La revolución de los arrendires

Paulo Drinot

Pocos temas polarizan la discusión política en el Perú como la Reforma Agraria de 1969. Para algunos, la reforma agraria simboliza un momento clave en la emancipación de la población campesina indígena del país y un quiebre fundamental en la estructura de dominación heredada de la Colonia (este es, en cierto modo, el sentido que el propio Gobierno Militar le buscó dar). Para otros, la Reforma Agraria representa una tremenda injusticia hacia personas que fueron despojadas de sus tierras y una medida que inició un proceso de declive, tanto en la economía como en la sociedad peruanas, del que el país aún no se recupera. En estas discusiones se perfilan escisiones que parecen definir fuerzas centrífugas de la política peruana, las que se entrelazan con otras divisiones binarias que también sirven para definir posiciones políticas e identitarias. La Reforma Agraria divide al país en bandos opuestos y, por lo menos así pareciera, irreconciliables.

En esta polémica, la idea que ambos campos tienen de la Reforma Agraria suele ser reduccionista: o una idealización o una demonización. Estas posiciones extremas se deben en parte a que, para muchos peruanos, la Reforma Agraria no sólo es un tema de posicionamiento ideológico. Es también parte de la memoria colectiva familiar. Pocas son las familias que no se vieron afectadas por la Reforma Agraria, para bien o para mal, según como cada una percibe la experiencia. Sin embargo, tenemos pocos testimonios directos de cómo se vivió la reforma y del impacto que tuvo sobre los peruanos. Los estudios iniciales se enfocaron principalmente en sus efectos estructurales. Hace algunos años que, tanto desde el registro de la memoria (un ejemplo es el estudio de Enrique Mayer sobre las memorias de la reforma agraria de una serie de protagonistas, desde hacendados hasta campesinos, pasando por sindicalistas y veterinarios) como del testimonio (el libro de Charlotte Burenius sobre Zózimo Torres y la hacienda Huando), la experiencia individual o grupal comienza a recibir la atención que merece.

El libro de Rolando Rojas, que cuenta la historia de su familia y en particular de su abuelo Tomás Rojas, es un aporte importante. Como muchos estudios han demostrado, entre ellos el brillante trabajo de Anna Cant, la reforma agraria no fue un proceso monolítico o lineal. Se llevó a cabo de diversas maneras en diferentes partes del país, por razones que tenían que ver con factores estructurales (como la tenencia de la tierra, la presencia de comunidades o el peso del mercado interno) pero también con los diferentes actores nacionales, regionales y locales que intervinieron y que le dieron forma en cada parte del país. Por lo mismo, la Reforma Agraria debe entenderse no sólo como la implementación de la Ley del mismo nombre –como es sabido, en muchas partes del país, la Reforma Agraria de 1969 sancionó de jure un proceso de redistribución de tierras que venía ocurriendo de facto desde varios años atrás– sino como un proceso más largo y diverso.

Sin embargo, la versión de la Reforma Agraria de la que nos habla Rojas, ésa que se centra en el valle de La Convención en Cuzco, es probablemente la más paradigmática. Es una historia conocida, sí, pero no como nos la cuenta Rojas. Rojas entrelaza una historia que se ha visto repetida en el mundo entero (un terrateniente ajusticiado por campesinos –en este caso campesinos “medios”, entre ellos Tomás Rojas, el abuelo del autor– hartos de sus abusos) con la historia de este proceso, largo y complejo, que constituye la reforma agraria en el valle de La Convención, donde jugaron un papel protagónico los arrendires del título, campesinos que arrendaban tierras de hacendados locales para cultivar productos como coca, café, cacao y azúcar. Intervienen una serie de actores, algunos conocidos, otros menos (la gran mayoría hombres; sorprende la casi ausencia de mujeres en el relato), que articulan la experiencia de la familia Rojas con los procesos que mencioné anteriormente y que retratan de una manera bastante lograda los profundos cambios que vivió el Cuzco, y por extensión, el Perú en esos años. Resulta una interpretación novedosa de lo que significó la Reforma Agraria, tanto esa de facto que impulsaron los campesinos como Tomás Rojas como la de jure de los generales, para familias como la del autor y muchas otras. De ahí que el libro nos abra una ventana tanto sobre la Reforma Agraria como proceso histórico pero también, aunque no sea el enfoque de Rojas, sobre su actual operacionalización.

