«Papá Huayco» de Alfredo Villar

Félix Terrones

Quienes conocemos el trabajo de Alfredo Villar esperábamos desde hace mucho que debutara en el género novelesco. En lo personal, recuerdo mi lectura de Rupay. Violencia política en el Perú 1980-1985 (2016), volumen en el que figura como coautor al lado de Jesús Cossio y Luis Rossell. Quizá lo que más me impresionó es aquello que me hizo recordar, a lo largo de la lectura, al trabajo efectuado en otras latitudes por Joe Sacco y Keiji Nakazawa; en otras palabras, imágenes documentales, muchas veces crudas, a la vez llenas de emoción, que dan cuerpo a un trabajo de memoria donde se conjuga lo personal con lo social, ambos elementos siempre en conflicto. Por otro lado, Villar es popular por ser un difusor de la música chicha, a la cual le ha dedicado algunos libros. Ya que había manifestado su interés en los fenómenos sociopolíticos desde el prisma de lo cultural, era cuestión de tiempo para que nos entregara su primera novela, dedicada sin mucha sorpresa a la vida de Lorenzo Palacios (1950-1994), más conocido como «Chacalón».

Digo que me resulta sin sorpresa, aunque el texto en sí recele más de una. La novela es una suerte de ficción biográfica en la que se relata la vida de Chacalón, desde su nacimiento hasta su muerte. Son cuarenta y cuatro años que recorren la segunda mitad del siglo XX a través de las voces de distintos personajes repartidas en seis capítulos. Dichas voces se siguen una tras otra, a la manera de una sucesión de testimonios que, desde el conocimiento de causa, relatan la infancia, los romances, el estrellato, la miseria y la humanidad del personaje. A la voz de la pareja del músico, le sucede la de un locutor radial, luego un militante de Sendero Luminoso, un turista extranjero y ya paro de contar. Cada una de las voces añade una arista distinta al personaje principal, lo cual enfatiza su complejidad y también lo singular de su destino. En este punto, resulta inevitable no pensar en Citizen Kane de Orson Wells o en Edvard Munch de Peter Watkins, dos películas distintas en sus estéticas, pero similares a la hora de delinear las paradojas en el individuo. Son paralelos que recordé a lo largo de la lectura y que evoco por su énfasis en el personaje epónimo y las estrategias desarrolladas para hacerlo atractivo. 

En este sentido, el gran mérito de Villar es haber dado forma a un narrador que, para utilizar una comparación musical, orquesta las voces de distintos individuos. De hecho, Villar entiende la novela como un espacio donde se acrisola una dicción múltiple, la cual es correlato de la diversidad de individuos y, con ella, de clases sociales en permanente ebullición dentro de Lima. Aquí llego a la capital, representada en filigrana gracias al desplazamiento de los individuos: el cerro San Cosme, la carpa Grau, el mercado Central, el Hueco son algo más que nombres de lugares; son el territorio donde se ejecutan dinámicas sociales y culturales nuevas y a la vez renovadoras de un paisaje urbano precipitado en los cambios. El desborde popular acerca del cual habló Matos Mar ha sido raras veces llevado a la literatura con la fuerza y el frenesí desplegados por Villar en poco más de doscientas páginas. En ellas, la agitación de la ciudad, encarnada en sus voces, siempre variadas y disonantes, expresa la condición periférica de los espacios y de los pujantes personajes que los  habitan.   

Pese a que se nos muestre a un Chacalón de múltiples facetas, de un modo o de otro, cada una de ellas enfatiza la condición migrante. La música que “el Faraón de la Cumbia” crea y divulga, gracias a la cual millones de migrantes festejan y también lloran, es aquella que la ciudad rechaza, tolera y, finalmente, incorpora. Así, siguiendo el derrotero de Chacalón, sus penas y miserias, sus éxitos y glorias, la novela muestra la compleja manera en que los migrantes adquieren ciudadanía en una capital aquejada de racismo, herida por las diferencias socioeconómicas, demasiado reacia a metabolizar lo nuevo por proletario. Y Alfredo Villar escribe sobre la realidad migrante no desde la tesis ni el alegato sino desde la puesta en escena de la experiencia vital, siempre en movimiento, nunca resignada a aceptar un statu quo.  

Hace poco leí una reseña de J.J. Maldonado dedicada a Todo es demasiado de Christian Briceño. En dicha crítica Maldonado apunta en una dirección que parece opuesta a la seguida por Villar en Papa Huayco

Una de las curiosidades más interesantes del libro es que sus relatos están libres de referentes geográficos de término municipal o localista. Esta exclusión evita a Briceño caer en vicios costumbristas (tan inherentes en la literatura peruana última, especialmente con el caso de las jergas) y de regodearse en lugares comunes y gastados de nuestro realismo: las mitologías urbanas del Centro de Lima, Jirón Quilca, Miraflores, Magdalena, Lince, etcétera. De modo que todo tiempo y espacio en los relatos de Todo es demasiado gana universalidad y refresca —como algunos cuentos de Carlos Yushimito y Alexis Iparraguirre— nuestra propia tradición.

