Un sombrero para Garcilaso: la voluntad del último inca

José Carlos de la Puente

A José Antonio Mazzotti (+)

“Incas”, “España” y “Edad moderna” no son términos que suelan leerse en una misma frase. ¿Qué significaba, sin embargo, ser y sentirse Inca en la España de la temprana modernidad? Como pasa con las buenas preguntas de historia, ésta admite más de una respuesta. Podríamos, por ejemplo, abordar esta interrogante desde las poderosas y personales construcciones literarias del autor de los Comentarios reales (1609; 1617), Garcilaso Inca de la Vega, en el siglo XVII. Podríamos hacerlo también desde las dinámicas argumentaciones jurídico-genealógicas de su lejano pariente y compatriota Juan Bustamante Carlos Inca, pretendiente al marquesado de Oropesa en Madrid a mediados de la centuria siguiente. Podríamos valernos incluso de los ardientes discursos liberales constitucionalistas en defensa de los “indios” del limeño Dionisio Uchu Inca Yupanqui, diputado suplente por el virreinato peruano en las cortes de Cádiz a comienzos del siglo XIX, cuando la monarquía hispánica en que se forjaron estas identidades comenzaba a resquebrajarse. Pero ¿qué sucede cuando a estas profesiones masculinas y cambiantes de incanidad, desplegadas en la Península Ibérica a lo largo de tres siglos, le sumamos la conciencia de ser el último “descendiente por linea recta de varon” de los reyes incas, monarcas de un gran imperio? Más aún, ¿cómo se expresan estas coordenadas identitarias específicas, el sentirse «Inca» en España, en los momentos finales en que, con el tiempo en contra, se hace necesario formar una secuencia de retazos de vida para construir una narrativa imperecedera del «yo» ante la muerte? ¿Cómo encarna o experimenta esa incanidad Juan Melchor Carlos Inca, autor del testamento y postrera voluntad que publicamos, mientras enfrenta la muerte en Cartagena del Levante, la vieja ciudad española en donde testó en 1630?1

Antes de introducir al personaje, valgan algunas precisiones. Podría sorprender que, en fecha relativamente temprana, sin que se hubiese cumplido aún un siglo del encuentro de Cajamarca en 1532, alguien se imaginase como el último “en línea recta de varón” de la casa real incaica, pues incontables hombres y mujeres se reclamaron descendientes de “los incas” entonces y se dicen tales hasta el día de hoy.2 En este contexto, sin embargo, “inca” era equiparable a “rey” (esto explica también el inevitable sesgo de género de esta historia). En la época en que vivió Juan Melchor, a caballo entre el siglo XVI y el XVII, la versión oficial que venía imponiéndose era que, a pesar de su inesperada muerte y de la falta de un claro heredero, Huayna Capac Inca (-c. 1527) había sido el último soberano indisputado del Tahuantinsuyo. Aunque algunos de sus hijos habían portado la “corona” (la borla o mascapaycha de los señores del Cuzco), a veces de manera efímera o espuria, durante las turbulentas décadas de la conquista, sólo las aspiraciones reales de dos ramas de descendientes por la vía masculina podían considerarse como merecedoras del reconocimiento de alguna prerrogativa real.3

La primera la constituían los descendientes de Manco Inca Yupanqui (-c. 1544), el rebelde que se refugiaría en las montañas de Vilcabamba tras el frustrado cerco del Cuzco (1536-37). El hijo de Manco había renunciado a la corona en 1558 y, aunque la actitud desafiante de sus hermanos y la ejecución del último de ellos en 1572 habían empañado la translación imperial, las mujeres descendientes directas de Manco habían finalmente pactado con los reyes de Castilla a cambio de una encomienda y un rico marquesado. Mucho menos conocida y querida era la rama de su hermano don Cristóbal Paullu Topa Inca (c.1516-1549), el principal aliado de Diego de Almagro y quien, en la versión de sus numerosos descendientes, así como de los almagristas, había sido el verdadero sucesor de su padre Huayna Capac y, por tanto, el último rey inca del Perú.4 Desde esta perspectiva, su rama, la única con descendientes legítimos de varón en varón más o menos aceptados por todos hacia 1630, debía ser la preferida. Al borde de la muerte y sin hijos, Juan Melchor, “bisnieto de don Cristoval Paulo Topa Ynga hultimo Rey que ubo en los Reynos del Piru”, además de “hultimo de la baronia de la casa de Ynga”, debió sentirse ante el ocaso inevitable de su estirpe.

Don Melchor Carlos Inca, en la pluma de Felipe Guaman Poma de Ayala. Tomado de Felipe Guaman Poma de Ayala, El primer nueva corónica y buen gobierno, 739[753]. Biblioteca Real de Dinamarca, GKS 2232 quarto

Pero estas evocaciones, estas “sombras del imperio”, como las llamara David Garrett, no eran las únicas coordenadas desde donde Juan Melchor articuló su última voluntad.5 Sería injusto encapsularlo en un pasado de glorias imperiales evanescentes, pues “lo inca” también era parte de su experiencia en España y quizás también de su legado, de sus deseos para el futuro. El testamento otorga especial importancia al riquísimo guardarropa del testador, parte de su capital simbólico y económico, con énfasis en el número y las características de los trajes y las armas, particularmente la espada y la daga. A pesar de estar próxima la muerte (o más precisamente por ello), el autor no olvida estos objetos, sino que dispone de ellos, pues son extensiones de sí mismo. Otros documentos, que no analizamos aquí, revelan el gusto de Juan Melchor por prendas y accesorios, algunos heredados de su padre—botones de oro esmaltados de blanco y negro, diamantes finos engastados en sortijas igualmente de oro, camisas nuevas de tela de holanda. Aunque distantes ya en el tiempo, estos objetos nos siguen interpelando acerca de aquello que los trajes y accesorios de Juan Melchor Carlos Inca simultáneamente revelaban y buscaban esconder en Europa.

