El quechua en la academia

Virginia Zavala

La sustentación en quechua de la tesis doctoral de Roxana Quispe Collantes en la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos el pasado 15 de octubre ha sido un acontecimiento que favorece el desarrollo de las lenguas originarias en el Perú y el empoderamiento de sus hablantes. Si lo situamos en el contexto de la conmemoración del bicentenario de nuestra Independencia, constituye un acto –aunque, sin duda, bastante tardío- que ha intentado mostrar (y desafiar) la subalternización del quechua con el objetivo de legitimar a sus hablantes en espacios públicos, pese a una herencia colonial todavía muy enraizada en la sociedad peruana.

Me interesa resaltar, sin embargo, que este acto no constituye un hecho aislado: resulta claro que algo está pasando hoy en el Perú con relación al quechua y a muchas otras lenguas originarias. Es impresionante constatar la cantidad de espacios en torno al quechua en las redes sociales y en diferentes tipos de eventos o prácticas culturales. Por ejemplo, el colectivo ‘Quechua para Todos’ enseña cursos de quechua de forma gratuita en muchos lugares de la capital. Hace solo unos meses, asistí a uno de ellos en la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay. Se matricularon casi 300 personas y muchas se quedaron sin cupo. La sustentación de Roxana Quispe es solo un ejemplo más de esta nueva dinámica cultural y se suma, entonces, a un movimiento más amplio, que está generando un efecto multiplicador en distintas partes del país. Quiero subrayar, sin embargo, que los más importantes cambios respecto de las ideologías y los usos del quechua provienen, sobre todo, de la sociedad civil y no tanto de las políticas estatales.

Si bien el Estado ha promovido importantes políticas lingüísticas en la última década, éstas han estado focalizadas en el intento por garantizar sólo los derechos lingüísticos de los hablantes maternos del quechua que viven en zonas rurales, desde una lógica en la que el uso de la lengua originaria sólo sirve como un remedio o una compensación mientras que sus hablantes todavía no dominan el castellano. Esta concepción obstaculiza la implementación de políticas lingüísticas en zonas urbanas, o en niveles educativos como la secundaria o la universidad, donde el quechua sigue sin ser atendido a pesar de la cantidad de hablantes que habitan estos espacios.

Aunque hay que valorar iniciativas como el trabajo con funcionarios públicos del Ministerio de Cultura, el programa estatal de TV en quechua “Ñuqanchik” y los programas de educación intercultural bilingüe en zonas rurales, todas ellas continúan focalizándose en ‘incluir’ a los peruanos que aún no hablan castellano y no en difundir el uso del quechua masivamente en el país desde una noción de derecho lingüístico más amplia. Por el contrario, la sustentación de la tesis de Roxana Quispe no revela esta concepción: ahí el quechua se usó como un recurso y no como un problema. El evento, en efecto, ha contribuido al cambio de representaciones y prácticas en torno al quechua, que hoy ya se puede imaginar como una lengua capaz de hablarse en contextos urbanos, públicos y académicos. Ha contribuido a mostrar también que la obsesión histórica por un quechua “puro” resulta artificial y que las interacciones en contextos bilingües siempre se desarrollan con los diversos recursos lingüísticos asociados a las lenguas de los hablantes.

Aunque el quechua también ha sido usado recientemente por congresistas de diversas bancadas, hay una diferencia sustancial con la sustentación de la tesis. Si bien algunos congresistas tienen ahora mucho más licencia para hablar en quechua y ya no son cuestionados como sucedía hace dos décadas (recordemos las frases racistas de Martha Hildebrandt), éstos nunca son genuinamente escuchados por el pleno. Es más, hemos podido conocer la trascripción oficial del debate sobre una sesión de septiembre pasado, donde se muestra que no se transcribió la participación en quechua de tres congresistas, sino que sólo se registró la frase “se expresa en idioma quechua”, revelando que estas intervenciones funcionan como una mera formalidad, casi teatral. Hoy en día se toleran, pero no tienen mayor funcionalidad.

Por el contrario, en la sustentación de la tesis de Roxana Quispe, los miembros del jurado sí se constituyeron como verdaderos interlocutores, aunque no todos manejaran el quechua. De hecho, hablar una lengua requiere de interlocutores que escuchen, reconozcan y confirmen lo que emiten los hablantes. Esto es aún más importante cuando pensamos en la vitalidad de las lenguas originarias y en sus estados de marginación. Recuerdo que una vez en Andahuaylas, un activista del quechua me dijo que cuando él intentaba hablar en esta lengua en la ciudad sentía que no tenía interlocutores. Claramente no se estaba refiriendo a que las personas con las cuales intentaba hablar no supieran el quechua, sino a que éstos no validaban lo que él decía, reaccionando con miradas y gestos deslegitimadores, o con indiferencia en el mejor de los casos. Como señala Byung-Chul Han, “escuchar es lo único que hace que el otro hable”, pues la escucha es lo que finalmente sana, reconcilia y redime.

