Stefano Varese, o la “obstinada antropología de la indianidad”

Erik Pozo-Buleje

Estamos ante a un libro ejemplar y extraordinario. Recorrer la biografía intelectual de Stefano Varese es transitar por varios caminos fundamentales de la segunda mitad del siglo XX, a saber: la llamada modernización del Perú, el nacimiento de una subespecialidad de la antropología en este país y la configuración latinoamericana y global de la defensa de los derechos de las poblaciones autóctonas. La experiencia vital de Varese se ha forjado en una encrucijada: el fin del régimen de haciendas, el desarrollo de la antropología amazónica en el Perú y la inédita intervención estatal en la porción amazónica de este país, los caminos sinuosos de la militancia izquierdista y el activismo en un tiempo en el que cambiar el mundo era prácticamente un imperativo categórico para muchos sujetos con sensibilidad social. También es una biografía fraguada en los destierros políticos y personales, así como las experiencias de tipo “existencial cósmico” (226). Honesto y autocrítico, Varese elabora una narrativa que invita a la empatía, a la reflexión y a la esperanza. Una vida, en suma, fascinante.

¿Una falta de tradición de memorias y autobiografías en el Perú?

El prologuista del libro, el reconocido historiador Charles Walker, afirma que las memorias o autobiografías son una “tradición aún muy escasa en Perú” (15). Esta afirmación es contestable. Luis Alberto Sánchez, uno de los más prolíficos intelectuales peruanos, nos dejó un monumental Testimonio personal (1967- 1987) que abarca seis tomos y más de dos mil páginas. Están, también, las Memorias de Luis E. Valcárcel (1981), con más de seiscientas páginas. Podríamos agregar El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) de José María Arguedas, una especie de autobiografía híper experimental. Este año se publicaron las memorias del diplomático Javier Pérez de Cuéllar y del periodista César Hildebrandt. Si ampliamos el espectro más allá de personajes académicos que se establecieron en la capital del Perú, tenemos un corpus aún más amplio: Éramos 21. Así se gestó la Federación Provincial de Campesinos de Andahuaylas (FEPCA) (2018); Autobiografía de Gregorio Condori Mamani (1977); y Huillca: habla un campesino peruano (1974). Si pasamos al lado amazónico, tenemos las siguientes publicaciones: Koshi shinanya ainbo. El testimonio de una mujer Shipiba (2004); Historias para nuestro futuro. Yotantsi ashi otsipaniki. Narraciones autobiográficas de líderes asháninkas y ashéninkas de la Selva Central del Perú (2009); y Esclavitud y utopía: las guerras y sueños de un transformador del mundo asháninka (2020). Manteniéndonos en la Amazonía peruana, ahora disponemos de memorias o autobiografías escritas directamente por los propios protagonistas. Un ejemplo notable es el de Antonio Sueyo Irangua & Héctor Sueyo Yumbuyo (padre e hijo, respectivamente) Soy Sontone. Memorias de una vida en aislamiento (2017).1

El arte del recuerdo de Varese se inserta así en un corpus amplio de memorias y autobiografías que aguardan un espacio legítimo de discusión. No estamos entonces ante una escasez de memorias o autobiografías en el Perú, sino más bien ante una falta de atención y discusión crítica de este tipo de textos en contextos académicos. En lo que sigue, me gustaría incidir en aquello que nos enseña Varese sobre el desarrollo de la antropología amazónica que se hace en el Perú con un especial énfasis en el tratamiento de la etnografía, el método que define por antonomasia el trabajo científico en esta disciplina.

El estado del conocimiento antropológico de América del Sur y de la Amazonía desde 1970

En la década de 1970, el conocimiento científico fundado en la etnografía sobre los Native South Americans (Lyon 1985) era reducido respecto de lo que ya se sabía sobre las poblaciones aborígenes de otros continentes (África y Oceanía en particular). Allí, la antropología, en tanto disciplina profesional, desarrolló sus primeras investigaciones de campo y forjó sus inaugurales dispositivos conceptuales. Así, las investigaciones sobre América del sur autóctona hasta los años setenta bien valían ser reunidas y, en efecto, puestas en términos de “the last known continent”, tal como lo hiciera Patricia J. Lyon en 1974. En el conjunto de textos de diversos americanistas compilados por Lyon, las investigaciones etnográficas sobre las tierras bajas eran aún menos numerosas y poco profesionales vis-à-vis las investigaciones desarrolladas en las tierras altas (de mayor calidad, es verdad, pero pocas y muy irregulares). Por ello, Jean Jackson (1975:307) afirmaría que aquéllas aún eran deficientes en muchos aspectos. Si en la década de 1970 existía un panorama pobre con relación al conocimiento científico basado en la etnografía sobre las poblaciones autóctonas del subcontinente de América del Sur, la parte correspondiente a las tierras bajas era paupérrima.2

