Para las comunidades vecinas de Kuelap el colapso de las estructuras arquitectónicas era inminente. Solo bastaba revisar un poco más allá de nuestro típico algoritmo de redes sociales para hallar voces locales alzándose continuamente ante el manejo que desde hace años se viene realizando de espaldas al diálogo y al consenso.
Desde el 2016 estos llamados de alerta han sido liderados por voces como la del periodista chachapoyano Elmer Torrejón. Asimismo, desde los espacios de investigaciones arqueológicas, tanto verbales como escritos, se han vertido críticas y reflexiones sobre cómo se ha priorizado el “impulso” turístico/económico sobre el adecuado conocimiento, la conservación y la socialización del sitio, como bien lo señalaron Warren Church y Anna Guengerich (2017) en una de las publicaciones arqueológicas más prestigiosa del país.
¿Por qué, si se sabía todo esto, la sociedad limeña y, sobre todo, los medios de comunicación recién han girado la vista a lo que viene sucediendo en Kuélap? La respuesta profunda, se remonta a una forma de ver los espacios rurales, y con mayor incidencia a la Amazonía, como espacios vacíos, socialmente hablando, y solamente como fuente de extracción de recursos. Como hemos argumentado ya hace dos años en “La última frontera: colonialismos, extractivismos y patrimonio cultural en la Amazonía peruana,” la marginación de la región que se remonta a la época colonial hispana, se agravó en los últimos cien años debido a la extracción de recursos naturales, combustibles fósiles, minerales, y cómo no, a la explotación de la mano de obra.
La última y más reciente estrategia de extractivismos, colonialismo y explotación se viene desarrollando a partir de la llamada “industria sin chimeneas” que responde al modelo Neoliberal instaurado en la década del Fujimorato, en el marco de una sociedad políticamente acrítica y racista, donde el desarrollo lo han marcado los macro indicadores económicos. Por ello, no sorprende que las voces previamente señaladas no se hayan tomado en consideración, a pesar que vienen alertándonos sobre los impactos negativos que han dejado los trabajos de conservación y puesta en valor del sitio y que la construcción y funcionamiento del teleférico ha transformado las relaciones sociales no solamente a nivel económico, sino también en lo social y lo cultural, factores que no siempre siempre se toman en cuenta a la hora de realizar el balance de estos proyectos de gran envergadura. En ese sentido, es comprensible, que, en medio de la impotencia, las comunidades y voces locales hayan señalado como responsables directos a los distintos funcionarios que se hicieron cargo del monumento. Más allá del deslinde de responsabilidades sobre la destrucción del patrimonio, creemos que existe una falta de autocrítica en aquellas personas que han sido cabeza del Ministerio de Cultura.
Proponemos tomar distancia y observar que no es solo el Ministerio uno de los principales actores de este suceso. Existen diversos intereses políticos y económicos vinculados a esta problemática.
Volvamos a la reflexión inicial sobre el modelo económico y social en el que se ve inmerso el patrimonio cultural, una de las puntas de lanza de la nueva identidad nacional estructurada por las elites limeñas en los últimos años y llevada al mercado internacional por PromPerú, entidad que funge como vitrina de los “recursos turísticos” de cara al mundo globalizado.
Si bien en la última década la labor que han desarrollado el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo ha elevado los índices macroeconómicos de las distintas regiones del país, como son los casos de Cusco, La Libertad, Lambayeque y Ayacucho, un análisis detallado revela que aún existen importantes brechas económicas y sociales por reducir. El Estado debe articular estrategias para desarrollar lo que sus propios funcionarios han denominado “turismo comunitario”, una puerta importante para que las dinámicas de poder cambien en esta industria en crecimiento.
El desplome del muro de Kuelap es el resultado de la suma de malas decisiones, falta de diálogo, letargo e inacción institucional, falta de voluntad política, elitismo y egoísmo económico, dando como resultado un evento catastrófico, el mismo que brinda los medios para que las sociedades reaccionen y escapen de su pasividad y comodidad. No esperemos que otros muros colapsen para iniciar el diálogo concertado con las comunidades que conocen su realidad social y sus problemas, hoy más que nunca hablar de una arqueología indígena y afrodescendiente ya no es necesario, sino imperativo.
19.04.2022