones de los senderistas. Cerrando esta parte del libro, Luna-Victoria estudia el caso de la organización social de Huaycán, en Lima, en dos momentos de su desarrollo histórico: entre 1985 y 1990, cuando intentó mantener la independencia de la comunidad, y entre 1990 y 1996, cuando decidió enfrentar a Sendero Luminoso bajo el liderazgo de mujeres como Pascuala Rosado. En esta etapa se crearon rondas urbanas supeditadas a las Fuerzas Armadas, que ocasionaron fricciones entre los líderes de la organización y la arremetida de los senderistas cuando el Estado las abandonó a su suerte. El capítulo concluye mostrando la oposición que los senderistas hallaron en una organización socialmente heterogénea pero políticamente articulada como Huaycán.

Cabildo abierto en la plaza de Lucanamarca, dias después de producida la masacre perpetrada por Sendero Luminoso. Abril de 1983. Foto: Óscar Medrano. Revista Caretas. En Yuyanapaq. Para recordar. Relato visual del conflicto armado interno en el Perú, 1980-2000. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015, p. 42.

La segunda parte del libro, que contiene dos capítulos escritos por los historiadores Ponciano del Pino y Renzo Aroni, estudia las alianzas inter e intracomunales que los campesinos establecieron para luchar contra los senderistas tras haberlos apoyado inicialmente. Del Pino analiza el caso de la comunidad de Manantial, en la provincia de La Mar, y Aroni, los casos de las comunidades de Huambo, Huamanquiquia, Uchu y Tinca, ubicadas en la provincia de Víctor Fajardo.2 Las dos provincias pertenecen al departamento de Ayacucho. Ambos autores recurren a las actas de sesiones de las comunidades, donde se anotaron los acuerdos entre comuneros para enfrentar a los subversivos. Sin embargo, no las consultan como registros, sino como narrativas oficiales que se alinean con el discurso contrasubversivo y silencian las simpatías iniciales para con los senderistas. Al analizar el proceso cambiante de estas comunidades, los dos autores recurren a las categorías de tikrakuy («voltear», «voltearse» o «voltearon» en castellano) y pacto de alianza para dar cuenta de la decisión política de los comuneros de resistir la violencia y formar una coalición intercomunal a fin de enfrentar a Sendero Luminoso. Sin embargo, tikrakuy y pacto de alianza fueron más que esto; señalan Del Pino y Aroni que, en el campo ayacuchano, propiciaron el surgimiento de nuevos líderes y novedosas relaciones sociales, además de una memoria campesina que silenció cualquier complicidad entre comuneros y subversivos.

La última parte del libro, con dos capítulos, uno a cargo del antropólogo Mario Fumerton y el otro a cargo de las historiadoras Gabriela Zamora y Eva Willems, está dedicada al rol de los comités de autodefensa en la derrota de Sendero Luminoso. Fumerton discute el concepto de “orden social” de la politóloga Ana Arjona y señala que los comités de Tambo (en la provincia de La Mar, Ayacucho) y del valle de los ríos Apurímac y Ene (VRAE, al noreste de Ayacucho) asumieron funciones de gobierno y de reconstrucción del tejido social. Zamora y Willems, a partir del archivo del comité de Pichihuillca (también en el VRAE), mencionan que los comités del VRAE, al ocuparse del orden interno, de la seguridad y de la representación política, crearon un orden social distinto y contribuyeron a una nueva comunalización de la población.

En suma, el libro contiene capítulos que estudian el fenómeno de la violencia en diferentes lugares (Huaycán, la ciudad de Ayacucho, comunidades rurales, comités de defensa civil del VRAE) y desde sus diversas capas internas. Todos ellos están vinculados por un hilo conductor ya señalado en la introducción,  el cual enfatiza la estrechez ideológica de Sendero Luminoso, sus precarias condiciones materiales y logísticas y las cambiantes relaciones entre los subversivos y la población. Los senderistas generaron expectativas de justicia e igualdad en los sectores populares y consiguieron apoyo inicial pero su afán impositivo y autoritario, que respondía a su ideología extrema, ocasionó el rechazo de los campesinos y pobladores de barrios, quienes los combatieron en alianza con los militares. Por tal razón, la “revolución” de Sendero Luminoso devino en un precario accionar, confinada en un universo local, aunque bastante letal al extremo de causar una gran cantidad de víctimas,  muchas veces asesinadas con armas precarias o explosivos rudimentarios que causaban tremendo impacto material y psicológico.

Otras fuentes y otras propuestas epistemológicas

Los capítulos de Una revolución precaria recurren a diversas fuentes para estudiar el fenómeno de la violencia: las actas de sesiones de las comunidades, los documentos producidos por los comités de defensa civil, las piezas de los expedientes judiciales, los papeles de Sendero Luminoso, los testimonios y recuerdos de los protagonistas obtenidos a través de entrevistas. Cada uno de ellos nos muestra las posibilidades de este material para estudiar las diversas facetas de la organización subversiva y la de los pobladores (urbanos, rurales, mayores de edad y adolescentes) que se relacionaron o enfrentaron a ella. 

Como mencionamos anteriormente, el capítulo de Chávez acude a los documentos elaborados por los mismos senderistas, quienes registraron en el transcurso de la guerra sus reales condiciones, problemas y limitaciones. Por su lado, Walker consulta los expedientes del Juzgado de Menores de Ayacucho para confrontar los testimonios de los adolescentes reclutados por Sendero Luminoso con las acusaciones de policías y fiscales, y revelar también el funcionamiento del aparato judicial en medio de la violencia política. Sin embargo, las fuentes que más atención concitan son las actas de comunidades y rondas campesinas, así como los testimonios de los protagonistas.