Pero puede que la línea más valiosa y reveladora del testamento se encuentre entre las disposiciones del testador acerca de una de estas prendas:

Y quiero que un sonbrero de lana de bicuña fina y unas medias y ligas de seda y unas mangas […] se den a Garçilasso Ynga de la Bega.

¿Por qué pensar en Garcilaso cuando la muerte acechaba? ¿Qué evocaba para Juan Melchor ese nombre? ¿Había leído los Comentarios reales? ¿Es cierto que un sombrero “españolizante” era “ajeno a la gran tradición imperial incaica”, como propuso, tajante, Carlos Daniel Valcárcel para el caso muy posterior de José Gabriel Tupa Amaro?6 ¿Se puede pensar en cambio en otras épocas y otros lugares, en contextos anteriores a la fetichización de la indumentaria real incaica en que un sombrero y otras “ropas de Castilla” no entraran en contradicción con las estrategias de autorrepresentación de los descendientes de los forjadores del Imperio? En suma, ¿se era menos inca en 1630 por lucir un sombrero?

En primer término, este dato del testamento nos obliga a repensar la iconografía canónica del Inca, añadiendo a la pluma, el collar, la sobria camisa negra y la cabeza descubierta un posible accesorio de exquisita fibra andina, una prenda que quizás perteneciera al ajuar de otros incas en el exilio. Garcilaso cuenta que la lana de vicuña obtenida en las grandes cacerías rituales “era toda para el Inca”, quien la repartía entre “los de su sangre real” y, en ocasiones, entre los curacas, pero que otros no podían vestir con ella, bajo pena de muerte. Dice El Inca:

La lana de los huanacus, porque es lana basta, se repartía a la gente común; y la de la vicuña, por ser tan estimada por su fineza, era toda para el Inca, de la cual mandaba repartir con los de su sangre real que otros no podían vestir de aquella lana so pena de la vida. También daban de ella por privilegio y merced particular a los curacas, que de otra manera tampoco podían vestir de ella.7

Preferida por la nobleza inca prehispánica y del temprano periodo colonial, la finísima fibra sirvió para confeccionar prendas que se le mostraron a Felipe II (1527-98), quien las incorporó a su ropa de cama.8 No sólo eso; desde fines del siglo XVI, la lana de vicuña comenzó a explotarse en los obrajes de Cuzco, La Paz y otros puntos del sur andino, en donde se confeccionó sombreros de esta lana, preferentemente de color negro.9 Además, la preciada fibra comenzó a exportarse a España, camuflada a veces en colchones y almohadas para no pagar el flete, aunque tanto ahí como en los obrajes locales se le entretejió con pelo de castor o lana de oveja al momento de fabricar los sombreros.10 En segundo lugar, entonces, es importante pensar en qué impacto pudo tener la internacionalización y la difusión de una fibra previamente limitada a una elite minúscula, según la versión de Garcilaso, y en cómo estas transformaciones terminarían por modificar o incluso desvanecer significados previos.11 ¿Cómo se fue resignificando esta materia prima conforme se difundía su uso a ambos lados del océano? ¿Qué significados le asignaba Juan Melchor, aquellos vinculados a la tradición descrita por Garcilaso, en la que sólo “los príncipes y sus hijos” podían vestir lana de vicuña, o los relacionados con sus crecientes aires cosmopolitas?  ¿Una combinación de ambos?12

La mención en el testamento a la «lana de bicuña fina» podría estar revelando que éste era un objeto especial, de superior manufactura y valor, ajeno quizás a la producción en serie, fabricado tal vez en un taller familiar; de una u otra forma, íntimamente vinculado al Perú que los ancestros de Juan Melchor habían gobernado.13 No hay manera de saber si lo adquirió en España o lo trajo consigo desde el Cuzco pero, ¿por qué dejárselo a Garcilaso? ¿Qué sentimientos de pertenencia podrían estar ocultándose en este legado? El que el sombrero esté acompañado de medias y ligas de seda, material adoptado por los nobles incas desde muy temprano, es señal de hibridación y de los circuitos globales en que se encuadraba la cultura de élite de estos incas coloniales, pero no en el Cuzco, sobre lo cual existen trabajos notables, sino en España.14 ¿Símbolo de una identidad inca en el corazón del nuevo imperio? ¿Expresión de una común identidad perulera con matices cuzqueños? ¿Un gesto equivalente a dejar caer el ancla en aguas que van quedando atrás rápidamente, o más bien a concentrar la mirada en el horizonte, importando poco lo que dejamos atrás?

No sabemos si, más allá del material, el sombrero tenía algún rasgo diferenciador, pero, de no ser así, esa propiedad de “lo peruano”, la materia prima, sería invisible al ojo no entrenado y sólo conocida por el portador. Quizás sean sus significados ocultos y, por tanto, la complicidad entre el testador y el destinatario en este ejemplo los que nos estén revelando el poder de este obsequio. No debe pasar desapercibido que es el único objeto de su tipo, posiblemente manufacturado en el Perú por la calidad de la fibra, que se menciona en el testamento. Tampoco, que el destinatario fuese Garcilaso Inca de la Vega.

