Mucho se ha escrito acerca de Alberto Fujimori (1938-2024). En las más de tres décadas que estuvo en el centro de la escena nacional, ese desconocido se convirtió progresivamente en presidente, dictador, exiliado, reo e indultado. Cada una de esas evoluciones ha sido trazada con distintos grados de rigurosidad por periodistas e investigadores de todo tipo. Sin embargo, queda todavía una laguna importante. Fujimori fue, entre muchas otras cosas, un maestro de la imagen. Nunca particularmente elocuente, usó la imagen para cultivar una relación populista con sus seguidores. Durante su gobierno, los tractores, los ponchos y la ropa de faena reemplazaron a los elaborados discursos de otros mandatarios, mientras las carátulas de los periódicos chicha y los programas de televisión sospechosamente simpatizantes del régimen asfixiaban la esfera pública. Debido a él, la imagen tuvo un rol central en la política peruana a lo largo de los noventa.
Ese rol no ha sido investigado sistemáticamente hasta ahora. Publicado en un momento oportuno, Alberto Fujimori: imagen y poder, 1990-2000, de Christabelle Roca-Rey, es el primer intento serio de cerrar este déficit.1 Enfocándose en la década del gobierno fujimorista (1990-2000), Roca-Rey analiza un extenso rango de cerca de ciento cincuenta imágenes, que incluye spots televisivos, propaganda electoral distribuida por el gobierno y hasta gráfica de protesta de colectivos de oposición. No obstante, dadas las limitadas fuentes sobrevivientes y/o accesibles al público, el libro se basa fundamentalmente en publicaciones periódicas. Aun así, Roca-Rey incluye fotografías, montajes y caricaturas que representan perspectivas variadas, imágenes que en su momento favorecieron o perjudicaron a Fujimori, elaboradas por partidarios y opositores del régimen.
La inclusión de tal cantidad y variedad de imágenes, así como la alta calidad de las reproducciones, son méritos evidentes del libro. Como Roca-Rey explica en la introducción, las publicaciones académicas que tratan sobre la imagen tienen que lidiar con problemas en torno a los derechos de autor, los permisos institucionales y los presupuestos editoriales. La autora y la editorial han navegado exitosamente estas dificultades, un esfuerzo importante que suele ser fácilmente ignorado. Adecuadamente, además, la carátula del libro es llamativa, relevante y estéticamente bien resuelta.2
Estructuralmente, el libro está dividido en una introducción, cuatro capítulos cronológicos y un epílogo. La introducción defiende la importancia de la imagen en los estudios sociales. El primer capítulo cubre la aparición política de Fujimori en las elecciones de 1990 y su victoria frente a Mario Vargas Llosa. El segundo se ocupa del auge de su popularidad hasta mediados de la década. El tercero explora el inicio de su desgaste político durante su segundo mandato, mientras que el cuarto las elecciones del 2000 y su caída del poder. El epílogo le sigue brevemente el rastro a las imágenes fujimoristas y anti-fujimoristas hasta hoy. A lo largo del libro, Roca-Rey analiza las imágenes icónicas de Fujimori durante los principales eventos de su gobierno, con la notable excepción del autogolpe de 1992. El hilo conductor es el uso político consciente de la imagen por parte de Fujimori, su gobierno y sus adversarios.
Roca-Rey interpreta la gran mayoría de estas imágenes en profundidad y detalle, frecuentemente revelando significados ocultos en imágenes superficialmente sencillas. Un pasaje analiza astutamente una fotografía de Fujimori en poncho y chullo trasquilando una vicuña durante una fiesta en Ayacucho, resaltando cómo Fujimori es el único participante vestido de esa manera (116). Ni siquiera los comuneros del pueblo se visten de forma tan estereotípicamente indígena. Fujimori quiere intentar ser (o aparentar ser) más indígena que los indígenas. Otro pasaje analiza el encuadre de una foto de Fujimori siendo entrevistado por una periodista, ambos sumergidos en un río durante una inundación (148). Roca-Rey resalta la presencia de varios otros periodistas parados en tierra firme a escasos metros, revelando la artificialidad de la imagen.
Roca-Rey presta bastante atención a la producción y, un tanto menos, a la difusión de las imágenes. Por un lado, el libro analiza las estrategias de la prensa oficialista y sobre todo los periódicos chichas, cuya línea editorial fue famosamente comprada y controlada directamente por el gobierno. Por otro lado, el libro también analiza los incentivos de los (pocos) medios independientes. La necesidad de cubrir espacio en periódicos y tiempo en canales televisivos los llevaba a transmitir imágenes que, vistas de manera aislada, eran favorables a Fujimori. Aun cuando algunos periodistas buscaban oponérsele con la palabra, las imágenes que publicaban resultaban en significados contradictorios. Las entrevistas que la autora realizó con fotógrafos, caricaturistas y periodistas son especialmente útiles para revelar los incentivos de este lado del proceso. Asimismo, el libro identifica persuasivamente los quioscos como lugares donde las portadas de periódicos influyeron en una población mucho más numerosa que la que compraba y leía las publicaciones. Roca-Rey revela, al menos parcialmente, las dinámicas de este circuito de (re)producción y difusión de la imagen.
