Ética, política y literatura después de la guerra. Sobre héroes y víctimas de Juan Carlos Ubilluz

Juan Carlos Cortázar

Leí con interés Sobre héroes y víctimas. Ensayos para superar la memoria del conflicto armado, de Juan Carlos Ubilluz. La tesis central del texto me viene rondando desde que escuché la muy interesante presentación del libro y leí algunos comentarios y reacciones del autor, hasta hoy, en que he podido acceder al texto. Quisiera compartir aquí algunas reflexiones. En primer lugar, quisiera transparentar mi interés por el libro y la perspectiva desde la cual me acerco a él. Su tesis central tiene que ver, de alguna forma, con la militancia. Y en los años ochenta y noventa yo viví la militancia, no la senderista, pero sí otras militancias bastante estructuradas, como la del movimiento de teología de la liberación y la de Izquierda Unida. Y ser militante, por más que uno decida después dejar de serlo, es un poco como los sacramentos: “imprime carácter.” El libro también me interesa porque la tesis y parte del libro tienen que ver con la narrativa peruana sobre la guerra interna. Yo escribo narrativa y, en buena parte de lo que escribo, la guerra interna es trasfondo y, más recientemente, un eje central de la narración. Quisiera decir, finalmente, que, como alguien que no ha leído a todos los autores que Ubilluz refiere y como lector proveniente de la sociología (y ya bastante desactualizado en ella), he tratado de captar los argumentos centrales. Así, lo que sigue son comentarios de un lector lego. Termino señalando que he leído los textos de Salazar y Gavilán, mas no los de Agüero.

El libro aborda de lleno una serie de temas relativos a la guerra interna y lo hace con el afán explícito de generar debate (aunque a veces con recursos francamente innecesarios, como el uso de términos como “torpeza caviar”). Generar debate sobre el conflicto armado interno y hacer política sobre el uso de la violencia; eso falta a gritos en nuestro país. El texto lo hace, además, con un afán de ver el horizonte amplio de lo que esa violencia puede habernos heredado. La propuesta central del libro consiste en afirmar que, en el campo cultural peruano (y más allá de él, en el ámbito político), se habría registrado en las últimas décadas, y partir de lo que fue el conflicto armado interno, una suerte de vuelco (“giro”) conceptual. El foco de la creación (o del análisis) no sería ya el actor transformador (emancipador y/o revolucionario) sino la víctima, es decir, quien ha sufrido las consecuencias negativas (la muerte, la principal) del proyecto de transformación. La consecuencia de este giro en el arte y la política peruanas sería el debilitamiento del impulso hacia la transformación social, pues la compasión por las víctimas no bastaría (o sería esencialmente ajena) a la exploración y promoción de proyectos emancipadores o revolucionarios. Con esta propuesta en mente, Ubilluz pasa revista a tres textos recientes (Los rendidos, de José Carlos Agüero, La sangre de la aurora, de Claudia Salazar y Memorias de un soldado desconocido, de Lurgio Gavilán Sánchez) y, en paralelo, elabora tres capítulos titulados Intervenciones, en los que aborda la necesidad de superar la “melancolía de izquierda”, propone un “arte político” que supere el sufrimiento melancólico y, finalmente, esboza “una ruta para el socialismo del siglo XXI”.

Mi crítica central al libro es doble. Por un lado, percibo cierta falta de rigor metodológico y conceptual, visible –como argumentaré más adelante– en la imprecisa definición de un objeto de análisis y de un corpus que lo represente. Dicha falla se percibe también en una serie de saltos abruptos entre andamiajes conceptuales propios de la teoría política, la filosofía y el psicoanálisis, sin aparente justificación ni método alguno. Por otro lado, aunque la tesis central es muy atractiva por su contundencia y capacidad apelativa, tiene debilidades estructurales importantes.