Del Pino, Aroni, Zamora y Willems recurren a las actas comunales y de los colectivos de defensa civil. Son conscientes de que sus fuentes registran las decisiones y acuerdos tomados por campesinos y ronderos en asambleas comunales o de los comités de defensa, pero encubren puntos de vista distintos o vinculaciones entre pobladores y subversivos. Es decir, contienen “fragmentos de verdad”. Por ejemplo, Aroni advierte que los libros de actas de las comunidades de Víctor Fajardo producen narrativas que omiten las diversas respuestas de los comuneros contra los senderistas y las posiciones contrapuestas al pacto de alianza. Para ir más allá de los “fragmentos de verdad” y encontrar las dinámicas comunales que llevaron al tikrakuy o al pacto de alianza, los citados autores recurren a la estrategia de contextualizar el documento y contrastar su contenido con lo que los testimoniantes dijeron en las entrevistas; es decir, la clásica triangulación de la información para reforzar su credibilidad y argumentar con más seguridad sus interpretaciones.

El uso de los testimonios orales nos lleva a las etnografías que los citados autores mencionan haber realizado. Para ellos, la etnografía es sinónimo de trabajo de campo y entrevistas conseguidas a partir de una confianza lograda con la población rural. Sin embargo, la etnografía es más que esto; es también análisis cualitativo y narrativa en los cuales la interpretación de los actores ocupa una posición central que dialoga con la interpretación del investigador. Es decir, en la etnografía el investigador no encuentra a individuos que proporcionan datos, sino a personas que interpretan la realidad desde su contexto social y cultural. Por ejemplo, cuando los campesinos de Manantial (en Tambo, Ayacucho) recuerdan la matanza perpetrada por los senderistas el 24 de diciembre de 1984 y le dicen con énfasis a Ponciano del Pino ñuqanchi puralla sipinakuranchi (“solo entre nosotros nos matamos”, 170), están también interpretando el acontecimiento en un contexto contemporáneo y pasan a convertirse en los protagonistas de la historia.3 Mejor aún si con su narrativa impresionan al investigador. Ésta es precisamente la dimensión etnográfica con su cuota hermenéutica que mejor se ajusta a los capítulos de Una revolución precaria que señalan haber hecho etnografía. Sus autores pudieron acudir a ella para enriquecer sus aportes y ofrecer contribuciones novedosas al conocimiento antropológico.

Asimismo, capítulos como el de Luna-Victoria, Del Pino, Aroni y Zamora y Willems recurren al enfoque procesual, típico de la ciencia histórica. Realizan un corte temporal de mediana duración (una década a lo mucho) para identificar las transformaciones de la relación entre Sendero Luminoso y la población en el período. Sin embargo, mientras Luna-Victoria, Del Pino y Aroni contextualizan adecuadamente los acontecimientos y los colocan en una línea temporal en la que se aprecian los cambios en las acciones de las personas y el tránsito de una etapa a otra, Zamora y Willems sólo ofrecen pinceladas del proceso histórico de los comités del VRAE y una mala composición de la línea temporal les impide registrar adecuadamente las transformaciones de las acciones de los ronderos. Es más, concluyen señalando que éstos demandaron ciudadanía, sin contextualizar adecuadamente la categoría ni brindar pistas de cómo ellos interpretan ese concepto.

El método me devuelve a la teoría. La mayoría de ensayos cita a Stathis Kalyvas y Ana Arjona, quienes postulan que la guerra responde a una lógica y genera un orden social. Tales referencias hacen que los autores hallen gobernanza en las rondas urbanas y rurales, y sentido en el tikrakuy y en el pacto de alianza. Sin embargo, en la guerra, la política se combina con el temor y la ansiedad; por ello, las decisiones tomadas por adolescentes, campesinos y ronderos buscaban sobre todo preservar la vida. Esto me lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo se ejerció el poder en medio de la violencia política? Tras una lectura del libro, se deduce que los senderistas lo hicieron parametrados por su ideología y para ocultar su precariedad, mientras que los militares recurrieron a la represión indiscriminada. ¿Y los campesinos? Probablemente, se dieron cuenta de las limitaciones de los subversivos y, al hallar predisposición en los militares para forjar una alianza, ejercieron poder sobre subversivos, militares y demás comuneros, especialmente cuando cesaba la violencia y se iniciaba la reconstrucción del tejido social. Y, en este momento, elaboraron una memoria en la que aparecen como los artífices de la victoria. Foucault señala que saber es poder y la memoria también se traslapa con el saber. Sin embargo, en Una revolución precaria no se explora esta relación entre respuestas campesinas a la violencia y poder, y los editores del libro tampoco ofrecen una coda que mencione brevemente –por ejemplo, como propuesta para futuras investigaciones– el complejo entramado entre comunidades, rondas, resistencia, núcleos de poder y política en un contexto de extrema violencia.


Renzo Aroni Sulca y Ponciano del Pino, eds. Una revolución precaria. Sendero Luminoso y la guerra en el Perú, 1980-1992. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2023.

Notas

  1. Carlos Iván Degregori, ed., Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos y Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, 1996.
  2. Manantial es el nombre cambiado de la comunidad por el autor para proteger la identidad de la población (p. 147).
  3. El 24 de diciembre de 1984 los senderistas ingresaron a Manantial y mataron a 34 comuneros en represalia por la ejecución de dos personas de la comunidad acusadas de pertenecer a Sendero Luminoso. Estos acontecimientos fueron silenciados en los libros de actas de la comunidad y en la memoria colectiva de los comuneros.

30.06.2024


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