Las investigaciones en la Amazonía peruana que Varese rememora en su texto se insertan en este marco general. Él lo recuerda del siguiente modo:

Una mirada a los estudios antropológicos de esa época nos revela que, solo a partir  de 1968, aparecieron los primeros estudios académicos sobre la Amazonía peruana, todos por investigadores norteamericanos: la etno-arqueología de Donald Lathrap en 1968; la sumaria etnografía del misionero evangélico John Elick en 1969; los estudios de antropología social de John Bodley en 1969 y 1970; la etnografía comprensiva de Gerald Weiss en 1969 y 1972; el estudio sobre geografía humana de William Denevan en 1971; y el estudio histórico de Jay Lenhertz, publicado en 1972 (87, énfasis mío).

De las seis investigaciones que Varese menciona, solo tres son de corte antropológico (Elick (1969), Bodley (1970) y Weiss (1969)). Todas son estudios de caso sobre los Asháninka (entonces llamados Campa), esto es, el mismo colectivo al que Varese dedicaría sus estudios. No obstante, Varese destacaría entre todos sus coetáneos en la investigación: su obra es considerada como la gestora de un “giro amazónico” en los estudios antropológicos (Chaumeil 2017). Su célebre libro La sal de los cerros (1968) es tomado como el comienzo de la antropología amazónica en el Perú, no porque fuera la primera, sino, como señala Alberto Chirif (2005), por sus repercusiones tanto para los colectivos autóctonos como para los investigadores de la época.

Sobre la antropología amazónica en el Perú: un inicio poco etnográfico

Stefano Varese tiene una relación particular con la etnografía. Su primer interés fue ser historiador y luego complementó su formación en etnología: “Mi vida universitaria se había encaminado en definitiva hacia las ciencias sociales: primero en la carrera de Historia, seguida de inmediato por mi decisión de entrar al departamento de Etnología” (73). “Se inició así—continúa Varese—mi pasión por el pensamiento y la práctica antropológica e histórica” (74). Su tesis de bachillerato en etnología (que no menciona en sus memorias) fue de corte histórico y su título no deja dudas al respecto: Los indios Campa de la selva peruana en los documentos de los siglos XVI y XVII.

Con veinticuatro años, Varese “ya estudiaba el posgrado en la Universidad Católica” (85) y su director de tesis doctoral fue el francés Jehan Albert Vellard.3 Varese confiesa deberle a este médico y etnólogo controvertido su “pasión por la etnología descriptiva y la disciplina de la observación participante” (74). Vellard le pide concentrarse más en la etnografía que en los documentos históricos sobre los Asháninka: “Señor Varese, deje de leer sobre los indios campa. Usted se deja influir demasiado por los escritos de otros. Los pocos misioneros, viajeros, caucheros, los andinos y costeños que han viajado a la selva central, no le van a enseñar nada. Vaya usted al Gran Pajonal, aprenda la lengua, quédese a vivir lo más que pueda con los campa y regrese con fotos y cuadernos llenos” (87). Una empresa etnográfica de tal envergadura necesita, entre otros requisitos, un enorme apoyo institucional y financiero. Al respecto, Varese dice lo siguiente:

En el Perú, a principios de los sesenta, no existían instituciones que apoyaran la investigación antropológica o de cualquier otro tipo. […]. Recién la tuvimos cuando, a fines de esa década, empezaron a llegar al país investigadores extranjeros (especialmente, franceses y norteamericanos), con recursos de sus gobiernos o de fundaciones. […] En cambio, para nosotros, jóvenes estudiantes empobrecidos, se confirmaba, con cierta envidia y resentimiento, que el neocolonialismo y el imperialismo nos aventajaban en todos los campos de la vida económica, científica y cultural (87).

Hijo de padre abogado dedicado al negocio de las joyas, difícilmente el Varese del tiempo de sus estudios de posgrado era un joven estudiante empobrecido. Su propio relato no deja dudas al respecto:

Nuestra inserción plena en la élite limeña se dio unos diez años más tarde, cuando papá, cansado de pagar el alquiler de la casita de Miraflores […], compró un terreno amplio en Chacarilla del Estanque, la nueva zona de expansión urbana hacia el este de Lima. Allí empezaban a mudarse las familias de la nueva burguesía limeña, los profesionales y uno que otro oligarca terrateniente de provincia, atraído por la modernidad ciudadana o temerosos de la creciente inquietud del campo (73).

