Sobreviviendo a la esclavitud

Gabriela Ramos

Pocos pondrían en duda que la esclavitud dejó una huella profunda en la historia del Perú. La estrecha imbricación entre el legado africano y la institución que privó de su libertad a centenas de miles de hombres y mujeres, despojándolos de su condición humana, y la asociación entre ciertas características físicas con la reducción de personas a la condición de mercancías, dejaron una considerable herencia. En ésta, se entrelazan diversos aspectos sociales, económicos, culturales y legales. Entre los primeros se cuentan las jerarquías, sus rigideces y resquicios, por los que muchos ascendían, caían o se deslizaban. En el ámbito económico, el trabajo esclavo fue el puntal de sectores productivos importantes, como las plantaciones e ingenios azucareros, y también la fuente de sostenimiento de hombres y mujeres que temían la humillación de que se les viese trabajar con sus manos. En lo cultural destacan, por ejemplo, la gama de manifestaciones religiosas y las voces que enriquecen nuestro idioma. Finalmente, en el campo legal habría que considerar el cuerpo jurídico que precisaba con mucha claridad la condición de quienes nacían privados de su libertad, pero que resultaba insuficiente para lidiar con la realidad que la esclavitud africana creó en el medio colonial andino. Todo esto, unido a la dilatada existencia de la esclavitud, que sobrevivió largamente al régimen colonial, hace difícil distinguir sus componentes. También complica la tarea de entender el carácter de la esclavitud en el espacio andino. Dicho todo esto, en el imaginario nacional se prefiere evocar la presencia africana como un factor pintoresco y festivo de nuestra historia, a la par que se deja de lado todo recuerdo y reflexión sobre las condiciones en las que la esclavitud se introdujo y mantuvo.

En Sobreviviendo a la esclavitud, Maribel Arrelucea emprende el ambicioso objetivo de explicar las condiciones que llevaron a la gradual disolución de la esclavitud en el Perú. Si bien su mirada no abarca todo el territorio del virreinato peruano o incluso del país actual, pues se circunscribe a la ciudad de Lima y sus inmediaciones, la elección del terreno explorado tiene el potencial de abordar, de un lado, el intrincado tejido social, legal, cultural, económico, formado en el interior y alrededor de la esclavitud y, de otro, trazar el perfil que tuvo esta institución en uno de los centros urbanos más importantes de Hispanoamérica. El libro consigue hasta cierto punto mostrar lo primero, en tanto que no se propone elaborar conclusiones sobre lo segundo.

La autora subraya la importancia del estudio de la esclavitud y la reconstrucción del día a día de quienes vivieron bajo su yugo para entender la sociedad colonial. Nos dice también que su objetivo es presentar una visión “desde abajo” para mejor entender su proceso histórico. Si esta declaración sugiere una narrativa con rasgos que pueden anticiparse con facilidad, hay que anotar que Arrelucea se propone hacer una crítica del discurso de los activistas políticos que prefieren ver la historia de la esclavitud como un continuo enfrentamiento, donde lo que es digno de atención se limita a una sucesión de episodios de resistencia y de lucha abierta. Esta perspectiva le da una riqueza especial al libro y es uno de sus aportes más notables.

Arrelucea propone una mirada que integra a la esclavitud y a quienes estuvieron sometidos a este régimen en una diversidad de vínculos laborales, familiares y afectivos. Discute una gama de dependencias varias, como aquellas propias de las condiciones donde las personas nacen, o las que forjan a partir de lo que les toca en suerte a lo largo de la vida; o los lazos sociales que esmeradamente tejen, a veces en condiciones sumamente difíciles y, como sucede con la mayoría de personas de las que habla este libro, siempre movidos por la urgencia de sobrevivir. Los esclavos (la autora prefiere decir “esclavizados”) no viven vidas separadas de los otros grupos laborales, étnicos, o jerárquicos, como argumentó hace tiempo Alberto Flores Galindo en Aristocracia y Plebe (1984), sino que su existencia transcurre y se explica porque están integrados en redes y dinámicas que, a la vez que los fuerzan a habitar en espacios marginales o a vivir en condiciones francamente insoportables, les permiten también a veces acomodarse y sacar ciertas ventajas para sí mismos y para quienes los rodean.  Unos cuantos desafían ocasionalmente las reglas que se les imponen, aunque sin objetivos claros; mientras que un puñado de inconformes intenta una huida que se revela finalmente como una apuesta sin futuro.

