El Perú desde San Juan de Ondores

José Luis Rénique

The Rural State aparece en un contexto en el que diversas circunstancias nos obligan a repensar el sentido mismo de la historia del siglo XX, esto en el marco más amplio de nuestra farragosa construcción nacional. A la de por sí estimulante recordación del bicentenario se ha sumado una singular eclosión social centrada en el sur del país que, sobre el legado de la pandemia, ha contribuido a desnudar fragilidades institucionales de vieja data. El conflicto en curso ha actualizado asimismo conocidas interrogantes sobre las posibilidades de que el estado-nación fundado en 1821 sea capaz de superar los retos que conlleva la intensa globalización contemporánea. No extraña, por lo tanto, que la ya casi centenaria frase de Jorge Basadre–“Perú: problema o posibilidad”–reaparezca, casi ritualmente, en el discurso público. 

Se trata de una problemática que, en el plano historiográfico, se traduce en la necesidad de explorar nuevas perspectivas analíticas para comprender los antecedentes del papel articulador de este Estado que hoy se debate ante las diversas mareas que lo golpean. Es preciso superar, por ejemplo, los enfoques que insisten en tomar a las élites políticas como punto de partida de dicho examen, pero también las historias locales que no prestan debida atención a los vínculos extrarregionales.

El trabajo que aquí comentamos nos reta a pensar la construcción del estado-nación peruano desde dentro, pero sin perder de vista el marco histórico global: desde la sierra central, en este caso y, más aún, desde una comunidad específica, San Juan de Ondores, en la provincia de Junín. Sus hallazgos discuten caros mitos del imaginario republicano peruano, como aquel de mirar a la región serrana como un territorio dominado por la continuidad colonial y a sus habitantes (de las zonas rurales en particular) como espectadores irremediablemente pasivos, aunque por momentos amenazantes, de la “cuestión nacional”. 

El propósito principal de este libro es contar la historia de una comunidad rural en los Andes centrales, una trayectoria que, como advierte Puente, no puede ser plenamente inteligible sin comprender sus interacciones con el estado y con el mundo. El conflicto que se crea entre ella y los diversos estamentos de la estructura del poder nacional (hacienda, región, gobierno central) termina siendo “el hilo central en la construcción del campo peruano del siglo XX”. 

El relato se inicia en tiempos de la posguerra con Chile a partir de quienes buscaban “reimaginar” los Andes peruanos como un espacio de expansión capitalista. La Cerro de Pasco Corporation será el símbolo mayor de esa concepción. Un curso impracticable, ciertamente, sin el respaldo de un estado capaz de imponer orden en una región históricamente imaginada como potencialmente levantisca y, complementariamente, transformar a sus indios en trabajadores rurales pobres. No era un tema superficial, sino más bien un verdadero choque de racionalidades: aquella de la “acumulación primitiva” y la de colectivos sociales arraigados en “las especificidades de su entorno”.  

En medio del tráfago y pese a sus limitaciones, los comuneros componen una narrativa de su propia historia que guía sus relaciones con el poder. Es una narrativa que apela a sus “derechos inmemoriales” y que se reconfigura constantemente vía una activa apropiación del vocabulario político tanto de los funcionarios con que la comunidad interactúa como de los intelectuales contestatarios y radicales que, desde los albores del XX, asumen un punto de vista crítico ante la visión de “modernidad” enarbolada por el estado central. 

Un tercer actor entra a escena hacia la década de 1920: políticos del establishment como Augusto B. Leguía (bajo cuya administración se reconoce legalmente a la comunidad) y una serie de letrados regionalistas e indigenistas, críticos de la agenda liberal capitalista y que apuestan por una “integración nacional” en que las comunidades indígenas puedan jugar activo papel. La lucha por la supervivencia comunal discurre ahora por el camino legal. Es la ruta que lleva al reformismo militar de 1968. Con el trasfondo de lo que se conocerá como  el “desborde popular” delineado por José Matos Mar, tendrá lugar una diversidad de desarrollos, aprendizajes mutuos y agudos desacuerdos también. Si el estado destila del marco de la guerra fría recursos que remozan sus proyectos de modernización, aprende la comunidad, del otro lado, a manipular en su favor las aperturas dispuestas por una creciente burocracia estatal agraria. Mayor rigor administrativo de un lado, empoderamiento comunal del otro. Gradualmente, las comunidades aventajan a las haciendas en lo económico. Y, en esa dinámica –como bien sintetiza Javier Puente—, “la ‘cuestión indígena’ evoluciona de problema de incorporación legal a uno de representación geopolítica interna”. Hacia mediados de siglo se llega a un punto crítico: aires de rebelión recorren la sierra central, inspirando a miles de comuneros a tomar en sus propias manos la reivindicación de sus demandas. El Estado, entretanto, se siente suficientemente equipado para intentar reformular a la comunidad como la célula básica de una nueva geografía serrana coadyuvante al proceso de industrialización del país.  