Como señalé antes, la tesis central del libro es que en el campo cultural peruano se habría dado un giro que subvalora al “héroe” militante o político para enfocarse en la “víctima” de los proyectos políticos que utilizaron la violencia (Sendero Luminoso, principalmente). Este “giro ético” conduciría a que, “mientras que en la creencia revolucionaria la política suspendía la ética, en el giro ético la ética suspende la política”. De ahí proviene el reclamo central del autor: que el arte se acerque o promueva proyectos políticos afirmativos (volveré sobre esto último). Mi reacción primaria ante dicha tesis es que me cuesta disociar ética y política. Si algo caracterizó la militancia política, social y religiosa de las décadas de 1980 y 1990 es que fue ética. Eran valores los que movían a jóvenes a dedicar tiempo, dejar estudios o trabajos, ir a zonas lejanas o distintas, e incluso arriesgar la vida y tomar la de otros. Evidentemente, es más fácil observar la ética de una guerrilla como la cubana en comparación a la de Khmer Rouge o Sendero pero, objetivamente, hay un fundamento ético en esas militancias y proyectos (de hecho, concuerdo plenamente con la afirmación de Ubilluz de que los senderistas también tenían fundamento ético en su entrega a la violencia). La superioridad que los militantes derivamos de nuestras causas venía, en última instancia, de una ética. La apelación al Hombre Nuevo, a la Historia, al Pobre… todas esas mayúsculas expresan claramente el afán de superioridad ética. Así, la proposición de que “la creencia revolucionaria suspendía la ética” me parece falaz. La afirmación sirve para construir la atractiva segunda parte de la tesis (ahora la ética suspende a la política), pero no hallo referente empírico para el enunciado de partida. O, en todo caso, no basta con postular la afirmación: habría que demostrarla analizando discursos, objetos de arte, producción teórica, algo que demuestre que “la política suspendió la ética” en los proyectos políticos revolucionarios del siglo XX.

En tal sentido, es válido preguntarse por el referente empírico de la tesis de Ubilluz, es decir, por un universo y un corpus de discurso o creación artística donde podamos verificar dicho giro ético. El autor hace una breve lista y luego selecciona tres obras narrativas que versan sobre la guerra interna. No sabemos por qué elige esos textos y no otros. No sabemos cuál es el universo que representan. Es decir, no hay una rigurosa construcción de un corpus bajo análisis y esa omisión me parece una falla importante. En realidad, mi sensación es que el libro no llega a un conjunto de conclusiones a partir del análisis de un corpus de discurso o narrativa, sino que parte de proponer una “tesis” (el giro ético) y acude luego a tres textos a manera de ejemplo para verificarla. El riesgo de hacer esto es un clásico conocido: el investigador encuentra sólo lo que, de antemano, busca. Y ello porque un corpus correctamente construido nos abre a la sorpresa, a lo inesperado o no previsto. Pero el uso de ejemplos en este caso cierra las puertas a la sorpresa: refuerza, hace visible, alecciona, aclara el argumento, no lo cuestiona. A lo mejor, con una investigación más rigurosa, la tesis de Ubilluz podría sostenerse. Es, de todas formas, algo que me gustaría leer. Cabe mencionar, además, que es la falta de una correcta construcción de un corpus (objeto) bajo estudio lo que hace que el análisis salte sin más de la narrativa a la obra plástica, al cine (incluso internacional) o al teatro. Es difícil saber a qué realidad efectiva o campo de producción cultural se dirigen los argumentos, pues siempre es posible hallar un ejemplo que “de-muestre” el argumento.

La tesis del libro deriva en que la narrativa peruana sobre la violencia política (¿o el arte en general?) ha encallado en una tendencia a la denuncia (lo que el autor, recurriendo a la literatura psicoanalítica, denomina “denuncia histérica”) del sufrimiento o la muerte que la violencia causó a las víctimas, cerrándose a la posibilidad de captar, impulsar o representar proyectos políticos “emancipatorios.” El autor ofrece una definición de lo “emancipatorio” acudiendo al concepto de “igualibertad” que surge de la Revolución Francesa. Dos cosas sobre esto, que identifico en mi lectura de Salazar. Primero, creo que la obra de Salazar no se centra en la denuncia como acto político, formal, legal. El arte más que denunciar lo que hace es “desentrañar”. Así, la escritura de Salazar desentraña, re-presenta, expone vívidamente la experiencia de ser mujer en medio de la guerra interna. La novela recrea y explora la vivencia del deseo sexual femenino en esa encrucijada. El término “denuncia” me queda muy corto para lo que leo en La sangre de la aurora (tal vez no para el caso del texto de Gavilán, que tiene un afán más etnográfico que literario). El encasillamiento de obras como la de Salazar en la “denuncia-histérica” se explica desde que, si bien se hace un análisis filosófico y psicoanalítico, hace tremenda falta un análisis propiamente literario.