En efecto, la manda en favor de Garcilaso apunta sobre todo a las relaciones que tanto el testador como su padre, el famoso Melchor Carlos Inca, fueron forjando en España desde su salida del Perú. Lejos de ser meramente cuestión de sangre, ser Inca era también parecerlo («por su aspecto», como se decía ambiguamente en ese entonces) y ser reconocido como tal por otros incas. En 1602-03, Melchor Carlos había partido desde El Callao hacia Valladolid con un sobrino de Garcilaso llamado Alonso Márquez Inca de Figueroa, hijo de la medio hermana del Inca y a quien documentos posteriores describen como “mediano de cuerpo[,] trigueño[, con] un diente menos en la parte alta”.15 Entre sus pertenencias, Melchor y Alonso atesoraban un poder general firmado en Cuzco por catorce “nietos y descendientes” de los antiguos reyes incas el 20 de marzo de 1603, con la finalidad de conseguir la confirmación de sus privilegios colectivos de nobleza en la corte de los Habsburgo.16 El poder era quizás un reconocimiento del estatus de primus inter pares de los apoderados de estos incas en España, quienes serían cuatro: los viajeros Melchor y Alonso, además de Alonso Fernández de Mesa (quien había vivido sus mejores años con su familia mestiza real en Cuzco, pero se había afincado en Toledo) y el “capitan garcilaso de la vega ynga”, vecino de la ciudad de Badajoz.17 Garcilaso acusaría luego a Melchor de haber recibido documentos relacionados en Valladolid—una probanza de 567 individuos descendientes de los reyes incas por línea de varón, acompañada de un “árbol real, descendiendo desde Manco Cápac hasta Guaina Cápac y su hijo Paullu”, pintado en vara y media de tafetán blanco de la China—pero de haberlos ocultado de las autoridades para eliminar a la competencia al momento de solicitar mercedes.18

A pesar de esta deslealtad, producto quizás de la imaginación de Garcilaso, pues algunos de estos documentos se conservan en los archivos imperiales, la relación entre los destinatarios del poder de los catorce incas (y de éstos con otros incas en la diáspora) fue más o menos estrecha. En 1606, Fernández de Mesa actuó como testigo en la probanza de Melchor Carlos Inca, “su deudo por la parte de su madre”, para obtener el hábito de caballero de Santiago. Al año siguiente, Fernández de Mesa cumplió la misma función en una probanza de Alonso Márquez. En este sobrino, Garcilaso había cifrado sus últimas esperanzas de recibir alguna recompensa merced a la prosapia de su madre, Isabel Chimbo Ocllo, y a los servicios de su padre, el capitán Sebastián Garcilaso, conquistador del Perú, tras haber sido rechazado en sus pretensiones por una famosa infidencia de un cronista.19 “Esta mentira me ha quitado el comer”, escribiría Garcilaso en su ejemplar de esta crónica, publicada en 1552.20

Pero la red era incluso más tupida. El propio Garcilaso Inca se enteró de las primeras mercedes reales obtenidas por don Melchor Carlos Inca, cuyo padre fue compañero de escuela del autor de los Comentarios en Cuzco, por carta de Melchor fechada en Valladolid en 1604.21 Seis años después, en Alcalá de Henares, donde lo sorprendió la muerte, Melchor designaría a Alonso Márquez, “deudo e pariente mio” y futuro testigo de su deceso, como su albacea y tutor de su menor hijo, hermano de ese otro hijo ilegítimo (y el mayor) de Melchor llamado Juan Melchor Carlos Inca, nuestro biografiado, cerrando así el círculo. Juan Melchor llegaría a España desde su natal Cuzco en 1612, tres años después de la publicación de la primera parte de los Comentarios reales y de la mano de un oidor y de una medio hermana, doña María Coya, quien se hizo monja en Vallecas.22 Estas redes transatlánticas—de las que me he ocupado en otra parte—ayudan a entender por qué, en su testamento de 1630, Juan Melchor le legó las finas prendas de seda y lana de vicuña al capitán Garcilaso, ignorando, eso sí, que su lejano pariente había muerto en Córdoba catorce años antes.

Pero no sería su incanidad o la añoranza de la patria chica las que llevarían a Juan Melchor a la ciudad de Cartagena, en Murcia, a comienzos del mes de mayo de 1630. Habiendo equipado de su propio bolsillo una compañía en Segovia, el elegante capitán de infantería estaba de camino hacia el Piamonte, donde serviría al rey con sus armas, como lo había hecho en Milán tiempo antes.23 Aunque no llegó a su destino, su testamento echa luces también sobre esa otra dimensión, quizás la más inmediata y contradictoria, de su identidad: la del militar y caballero cristiano al servicio de Su Majestad.24 Después de su llegada a España, tierra de su abuela paterna, con apenas veinte años, y tras culminar sus estudios en el Colegio Real de Alcalá, Juan Melchor desposó a la española doña Jerónima Negrete Gilimón de la Mota (quien, quizás por las campañas militares de su esposo, residiría en un convento madrileño al menos desde 1628). La pareja vivió en Madrid, en la casa llamada «de los Piçarros», siendo sus padrinos de bodas dos esposos, él descendiente de la casa real de los Moctezuma y ella, descendiente de los Pizarro conquistadores del Perú y de una famosa nieta de Huayna Capac que también murió en el exilio.25 Juan Melchor siguió la carrera de las armas. Había sabido, además, enarbolar su origen familiar mientras navegaba la burocracia del imperio que había puesto fin al reinado de sus antepasados, pues tenía importantes contactos en la corte. Además de conseguir una pensión y otras rentas, y de vencer en un juicio contra los otros herederos de su padre, logró que uno de los testigos en las informaciones que le valieron el codiciado hábito de caballero de la orden militar de Santiago en 1627 fuera Don Juan de Mendoza y Luna, virrey que fue del Perú. Juan Melchor obtuvo el hábito a pesar de las sospechas de “impureza” que recaían sobre su linaje indio, la ilegitimidad de su nacimiento y el oscuro origen de su madre, a quien ese mismo virrey describió como “hija de un hombre hidalgo, aunque ella tiene un quarto de mestiza”.26 La confianza depositada por Juan Melchor en sus compañeros de armas, parte de su círculo profesional, quedó atestiguada en la identidad de sus tres albaceas, encargados de cumplir su voluntad: dos capitanes de infantería como él y el alférez subordinado a Juan Melchor, quien heredaría su compañía.