Varese emprendió su investigación doctoral con recursos propios y familiares, como ocurre hoy muy frecuentemente entre los antropólogos peruanos, aunque, a diferencia de Varese, no se viene siempre de la “élite limeña”. En este sentido, las cosas no han cambiado mucho.

La fuerte inclinación por la historia marcó La sal de los cerros. Chirif, alguien a quien no podríamos calificar de crítico de Varese, diría que “la parte etnográfica no es el fuerte de esa obra”. El propio Varese (2006: i) señala algo similar en la introducción a la tercera edición de su ya clásica obra: “Había apenas terminado de escribir las páginas finales de mi tesis de doctorado, un estudio que se había transformado, a mi pesar, en una narración etnohistórica más que en la summa etnográfica que soberbiamente me había propuesto al comienzo de mi proyecto de estudio”. También lo dice en sus memorias: “Lo que yo sabía de los asháninka era una etnografía incompleta y su larga historia de resistencia ante siglos de colonialismo” (123). De igual modo, cuando Varese rememora su encuentro en la selva con Gerald Weiss,4 dice lo siguiente:

El encuentro, si recuerdo bien, fue breve: un par de conversaciones formales sobre nuestros respectivos estudios. Yo entendí con claridad que Weiss había acumulado un conocimiento empírico extraordinario de la sociedad asháninka ribereña. Admiré en secreto su habilidad lingüística, su manejo espontáneo de la conversación en lengua campa (como llamábamos por entonces a la lengua arawak de los asháninka). […]. Cuando […] publicó su tesis doctoral, yo ya había terminado la mía. […] Al leer su tesis pude darme cuenta de las grandes coincidencias de nuestros estudios, pero también de las profundas diferencias etnográficas y teóricas que nos separaban (105, 106).

Desde la perspectiva de Varese, Weiss era el antropólogo académico, apegado al rigor científico de la etnografía y alejado de las preocupaciones del activista, “aislado de las necesidades concretas de los asháninka” (106). Sin embargo, la grandeza reflexiva y autocrítica de Varese (que es una constante a lo largo de las páginas del libro) le permiten corregir sus impresiones: “Sin embargo, tuve que desdecirme del supuesto aislamiento de Weiss cuando leí las líneas que escribió y publicó en el 2005 acerca de sus visitas posteriores a las comunidades asháninka (en 1977 y 1980). […] Lo reitero: tuve que desdecirme de mis prejuicios contra Weiss, pero lo hice con alegría” (ibid). 

En suma, es completamente válida la constatación de Jean-Pierre Chaumeil (2017:107) sobre la obra de Varese y su importancia para el desarrollo de la antropología amazónica en el Perú: “Es interesante señalar que ha sido a partir de un estudio etnohistórico­–más que de una suma etnográfica–con el que se dio inicio a la antropología amazónica peruana”.5 Fue sobre todo la etnohistoria la que abrió el camino del estudio de la Amazonía peruana. La ausencia de la etnografía intensiva y extensiva, esto es, con descripciones densas fruto de largos períodos de convivencia, es decir, aquella recomendación que Vellard hizo a Varese de aprender la lengua y quedarse a vivir lo más que se pueda entre los anfitriones amazónicos, es todavía un rasgo característico de la antropología que se hace en el Perú. Este aspecto tampoco ha cambiado mucho en el contexto nacional desde el tiempo de Varese.

