Cartografía histórica del Perú

Gabriela Ramos

“El globo o mundo que habitamos es redondo como una naranja”. Al inicio de la Lección primera del libro Lecciones de geografía universal y la particular del Perú, de la escritora y educadora Teresa González de Fanning, se apela a la imaginación del estudiante para describir el planeta Tierra. Este libro, publicado en 1896, no es el único texto escolar para la enseñanza de la geografía que se imprimió y usó en el Perú entre fines del siglo XIX e inicios del XX. Si bien el curso de geografía se introdujo a mediados del siglo XIX en unas pocas escuelas municipales de Lima, sólo después de la derrota del Perú en la Guerra del Pacífico se intensificó su enseñanza. Al igual que en otros países, quienes abogaron por su divulgación aducían que, junto con la historia, la geografía contribuiría a fomentar el nacionalismo entre los jóvenes.1 Los estudiantes debían conocer el territorio nacional, las divisiones político-administrativas y los principales productos e industrias del país. Este conocimiento se apoyaba en descripciones textuales, puesto que algunos libros, como las Lecciones de geografía, no tenían ilustraciones.2

Varias generaciones más tarde, no había libro escolar que careciera de mapas. Dibujarlos se convirtió en tarea obligada. Se comenzaba por calcar, a partir de un modelo confiable ofrecido por lo general por el mismo libro de texto, para luego proceder a escribir los nombres de los departamentos, o a mostrar las “tres regiones naturales” del Perú: costa, sierra y selva. El paso siguiente era trazar los bordes y líneas limítrofes, resaltándolos con colores. Si los mapas estaban en los libros, ¿cuál era el objetivo de obligar a los estudiantes a dibujarlos en los cuadernos? Seguramente, la intención era fijarlos en la memoria. Esta forma de entender la cartografía, con su énfasis en la copia exacta, y la idea de que el mapa es una representación fiel de la realidad forjaron la mirada que muchos peruanos se hicieron sobre su significado y uso.

En una y otra modalidad de enseñanza, la comprensión del mundo y del territorio peruano tenía muchas limitaciones. La exigencia de memorizar descripciones presentadas por lo general en forma de listas, o la de copiar mapas, esmerándose en su aspecto sin discutir los contenidos o las técnicas de representación, tenía consecuencias tales como imaginar que los territorios y sus representaciones eran fijos, por lo que carecían de historia. Por esta razón, la aparición de un libro que intenta enfocarse en la cartografía histórica del Perú debe ser bienvenida.

«Mapa de las fuentes del río Marañón», siglo XVII. Biblioteca Nacional de España

Cartografía histórica del Perú reúne veinte capítulos y dos secciones denominadas “Interludios”. En la introducción, Elizabeth Montañez Sanabria, editora de este volumen, señala que el libro busca “analizar momentos fundamentales de la historia del Perú a través de sus mapas” (17). Esta publicación cubre un arco temporal bastante amplio, que se inicia en el primer tercio del siglo XVI y culmina a inicios del presente siglo. Cada capítulo está dedicado a un mapa que, de acuerdo con lo que se explica en la introducción, corresponde a una situación de especial significado histórico. Los interludios contienen comentarios breves a planos y mapas.

Se trata de un libro voluminoso, bellamente ilustrado que, pese a no estar dirigido exclusivamente a un público académico o especializado, está diseñado de manera que facilita el estudio y el comentario de su contenido. En muchos casos, se ha tenido el acierto de presentar detalles de los mapas para facilitar la observación de aspectos que pueden escapar a la vista, especialmente en los ejemplos más antiguos, a menudo profusamente decorados, y también de ofrecer imágenes de fuentes contemporáneas adicionales que enriquecen el contenido de los capítulos.