Horas después de haber terminado su testamento, Juan Melchor convocó al escribano para dictar un codicilo, complemento de aquél. Con la muerte cerca, había estado pensando en los albaceas que debían entregarle la prenda de lana de vicuña a Garcilaso. Suplicaba ahora que el capitán general de las galeras de Nápoles y consejero de Guerra de Su Majestad le hiciese el honor de serlo. Pero también pensó en su mujer, doña Jerónima. Para que no fuese expulsada del convento de Santa Clara de Madrid por insolvencia, Juan Melchor volvió a suplicar al rey que le hiciera merced de la renta de mil ducados de que él gozaba, no sólo por “aber acabado la bida en serbiçio de Su Magestad”, sino por ser “el hultimo de la baronia de la casa de Ynga que tantas probinçias y reynos a rendido a los de Castilla”. A pesar de la enfermedad, los pensamientos, se fueron hilvanando entre sí, como se entrelazan las fibras con que se confecciona un sombrero. Eran tantos los millones que cada año rendían estos dominios al rey, razonaba, que sólo parecía justo que la renta fuese transferida a doña Jerónima por los días de su vida. Con las ideas fluyendo hacia el corazón de los Andes, Juan Melchor alteró su testamento en otro punto crucial: pidió que su cuerpo fuese depositado en el convento local de San Agustín, en la parte del templo que al prior “le pareçiere conforme [a] la calidad de su persona”. Pero sería sólo una sepultura pasajera. El escribano debía dejar testimonio de cómo quedaba “depossitado y debajo de una lossa”. Que se supiera su ubicación exacta “para cuando se lleben sus guesos y los de don Melchor Carlos de Ynga su señor y padre que [e]sta depossitado en el convento del Señor San Agustin de Alcala de Henares para colocarlos en la çiudad del Cozco corte que fue de los Reyes Yngas sus azendientes”. Los restos debían yacer definitivamente bajo una lápida adornada por un epitafio que Juan Melchor ya no pudo dictar, pero que encomendó a un oficial. Fue su última voluntad. Quién sabe si sus restos y los de su padre estén en el Cuzco. Quizás, añorando un mundo que la necesidad de mantener el estatus de su familia había contribuido a transformar profundamente, Juan Melchor hubiese preferido morir allí.

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Testamento de don Melchor Carlos Inga

[f.237] Yn Dey y nomine amen. Sepan por esta publica escritura como yo don Melchor Carlos Hinga [sic] cavallero de la horden de Santiago capitan de ynfanteria española por su Magestad estando enfermo del cuerpo sano de la boluntad y en su juyçio y entendimiento natural a lo que pareçia creyendo en el misterio de la Santissima Trinidad Padre Hijo y Espiritu Santo tres personas y un solo Dios berdadero y teniendo por mi ynterçessora a la gloriossa Birgen Maria madre de nuestro Señor Jessuchristo a la qual ruego y pido por merced pida a su preçioso hijo perdone mis culpas y pecados y encamine mi alma en carrera de salbaçion y la llebe a su santa gloria para donde fue formada y criada y temiendome de la muerte que [e]s natural a todos ordeno mi testamento en la manera siguiente.

Primeramente encomiendo mi alma a Dios nuestro señor que la crio y redimio por su preçiossa sangre y el cuerpo a la tierra de a do fue formado.

Y cuando la boluntad de Dios nuestro señor fuere servido de me llebar desta pressente bida mi cuerpo sea sepultado en el conbento de Señor San Diego desta çiudad para cuyo efecto ruego al padre guardian del dicho convento reçiba mi cuerpo y no pudiendo en el conbento de Señor San Agustin en la sepultura que pareçiere a mis albaçeas mas conbeniente pagando lo que se conçertare.

Yten mando que aconpañen mi cuerpo la cruz de christal desta çiudad y todos los señores clerigos y frayles de los conbentos pagando la limosna acostumbrada.

Yten mando si el dia de mi entierro fuere ora mi cuerpo presente se diga una missa cantada con sus diaconos con todas las reçadas que se pudieren deçir por los clerigos y frayles y absuelban sobre mi cuerpo y no siendo ora se me diga un ofiçio de difuntos y luego a otro dia siguiente las dichas missas.

Y assimismo me aconpañen las cofradias desta çiudad.

Y a la cofradia del Santissimo Sacramento se le de una libra de çera blanca.

Y a las mandas forçossas a cada una medio real con que las aparto de mis bienes. //

[f.237v] Y se digan por mi anima en todos los altares resserbados de esta çiudad una missa reçada.