Ésta es otra falla medular: si el corpus elegido es de narrativa, sería esperable que se haga también algún tipo de análisis de las particularidades del proceso creativo. Es justamente esta ausencia la que conduce a Ubilluz a observar una novela sólo como texto con consecuencias (o inconsecuencias) de carácter político o filosófico, es decir, por ejemplo, a que recaiga en “lo dicho” por las narradoras, dejando de lado algo que es central en la creación literaria: lo no dicho, lo sugerido, lo indirecto y esquinado. Basta decir que las breves referencias a la prosa fragmentaria de Salazar, al hibridismo de géneros de Agüero o al uso del indirecto libre en Gavilán distan mucho de ser un análisis literario de las obras. En síntesis, hay mucho más en esas obras literarias (incluyamos a Gavilán) que el autor no ve simplemente porque sólo persigue verificar el “giro ético” en ellos. Son ejemplos, no objetos de análisis controlado y verificable.

No concuerdo tampoco con el argumento de que, en un texto como el de Salazar  no haya una clara vena emancipatoria. Desentrañar (no denunciar) la experiencia de la sexualidad femenina en sus aspectos violentos y de goce libre, desentrañar esa experiencia en medio de la violencia desatada y del patriarcalismo machista más rancio de la izquierda peruana… ¿Habrá algo más emancipador que eso? ¿No se refiere directamente a la igualibertad? Insisto: Ubilluz no lo ve porque se preocupa demasiado aleccionadoramente por hallar el giro ético. Un tratamiento más controlado de un corpus bien construido nos abriría a una mezcla más compleja de “mirada desde las víctimas” con “proyectos emancipadores”. Entonces, la tesis de que “la ética desplaza a la política” se vería refutada o quizás (y mejor aún), enriquecida.

El libro recurre a varias dicotomías atractivas que, sin embargo, deben considerarse con más cuidado: ética vs. política; héroe vs. víctima; lineal vs. circular; adelante vs. pasado; vida vs. muerte; afirmación vs. denuncia; agencia vs. sufrimiento. Tantas dicotomías, todas tan atractivas y aparentemente esclarecedoras, me hacen dudar. La falta de grises conceptuales me hace dudar. Tomo la última mencionada: ¿acaso el sufrimiento no es también fuente de agencia? Argumentar que la experiencia del sufrimiento (y de representarlo narrativamente) lleva exclusivamente al inmovilismo, que mata la posibilidad de agencia, parece un reduccionismo. En todo caso, no hallo en el texto de Ubilluz una fundamentación clara que explique dicha oposición. Sí veo una interesante construcción filosófica y psicoanalítica (que no soy capaz de juzgar del todo), pero la simplicidad de una dicotomía que se ofrece como tentadoramente evidente no me convence. Los vínculos entre agencia y sufrimiento son múltiples, encierran varios sentidos. Basta leer El sueño del pongo, de Arguedas, para verificarlo. Por otro lado, me muerdo la lengua, pero tendría muchas ganas de discutir sobre la imagen política y artística y mítica del “héroe” y las vanguardias políticas del siglo XX. El mandato heroico (que es claramente ético) de la militancia es un tema que tendría que explorarse más en el análisis social y psicoanalítico y, de manera particular, explorarse mediante la literatura.

En su parte final, y luego de un capítulo sobre Gavilán que es básicamente descriptivo y, en mi opinión, aporta poco, el libro se concentra en una propuesta sobre proyectos emancipatorios (a propósito: otro par de términos mal delimitados son “emancipatorio” y “revolucionario”, pues a ratos funcionan en el libro como sinónimos y, a ratos, como opuestos). Y en esa sección ya no hay análisis de textos narrativos (sí referencia a obra plástica); ese propósito desaparece. El autor recoge demandas como las feministas o las ecologistas, para postular que un nuevo proyecto emancipatorio debería basarse en dichos movimientos y no sólo en una mirada desde el proletariado. Aquí hay una contradicción, pues antes criticó que la fragmentación narrativa de Salazar impidiese ver un proyecto totalizador. Sin embargo, Ubilluz recoge ahora este mundo de demandas diversas, autónomas entre sí, fragmentarias también, y eso sí sería un proyecto afirmativo y totalizador. Yo estoy de acuerdo con lo segundo, pero no con el juicio sobre La sangre de la aurora y la función (literaria) de una narrativa fragmentada.

