Sin llantos ni murmuraciones: sobre “¿Qué implica humanizar al otro?”

Lurgio Gavilán

En su comentario al libro Perros y promos. Memoria, violencia y afecto en el Perú postconflicto (2023), María Eugenia Ulfe se pregunta, ¿qué implica humanizar al otro?

Intentaré aquí ensayar una respuesta a partir de mis conversaciones y experiencias con los licenciados del ejército.

¿Qué se aprende en el ejército? A ser obediente, a ser macho, a odiar al enemigo, a amar y defender a la patria. Cada uno de estos elementos se graban como tatuajes en los cuerpos de los licenciados.

Ulfe se pregunta qué sucedió con los compañeros que desafiaron las órdenes de sus superiores. Los licenciados evitan hablar sobre la desobediencia. Los que se rebelan son castigados duramente. La desobediencia y las deserciones se sancionan como traición a la patria.

Con el aprendizaje de la obediencia se aprende a ser macho. Esto se practica por ejemplo a través del uso de la voz: se grita, se ruge. El soldado debe ser valiente, no debe llorar. Debe ser mujeriego. La debilidad es caracterizada como “eres una madre”.1 El otro aprendizaje es el odio al enemigo. Esta actitud militar se internaliza mediante cantos como este:

Quiero bañarme
En una piscina
Llena de sangre
Sangre terruca
Sangre ecuatoriana
Y su sangre me la bebo
En un vasito descartable.

La deshumanización de quienes son considerados enemigos es un componente central de esta actitud.

¿Qué más se aprende en el ejército? El amor a la patria. Una vez concluido el servicio militar, las conductas y rituales aprendidos se reproducen en el barrio: se iza la bandera, se canta el Himno Nacional. Los licenciados desfilan vestidos con uniformes militares. Están siempre listos en caso de que sean llamados por si se produce algún conflicto bélico. Así, con el amor a la patria, se justifica la violencia.

¿Qué significa humanizar al otro? No es presentar a los licenciados como héroes o víctimas. No utilizo el término “humanizar” para describir cómo se resocializa al perpetrador, o para reducir el problema a un asunto moral; sobre todo; lo uso para escuchar al otro con distancia epistémica2 en sus propios lenguajes, nociones y contextos. Además, humanizar al otro implica comprender con el cuerpo y repensar el cómo construimos nuestra subjetividad con la cual vivimos, defendemos ciertas ideas sobre nosotros mismos y sobre los demás.

Es preciso reflexionar, como dice Ulfe, pero no desde una posición de “abogados de derechos humanos, activistas, políticos y periodistas”,3 sino desde las Ciencias Sociales, con sus propias lógicas culturales y contextos, dentro de su proceso histórico con el ánimo de conversar con otras disciplinas y entender la complejidad de la sociedad. Entonces, sin salir del plano neutro, es posible ver desde la distancia lo que uno no ve, escuchar lo que uno no escucha.

En su reseña ya citada del libro, Ulfe pregunta: “¿Puede hacerse investigación sin reclamos de verdad? ¿Puede trabajarse un tema que es político en esencia, como las memorias de los perpetradores, desde la distancia y la separación? ¿Dónde quedan el posicionamiento (los lugares de enunciación) y la reflexividad de los autores […]?”

Jelke Boesten respondió:

¿Está diciendo [Ulfe] que Lurgio y yo estamos justificando las violaciones porque consideramos que no debemos criticar la cultura militar? Si es así, es obvio que en el libro ni justificamos las violaciones ni decimos que la cultura militar está libre de críticas.4

Las investigaciones en Ciencias Sociales pueden llevarnos a comprender los procesos históricos, políticos y culturales que desembocaron en la barbarie.

Ponciano del Pino ha comentado que, al salir de los marcos normativos y valorativos del derecho transicional, los estudios sobre la violencia en el Perú pueden evitar enfrascarse en la dicotomía víctima / victimario, que suele condicionar las investigaciones.

Si insistimos en las preguntas que hace Ulfe, “¿Cómo comprender las memorias de perpetradores si el Informe final de la CVR dibuja un perfil de víctima y no ofrece mucho material para conocer quiénes son los perpetradores? ¿Dónde viven?”, no podemos conocer en profundidad al perpetrador ni a la víctima. Es preciso hurgar en la subjetividad de los actores.

En otro texto, Ulfe y Málaga han cuestionado acertadamente cómo se suele presentar a las víctimas como individuos despolitizados pese a que muchos llevaban una vida política activa.5 Si la noción de víctima no nos ayuda a comprender su complejidad, y si no queremos encasillar al veterano del CAI como perpetrador, es preciso radiografiar no solo al victimario sino también entender las circunstancias que forman al perpetrador. No se puede entender al perpetrador solamente desde la violencia. Necesitamos situar al sujeto en el drama histórico, dentro de la cultura militar, del estado de excepción, de la racialización.