Y se digan por mi anima todas las missas que se pudieren deçir a boluntad de mis albaçeas disponiendolas en la cantidad de vienes que se allaren despues de yo muerto.

Y pido y suplico a su Magestad se sirba en remuneraçion de mis serbiçios y que actualmente le estoy sirbiendo y lebante mi conpañia en la çiudad de Segobia y assi en ella como en aber benido a esta çiudad e gastado desde el dia que se arbolo la bandera y en bestirles para traerles en serbiçio de su Magestad mas de çinco mil ducados y me allo en la dicha raçon alcançado pido y suplico a su Magestad se tenga por serbido de dar la dicha mi conpañia a el alferez Sebastian Torre de Neyra que biene sirbiendo en ella por alferez en que a puesto mucho trabajo por concurrir en su perssona las partes que se requieren para ello.

Y assimismo suplico a su Magestad se sirba de acudir a los alimentos de doña Geronima Jilimon de la Mota mi muger en el conbento de Santa Clara de Madrid donde esta conforme a la calidad de su perssona en remuneraçion de mis serbiçios y los de mis passados que sienpre an serbido a su Magestad y porque yo soy hijo de don Melchor Carlos Ynga y de doña Francisca de Chabes mis padres y bisnieto de don Cristoval Paulo Topa Ynga hultimo Rey que ubo en los Reynos del Piru y por aber muerto en serbiçio de su Magestad y que yo bine con orden de su Magestad a estos Reynos de España sin tener mas haçienda que la que su Magestad a querido darme ni otro premio alguno desposseydo de todo lo que tenia.

Y declaro que debo a Josseph Mateo mercader veçino de la çiudad de Murçia seteçientos y veynte reales los duçientos y veynte en dineros y los demas en mercaderias mando se le paguen.

Y declaro que a Diego Garçia sastre veçino desta çiudad le debo çiento y quarenta reales mando se le paguen.

Y declaro que debo a Alonsso Pobeda sastre setenta reales mando se le paguen.

Y todas las demas deudas que pareçiere deber legitimamente de que hubiere çedulas mias no tiene que pagar doña Geronima [f.238] Jelimon de la Mota mi muger ninguna por cuanto ay concursso de acrehedores de donde se satisfara.

Declaro que los vienes que tengo de pressente para mi serbiçio son los siguientes mios propios.

Un bestido entero de jerguilla color peldenata calçon ropilla y ferreruelo y jubon de tabi anteado y negro con ligas camuçadas.

Otro calçon y ropilla de jerguilla noguerado aforrado en tafetan noguerado con jubon de lama de oro y plata noguerado con mangas.

Un bestido de paño de Segobia castañado calçon y ropilla y ferreruelo con su jubon de lama verde y mangas de tela escarchada noguerada con sus medias de seda y ligas nogueradas.

Un jubon de tela de oro noguerado escarchado con sus mangas de lama blanca con unas ligas blancas.

Unas medias de seda y ligas cabelladas y unas ligas berdes.

Dos bandas rojas con puntas de oro a la redonda espada y daga dorada con tiros y pretina con cayrel de oro que la oja de la dicha espada diçe Juan Martinez el biejo con canal hasta la punta de Toledo.

Un capote de canpaña de albornoz aforrado en tabi rosa seca con flores doradas.

Y declaro que debo a don Alonsso Pacheco capitan de ynfanteria seysçientos reales de plata doble y en prendas dellos tiene dos bestidos uno de paño fino de Segobia con botones de oro color cabellado y el otro de picote blanco aforrado en negro y son los bestidos enteros calçon ropilla y ferreruelo de cada uno y mas un jubon de lama blanca con sus mangas de lo mesmo a trençillas de negro y unas medias de seda blancas con ligas blancas mando se cobren y se paguen los seysçientos reales.

Y demas de los dichos vienes tiene un baul declaro que tengo diez camissas de olanda y quatro sabanas de olanda y la demas ropa blanca que pareçiere.

Y quiero que un sonbrero de lana de bicuña fina y unas medias y ligas de seda y unas mangas las que a mis albaçeas pareçiere se den a Garçilasso Ynga de la Bega.

Y declaro que debo quarenta y un reales a un moço que haçe las pagas de los socorros que no se su nonbre mando se le paguen.

Y assimesmo debo a el alferez de don Francisco de Alderete quatro escudos de oro mando se le paguen y si alguna otra perssona [f.238v] otra deuda pareçiere deber yo en Cartagena mas de las declaradas aviendo raçon legitima mando se pague.

Y para cumplir y pagar este mi testamento y lo en el contenido dejo y nonbro por mis albazeas y testamentarios a don Francisco Sandi caballero de la orden de Calatraba y capitan de ynfanteria y a don Pedro Bitrian capitan de ynfanteria y a Sebastian de Torre de Neyra mi alferez a todos tres juntos y a cada uno dellos de por si yn solidum les doy el poder que de derecho se requiere para que tomen de mis vienes los que bastaren y los bendan y rematen en publica almoneda o fuera della y de su balor se cumpla este mi testamento y lo en el contenido.

Y mando que se digan por las Animas de Purgatorio que mas neçesidad tubieren çien missas las quales es mi boluntad se digan luego ante todas cossas y se pague de mis vienes la limosna acostumbrada.

