Una reluciente estatua ecuestre de Bolívar despojada de su contexto es la tapa de esta edición conmemorativa dedicada a los monumentos de Lima. Leer y reseñar este libro, mientras Perú vive una profunda crisis institucional puntuada por violentos enfrentamientos en marchas y protestas en las calles, me llevó a pensar en la ausencia de esa dimensión conflictiva que acompaña no sólo los procesos de creación de las obras –que aparece en muchas de las esculturas estudiadas– sino en la recepción y la vida de los monumentos después de su inauguración. Si tuviéramos que juzgar estas cuestiones por las fotografías que este libro presenta de manera generosa en detalles y vistas de las obras estudiadas, diríamos que su brillo y color uniforme parecen ocultar la pátina que el tiempo habría formado sobre ellos por efecto de la lluvia ácida y la polución, pero también por su interacción con los ciudadanos. Esta decisión editorial proviene de un enfoque patrimonialista en su sentido más ortodoxo, el cual juzga el valor patrimonial en los objetos mismos y no en la relación que los ciudadanos establecen con éstos.
Uno de los principales propósitos de este libro, el primero de cuatro tomos (según indica el editor), es “esclarecer, precisar o desmentir algunos supuestos que por tradición oral o literaria, o desde una mirada anacrónica, no la concibieron como un conjunto de obras de arte de su tiempo, sino solo como portadoras de mensajes políticos” (14). Desligar los procesos de memoria, así como separar el arte de la política, son operaciones poco aconsejables para comprender los monumentos conmemorativos, dado que son justamente estas cuestiones las que los diferencian de las obras que se encuentran en contextos cerrados. Allí está la mayor paradoja en la propuesta fotográfica del libro, pues nos muestra de manera aséptica obras que por definición son los lugares del conflicto, de la discusión pública, así como del abandono, de la indiferencia o del vandalismo. Cada obra carga en el presente capas y capas de sentido que constituyen esa pátina invisible, la de las historias de la ciudad.
Cabe decir que los autores que escriben las entradas no siempre siguen esta consigna. Así, encontramos textos muy bien documentados que contribuyen a comprender diferentes procesos respecto de los creadores, sus comitentes y las cuestiones políticas que intervienen en su creación, las dificultades propias de la estatuaria y la ornamentación urbana, y sus materiales, todos aspectos que, en general, como señalamos, llegan sólo hasta el momento de su inauguración. Son, en todo caso, importantes aportes al estudio de estos objetos, cuyas investigaciones aún son muy escasas si se les compara con otro tipo de objetos como la pintura, la escultura de salón o la fotografía.
El libro Monumentos en el bicentenario está dividido en dos partes; la primera, titulada ““Plazas interrumpidas”: la estatuaria pública en Lima durante los gobiernos de José R. Echenique y Ramón Castilla (1852-1860)”, de autoría de Daniel Vifian, y la segunda conformada por artículos de las obras, de diferentes autores (cuyas biografías no se registran en ninguna parte del libro), precedidos por una “memoria analítica”, que es una descripción formal detallada de cada pieza. Resulta esta una decisión editorial bastante arriesgada debido principalmente a que las obras estudiadas en el texto de Vifian luego se repiten en las entradas de la segunda parte, con lo cual, inevitablemente, algunas fuentes textuales e iconográficas resultan redundantes.
El texto de Vifian, por su parte, resulta de un largo y profundo proceso de investigación que ofrece un interesante análisis de las obras monumentales y de ornato urbano de la década de 1850. El estudio no solo ofrece nuevas fuentes primarias para estudiar los procesos de creación de las obras textuales e iconográficas a las que se dedica, sino que explica sus alcances simbólicos y las circunstancias políticas y urbanas que las produjeron. Se despliega en el mundo escultórico de mediados de siglo y va descubriendo para el lector muchos escultores poco conocidos y su vinculación con los comitentes peruanos. Sin hacer una distinción entre los proyectos conmemorativos y los ornamentales –algo que sucede en todo el libro– se da el mismo tratamiento al estudio de los sujetos y a los hechos históricos monumentalizados que a las alegorías y fuentes ornamentales. Considero que esta es una de las mayores virtudes en la aproximación del texto –y del libro– dado que una historia del arte más tradicional las habría considerado con una jerarquía diferenciada.
Mirando desde un enfoque más amplio las obras estudiadas del Centro Histórico de Lima, considero que hay algunas cuestiones que podrían ser tenidas en cuenta para futuros análisis de estas primeras intervenciones en el espacio público y en relación con un espectro más amplio de la “estatuomanía” occidental en la que Latinoamérica incursionaba a mediados del siglo XIX. Con respecto a la estatua de Bolívar, me queda la duda de si hubo o no una discusión sobre su posible ubicación en la Plaza Mayor, algo que podría estudiarse comparativamente con los demás países bolivarianos. Me resultaron muy interesantes las observaciones citadas por los autores sobre un posible sentido civil de la estatua ecuestre que resultan a todas luces opuestas al uso del género ecuestre dentro de la estatuaria. Y justamente esa rigidez del género conmemorativo hace que sea tan llamativa la inclusión de la figura yacente del héroe del 2 de mayo, José Gálvez, en su monumento conmemorativo. Como se ha estudiado en otros contextos, era muy poco frecuente presentar a los mártires en el momento de su sacrificio, ya que ello aludía a su “dimensión humana, [y] equivaldría a dejar en evidencia su carácter contingente”.1 El artículo de Rodolfo Monteverde Sotil da un buen punto de partida para considerar este complejo monumento.2 cuyo sentido americanista vale la pena volver a pensar en términos comparativos, también respecto de los alcances de estos intentos de innovación iconográfica tan compleja en el género conmemorativo (por ejemplo, si se piensa en obras como el Monumento a la batalla de Carabobo de Eloy Palacios en Venezuela). Respecto de la cuestión diplomática sugerida por el autor respecto del rechazo a la versión original de la alegoría de la Victoria, en mi opinión, la disputa podría responder a su semejanza o inspiración en “La Marsellesa” del Arco del Triunfo y, por supuesto, a sus implicaciones simbólicas.
Más allá de los objetivos declarados, Monumentos en el bicentenario, deja varios caminos abiertos para pensar los monumentos conmemorativos como fuentes para comprender las estrategias de intervención estético-política del espacio público del pasado y deja en evidencia la necesidad de observar y documentar la recepción de esas obras a lo largo del tiempo y su lugar en la coyuntura del presente, pero también en las construcciones de futuro que plantea la propia celebración del bicentenario de la Independencia.
Omar Esquivel Ortiz, ed, Monumentos en el bicentenario. Centro histórico de Lima – siglo XIX. Lima: Prolima, Municipalidad de Lima, 2022.
Notas
- Reyero, Carlos (2003). “¡Salvemos el cadáver! Inmortalidad y contingencia del héroe en la plástica española del siglo XIX”, en Víctor Mínguez y Manuel Chust (eds.) La construcción de héroe en España y México (1789-1847). Valencia: Universidad de Valencia, pp. 178-180.
- Resulta llamativo que no dialogue con la tesis de maestría en Historia Social de la Universidad de Sao Paulo de Rafael Dias Scarelli, que es mencionada por el editor en la presentación del libro.
04.03.2023