Pero hay un asunto que me preocupa más: la apelación final que Ubilluz hace al sostener que el arte (el “arte político”, lo denomina) debe promover los proyectos políticos emancipatorios emergentes (¿revolucionarios?) y dejar de mirar hacia atrás, hacia las víctimas y el sufrimiento, hacia lo que detiene (como ya dije, no comparto que esa mirada detenga lo emancipatorio necesariamente, o en todo caso, habría que demostrarlo bien). Esa expresión, “el arte debe”, se repite varias veces. Y la verdad, ante esa expresión sí me bajo del tren. No soy tan ingenuo  para creer en la autonomía absoluta del acto creativo pero, como en muchos otros campos (el religioso, el filosófico y el humanista incluidos), el arte tiene una autonomía relativa frente a estructuras económicas y políticas. Más allá de eso, el acto creativo es particularmente refractario a los propósitos explícitos de quienes lo realizan, incluso los políticos. Cualquiera que se dedique a la creación artística o que pretenda hacerlo reconocerá que la selección o construcción de voces, miradas y experiencias es un acto sobre el cual tenemos relativo control. No es un proceso mágico tampoco; simplemente, corre por canales personales y culturales distintos a los de la acción política. Estas apreciaciones darían para una larga discusión sobre el acto creativo, sus determinantes e impactos. Pero no quisiera dejar de señalar que una cosa es desear que el arte (la narrativa) aborde tales o cuales experiencias y otra cosa es decirle a los artistas que “deben” escribir, pintar o actuar tal cosa y ya no otra (la experiencia de la guerra interna) porque ya no tiene utilidad política. Pero, ¿quién dice que el arte debe servir a la política? Y si se somete, ¿seguiría siendo arte?

Leer el libro de Ubilluz es una experiencia intensa, interesante y polémica. Y que sea así, tratándose de un asunto tan complejo y sensible como el de las consecuencias de la guerra interna en nosotros como individuos y como nación, es meritorio. En ese sentido, el texto es una muy buena contribución a algo que los peruanos deberíamos hacer más: debatir qué nos pasó en esos veinte años, qué hicimos, qué no hicimos y por qué. Debatir directa y honestamente en lugar de rasgar vestiduras, ofenderse o simplemente censurar. Coincidir o tener diferencias y respetarlas; ése es un ejercicio urgente e indispensable para poder dar sentido a esa experiencia mezcla de barbarie, violencia, muerte, entrega y afán transformador que fueron los años que vivimos en guerra. Considerando el valor que en ello tiene el libro escrito por Ubilluz, creo que mejorar la mira del libro construyendo apropiadamente un universo y un corpus de artefactos culturales a analizar hubiese sido provechoso. Afinar conceptualmente la tesis propuesta, analizando con rigor dicotomías atractivas pero fáciles -como la de ética vs. política- para evitar que funcionen como atajos al análisis, me parece también una tarea que pudo haberse enfrentado mejor. Finalmente, desarrollar conceptualmente y en profundidad los vínculos entre agencia y sufrimiento, entre victimarios y víctimas, entre pérdida y transformación, es un límite que queda pendiente en el libro. Entendernos como peruanos que fuimos víctimas, victimarios, espectadores o cómplices, o tal vez una apretada mezcla de todo eso, es una labor urgente para poder proyectarnos al futuro. Libros como el de Ubilluz contribuyen a esa tarea. Por su parte, la creación literaria y artística en general enfrentan todavía, desde su propio espacio y en sus propios términos, ese enorme desafío.


Ubilluz, Juan Carlos. Sobre héroes y víctimas. Ensayos para superar la memoria del conflicto armado. Lima: Penguin / Random House, 2020.

17.04.2021


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