Las variaciones de los subtítulos de las publicaciones

Un aspecto sintomático de las dos mayores publicaciones de Varese son las variaciones en los subtítulos que implican a la categoría “etnografía”. La sal de los cerros fue el primer libro que leí, de principio a fin, durante mi formación en la etnográfica amazónica (la cual, paradójicamente, no puso énfasis en la etnografía). El subtítulo de la segunda edición (1973) es un sobrio enunciado puesto entre paréntesis: “Una aproximación al mundo campa”. El subtítulo de la primera edición (1968), sin embargo, es mucho más descriptivo: “Notas etnográficas e históricas sobre los Campa de la selva del Perú”. Es decir, no se afirma directamente que estamos ante una etnografía a secas, como ocurre frecuentemente cuando se trata de publicaciones de monografías etnográficas, sino ante unas “notas etnográficas” que bien podrían constituirse en ancestro de la actual “enfoque etnográfico”, enunciado al que recurren hoy una enorme cantidad de publicaciones antropológicas nacionales para indicar, supongo, que no estamos ante una descripción intensiva y extensiva de una determinada unidad de estudio, cuyo objetivo es el de restituir y hacer inteligible (con todas sus dificultades y limitaciones) el famoso “punto de vista nativo”, sino ante una aproximación que toma en cuenta el “punto de vista nativo” como un elemento más de una determinada unidad de estudio. Me parece que éste es, también, el caso de La sal de los cerros. Se constata, entonces, una supresión y simplificación de los subtítulos de la primera a la segunda edición. La tercera edición peruana de La sal de los cerros posee un nuevo subtítulo: “Resistencia y utopía en la Amazonía peruana”. Creo que le hace mayor justicia al contenido del libro y al espíritu de la intención militante de Varese. También es la edición más bella y la que, me parece, lo consagra como un autor canónico de la antropología amazónica nacional: lo publica el Fondo Editorial del Congreso del Perú, una institución del Estado.6

Esta variación de subtítulos no es ajena a El arte del recuerdo. En esta ocasión, también la categoría que desaparece es “etnografía”. Este libro fue publicado primero en inglés en el año 2020 bajo el título siguiente: The Art of Memory: An Ethnographer’s Journey. Es necesario aclarar que esta traducción del español al inglés se basa en un libro escrito en español y publicado un año más tarde. Seguramente existen razones editoriales que expliquen esto, pero lo que me interesa destacar aquí es la diferencia entre los subtítulos de ambas ediciones.

Propongo traducir An Ethnographer’s Journey como “El recorrido de un etnógrafo”. La portada del libro en inglés muestra, en efecto, a Varese “etnografiando” a un asháninka, al puro estilo exotista de, por ejemplo, las fotos de Malinowski entre los trobriandeses. En cambio, el diseño de la cubierta de la versión en castellano es una especie de nautilos coloreado. ¿Por qué desapareció la foto de la cubierta de la edición en ingles previamente publicada y junto con ella el subtítulo? Seguro hay razones comerciales, quizá estéticas; pero es posible ver también allí una intensión de mostrar a un Varese etnógrafo en inglés y a uno memorioso en español, pues el subtítulo en este caso es: “Viajes y memorias de un antropólogo”.

En todo caso, para Varese las cosas están claras. Él es ante todo un antropólogo activista: “Me he preguntado varias veces cómo transité de la antropología académica (e incluso de la etnografía) al activismo. Si tuviera que fechar aquel salto emocional e intelectual, pienso que fue en el año de 1971” (153), esto es, dos años después de su ingreso a la Dirección General de Comunidades Campesinas del Ministerio de Agricultura y Reforma Agraria, desde donde organizó la División de Comunidades Nativas de la Selva, y tres años antes de la salida de Juan Velasco Alvarado de la presidencia del Perú.

El obstinado antropólogo de la indianidad

Antropólogo activista extraordinario y brillante, Varese publicó en la revista Les Temps Modernes,fundada por Jean Paul Sartre, y en Annales, fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre, y continuada por Fernand Braudel. Fue participante clave en la Reunión de Barbados I, de donde surgió una fundamental Declaración, junto a antropólogos de la talla de Darcy Ribeiro y Guillermo Bonfil Batalla. Fue secretario internacional para Latinoamérica del International Work Group for Indigenous Affairs (IWGIA) y luego integrante del directorio de Cultural Survival. Fue, además, entusiasta informante sobre la Revolución peruana ante el curioso Herbert Marcuse y amigo afectuoso de Eduardo Galeano y Rodolfo Stavenhagen. Antropólogo activista admirable, Varese comprendió “que la totalidad sistémica de lo moderno no es sino un conjunto de desarrollos desiguales y combinados, de capitalismos salvajes y pillajes descarados, de racismo y discriminación étnica, de opresión política y explotación económica de clase. Y que estos fenómenos están normalizados bajo la retórica de la democracia electoral y de una ciencia materialista despojada de cualquier ética” (197). Sin duda su legado perdurará, así como su “obstinada antropología de la indianidad” (78).


Varese, Stefano (2021). El arte del recuerdo. Viajes y memorias de un antropólogo. Lima: Taurus.

