El libro de Mark Rice es un estudio bien documentado de las dinámicas regionales, nacionales y globales del turismo en el siglo XX que han contribuido a forjar la imagen actual de Machu Picchu como símbolo nacional por excelencia. Se trata de una notable y oportuna contribución a nuestra comprensión de la naturaleza eminentemente transnacional – y por ello profundamente desigual – del turismo cultural. Esta perspectiva permite reposicionar al turismo como lo que es: un poder político que trasciende su dimensión económica y social. El estudio pone en primer plano la capacidad del turismo para, a través de su simbiosis estratégica con el pasado prehispánico material, legitimar discursos y proyectos políticos vinculados históricamente a debates sobre redefinición de la identidad nacional y modernización, y a tensiones de carácter centralista-regionalista. Presenta, además, un complejo panorama de actores y factores en tensión dinámica que han condicionado la evolución del turismo en Perú. La importancia última del estudio radica en su idoneidad para estimular un muy necesario debate nacional sobre los retos y problemas derivados de un modelo dominante de turismo depredador, deudor de un paradigma desarrollista distorsionador y de una economía crecientemente turistizada, incapaz de solucionar por sí sola cuestiones más generales de desigualdad socioeconómica.
La introducción argumenta que fue la construcción de Machu Picchu como símbolo nacional la que hizo posible el desarrollo turístico y no al revés, y que en este proceso los nexos con instituciones transnacionales más o menos independientes del Estado jugaron un papel capital. Sobre la base de esta idea, el primer capítulo examina la producción de un destino turístico “moderno” en el primer tercio del siglo XX. El autor sostiene que las élites cuzqueñas abrazaron el turismo porque les permitía presentarse internacionalmente como una sociedad moderna frente al estigma de atraso promovido por el discurso dominante costeño.
El segundo capítulo explora las relaciones entre la emergencia de Machu Picchu a mediados de siglo como destino internacional moderno y la política exterior de Estados Unidos, por entonces un “buen vecino” favorable a diseminar la nuevas narrativas sobre Cuzco propuestas por los indigenistas, diseñadas para atraer turistas de élite que acreditaran la compatibilidad de la identidad cuzqueña con una modernidad global. El precio a pagar fue la reescritura del relato del descubrimiento de Machu Picchu, situando de nuevo a Hiram Bingham en su centro. Significó también silenciar narrativas alternativas sobre las condiciones actuales de las poblaciones indígenas que podían agitar tensiones sociales indeseadas.
El capítulo tercero analiza la forma en que el terremoto de 1950 en Cuzco sirvió para revertir una situación de desastre y transformarla en una oportunidad para el desarrollo económico y turístico, aprovechando, en ausencia del Estado, los lazos con actores transnacionales o no-estatales, como UNESCO. En esa coyuntura de reconstrucción, los líderes cuzqueños vieron en el turismo la solución conveniente al dilema de cómo modernizar la región sin abordar la reforma social pendiente. Fue el momento también para los debates sobre la restauración, polarizados entre los historicistas y los modernistas que querían una ciudad más propia del siglo XX que de la nostalgia por lo incaico La prevalencia de los primeros determinó la intervención de UNESCO, los controvertidos episodios de restauración en Cuzco y Machu Picchu y, sobre todo, que la ciudad sea la que conocemos hoy y no otra muy distinta, aunque este aspecto no esté suficientemente desarrollado en el estudio.
El capítulo cuarto da cuenta del despegue del turismo en las décadas de 1960 y 1970, coincidiendo con el apoyo del Estado en colaboración con instituciones como UNESCO, que resultó en el plan COPESCO, gran impulsor de la industria turística por esos años. Junto con ese despegue se advierten los primeros efectos “indeseados” del desarrollo turístico. Uno fue la concentración de la riqueza en manos limeñas o extranjeras. Otro, la llegada de hippies y otro tipo de visitantes que alteraban las convenciones sociales. El autor discute el advenimiento del régimen velasquista en momentos de convulsión social en el campo, así como las contradicciones de un régimen supuestamente revolucionario que apostaba por la redistribución de la tierra mientras apoyaba iniciativas de turismo de élite, como la construcción de un hotel en Machu Picchu.
El último capítulo traza el panorama del turismo en el último tercio del siglo, un período condicionado por la violencia política de la década de 1980 y la consolidación del paradigma conservacionista, asociado a conflictos como los intentos de privatización del patrimonio arqueológico o a fenómenos de especulación de tierras alrededor de los nuevos sitios de patrimonio mundial como Machu Picchu. Se subraya la importancia de las políticas neoliberales de Fujimori en el boom del turismo en la década siguiente a través de la inversión privada y se destaca el protagonismo de nuevos actores, como los hippies y los expatriados, en la reinvención de una industria turística orientada cada vez más a nuevas formas de turismo como el de aventura, el ecoturismo y al turismo místico, cuyos beneficios, sin embargo, aún se concentran en manos foráneas.
El libro consigue integrar la dimensión nacional y regional del turismo en Perú con la transnacional, articulando así lo local a lo global. No obstante este mérito, todavía es parcialmente deudor de un concepto de “historia” concebida principalmente como el resultado de la acción de un puñado de individuos e instituciones elegidos, con la agencia suficiente para determinar el curso de las cosas, oscureciendo procesos más amplios y generales. El resultado es el sobreprotagonismo de ciertos actores estelares (como Giesecke, Bingham o el Estado) y la minusvalorización de otros más a ras de tierra, como los guías turísticos, los vendedores ambulantes o los miembros de las comunidades campesinas, entre quienes también se ha ido gestando la “otra” historia del turismo en sus negociaciones cotidianas con los turistas y la industria.
Otro problema es la rígida dicotomía establecida entre preservacionistas y desarrollistas. Los primeros salen beneficiados en la narrativa, frente a un sector desarrollista representado, en general, por el capital limeño o extranjero. Esta preferencia coincide con la consolidación actual de un discurso patrimonialista hegemónico que no cuestiona el rol exclusivo del arqueólogo como custodio del patrimonio ni el monopolio del conocimiento científico-técnico en su interpretación. Tal paradigma preservacionista dificulta una relación orgánica entre conservación y modernización. También reproduce tensiones y relaciones de poder entre los gestores patrimoniales y las poblaciones rurales (o los habitantes de centros históricos urbanos) con necesidades básicas de desarrollo insatisfechas.
En el epílogo, el autor se muestra, a pesar de todo, optimista respecto del futuro del turismo en Perú. Su prognosis se sustenta, primero, en la popularización de programas de turismo sostenible que abordarían los efectos socialmente más perversos del turismo. Segundo, su optimismo de cara al futuro se apoya en la provisión de trabajo seguro y estable para muchos cuzqueños en la economía del turismo. Nosotros somos algo más escépticos. La retórica del turismo sostenible viene de lejos y, pese a sus buenas intenciones, no ha generado un cambio cualitativo en las dinámicas del desarrollo turístico. Más bien, sus límites serían cada vez más evidentes. En cuanto al empleo, la precariedad sigue siendo alta – más aún en tiempos de pandemia – y todavía no se enfatiza lo suficiente el descuido o abandono de la agricultura y de otras industrias necesarias, producto del hechizo contemporáneo del turismo.
Mark Rice, Making Machu Picchu: The Politics of Tourism in Twentieth-Century Peru. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2018.
04.05.2020