El planteamiento de J.J. Maldonado es la actualización de una tensión constitutiva en las letras latinoamericanas que exige ser leída desde lo que se niega. En otras palabras, si una vez más se plantea la necesidad de ser “universal” es porque se tiene la dolorosa conciencia de no circular a escala planetaria, de no producir una literatura susceptible de ser traducida y consumida universalmente. La solución planteada una vez más por J.J. Maldonado pasa por lo temático y lo léxico: renunciar a escribir asuntos locales con un lenguaje demasiado propio. Siguiendo este planteamiento, Papá Huayco se añade a la lista de libros que se regodean con “lugares comunes y gastados de nuestro realismo”. Como es evidente, mi punto de vista se orienta en otra dirección; es decir, considerar a novelas como Papá Huayco en función de su riesgo estético y formal, (de) la capacidad que tienen de traducir la experiencia urbana y migrante a partir de la trayectoria de Chacalón. De ahí que las palabras de J.J. Maldonado no solo me parezcan frívolas sino también tendenciosas. No se trata de qué tan “universal” es una literatura, si por “universalidad” se entiende asumir acríticamente modelos considerados más sofisticados, sino de la riqueza de voces y estéticas que interactúan en un espacio letrado. El que una novela como Papá Huayco sea casi contemporánea de los cuentos de Briceño debería ser entendido como una muestra de la vitalidad de nuestros autores, pese al desierto editorial, cultural y artístico en el que vivimos (en particular, después de la pandemia, pero eso ya es otra historia).

Regresando a Papá Huayco, el entusiasmo que despierta en mí no impide que sea crítico con la novela. Es cierto que la lectura es ágil, amena y que nunca pierde el aliento, gracias a la sucesión de voces que se aglomeran para contar la vida de Chacalón. Sin embargo, tras cerrar el libro, me quedé pensando en los alcances y límites de esta ficción centrada en el destino de un personaje. Si ya me detuve en los logros del texto —en particular, la composición polifónica—, me parece que si se le puede reprochar algo, es la ausencia de una intriga que no sea la biografía de Lorenzo Palacios. En otras palabras, el retrato de Chacalón no se plantea a partir de una intriga entendida como una secuencia de eventos orientados a resolver un enigma. Esta falta de incógnita en la novela de Villar no lleva al lector a seguir adelante con su lectura, empujado por la necesidad de desvelar un misterio, sino más bien a contemplar el asedio alrededor de ese significante ausente que es Chacalón. Un asedio, como dije, bastante rico y elaborado, pero que al final de la lectura sentí que se agotaba en el reiterado mecanismo de las voces que se suceden una tras otra. En el futuro, Alfredo Villar podría apoyarse en su talento a la hora de (re)crear y orquestar distintas dicciones de personajes para plantear una novela donde se despliegue el manejo de una intriga que caracteriza lo propio de la ficción. 

Alfredo Villar muestra recursos en su debut literario, quizá la mejor novela peruana que he leído este año. Al ficcionalizar la vida de Chacalón añade un filón a la representación de una Lima como ciudad de muchedumbres que buscan existir, hacerse un espacio, además de legitimarse. Pienso en los libros de Enrique Congrains, Oswaldo Reynoso, Oscar Colchado Lucio y, en la actualidad, Richard Parra, novelas y cuentos que relatan la existencia de migrantes y sus descendientes en espacios marginalizados por las instituciones y una gran parte de los ciudadanos. Se trata de una línea de escritores que toman el pulso a la ciudad, a las madrugadas, los vendedores ambulantes, los huérfanos, los destartalados buses, la venalidad de sus funcionarios, la violencia familiar, los conflictos y tensiones que pautan la vida en la capital. No obstante, mediante su interés en la música popular, sin contar el carácter documental detrás de la composición, entre otras razones, Villar manifiesta la voluntad de enriquecer esta línea. De este modo, plantea una novela en clave sicodélica que no excluye la experimentación ni la preocupación social.


Alfredo Villar, Papá huayco. Lima: Fondo de Cultura Económica, 2024.


Crédito de la imagen central: Marco Pando (Lima, 1973), Still de «El cinematógrafo portátil presenta: El rey de los cerros», 2004 – 2006. Estructura de metal, tela, caja de luz y video almacenado en disco óptico, DVD. Medidas variables. Museo de Arte de Lima. Comité de Adquisiciones de Arte Contemporáneo 2009.

21.12.2024


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