Quiero agradecer a Pablo Sendón por los valiosos comentarios a una versión anterior de este texto, así como a los editores de Trama por su extraordinario trabajo.


Créditos de las fotos de portada e interiores: Archivo Personal de Stefano Varese.
Créditos de la portada del libro en inglés: The University of North Carolina Press.
Créditos de la imagen de Bronisław Malinowski: «Malinowski with Trobriand Islanders, 1918.» Bronislaw Malinowski – LSE pioneer of social anthropology.
Créditos de la portada del libro en castellano: Apollo Studio.


Bibliografía

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Amapo, Alfredo Tabo. 2008. El Eco de Las Voces Olvidadas. Una Autoetnografía y Etnohistoria de Los Cavineños de La Amazonía Boliviana. edited by M. Brohan and E. Herrera. La Paz.

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Chaumeil, Jean-Pierre. 2017. “Una Ventana Hacia La Antropología Amazónica En El Perú (1997-2017)”. Tipití: Journal of the Society for the Anthropology of Lowland 15(2):105–17.

Chirif, Alberto. 2005. “Perú: A Casi 40 Años de La Sal de Los Cerros.” Servindi.

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Varese, Stefano. 1968. La sal de los cerros. Notas etnográficas e históricas sobre los campa de la selva del Perú. Lima: Universidad Peruana de Ciencias y Tecnología.

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Varese, Stefano. 2011. La sal de los cerros. La Habana: Casa de las Américas.

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Villar, Diego. 2020. “Los viajes del Doctor Vellard”. Disparidades. Revista de Antropología 75(1).

Wachtel, Nathan. 1990. Le Retour Des Ancétres. Les Indiens Urus de Bolivie, XXe-XVIe Siècle. Essai d’histoire Régressive. Paris: Gallimard.

Weiss, Gerald. 1969. “The Cosmology of the Campa Indians of Eastern Peru”. Tesis doctoral. University of Michigan.

Notas

  1. Saliendo de las fronteras del Perú y manteniéndonos en la Amazonía, tenemos El eco de las voces olvidadas. Una autoetnografía y etnohistoria de los Cariveños de la Amazonía boliviana (2008), Alejandro Tsakimp: a Shuar Healer in the Margins of History (2002), etc. Si bien estos textos se encuentran aún en el conjunto de memorias escritas por académicos dedicadas a personajes característicos, se puede hablar de un boom autobiográfico de autoría autóctona amazónica.
  2. Poco más de veinte años después del texto editado por Lyon y de la revisión de Jackson, Donald Pollock (1996:157) mostró un panorama muy distinto: en el trascurso de dos décadas, las investigaciones eran ya profesionales y científicamente fundadas en etnografías rigurosas, lo que valió que las Tierras Bajas de América del Sur se posicionasen dentro del paisaje mayor de la Antropología global como el área geográfica del mundo (quizá con la excepción de Nueva Guinea en ese entonces) con los desarrollos más interesantes e innovadores.
  3. Entre los especialistas se conoce que Vellard fue el médico que acompañó a Claude Lévi-Strauss en su famosa expedición al Mato Grosso. Su relato, como se sabe, forma parte del famoso libro Tristes trópicos. Para un bien documentado y ponderado balance de una parte de la biografía intelectual de Vellard, véase Villar (2020).
  4. La investigación doctoral del antropólogo Gerald Weiss se basó en un trabajo de campo realizado entre los Asháninka ribereños de la Amazonía peruana entre 1960 y 1964. Este trabajo fue publicado en 1975 bajo el título Campa Cosmology. The World of a Forest Tribe in South America (O’Hagan 2021).
  5. Evidentemente, el interés del antropólogo por la historia se tiene que celebrar y aun promover. No obstante, una cosa es hacer historia a la manera de los historiadores profesionales y otra hacer etnografía sobre la historia o, mejor, sobre el sentido de la historia para los anfitriones del etnógrafo. Para el caso de la Amazonía peruana, se tiene el notable ejemplo de la obra de Peter Gow (1991, 2001, 2020). También, a partir de la etnografía, se puede hacer historia a la manera de los historiadores profesionales; aquí el ejemplo notable para el caso de los Andes es el de Nathan Wacthel (1990).
  6. Las ediciones internacionales (2002, 2011, 2015) excluyen sistemáticamente la categoría “etnografía”. De hecho, la publicada en francés prioriza el subtítulo al intercambiarlo por el título: Résistance et utopie dans l’Amazonie Péruvienne. Le Sel de La Montagne.

13.11.2021


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