«El Inga, mi padre»: una carta inédita de Beatriz Clara, reina del Perú

José Carlos de la Puente

Ningún documento nos informa sobre los sentimientos de la ñusta y hacia cuál de sus dos pretendientes iban sus simpatías. ¿Sería de su agrado casarse con quien había hecho prisionero al último descendiente independiente de los Incas y autor indirecto de su ajusticiamiento?

María Rostworowski, Doña Francisca Pizarro, p. 82

Antes de cumplir los siete años, su madre la retiró del convento en donde había sido depositada en la ciudad del Cuzco para casarla con un hombre diecisiete años mayor que ella. Se llamaba Beatriz Clara, era bisnieta de Huayna Capac Inca y prácticamente nada sabemos de su vida antes de este tortuoso episodio, salvo que había nacido en Cuzco hacia 1558 y había ingresado al convento de Santa Clara en 1563. El matrimonio se celebró en Calca en diciembre de 1565, y fue “consumado” la misma noche de bodas, a pesar de la corta edad de la niña novia. Un largo juicio terminaría por anular esta “unión” forzada, que muchos calificaron desde el inicio como un crimen de estupro o violación.1 Siete años después, a Beatriz la volverían a casar, cuando tenía catorce o quince años, con Martín García de Loyola, uno de los artífices del asalto final a Vilcabamba y del apresamiento y ajusticiamiento del último inca, tío carnal de la novia. Vilcabamba era el mítico reducto en la selva del Cuzco en donde, irónicamente, los padres de Beatriz se habían refugiado hasta fines de 1557, y Titu Cusi y Tupa Amaro, sus tíos paternos (que lo eran también por el lado materno, pues los padres de Beatriz eran medio hermanos), seguirían resistiendo la conquista del imperio inca hasta su derrota en 1572.2

Matrimonio de Martín García de Loyola y Beatriz Clara Coya (detalle)

Asentada en Cuzco tras su matrimonio con Loyola, y a pesar de su corta edad, Beatriz se dedicó a proteger, gestionar y disfrutar las rentas que, en reconocimiento del poder real que sus padres habían ostentado, la Corona de Castilla les había ofrecido a los antiguos reyes del Perú a cambio de deponer las armas, especialmente en el valle de Yucay. Estas rentas, que sobrepasaban los 13,700 pesos anuales, se cobraban de varias ricas encomiendas que habían pertenecido a Francisco Pizarro y al famoso rebelde Francisco Hernández Jirón. En Cuzco, Beatriz alcanzaría la mayoría de edad. La rara carta que publicamos es de esta época crucial en su vida.3

Aunque conocemos varias cartas escritas por personajes de la nobleza inca colonial a reyes, virreyes y otros personajes—un puñado de ellas firmado por mujeres o sus representantes—ésta es la única a la fecha que puede ubicarse, no sin ciertos bemoles, en la esfera más íntima y a veces insondable de la vida privada. Dirigida desde el Cuzco por Beatriz a un Martín entonces en Lima pero que acababa de regresar de España, la misiva es de agosto de 1578. La remitente declaraba haberse enterado de lo conseguido por su esposo en la corte real desde 1574 y opinaba al respecto. A la sazón, la coya, como era ya conocida, tenía unos veinte años.4 He aquí la carta.

*

Mi señor:

Por las que vuestra merced me a escripto después que vino a este reino he visto el suceso de lo que se a hecho en España en nuestros negocios entre los cuales veo que Su Majestad nos da licencia para irnos desta tierra a Castilla que no me ha dado poco contento porque si Su Majestad nos hiciese merced de darnos allá un acomodamiento con que pudiésemos vivir sería con mayor quietud que en esta tierra y entiendo yo que lo hará teniendo atención a lo que se debe a mis pasados pues todos han ya acabado querrá descargar su real conciencia como tan cristianísimo rey y si siendo vuestra merced servido nos podríamos aprestar con la mayor brevedad posible esta ida a España e lo deseo yo muchos días y agora más con esta ocasión y con que voy con vuestra merced que es todo mi bien y contento y nada dejaré atrás estoy muy maravillada y aún agraviada como no nos quitaron esta pinsión que Gómez Darias tiene sobre este nuestro repartimiento pues sabe vuestra merced que cuando el Inga mi padre salió de paz a dar la obediencia a Su Majestad que capitularon con él que le daría el repartimiento libre sin ningún genero de pinsión y otras mercedes que de parte de Su Majestad le prometieron y veo que esto no se ha cumplido y todo lo mejor de la renta me ha llevado y lleva esta pinsión que es necesario ocurrir por el remedio a quien lo puede dar vuestra merced sea servido de darse prisa en venir a su casa a dar orden en todo para que nos aviemos y a dar este contento a quien con tanto deseo esta a vuestra merced aguardando plega a mi Dios me lo deje ver y gozar como yo lo deseo del Cuzco cuatro de agosto

mi señor y mi bien

Vuestra mi señor que mas que al vivir os desea Doña Beatriz Clara Coya.