Y en el remaniente que quedare en todos mis vienes muebles y rayçes derechos y acziones avidos y por aber y me perteneçieren en qualquier manera assi los que tengo en este Reyno de España como en el Reyno del Piru cuyo pleyto tengo bençido con mis hermanas dejo y nonbro por mi legitima heredera a doña Geronima Jilimon de la Mota mi muger y assimismo de los duçientos y çinquenta ducados de renta perpetuos que tengo por merced de su Magestad sobre la Cassa de la Contractaçion de Sivilla mios propios assimismo los aya y herede para sienpre jamas assi los unos como los otros para que disponga dellos a su boluntad y suplico a su Magestad que los mil ducados de que me a echo merced por mi bida su Magestad sobre las dichas Cassas de la Contrataçion se le den a la dicha doña Geronima por la suya o en la forma que su Magestad fuere serbido por las raçones contenidas en este testamento.

Y quiero que se le de al doctor Luna un jubon de tabi anteado con sus mangas y unas ligas de diez baras de tafetan por el cuydado que a tenido en mi enfermedad.

Y reboco y anulo y doy por ninguno y de ningun balor ni efecto otro qualquier testamento o testamentos o cobdiçilio que antes deste aya fecho y otorgado por escripto o de palabra para que no balgan ni hagan fe en juyçio ni fuera del puesto que parezcan salbo este que de pressente hago y ordeno el qual quiero que balga por mi testamento y cobdiçilio y por mi [f.239] postrimera boluntad en testimonio de lo qual lo otorgue y firme de mi nonbre ante el pressente [e]scribano del Rey nuestro señor y testigos de yusso escriptos en la çiudad de Cartagena en quatro dias del mes de mayo de mil y seisçientos y treynta años siendo testigos Juan de la Serna el doctor Pedro de Luna y el doctor Geronimo Ruyz y don Cristoval Muñoz y el capitan don Diego de Acosta y Acuña todos estantes en esta dicha çiudad y el otorgante que yo el [e]scribano doy fe conozco lo firmo de su nonbre. Don Melchor Carlos Ynga. Ante mi Lucas Moreno [e]scribano.

Lucas Moreno [e]scribano del Rey nuestro señor del numero de Cartagena mayor de su ayuntamiento lo signe.

[Signo de escribano] Lucas Moreno [rubricado], [e]scribano. […] //

[f.239v] Testamento de don Melchor Carlos Ynga capitan de ynfanteria. //

[f.240] En la çiudad de Cartagena en quatro dias del mes de mayo de mil y seisçientos y treynta años ante mi el [e]scribano publico y testigos don Melchor Carlos de Ynga cavallero del avito de Santiago y capitan de ynfanteria española por su Magestad. Dijo que por cuanto tiene hecho su testamento y postrimera voluntad oy día de la fecha desta por ante mi el pressente [e]scribano ahora por bia de cobdiçilio quiere que se guarde y cumpla lo siguiente.

Yten digo que por cuanto en el dicho testamento mando sepultarse en el conbento de Señor San Diego y en defecto de no aber lugar en el convento de Señor San Agustin aora quiere y tiene por bien que se deposite su cuerpo en el dicho convento de Señor San Agustin en la parte que al prior del dicho conbento le pareçiere conforme [a] la calidad de su persona y estatutos de la orden de Señor Santiago y que yo el pressente [e]scribano de testimonio como queda depossitado y debajo de una lossa para que se conozca el dicho depossito para cuando se lleben sus guesos y los de don Melchor Carlos de Ynga su señor y padre que [e]sta depossitado en el convento del Señor San Agustin de Alcala de Henares para colocarlos en la çiudad del Cozco corte que fue de los Reyes Yngas sus azendientes y la piedra que se pusiere en la dicha sepultura sea a eleczion del señor don Diego de Bera Ordoñez de Villaqueran caballero de la orden de Calatraba y capitan de ynfanteria española por su Magestad. Y assimismo la escribçion y epitafio y las çircunstançias que se acostumbran poner en las tales piedras.

Y declara que la ponpa funeral de su entierro y honras sea conforme a los vienes que se allaren en ser suyos y mas conforme la boluntad de sus albaçeas y animos de los cavalleros amigos que quissieren honrarle en su muerte como lo an hecho en bida para que a boluntad de todos se haga.

Y denuebo yntima y suplica a su Magestad se sirba de haçer merced despues de sus dias a doña Jeronima Jilimon de la Mota su muger de los mil ducados de renta que tiene por su bida por merced de su Magestad sobre las Cassas de Contractazion de Sivilla adbirtiendo a su Magestad que deja a la dicha su muger en tan estrema nezessidad que el dia que el conbento de Sancta Clara de Madrid adonde esta supiere que el es muerto lastimossamente la hecharan del convento porque no tiene con que pagarle ni con que sustentarsse en el ni fuera assi por esto como por aber acabado la bida en serbiçio de su Magestad y ser el hultimo de la baronia de la casa de Ynga que tantas probinçias y reynos a rendido a los de Castilla y en cada [f.240v] año tantos millones sera justo que su Magestad de tanto millon cada año de a la dicha doña Jeronima Jilimon de la Mota su muger los dichos mil ducados de renta por los dias de su bida o como la boluntad de su Magestad fuere serbido y tubiere por bien.

Y quiere y es su boluntad que a Toribio Zevallos criado suyo se le de un bestido de paño de Segobia de color castañado con una camissa de su perssona por la boluntad que le tiene y serbiçios que le a hecho.

 Y quiere y es su boluntad que su Excelencia el señor don Melchor Zentellas de Borja del Conssejo de Guerra de su Magestad y su capitan general de las galeras de Napoles le onre siendo su albaçea testamentario en primer lugar de los nonbrados y asi se lo suplica.      