Once de los veinte capítulos del libro se vinculan con mapas producidos en el período comprendido entre el temprano siglo XVI, la época de las primeras exploraciones europeas del continente americano y, por tanto, de las primeras cartas y mapas, hasta la Gran Rebelión encabezada por Tupac Amaru II. Los mapas y planos que se presentan en las secciones denominadas “Interludios” (I: Cartografía urbana y II: Ríos amazónicos) también corresponden a ese extenso período. De esta sección (llamémosla colonial o pre-republicana), el mayor número de ejemplos corresponde al siglo XVIII, período en que las exploraciones y las misiones, especialmente en la Amazonia, cobraron un nuevo impulso. Este proceso corrió paralelo a un notable desarrollo de la cartografía. Cuatro de los mapas están datados en el siglo XIX. A partir de ellos, los autores discuten el período de la independencia, los enfrentamientos militares ocurridos durante la efímera Confederación Perú-Boliviana, el inventario y descripción de las riquezas minerales del Perú y la Guerra del Pacífico. Para el siglo XX, período en el que, gracias a los grandes avances técnicos y científicos en el conocimiento y la representación de los territorios, la cartografía ganó en precisión y sofisticación, se presentan cinco ejemplos que dan cuenta de la expansión de la economía y los movimientos migratorios de los que participaba o intentaba participar el Perú, los proyectos de desarrollo de la segunda mitad del siglo y la reforma agraria. Un estudio sobre mapas que forman parte del informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación aborda el período de violencia comprendido entre el fin del siglo XX y el inicio del XXI. Debido a la extensión del libro y a la diversidad de temas que contiene, no comentaré todos los capítulos.

En la introducción, la editora nota el muy corto número de estudios sobre la cartografía histórica en el Perú, y subraya la importancia de la sección titulada “La cartografía peruana” que Raúl Porras Barrenechea (RPB) escribió en su libro Fuentes históricas peruanas (1968: 375-459). RPB ofrece una nutrida lista de cartas y mapas desde el siglo XVI hasta el siglo XX en donde figura el Perú. Para cada fuente cartográfica, RPB indica el autor o posible autor. En muchos casos, añade breves apuntes biográficos y bibliográficos (del autor o del mapa, respectivamente), e indica también en qué repositorio se encuentra el mapa. Al inicio de esta detallada compilación, RPB critica la ausencia de una visión panorámica sobre la cartografía escrita por un autor peruano y apunta algunos temas específicos que podrían abordarse, como “el de la extensión territorial de los Estados, la difusión de un elemento cultural, los problemas fronterizos, el desarrollo de las campañas militares, de los viajes de exploración o del itinerario de las rutas comerciales” (375). RPB comenta brevemente varios de estos temas al describir el contenido de las muchas fichas sobre mapas y cartas que acumuló para componer esta sección de su afamado curso universitario en San Marcos. La forma en que organizó el conjunto es cronológica, por lo que deja al estudiante o al historiador profesional la tarea de elegir un tema, a fin de seleccionar las fuentes necesarias para acometer una investigación.

Cabe aquí recordar lo que dice RPB porque Montañez Sanabria señala que, aunque Fuentes históricas peruanas “no incluye ninguno de los mapas que analiza, Porras da los primeros lineamientos sobre el estudio de la cartografía del Perú” (15). No queda claro si por “lineamientos”, la editora se refiere a los temas que RPB indicó que podrían estudiarse, o si alude al impresionante trabajo de compilación de fuentes cartográficas que realizó. Esta duda se proyecta sobre los criterios empleados en esta edición. Si bien vincular un mapa con un momento histórico parece una propuesta interesante cuando se intenta abarcar casi quinientos años de historia, habría sido útil explicar los criterios empleados en la selección de los mapas y los momentos históricos que se presentan en el libro. Por lo ambicioso del proyecto, se comprende que no se busque exhaustividad. Sí serviría a los lectores aclarar por qué el recorrido por la historia del Perú sigue un camino determinado para orientar las reflexiones que este libro busca despertar. Sería interesante también proponer a quienes se acerquen a esta obra un objetivo más específico que “reflexionar sobre su identidad nacional, especialmente en el marco de las conmemoraciones del bicentenario de su independencia” (17).

Hacer confluir un mapa con un momento histórico que, además, debe ser de especial significación para el país, no es tarea sencilla. No todo historiador, incluso si es competente en su campo, está en condiciones de presentar adecuadamente un contexto histórico e hilarlo acertadamente con la interpretación de una imagen, en este caso de una representación cartográfica, especialmente porque esto último implica aportar un comentario crítico y especializado. Los diferentes capítulos del libro revelan aproximaciones distintas al reto que representa el análisis de la cartografía histórica, con resultados diversos. En algunos casos, los autores presentan una narración de la historia de un evento o de una época que coincide con el mapa que ilustra un capítulo, pero sin llegar a abordar las circunstancias en que el mapa en cuestión fue producido o interpretar su significado.