[al reverso] A mi señor comendador Martín García de Loyola mi amor. En Lima.

*

¿Qué podemos hacer los historiadores con un documento como éste? ¿Cómo influyeron los acontecimientos de 1565 en la vida y los afectos de la coya? Más aún, ¿cómo transitar desde las interpretaciones más plausibles hasta el umbral mismo de nuestra disciplina, detrás del cual está aquello que se puede intuir, pero que es imposible de demostrar?

Primero, podemos reconstruir el contexto. Entre 1577 y 1578, la Corona le había concedido a Beatriz y a Martín una renta anual de mil pesos por dos vidas, además de las rentas que ambos poseían en Perú, pero con la condición de que la disfrutasen en España, adonde deberían trasladarse en un plazo no mayor de tres años. Aunque para algunos la permanencia de esta potencial heredera a la corona de los incas en Perú podía ser motivo de inestabilidad política, Beatriz debía pasar a España “por su voluntad […] y no de otra manera”.5 Sin el consentimiento de Beatriz, todo el acuerdo podía frustrarse.

La carta demuestra que Beatriz no estaba conforme con la pensión de que gozaba un tercero (Gómez de Arias), pues gravaba las mismas encomiendas en Cuzco de donde ella obtenía las suyas propias. Beatriz quería que esta carga fuese eliminada para poder disfrutar a plenitud de estos ingresos, obtenidos del tributo indígena. Sin embargo, se mostraba entusiasmada ante la posibilidad de dejar el Perú que habían gobernado sus ancestros y de usar los mil pesos suplementarios para vivir cómodamente en Madrid, donde las remesas periódicas del Perú seguirían alimentando el patrimonio familiar. Parecía animarla también el reunirse por fin con Martín y el poder emprender el viaje juntos (hay que recordar, sin embargo, que, para una mujer casada como Beatriz, el ansiado viaje sólo era posible con Martín).6 ¿Sabía Beatriz que su carta terminaría en el expediente tramitado por su esposo ante el Consejo de Indias? ¿Fue presentada por Martín, con o sin su consentimiento, como prueba del deseo de su esposa de vivir en España? ¿Se precipitaron los acontecimientos por el inminente retorno a Perú del primer esposo de Beatriz, Cristóbal Maldonado, quien seguía insistiendo en la validez de su matrimonio con la coya?7

En segundo lugar, la carta revela que los argumentos esbozados ya por Beatriz en la misiva serían la base de una serie de intensas y hábiles negociaciones en Madrid, encomendadas por la familia a procuradores de causas quienes, como Beatriz, sostenían que estas rentas no podían ser simplemente tales, sino que constituían una obligación de recompensar a manos llenas a sus padres por la cesión de los «dilatados Reynos» que poseían sus antecesores. El único con mejor derecho que ella, Tupa Amaro, había sido ejecutado en Cuzco en 1572, en parte gracias a Martín García de Loyola. Algunos contemporáneos entendían la sucesión a través de Beatriz como uno de translatio imperii. Así lo planteaba también Beatriz, si bien en sus propios términos, como demuestra esta ventana a sus pensamientos, construida con trazos en el papel. La idea, o parte de ella, pudo o no ser suya, pero era igualmente importante para la manera en que Beatriz se veía a sí misma y sopesaba orgullosa la «calidad» de su persona y la continuidad de su linaje: «no me ha dado poco contento porque si Su Majestad nos hiciese merced de darnos allá un acomodamiento con que pudiésemos vivir sería con mayor quietud que en esta tierra y entiendo yo que lo hará teniendo atención a lo que se debe a mis pasados pues todos han ya acabado».8

Gracias a las cuidadosas gestiones y a los argumentos subyacentes, estas rentas terminarían por transformarse en el codiciado pero pocas veces conseguido derecho de ejercer el señorío, esta vez, sobre cuatro pueblos del Cuzco: Urubamba, Yucay, Huayllabamba y Maras. Los nuevos señores cobrarían directamente el tributo, nombrarían jueces y administrarían justicia a los tributarios indígenas, entre otras prerrogativas que, ya para ese entonces, se reservaban los reyes de Castilla. Aunque parecía poco en comparación, sería un caso único en el Perú. Beatriz no vería nada de esto, pero, de los argumentos discutidos en su carta a Martín, emergería eventualmente el famoso marquesado de Oropesa, concedido en marzo de 1614 a la única hija de la pareja, Ana María Lorenza García Sayri Tupa de Loyola, y reclamado más de siglo y medio después por José Gabriel Tupa Amaro y otros pretendientes.9 Así, la carta problematiza aquella visión de Beatriz, detectable en trabajos recientes y no tan recientes, como un objeto—antes que un sujeto—de todas estas negociaciones imperiales.

