Señores del pasado. Reflexiones sobre el «pacto patrimonial» peruano

Stefanie Gänger

Señores del pasado de Raúl H. Asensio es una “historia social de la puesta en valor de los monumentos” prehispánicos en el Perú y del rol decisivo del estado en ese proceso. El libro plantea la cuestión de cómo, desde inicios del siglo XX, esos monumentos adquirieron “la importancia y la transcendencia pública de la[s] que disfrutan en el Perú” (15). En su respuesta a esta pregunta central, el autor rastrea el proceso por el cual el “pacto patrimonial” peruano “se configura y cristaliza” (20), enfatizando –de forma indiscutiblemente apropiada– la diversidad de actores y factores que desempeñaron un rol en dicha configuración: personajes clave como Julio C. Tello, Alan García o Ruth Shady, pero también otras fuerzas, como los movimientos étnicos, la educación patrimonial, los intereses de las élites locales o las corporaciones dedicadas al fomento del turismo cultural.

No podría estar más de acuerdo con las conclusiones del libro, ante todo en lo que concierne a la naturaleza contingente y gradual del proceso por el cual la relación entre estado y monumentos se hace cada vez más estrecha. Tal vez los pasajes más valiosos sean los que detallan cómo incluso el mismo Julio C. Tello, antes de hacerse un férreo opositor a la exportación de piezas arqueológicas a finales de la década de 1910, vendía antigüedades a museos norteamericanos. Concuerdo totalmente también con las cuatro hipótesis centrales del libro, corroboradas a partir de una vasta gama de fuentes que incluye artículos periodísticos, textos académicos y más de cien entrevistas a arqueólogos y otros actores vinculados a la puesta en valor de los restos prehispánicos. El libro propone que la apropiación estatal de los vestigios prehispánicos está lejos de haber concluido; que el pacto patrimonial no es ni homogéneo ni monolítico; que la patrimonialización no es sólo forzada sobre las poblaciones rurales e indígenas sino que también disfruta del apoyo de numerosos aliados locales; y que la actitud de estas poblaciones hacia los vestigios es ambigua, pues sus miembros pugnan por mantener sus tradiciones a la vez que se involucran en su saqueo y destrucción, desafiando el estereotipo del ”buen salvaje guardián de las ruinas” (27).

Hay un par de preguntas que el libro no plantea, al menos no directamente, pero que me parecen relevantes, incluso centrales—el elefante en la habitación, en realidad, para usar un modismo inglés. El libro rastrea detalladamente cómo la relación entre el estado y los monumentos se hace cada vez más estrecha, pero no se interroga acerca de cómo, por qué o cuándo, en primera instancia, los restos prehispánicos llegaron a asociarse con la antigüedad, con lo público y con un determinado contexto político. Es una omisión perfectamente comprensible, ya que la respuesta queda cronológica y geográficamente fuera del alcance del estudio. Sin embargo, si se argumenta que lo patrimonial no es una cualidad intrínseca de los objetos sino una propiedad adquirida y contingente, la cuestión acerca de los orígenes de esa asociación surgirá en más de un lector.

Respecto de la vinculación entre restos arqueológicos y estado, debe considerarse, una vez más, varios factores y, en este caso, lugares y períodos también. Es relevante, sin duda, el resurgimiento de la antigua idea de que el arte tiene un contexto al que pertenece, articulada de manera destacada durante las guerras napoleónicas en las cartas de Antoine-Chrysostome Quatremère de Quincy (1755–1849), por ejemplo; también el ascenso concomitante de la idea del estado-nación y el papel cada vez más importante de la cultura material en la figuración y legitimación de la nación. Podría tomarse en cuenta, además, el resurgimiento decimonónico del supuesto de que la cultura tiene un propietario—una concepción implementada, quizás por primera vez, en las restricciones impuestas por el estado papal a la exportación de antigüedades en 1624 (Miles, “Greek and Roman Art and the Debate about Cultural Property”, 501-502). Tales restricciones estuvieron vigentes también en el Nápoles borbónico dieciochesco y es concebible que influyesen en aquellos legisladores peruanos y mexicanos a quienes, para 1822 y 1827, respectivamente, les parecía evidente que las antigüedades eran “propiedad de la nación”. Todo esto es antecedido por la asociación de los restos prehispánicos en territorio peruano con una antigüedad que se correspondía con las postrimerías del periodo colonial— una cualidad tan poco intrínseca como la relación con el estado—y que se que se debe en parte a cómo la materialidad de estos restos y las analogías de larga data con la antigüedad clásica hicieron posible pensar los monumentos prehispánicos en términos de un “clasicismo local”, como lo llamara Natalia Majluf (“De la rebelión al museo”, 257).

En esta monumentalidad y en la posibilidad de pensar los restos arqueológicos en relación con la antigüedad clásica seguramente encontramos también una de las muchas respuestas a la pregunta que naturalmente se desprende de la anterior: ¿por qué es justamente en el Perú en donde el ideario patrimonial se ha enraizado con particular profundidad e intensidad? Otra respuesta podría hallarse en la forma en que la emblemática prehispánica permitía abordar las contradicciones fundamentales de una república que se constituía criolla tras la Independencia de España a pesar de estar conformada por una mayoría indígena (Majluf, “Los fabricantes de emblemas”). Se podría además considerar las similitudes con los pocos países que otorgaron —y otorgan—semejante importancia simbólica a los monumentos arqueológicos. Grecia, Egipto, Italia o México poseen no sólo restos arqueológicos monumentales, sino también una larga trayectoria compartida de colección, exhibición y estudio, al menos desde mediados del siglo diecinueve, en los grandes museos europeos y norteamericanos. Dicha tradición ha institucionalizado, naturalizado y retroalimentado su visibilidad local (Achim y Gänger, “Pas encore classiques”). 

Las interrogantes aquí expuestas no apuntan en absoluto a restar mérito a lo que es un libro sumamente reflexivo, sugerente y original. Al contrario, tienen como objetivo destacar otros posibles aspectos de una historia intensamente compleja y con ramificaciones globales, que permite  sugerir posibles enfoques o direcciones en las que, gracias a aportes como éste, se podría seguir hacia adelante desde aquí.


Raúl H. Asensio. Señores del pasado. Arqueólogos, museos y huaqueros en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2018.

Crédito de la imagen central: «Ceramio moche». Fotógrafo desconocido, ca. 1925-1935. La Libertad. Archivo Alejandro González Trujillo, 13100033. Ande: Fuentes para la Historia Cultural del Perú.

04.12.2021


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