Y que assimesmo lo sea el señor don Diego de Vera Ordoñez de Villaqueran caballero del abito de Calatraba y a todos da el poder que de derecho se requiere.

Y lo contenido en el dicho testamento en lo que no fuere contra este cobdiçilio lo deja en su fuerça y bigor y quiere que demas lo en el contenido por no aber hecho en el tienpo que disponen los estableçimientos de la orden de Santiago el ynbentario de sus bienes a sido por discuydo no por desobediençia le sirba de ynventario el que tiene hecho ante el pressente [e]scribano y suplica a su Magestad humil[de]mente admita la renunçiaçion que haçe en manos de su Magestad no como Rey sino como prelado de la dicha orden y le de liçençia lo que tubiere de bida el usar de los dichos vienes y assi lo dijo y otorgo siendo testigos don Cristoval de Montoya Bartolome Moreno y el licenciado Cristobal de Olea presbitero veçinos y estantes en esta çiudad y el otorgante que doy fe conozco lo firmo. Don Melchor Carlos Ynga. Ante mi Lucas Moreno [e]scribano.

Lucas Moreno [e]scribano del Rey nuestro señor del numero de Cartagena mayor de su ayuntamiento lo signe. [Signo del escribano], Lucas Moreno [rubricado]. […] //

Notas

  1. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, 5202, f. 237r-41v. El mérito del hallazgo corresponde al infatigable Guillermo Lohmann Villena, quien menciona el testamento en “Documentos interesantes a la historia del Perú en el Archivo de Protocolos de Madrid. Revista Histórica 25 (1960-61): 450-77. Véase, también, Casado Arboniés, Manuel. «Presencia de Melchor Carlos Inga de Amarilla en la corte de Madrid: la descendencia del Inca en tiempos de Quijote». Archivio per L’Antropologia e la Etnologia 135 (2005): 57-67. Yo recabé el testamento y otros documentos referidos a Juan Melchor en el 2008. La transcripción es de Laura Gutiérrez Arbulú. Aunque el autor utiliza el nombre «Melchor Carlos Inca», fue conocido también como «Juan Carlos» y como «Juan Melchor». Utilizo esta última forma por razones de claridad en el texto.
  2. Elward Haagsma, Ronald. Los incas republicanos. La élite indígena cusqueña entre la asimilación y la resistencia cultural (1781-1896). Lima: Congreso del Perú, 2020.
  3. Un recorrido por los múltiples significados de “inca” en el escenario imperial en Estenssoro, Juan Carlos. «Construyendo la memoria: la figura del Inca y el reino del Perú, de la conquista a Túpac Amaru II». En Los incas, reyes del Perú, ed. Thomas Cummins. 93-173. Lima: Banco de Crédito, 2005.
  4. Sobre estos descendientes en el Cuzco, muchos de los cuales llevaron el apellido “Carlos Inga”, Amado Gonzales, Donato, «Don Melchor Carlos Inca, el inca mestizo: los Carlos Inca en el siglo XVII de la sociedad cusqueña». Allpanchis 83-84, no. 1-2 (2019): 39-67.
  5. Garrett, David. Shadows of Empire: The Indian Nobility of Cusco, 1750-1825. Cambridge; New York: Cambridge University Press, 2005.
  6. “Es decir que Túpac Amaru, en el retrato que ordenó pintar, estaba sin sombrero, de acuerdo lógicamente con la gran tradición imperial incaica. En una palabra, al presentarse como el caudillo victorioso rechazó el sombrero europeo que lo burocratizaba, la prenda españolizante que simbolizaba una actitud contraria a la suya”. Valcárcel, Carlos Daniel. «El retrato de Túpac Amaru». Expreso, 14 de octubre de 1970.
  7. Vega, Garcilaso Inca de la. Comentarios reales de los incas. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002 [1609], Pt. 1, Lib. 6, Cap. 6.
  8. Salinas y Córdoba, Buenaventura de. Memorial de las historias del Nvevo Mvndo Perv. Lima: Geronimo de Contreras, 1631, s.p; Escalona y Agüero, Gaspar de. Gazofilacio real del Perú. Madrid: A. Gonzalez Reyes, 1675, Lib. 2, Pt. 2, Cap. 27, p. 222-23. Felipe (éste o un sucesor) pidió también que se despachase vicuñas para los jardines de El Pardo y Aranjuez, pero los animales murieron en Tierra Firme.
  9. Sobre acsos y unkus de fibra de vicuña, Cummins, Thomas et al. Los incas, reyes del Perú. Lima: Banco de Crédito del Perú, 2005, p. 73; Decoster, Jean-Jacques. «Identidad étnica y manipulación cultural: La indumentaria inca en la época colonial». Estudios Atacameños 29 (2005): 163-170, aquí p. 167.
  10. Escobari de Querejazu, Laura. Caciques, yanaconas y extravagantes: la sociedad colonial en Charcas en s. XVI-XVIII. Lima: Institut Français d’Études Andines, 2005., p. 29; Silva Santisteban, Fernando. Los obrajes en el virreinato del Perú. Lima: Museo Nacional de Historia, 1964, p. 23-24. José Gabriel Tupa Amaro es descrito portando uno de estos sombreros “de castor”. Markham, Clements R. A History of Peru Chicago: Charles H. Sergel 1892, p. 195. La moda se había extendido entre otros sectores de elite, como los caciques del Mantaro (uno de ellos, de apellido Mayta Yupangui Inga, dejó “un sombrero blanco de castor, y otro negro de bicuña” entre sus pertenencias en 1786). Hurtado Ames, Carlos, y Víctor Solier Ochoa, eds. Testamentos inéditos de los caciques del valle del Mantaro (sierra central del Perú), siglos XVII-XVIII. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2014, p. 132.