Aunque el virrey Toledo cumplió con ejecutar la orden del rey en Perú, comisionó a Loyola para que sirviese en distintos oficios en Charcas y Potosí, por lo que, en septiembre de 1578, la pareja consiguió una prórroga del plazo de tres años hasta que Martín terminase de servir en estos encargos. Pero Toledo y sus sucesores mantendrían a Martín ocupado por muchos años. En consecuencia, y a pesar de sus deseos, elocuentemente expresados en su carta, Beatriz Clara Coya nunca dejaría el Perú. La dramática muerte de Martín a manos de los mapuches en 1598—su cráneo sería exhibido como trofeo de guerra hasta 1641—obligaría a Beatriz a trasladarse desde Chile hacia Lima, bajo la mirada atenta del virrey de turno. “Yo, la coya Doña Beatriz”, como se llama a sí misma en su testamento, castellanizando la sintaxis original de su nombre y título, moriría allí el 21 de marzo de 1600. Veinticuatro “yndios e yndias pobres”, de “manta y camiseta” los hombres y de “lliquilla y acxo” las mujeres, desfilaron delante de su cuerpo por las calles de la ciudad en donde su padre había capitulado ante el virrey Marqués de Cañete cuatro décadas antes.10

Finalmente, ¿es la carta una respuesta a la pregunta formulada por María Rostworowski en su investigación sobre Francisca Pizarro y que sirve de epígrafe a esta nota? Poco conocemos sobre la vida privada de Beatriz. Más pedregoso aún es el camino hacia sus gustos y emociones. Sabida es la frase atribuida a Loyola ante la propuesta de desposar a Beatriz: se casaría con ella sólo por servir a Su Majestad, “aunque fuesse yndia y de su trage”.11 Pero también sabemos que, años después, Martín la intitularía “reyna de esta tierra”. Quién sabe si las cosas habían cambiado un poco.12 En su testamento, Beatriz se presenta como “viuda muger que fui del governador martin g[a]r[ci]a de loyola, caballero del abito del Calatraba my señor que sea en gloria”. Más adelante, se vuelve a referir a Martín con uno de los epítetos con los que abre su carta: “mi s[eñ]or, q[u]es en el cielo”.13 La carta inédita, salpicada de frases de afecto, nos enfrenta a una imagen igual de compleja, pues es riesgoso separar los sentimientos de las fórmulas corteses y cortesanas, de las expresiones prefabricadas de las cartas entre esposos y parientes cercanos.14 ¿Cómo influyó la separación de varios años impuesta por el viaje de Martín a la lejana corte de los Habsburgo? ¿Se cursaron más cartas en el ínterin? Más aún, ¿cómo historizar el deseo, el interés, las profesiones de amor? ¿Dónde termina lo literal y comienza lo literario? A orillas de la ficción, un océano tan grande como el que Beatriz nunca cruzó, nos ha conducido el análisis histórico. Desde aquí, liberados de las ataduras documentales, al menos por ahora, podemos proyectar otros escenarios, urdir otras tramas, imaginar finales alternativos para la historia de Beatriz.


Imagen central: Anónimo cuzqueño, Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan Borja con Lorenza Ñusta, ca. 1720-1740. Museo Pedro de Osma, Lima.

Imagen: Cortesía Daniel Giannoni y Museo Pedro de Osma.