Que las vidas de los esclavos no transcurrieron separadas del resto de la sociedad no implicó solamente un asunto de distancia física: en una ciudad como Lima, en donde predominó la esclavitud doméstica y una disposición de las viviendas que no estaba aun fuertemente marcada por directivas y prácticas que fomentaran la segregación, como habría de suceder más adelante, gente de distinto origen y condición se veía e interactuaba cotidianamente. La autora muestra que, aunque pueda parecer contradictorio y hasta incomprensible, los esclavos compartían tanto con sus patrones como con sus parientes, colegas y amigos, un conjunto de valores de enorme importancia para situarse en la vida. Arrelucea sostiene que, de estos valores, el honor era el más importante: las relaciones afectivas, amicales y en ocasiones laborales, lo que podría describirse tal vez anacrónicamente como la idea de la imagen pública, se validaba en el honor de la persona. Es una categoría que muchos creemos entender pero que parece difícil de explicar. El libro, pese a la riqueza de su material empírico, tampoco alcanza a hacerlo. En él encontramos numerosos ejemplos de situaciones en las que el honor de las personas está en juego o donde las situaciones complicadas y dolorosas se resuelven de alguna forma, no siempre feliz, porque los personajes involucrados buscan salvar su honor.

Las redes de parientes y amigos en que se apoyaban en situaciones de necesidad y el sentido del honor, este último con sus varias ramificaciones, incluyendo el ineludible campo de las relaciones de género, son las dos claves con que Arrelucea explica buena parte de su material. De manera general, el argumento funciona, por lo que en gran medida es convincente. Sin embargo, hay algo de repetitivo en el uso de esas dos claves, lo que nos lleva a preguntar si tal vez los ejemplos que ilustran los nueve capítulos del libro son muchos y se parecen demasiado entre sí (hay que decir que el libro reposa sobre un considerable trabajo de archivo) o si, una vez identificadas las líneas maestras sobre las que se asienta el argumento, el análisis debía complejizarse. Tal vez, antes que extenderse, el estudio pudo profundizar en algunos aspectos sustanciales de los cuales, el más importante, precisamente, es el carácter de la esclavitud. Es interesante que los elementos que hicieron posible la estabilidad e incluso longevidad de la esclavitud tengan también un papel importante en su debilidad y eventual desintegración. ¿Es esto común a la institución independientemente del lugar donde existió? ¿Fue acaso el cariz principalmente doméstico de la esclavitud lo que explica la recurrencia de las redes y la preocupación por el honor que animan la vida de las mujeres y hombres en los que este libro se enfoca? Podríamos tal vez deducirlo, pero Arrelucea no aborda directamente el problema y no nos lo explica. Al escribir sobre los esclavos domésticos que trabajaban fuera de las casas de sus amos para ganar un jornal, por ejemplo, afirma que “el sistema” los “colocaba en la calle para buscar la paga diaria”, aunque no llegamos a saber de qué se trata el “sistema” al que se refiere. La última sección del libro, que contiene una interesante reflexión sobre la importancia del estudio histórico de la esclavitud, pudo incluir una discusión sobre este asunto, pero no es el caso. La abundante evidencia documental reunida en este estudio permitiría el abordaje del problema, pero tal vez el volumen de ejemplos puede haber tenido el efecto contrario. Posiblemente esto se deba a que el libro, aunque menciona en la bibliografía varios títulos sobre el tema en diversos sitios fuera del Perú, rehúye la perspectiva comparativa. ¿Tuvieron los hombres y mujeres que vivieron sujetos bajo la esclavitud en otras partes posibilidades similares de tejer las redes que tan efectivamente se describen en este libro? ¿La preocupación por el honor tuvo el mismo arraigo y dejó una huella similar sobre las relaciones sociales en otros sitios donde la esclavitud  existió?

Arrelucea hace la afirmación tan cierta como importante de que el mundo en que habitaron tantos seres humanos privados de  su libertad no fue homogéneo. La diversidad de modalidades y experiencias de trabajo y de relaciones de dependencia que existieron bajo la etiqueta “esclavitud”–que el libro demuestra efectivamente–, puede hacer que parezca ardua la tarea de llegar a conclusiones generales y de explicar las especificidades de esta institución en el medio colonial andino. Al referirse a la esclavitud, un libro de texto sobre historia de América Latina colonial escrito para estudiantes anglófonos y publicado hace pocos años (M. Restall y K. Lane, Latin America in Colonial Times, 2011), indica que en la región existieron “sociedades esclavistas y sociedades con esclavos”. Si la nuestra se inserta en lo segundo, ¿de qué esclavitud hablamos y qué significado tendría esta caracterización en nuestro proceso histórico? La reflexión parece necesaria y lo avanzado en este libro representa un indispensable punto de apoyo para llevarla adelante.

Maribel Arrelucea Barrantes. Sobreviviendo a la esclavitud. Negociación y honor en las prácticas cotidianas de los africanos y afrodescendientes. Lima, 1750-1820. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2018, 439 pp.

04.05.2020

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