Los estudios que articulan eficazmente el comentario histórico con el análisis de las fuentes cartográficas permiten entender cómo el territorio de lo que entonces se conocía como el Perú tuvo parte en dinámicas de alcance regional o global, como las ambiciones imperiales de España y el impacto que alcanzó la idea de El Dorado como tema de propaganda (Sebastián Díaz Ángel, 73-102); el comercio y la producción y circulación de la plata se halló, lógicamente, en el centro de las preocupaciones para representar el lugar donde se producía y las rutas por las que fluía. Son de mucho interés los capítulos que examinan la circulación e intercambio de informaciones y técnicas de representación cartográfica que se desarrollaron aceleradamente tanto dentro como fuera del ámbito controlado por la monarquía española. Las cartografías neerlandesa y francesa, especialmente esta última, fueron especialmente importantes para el desarrollo del campo entre la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII. Las contribuciones de Montañez (131-154), Júnia Ferreira Furtado (155-179) y Ana María Sevilla (265-287) explican cómo el acopio de abundante información –obtenerla no era tarea fácil– se articuló con intereses científicos, económicos y geopolíticos con miras a posibilitar el (difícil o imposible) acceso a recursos, añadir argumentos en las disputas sobre límites entre España y Portugal, y alimentar reflexiones sobre conceptos tales como el de soberanía. Confluyen así maneras de imaginar el mundo como un espacio marcado por ideas religiosas, miradas pragmáticas y ambiciosas, relaciones de viajes y descubrimientos, interpretaciones científicas, vertidas en variados soportes como manuscritos, grabados, e impresos.

Mientras que la mayoría de los mapas del período colonial apelan a una mirada “hacia afuera”, otros, fechados también en el período previo a la independencia, parecen dirigirse a un público que tendría cierto conocimiento del territorio y que, por lo tanto, vería el espacio representado “desde dentro”. Curiosamente, la dificultad para identificar al autor o autores, o incluso el propósito del mapa, pueden ser indicios para tener en cuenta al momento de preguntarnos, ¿a quién estaba dirigido este mapa? ¿Qué hace a un mapa “eclesiástico” y no militar o comercial? La discusión que Carlos Gálvez (243-264) presenta sobre el mapa del obispado de Arequipa ejemplifica algunas de estas preguntas.

En el siglo XIX y especialmente en el XX se afirma la idea de que las imágenes cartográficas son representaciones fieles de la realidad. El mapa mineralógico del Perú, publicado en el Atlas de Mariano Felipe Paz Soldán (375-395) es un claro ejemplo de la objetividad que persigue el autor. Comparada con la cartografía del siglo anterior, la obra de Paz Soldán representa un cambio significativo, aun cuando, como anota Carlos Contreras, se nutre de información tan antigua como la compilada por Cosme Bueno en el siglo XVIII. Conocedor de la época y de la historia económica del Perú, Contreras presenta un excelente y útil cuadro del contexto histórico en que se produjo el Atlas y este mapa en particular, si bien su mirada sobre éste contrasta con el esbozo histórico por el trato ligero que le otorga al propio mapa. Sorprende, por ejemplo, que atribuya al origen arequipeño de Paz Soldán el que el estudioso destacase la riqueza mineral del sur peruano (389), cuando una rápida consideración de la geología de la región le hubiera ahorrado este extraño comentario.

De los estudios que se enfocan en fuentes cartográficas del siglo XIX, destaca el capítulo escrito por Jorge Bayona (397-417) sobre unos mapas producidos durante la Guerra del Pacífico y otros sucedáneos porque metodológicamente aborda de lleno el problema que plantea el estudio de la cartografía desde una perspectiva histórica: ¿qué ideas sobre un territorio y sobre el papel del Estado (u otras instituciones) se presentan en un mapa en un momento histórico determinado? Quienes se interesen en aproximarse al estudio crítico de mapas históricos peruanos podrían tomar este y los capítulos firmados por Ferreira Furtado y Sevilla como modelos analíticos a seguir para abordar el problema de la objetividad e historicidad de los mapas. Aunque encuentro la conclusión del estudio debatible, el capítulo -con algunas mejoras en su introducción- es de lectura recomendable. Para el siglo XX, Renzo Aroni (525-550) procede de manera exactamente opuesta: su estudio revela que entendió que su tarea consistía en confirmar la validez del mapa que comenta.