El libro entrelaza una narración de corte microhistórico con un recuento más amplio, y bastante conocido, sobre el curso que tomó la Reforma Agraria en el Cuzco. Se juntan, en una carcel cuzqueña en 1963, dos trayectorias de vida: la del abuelo enjuiciado por el asesinato del hacendado Alberto Duque y la del padre del autor, un joven trotskista arrestado en 1962 junto con otros integrantes del Frente de Izquierda Revolucionaria. Ellos representan dos de los grupos que marcaron el curso histórico que culminó en la Ley de 1969. Por un lado, campesinos movilizados en contra de los abusos de los terratenientes locales (en particular desahucios arbitrarios de los arrendires de tierras que habían cultivado y ‘mejorado’) y, por otro, jóvenes izquierdistas como el padre del autor (o también figuras más conocidas, como Hugo Blanco y Luis de la Puente), que buscaron encauzar estos conflictos en un rumbo revolucionario. Sin bien no resulta de esta narración una interpretación que cambie sustancialmente las interpretaciones historiográficas de la Reforma Agraria que enfatizan el papel que cumplió en desarticular el poder de la clase terrateniente y crear un nuevo orden social que favoreció al campesinado, el enfoque testimonial de Rojas sí nos ofrece una aproximación que humaniza este proceso y lo vuelve inteligible de otras maneras. Apunta, así, al potencial heurístico de la historia testimonial, de la biografía y de la microhistoria –géneros poco empleados en la historiografía peruana.

El estilo del libro hace que algunas críticas puedan parecer innecesarias. Si bien se trata de un libro corto y pensado, pareciera, para un público amplio (el libro cuenta con un número importante de fotografías bien seleccionadas que ayudan la lectura –aunque falta, creo, un mapa), es, sin lugar a dudas, un estudio académico serio. A pesar de tratarse de una historia con la que el autor tiene una obvia afinidad, no se trata de un recuento idealizado (supera así, ampliamente, las visiones dicotómicas que señalé más arriba) y termina con una valiosa reflexión, que merecería mayor desarrollo, sobre cómo los arrendires recuerdan a los guerrilleros –una evocación interesante de memorias en conflicto a nivel local sobre quién inició, y por ende, a quién le debemos, el proceso revolucionario que puso fin a la explotación en las haciendas. Por lo general, el libro refleja un trabajo de investigación notable que combina fuentes orales y escritas de manera muy efectiva. Sin embargo, se deja notar la ausencia de un intento por vincular el análisis con procesos análogos de conflicto y cambio rural en otras partes del mundo en el siglo XX (y, en particular, en el contexto de la Guerra Fría), con debates académicos en torno a la Reforma Agraria como herramienta técnico-política de modernización. Se extraña también la ausencia de una reflexión sobre la especificidad de la experiencia cuzqueña en el contexto peruano. El aporte del libro a los diferentes campos de conocimiento a nivel global como a nivel peruano con los que dialoga implícitamente podría resaltarse más.

La revolución de los arrendires ofrece una innovadora mirada sobre la experiencia de la reforma agraria en el Cuzco. Es un libro que merece ser leído y discutido, tanto por su original aproximación metodológica al tema y su atractivo estilo como por lo que nos invita a repensar sobre los procesos que explora.

Rolando Rojas Rojas. La revolución de los arrendires: Una historia personal de la reforma agraria. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2019.

09.08.2020


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