Un aspecto clave para entender la sustentación de la tesis de Roxana Quispe es que el evento se viralizó a través de las redes, fenómeno nunca antes visto. No sólo fue reportado en múltiples medios nacionales e internacionales, sino que la misma UNMSM le otorgó una cobertura sin precedentes, que incluyó la transmisión en vivo por un canal universitario, mientras de forma simultánea se recibían comentarios de todas partes del mundo, muchísimos de ellos en quechua. Esta cobertura visibilizó una amplísima comunidad de hablantes de la lengua o, por lo menos, de interesados en legitimarla. Hay que subrayar también que dicho evento reveló reacciones aprobatorias por la mayor parte de la población, mostrando que hoy en día parece existir un consenso social sobre el valor positivo que tiene el quechua para el país.

Deberíamos preguntarnos, sin embargo, de qué tipo de consenso estamos hablando y a quién beneficia el uso del quechua en estos ‘nuevos’ espacios. ¿Por qué, entonces,  la prensa casi no advirtió la importante sentencia –emitida en quechua- por parte del tribunal constitucional, que favoreció la recuperación de horas de trabajo de una comerciante en Carhuaz?

Sabemos que en el mundo contemporáneo las lenguas y las culturas se mercantilizan en el contexto de un capitalismo neoliberal que busca generar diferencia y multiculturalismo como recursos potencialmente lucrativos para el marketing. Es esta mercantilización lo que distingue el impacto que tuvo el uso del quechua en la sustentación académica y en la sentencia judicial. El que una de las principales compañías de telefonía (que le debe millones al Estado) se hayan referido de forma positiva a la sustentación es un signo, justamente, de ese tipo de multiculturalismo que celebra la cultura como fetiche pero que, al mismo tiempo, no tiene problemas en aprovecharse de los trabajadores, reducir derechos laborales, engañar a los consumidores y evadir responsabilidades tributarias. Empresas como éstas celebran la “cultura”, pero nunca a los ciudadanos; celebran la “lengua”, pero nunca las necesidades materiales de los hablantes. Empresas como éstas no estarían de acuerdo con políticas lingüísticas en pro de la construcción de un país más justo e igualitario.

Si bien las lenguas subalternizadas pueden aprovecharse de este contexto para adquirir más visibilidad, es urgente reconocer los límites que esto implica. No es suficiente defender la lengua de manera simbólica si continúa la marginación real de sus hablantes. ¿De qué sirve, por ejemplo, que Movistar lance una publicidad en quechua si les sigue pagando un sueldo miserable a hablantes de quechua que trabajan en la empresa? La lucha por las lenguas originarias no puede desligarse de la lucha por la justicia en todos los frentes (como el machismo, el racismo, la explotación laboral o el despojo del territorio), pues el uso de los recursos lingüísticos siempre se intersecta con múltiples formas de desigualdad. No se trata, entonces, de ‘preservar’, ‘mantener’ o ‘rescatar’ lenguas minorizadas a manera de fetiches, sino de transformar las diferentes relaciones de desigualdad en la que se encuentran sus usuarios.

Por todo lo anterior, y aunque reitero que se trató de un acto fundamental, considero que el entusiasmo que desencadenó la sustentación de la tesis estuvo sobredimensionado. Si bien no pongo en duda el gran mérito de Roxana Quispe y de la UNMSM, es importante preguntarnos qué es lo que este entusiasmo está escondiendo en términos de la relación entre las lenguas y la desigualdad. Es importante promover más actos de sustentación como el de Quispe Collantes, pero es más importante enmarcarlos en políticas lingüísticas de educación superior (que impliquen, además, dictar cursos en quechua y no sólo sobre el quechua), donde el uso de las lenguas originarias permita a los hablantes acceder a mayores recursos simbólicos y materiales en la vida universitaria. En el Perú, las políticas lingüísticas –que siempre deben ser parte de la lucha por una ciudadanía igualitaria en todos los niveles de la vida social- todavía tienen un largo camino por recorrer.

Crédito fotográfico: Andina

07.01.2020

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