Un efectivo manejo de fuentes permite al autor dar cuenta de este proceso con singular hondura. Mientras el acceso que logra a las actas comunales de San José de Ondores –y al testimonio oral de sus integrantes— le permite recabar la perspectiva comunal, las actas de las sesiones del gabinete ministerial velasquista le ayudan a comprender los dilemas y contradicciones que, además de una ignorancia supina sobre la dinámica rural, atraviesan las decisiones oficiales. Estos problemas irían erosionando la autoridad estatal. Notable, asimismo, es su manejo conceptual, que le permite desarrollar una interpretación del descentramiento del estado o un tratamiento detallado de coyunturas significativas en lugar de una narrativa de corte historicista sostenida con abundante erudición. Una narrativa innovadora, vale decir, que no solamente rompe con viejos esencialismos de nuestra historia regional o agraria tradicional, sino que aporta, desde una perspectiva histórica de largo plazo, a nuestra comprensión de temas álgidos de finales del XX, como la Reforma Agraria de 1969 y el Conflicto Armado Interno. 

Resalta, en el primer caso, el deletéreo efecto de imponer la cooperativización por sobre las aspiraciones de los comuneros ondoreños, ávidos de disfrutar la autonomía que les garantiza un total control de sus economías familiares. Aunque el tema del choque entre el diseño tecnocrático de las llamadas Sociedades Agrarias de Interés Social (SAIS) y las expectativas comunales ha sido estudiado, la ya mencionada combinación de un notable acceso a fuentes locales y el adecuado marco conceptual desplegado por Puente permiten un inédito acercamiento a ambos mecanismos de decisión mientras operaban simultáneamente. Al debate, por ejemplo, sobre en qué momento pasar del apoyo al gobierno a las acciones de fuerza, en un caso, y sobre dónde trazar la línea entre negociación y represión, en el otro caso. Es el camino que lleva a la denominada masacre de Ondores de 1979, generada por la decisión comunal de invadir la tierra del fundo Atocsayco –culminando así una larga lucha colectiva- y, de otro lado, por la preocupación tecnocrático-militar de mantener la productividad ganadera, defendiendo para ello la integridad de la gran propiedad. Es este, según el autor, el punto de inicio de la era de la violencia política en los Andes, un enfoque que le lleva a sostener que, más que un “conflicto civil nacional”, la violencia de las décadas de 1980 y 1990 fue, esencialmente, un “conflicto agrario”: una confrontación que comienza con la lucha comunal contra el estado y que culmina con una “victoria política campesina”.  

Concluyo subrayando algunos de los puntos en que la investigación de Javier Puente desafía el sentido común prevaleciente sobre la manera de mirar el “problema de la sierra” o la “cuestión andina”, o sea el papel de la esa región en la construcción de la nación peruana. Con respecto a la periodificación, el trabajo reafirma la crucial importancia de la década de 1920 como parteaguas en un viejo conflicto entre la lucha rural por la supervivencia y la tendencia a “esencializar” la comunidad, explicándole a partir de su origen “inmemorial” y distorsionando así la política campesina andina. Con respecto al papel del estado en la “modernización” de la sociedad rural andina, el aporte es hacer visible dicho papel, en contraste con la tendencia a ver una sierra atrapada en el tiempo colonial, comenzando por su ideología y los intereses que representaba y examinando, a partir de ahí, su capacidad de intervenir en el ámbito local: “desencadenando instituciones, burocracias, agendas políticas y afectando la gobernabilidad rural en un sentido amplio”. Con respecto a las relaciones estado-comunidad, la contribución consiste en tomar en cuenta los largos períodos en que ambas instancias tuvieron una interacción relativamente complementaria que solo vendría a romperse hacia las décadas finales del XX, cuando el estado intentó tomar control de los medios de vida comunales, empujándolos a la violencia. Esto lleva a pensar, por supuesto, en las múltiples maneras en que, desde la perspectiva comunal, el estado de empobrecimiento y exclusión en que la Reforma Agraria militar dejó a las comunidades influyó en su radicalización. Se trata de una situación que, con respecto al “conflicto armado interno” de los años 80 y 90, explica las raíces endógenas del respaldo inicial a Sendero Luminoso y, siguiendo la lógica de la tenaz lucha comunal por mantener su autonomía, su ruptura con los maoístas y férrea oposición posterior. 

Sólo queda imaginar que, al haber sido publicado por una editorial universitaria de los Estados Unidos, el libro tiene entre sus retos el devolver a sus protagonistas esta notable visión razonada de su propia historia, apostando, asimismo, por que los futuros tecnócratas agrarios peruanos comprendan la potencialidad y la tragedia que habitan en el vínculo entre el aparato estatal y los colectivos comunales que conforman un sector medular de nuestra sociedad rural andina. Y que, finalmente, nuevas generaciones de historiadores encuentren en la obra de Javier Puente provechosa guía para proseguir con la inacabada tarea de escribir una historia del Perú que trascienda la trayectoria de las élites capitalinas y sus allegados regionales.


Javier Puente, The Rural State: Making Comunidades, Campesinos, and Conflict in Peru’s Central Sierra. Austin: The University of Texas Press, 2023.


Imagen central: Estudio de escena indígena. Apu-Rimak [Alejandro Gonzáles Trujillo]. ca. 1950-1960. Acuarela sobre papel. 14.2 x 13.3 cm. Museo de Arte de Lima. Comité de Formación de Colecciones 2019. Donación José Majluf.

19.11.2023

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