Katarzyna Goluchowska (461-483) se aproxima a un período poco estudiado de la historia contemporánea del Perú: los años cincuenta, marcados por los cambios producidos por el notable crecimiento de la población. Con un enfoque en los movimientos migratorios en el sur del país, la autora aborda el análisis de los mapas producidos en el curso de un convenio firmado entre el gobierno peruano y el estadounidense con miras a promover el desarrollo de la región. Discute los destinos de los migrantes, así como las razones que explican esos desplazamientos, en el marco de las políticas estatales de varias décadas en la segunda mitad del siglo XX. En contraste con otros capítulos, la autora produce sus propios mapas, además de salir del marco temporal fijado originalmente por las fuentes y el título mismo del capítulo, prolongando el análisis hacia la evolución de las migraciones entre 1940 y 2017. En este punto, importa mencionar el trabajo de Ella Dunbar Temple, “La cartografía peruana actual”, no citado en este capítulo.3 Ésta es una exhaustiva compilación de fuentes cartográficas producidas desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial hasta los años sesenta, en que Temple culminó este estudio. A juzgar por la lectura de este trabajo, impresiona la “explosión cartográfica” que se vive en los años 50 y 60, reflejo del entusiasmo por el desarrollo que animaba a distintos actores clave del Estado y la academia peruanos. La consideración de este contexto hubiera dado algo más de profundidad histórica al asunto de las fuentes que se estudian en este capítulo.

Finalmente, y aunque dejo varios capítulos y asuntos sin discutir, es necesario anotar algunos puntos. Pese a los varios aspectos positivos en su presentación física, Cartografía histórica sufre de algunos problemas de edición importantes. La introducción pudo orientar a los lectores e incluso a algunos de los autores sobre el carácter de las fuentes cartográficas y sus problemas. Como ya indiqué, no se presentan las razones para haber elegido determinados mapas y momentos históricos. Los capítulos son bastante desiguales, por lo que habría sido útil que los textos y los autores dialogasen entre sí. La tarea de someter las fuentes cartográficas al análisis histórico no se cumple en varios de los capítulos, en que los autores se limitan a narrar la historia, dejando a un lado los mapas o limitándose a describirlos. Hay errores tipográficos4, ortográficos, de redacción y factuales importantes5 que hacen pensar que la edición debe haberse hecho con cierta premura.  

Es de esperar que el libro estimule futuros estudios sobre el tema, que ganaría mucho con el diálogo y las colaboraciones interdisciplinarias.


Elizabeth Montañez Sanabria, editora. Cartografía histórica del Perú. Desde 1529 hasta el siglo XXI. Lima: PUCP; Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Biblioteca Nacional de Chile, 2024, 561 pp.

Notas

  1. G. Antonio Espinoza, Education and the State in Modern Peru. Primary Education in Lima, 1821-c.1921. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2013, 121.
  2. El Curso de geografía del Perú. Arreglado conforme al programa oficial. Para instrucción media de primer grado, 2da. edición, Lima: Imprenta del Estado, 1879, de Enrique Benites, premiado por el Consejo Departamental de Lima en 1878, carece también de ilustraciones.  Véase, sin embargo, Carlos B. Cisneros, Geografía del Perú: ilustrada con 75 láminas zincográficas y ocho mapas para enseñanza primaria. Lima: Librería e imprenta Gil, 1904. 38 pp.; ilustraciones, mapas. Los instrumentos para la enseñanza de la geografía estaban separados de los libros y eran proporcionados por el Estado. En su importante estudio sobre la historia de la educación primaria en el Perú republicano, Antonio Espinoza escribe que se aconsejó el uso de mapas en la enseñanza y apunta como ejemplo el envío, por parte del gobierno en 1907, de globos y mapas a la provincia de Cangallo, Ayacucho. Espinoza Education and the State, 153, 188.
  3. Ella Dunbar Temple, “La cartografía peruana actual. Con particular referencia a los últimos planes de desarrollo nacional.” Separata del Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima. Lima: Imprenta del Colegio Militar Leoncio Prado, 1964.
  4. “Ñam” en vez de “Ñan” (227); “Quapaq” en vez de “Qapaq” (294), “Raccha” en vez de “Racchi” (295), “Taras” en lugar de “Taray” (296), “agriara” por “agraria” (494). El capítulo sobre los mapas de la reforma agraria (487-499) no ha sido revisado por un corrector hispanohablante.
  5. En la página 294, se afirma que “al sur de Quispicanchis se ubicaba la ciudad del Cuzco”. El capítulo escrito por Goluchowska llama “Abancay” al departamento de Apurímac (468-469), error que se repite en la introducción (22).

08.06.2025


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