  11. El uso de estos sombreros en el Potosí de este tiempo estaba tan difundido que uno de los bandos del famoso enfrentamiento entre vicuñas y vascongados recibió tal nombre por los sombreros de lana de vicuña con cintas nacaradas que portaban sus miembros. Escobari, Caciques, p., 146. Sobre el uso de sombreros de lana de vicuña en Murcia cincuenta años después, Montojo Montojo, Vicente. Correspondencia mercantil en el siglo XVII. Las cartas del mercader Felipe Moscoso (1660-1685). Murcia: Universidad de Murcia, 2013, p. 132.
  12. Garcilaso afirma que Pachacutec “prohibió que ninguno, sino los príncipes y sus hijos, pudiesen traer oro ni plata ni piedras preciosas ni plumas de aves de diversas colores, ni vestir lana de vicuña”. Garcilaso, Comentarios reales, Pt. 1, Lib. 6, Cap. 36.
  13. Sobre la producción de sombreros de vicuña en Madrid—de baja calidad, al parecer, por el precio—hacia 1628, «Tassa de los precios a que se han de vender las mercaderias y otras cosas…» Madrid: Iuan Gonçalez, 1628.
  14. Majluf, Natalia. «Manuela Tupa Amaro, Ñusta». En La colección Petrus y Verónica Fernandini. El arte de la pintura en los Andes. 158-185. Lima: Museo de Arte de Lima, 2015; Dean, Carolyn. Inka Bodies and the Body of Christ: Corpus Christi in Colonial Cuzco, Peru. Durham: Duke University Press, 1999.
  15. “Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Alonso Márquez Inga, a Perú,” ms., 3.23.1615. AGI, Contratación, 5346, n. 17; Miró Quesada Sosa, Aurelio. El Inca Garcilaso. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1993 [1948], p. 361.
  16. El pleito que dio origen a estas negociaciones se discute en detalle en Puente Luna, José Carlos de la. «Incas pecheros y caballeros hidalgos: la desintegración del orden incaico y la génesis de la nobleza incaica colonial en el Cuzco del siglo XVI». Revista Andina 54 (2016): 9-95.
  17. Santisteban Ochoa, Julián. «Dos documentos importantes sobre el Inca Garcilaso». Revista Universitaria 94 (1948): 234-252. He consultado el original. Se firmaron poderes similares en 1604.  Domínguez Faura, Nicanor, Domínguez Faura, Nicanor. «“Pidiéndonos que en nombre de todos suplicásemos a Su Majestad”: Los poderes de los incas cuzqueños al capitán Garcilaso de la Vega, a don Melchor Carlos Ynga, a don Alonso Fernández de Mesa y a fray Jerónimo de Oré, OFM (1604)». En Garcilacismo creativo y crítico: nueva antología, editado por Eduardo González Viaña and José Antonio Mazzotti. 153-177. Salem; Lima, Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2016.
  18. Garcilaso, Comentarios reales, Pt. 1, Lib. 9, Cap. 40; Pt. 2, Lib. 8, cap. 21. Para las razones por las cuales el Inca pudo haber tergiversado la verdad en este caso se discuten en Puente Luna, José Carlos de la. «Into the Heart of the Empire: Indian Journeys to the Habsburg Royal Court». Tesis doctoral, Texas Christian University, 2010, p. 74-75.
  19. “Méritos y servicios: Pedro Márquez Galeote y otro: Perú, etc.” ms. Madrid, 1607. AGI, Patronato, 143, n.2, r.4; Temple, Ella Dunbar. «Azarosa existencia de un mestizo de sangre imperial incaica». Documenta 1, no. 1 (1948): 112-156; aquí 132.
  20. Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias. Edición facsimilar del ejemplar que perteneció a Garcilaso Inca de la Vega. Lima: Comisión Nacional del V Centenario del Descubrimiento de América-Encuentro de Dos Mundos, 1993, f. 82v.
  21. Garcilaso, Comentarios reales, Pt. 1, Lib. 9, Cap. 40.
  22. Temple, «Azarosa existencia», 152-53; Temple, Ella Dunbar. «Los testamentos inéditos de Paullu Inca, don Carlos y don Melchor Carlos Inca. Nuevos datos sobre esta estirpe incaica y apuntes para la biografía del sobrino del Inca Garcilaso de la Vega». Documenta 2, no. 1 (1949-50): 630-651, aquí 636; Marticorena, Miguel. «Juan Melchor Carlos Inca, 1630». En Historia de Lima y otros temas: VI Coloquio de Historia de Lima. 66-67. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1999.
  23. Me parece que estas acciones se refieren a la guerra de sucesión en el ducado de Mantua (1628-31) y, en último término, a la Guerra de los Treinta Años (1618-48).
  24. Marticorena, «Juan Melchor Carlos Inca», 67. Juan Melchor murió en Dénia, camino a Barcelona.
  25. Para la relación entre Melchor (padre del testador) y estos Pizarro, véase Temple, «Los testamentos inéditos», p. 23.
  26. Puente Luna, «Into the Heart», 349; Lohmann Villena, Guillermo, Los americanos en las órdenes nobiliarias (1529-1900), 2 vols. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas & Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1947, 1:198-99.

06.09.2024


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