Establecido todo esto, el libro tiene ciertas limitaciones. Algunas explicaciones son demasiado detalladas. Aunque hay ciertos beneficios en hacer esas observaciones explícitas, no es necesario explicar que jalarse los ojos tiene “la intención de imitar el pliegue epicántico característico de los japoneses” (109) ni que “en el lenguaje coloquial, [un mal necesario] remite a un problema que es inevitable, pero que también tiene una consecuencia positiva” (143). En ocasiones el análisis se vuelve un poco especulativo. Después del pasaje ya mencionado que analiza a Fujimori con poncho y chullo en una fiesta ayacuchana, Roca-Rey afirma que “si bien podría argüirse que, en este caso, el presidente buscaba rescatar una tradición de vestimenta en vías de desaparición y que revalorizaba su uso, cabe precisar que no lo hacía con una intención cultural; su propósito era esencialmente político” (116). Es evidente que Fujimori tenía intención política en vestir de indígena, como Roca-Rey explica persuasivamente páginas atrás (112). Que no tenía intención cultural, no lo es. No hay dicotomía entre lo cultural y lo político, y es más que posible que la estrategia política de Fujimori haya sido revalorizar “culturas” previamente marginadas para conseguir una base para su proyecto autoritario neoliberal. Inclusive, es posible que Fujimori haya tenido un genuino deseo de reivindicar el uso de prendas indígenas, sin que eso le quite al acto sus dimensiones político-electorales.
Justamente en el análisis de actos como ese, con interpretaciones varias, es que la discusión pudo haber sido más completa. Pocas veces se analiza el uso político de las imágenes teniendo en cuenta explícitamente la audiencia a la cual esas imágenes estaban dirigidas. En un pasaje, Roca-Rey discute la infame imagen de Fujimori en las escaleras de la residencia del embajador de Japón después de la Operación Chavín de Huántar, con los cadáveres de los guerrilleros emerretistas a sus pies. Se discute la manera en que la oposición interpretó esa imagen: “como una demostración de despotismo” (140). Después, sólo se dice que esta secuencia “no tuvo un efecto negativo en sus índices de popularidad, que remontaron su declive tras el rescate de los rehenes” (141). No se considera explícitamente cómo esta imagen pudo haber sido interpretada por su audiencia esperada: los partidarios de Fujimori, o los que no tenían posición política consciente. La “mano dura” que esa imagen relataba pudo haber ayudado a Fujimori. Es precisamente la amplia posibilidad de interpretar imágenes de maneras distintas lo que permite, en algunas ocasiones, que las imágenes “superen” a las palabras como herramientas políticas, una dimensión que el libro no explora plenamente.
Esto presagia una limitación importante del libro: la perspectiva desde arriba. Dado que el propósito del uso político de las imágenes es comunicar un mensaje específico, entender cabalmente cómo son recibidas es importante. Fujimori no sólo usó la imagen, si no que la usó de manera exitosa, apelando a los deseos y a la mentalidad de gran parte del Perú. En mis investigaciones, cuando converso con fujimoristas de base, un tema recurrente es que Fujimori logró identificarse muy cercanamente con ellos y ellas. De acuerdo con sus testimonios, parte de ese acercamiento fue hecho posible por cómo ellos y ellas percibieron los trajes de Fujimori. Estudiar la imagen y el poder en los noventa requiere estudiar ambos lados de esta relación entre Fujimori y sus seguidores.
Desafortunadamente, el libro explora poco cómo los de abajo interpretaron los mensajes desde arriba. Aunque hay repetidas alusiones a la recepción de las imágenes, estas suelen tratarse en términos generales. No se analiza con profundidad cómo distintos sectores del país pudieron haberlas interpretado. En ese sentido, más que en el poder de las imágenes, el libro se centra en las imágenes del poder. Esta crítica es menos aplicable al análisis de las protestas visuales en contra de Fujimori hacia el final de su mandato, pero inclusive allí se privilegian las acciones de una élite artística opuesta a Fujimori. El libro es más útil para entender cómo las élites usaron las imágenes que para entender cómo esos esfuerzos calaron en la sociedad.
Nada de esto le quita a Alberto Fujimori: imagen y poder, 1990-2000 los méritos mencionados más arriba. El libro es una excelente contribución hacia un programa de investigación acerca del poder de las imágenes en tiempos del fujimorismo. La muestra extensa y representativa de imágenes del poder en los noventa que contiene revela un gran trabajo de archivo. El análisis es frecuentemente revelador y las entrevistas incluidas documentan hechos interesantes, así como circuitos importantísimos de producción y difusión de la imagen. El libro es lectura necesaria para cualquier persona interesada en la política peruana en los años noventa. Como Roca-Rey resalta, lo visual fue un campo de batalla política importantísimo. Sin lo visual la imagen de la década estaría incompleta.
Christabelle Roca Rey, Alberto Fujimori. Imagen y poder, 1990-2000. Lima: IEP, 2024.
Créditos de la imagen: «Muere Alberto Fujimori: amo y señor de Perú«. La Tercera. 11 de septiembre de 2024.
Notas
- Otros estudios tocan el tema de la imagen en el gobierno de Fujimori, pero estos se enfocan en momentos particulares o en procesos más amplios. Entre otros, Roca-Rey menciona a Grompone (1998), Degregori (2014) e Infante (2021).
- Sin embargo, la inclusión de un desgastado sol naciente en el segundo plano contribuye a la asociación de Fujimori con lo japonés. Como explica Roca-Rey en referencia a una portada similar en Caretas (55), imágenes así pueden prestarse a interpretaciones xenofóbicas.
09.11.2024