Notas

  1. Jeremy Mumford, «A Child Marriage in Early Colonial Cuzco». Journal of Family History 45.4 (2020), 429-456; Ella Dunbar Temple, «El testamento inédito de doña Beatriz Clara Coya, hija del Inca Sayri Túpac». Fénix 7 (1950): 109-122; Kathryn Burns, Colonial Habits: Convents and the Spiritual Economy of Cuzco, Peru. Durham: Duke University Press, 1999, 25-27, 87. Una apretada síntesis de la vida de Beatriz en María Rostworowski, Doña Francisca Pizarro, una ilustre mestiza (1534-1598). Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1994, 79-84.
  2. Sayri Tupa Inca y Cusi Guarcay Coya, padres de Beatriz, salieron de Vilcabamba en octubre de 1557. Aquél entró en Lima a comienzos de enero de 1558. En Cuzco, la pareja se bautizó y casó, recibiendo, el primero, el nombre cristiano de “Diego Hurtado de Mendoza Inca Manco Capac”, en honor a sus ancestros reales y al virrey con quien había pactado su salida de Vilcabamba, y la segunda, el de “María” (se le conoció también como “María Manrique”). Diego murió en Yucay, en misteriosas circunstancias, tres años después. María vivió entre Cuzco y Lima, tuvo otros hijos y falleció en aquella ciudad después de 1587. Sobre el papel de María en las negociaciones de Vilcabamba, véase Sara Vicuña Guengerich, “Las mujeres de Vilcabamba”. Histórica 47.1 (2023): 173-202.
  3. «Martin Garçia de Loyola Cauallero de la orden de Calatraua sobre que se le acuda con lo Corrido de çierta situaçion que tiene de mil pessos». 1583. AGI, Lima, 126. Aunque la carta no registra el año, está transcrita en una petición presentada por Martín al virrey en Lima el 29 de septiembre de 1578. Los pormenores del pleito entre, por un lado, Martín y Beatriz, y por otro, el fiscal del rey por parte de los tributarios de Yucay, iniciado en 1574, se pueden seguir en María Rostworowski, «El repartimiento de doña Beatriz Clara Coya en el valle de Yucay». Historia y Cultura 4 (1970): 153-267.
  4. “Memorial de los negocios principales á que vá el capitán Martín García de Loyola”. 1574? Colección de documentos inéditos para la historia de España. Tomo XCIV. Madrid: Imp. M. Ginesa Hermanos, 1889, 375-384. Otras mujeres, incluida la madre de Beatriz, pero también su homónima, Beatriz Mango Capac, hija de Huayna Capac, usaron el mismo título real. Durante su infancia, a Beatriz también se le conoció como «Beatriz de Mendoza».
  5. «Merced de 1000 pesos de renta anual a Martin García de Loyola», San Lorenzo, 16-30 de septiembre de 1577. Archivo Regional del Cuzco, Colección Betancourt, t. 3, f. 115v. Los interesados en esta política y en su aplicación al caso de Melchor Carlos Inca, primo de Beatriz, pueden consultar mi libro En los reinos de España. Viajeros andinos, justicia y favor en la corte de los Austrias. Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, 2022.
  6. Jane E. Mangan, Transatlantic Obligations: Creating the Bonds of Family in Conquest-Era Peru and Spain. New York: Oxford University Press, 2016.
  7. «Expediente de prórroga de licencia para permanecer en Lima, a favor de Cristóbal Maldonado». 1583. AGI, Indiferente, 2093, N.134.
  8. En esta misma línea avanza una de las mandas del testamento de Beatriz: «yten declaro Por mis bienes un obraje y guertas y molino y las demas tierras en el balle de urubanba q[ue] se llama quispe guanca distrito del cuzco q[u]estos bienes los poseo y herede de mi padre y abuelos de parte de padre por la qual Razon quiero y es mi boluntad questo no se benda jamas sino que siempre este en pie por posesion pa[ra] mi hija en memoria de mi linaje y antiguedad del”. Temple, «El testamento», p. 120.
  9. Guillermo Lohmann, «El señorío de los marqueses de Santiago de Oropesa en el Perú.» Anuario de Historia del Derecho Español 19 (1948-1949): 347-458; Francisco Loayza, ed. Genealogía de Tupac Amaru. Lima: Lib. e Imp. D. Miranda, 1946.
  10. Guillermo Lohmann, «El señorío», 362-363; Gonzalo Lamana, «El testamento y el codicilio de doña Beatriz Clara Coya de Loyola.» Revista del Archivo Departamental del Cuzco 14 (2007): 45-60. Doña Beatriz había llegado a Lima para julio de 1599.
  11. Carta de Francisco de Toledo a Su Majestad. 24 de septiembre de 1572. AGI, Lima, 28a.
  12. Roberto Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. Tomo IX. Madrid: Imp. de Juan Pueyo, 1925, 97. Sobre Martín, el virrey Marqués de Cañete escribiría en 1592: “aunque le tengo por hombre virtuoso y de buen entendimiento es tenido por muy misero y apretado y muy amigo de adquirir hazienda por todas las vias que puede». Roberto Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. Tomo 12. Madrid: Imp. de Juan Pueyo, 1926, 277.
  13. Temple, «El testamento inédito», 118-119.
  14. Sólo a modo de ejemplo, Francisca Pizarro, prima de Beatriz, se refiere en su testamento a su tío y esposo como “Hernando Pizarro, mi señor.” María Luisa López Rol, ed. Doña Francisca Pizarro Yupanqui en el Archivo de Protocolos de Trujillo. Trujillo: Palacio de los Barrantes-Cervantes/Fundación Obra Pía de los Pizarro, 2004, 54.

14.07.2024


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