Quisiera pensar en las preguntas de Ulfe teniendo como telón de fondo la masacre de Accomarca: “¿Qué sucede cuando se hace daño al otro? ¿Cuáles son los límites de la acción humana y cuáles sus implicancias? ¿Cuáles son sus responsabilidades?”

El subteniente Telmo Hurtado y sus subordinados llegaron a la comunidad para ejecutar el “Plan de operaciones de Huancayoc” (CVR, 2003). Hurtado había ordenado disparar a quemarropa; él mismo lanzó una granada a la gente. ¿Cómo fue posible? “¿Cuáles son los límites de la acción humana?” ¿Cómo entender a Telmo Hurtado? ¿Qué es la violencia racional o irracional? ¿Cómo contradecir al jefe?

Nuestras respuestas –cada uno desde su trinchera- pueden estar teñidas del color del presente: la violencia es para cambiar el mundo. Nosotros los licenciados pacificamos el país. No podemos tomar distancia del dolor que provocaron los perpetradores. Humanizar al otro no sólo implica escuchar en el plano moral.

Pero más allá de nuestras interpretaciones disímiles, ¿hay algo que nos pueda unir independientemente de quiénes sean o qué ideología sigan? Aunque la respuesta sea difícil de responder, podemos hacer el ejercicio de acercarnos, no desde un plano neutro o para conocer quién es malo o quién es bueno, sino para incomodar a los demás y a nosotros mismos al pensar en cómo construimos a los seres humanos.

¿Qué factores posibilitaron que los soldados no se turbasen ante la muerte de sus semejantes? Los veteranos responden: “Nunca dejé de pelear y soñar por mi país” (Mapache, 103). “Pienso en mi promoción. Pienso en la injusticia, la pobreza de tanta gente. (Roca, 138).6 Y, más allá de estas declaraciones, sostengo en otro trabajo, el ritual del desprecio ha jugado el papel principal para dar sentido a lo actuado (Gavilán, 2023).7

El soldado que finalmente terminó siendo considerado como perpetrador fue levado a la fuerza en la puerta del colegio, en la esquina del barrio, en el estadio, con el pretexto de servir a la patria. Varios terminaron desaparecidos. Muchas veces fueron llevados atados con sogas, lejos de sus familiares, como recuerda Sumer, o fueron tratados como “terrucos”. Casi ninguno de los –miles quizás hasta un millón como escribe Granados8 – de estos jóvenes llegó al ejército con el objetivo de abusar de los demás; sino para pacificar el país e incorporarse a la ciudadanía; sin embargo, en la práctica como analiza Carmen Ilizarbe, “los secuestran, los deshumanizan con tácticas de violencia extrema; es decir, son víctimas de violaciones de derechos humanos (…) luego son expulsados sin reconocimiento, sin reparación, nada; yo aquí veo relatos de otras formas de abuso estatal brutal; por supuesto que son víctimas … yo no veo nada de ciudadanía en el Ejército, porque son expulsados, desechados de la institución”.9

Son víctimas, pero eso no es todo. Los reclutas que han sido instruidos con tanta violencia, descargan su ira sobre los recién llegados; la venganza es igual o incluso más violenta.  Aquí, la noción de víctima se difumina; la víctima pasa a ser victimario al mismo tiempo. ¿Cómo reparar este caso?

Si la tropa no puede desobedecer órdenes, ¿qué ocurre con el oficial de mando? ¿Acaso toda la responsabilidad recae en los mandos superiores? No lo creo. Por otro lado, las normas ordenan que no se debe disparar al cuerpo si no es en defensa propia; sin embargo, se practica como la instrucción militar brutal, las masacres registrados por la CVR.  

Es preciso agregar el contexto emocional en cual se encontraba Telmo Hurtado cuando cometió los crímenes de que es culpable. Quienes lo conocieron de cerca sabían que estaba enamorado de su novia. Ella vivía lejos de Ayacucho. Hurtado comentaba a sus colegas que pronto se casaría con la mujer que amaba. Pero, justo en esa semana, en cumplimiento del Plan de operaciones en Accomarca, se entera de que su novia convivía con otro hombre y ya no quería casarse. La noticia le afectó mucho. No comía, estaba malhumorado, sentía rabia. Esta circunstancia, ¿puede justificar la crueldad? Nada puede justificar el ensañamiento, pero quizás este contexto nos ayude a entender el porqué.

Finalmente, utilizo la palabra “humanizar” para escuchar al otro no con el fin de conmoverme, denunciarlo o salvarlo; tampoco para construir narrativas sobre los licenciados del ejército como héroes o víctimas. Mucho menos “tragarse” todo lo dicho como si fuera verdad. Quizá hay un paralelo con lo que escribió Leith Passmore al describir la guerra dentro de los cuarteles en Chile: “sus testimonios están modelados tanto por un orgullo patriótico como por su sentido de abandono y desilusión” (60).10

Escuchar al otro ha tenido como objetivo situar y leer sus experiencias de vida dentro de los procesos históricos, políticos y culturales de larga data que explican sus acciones. Escuchar sus experiencias de vida produce desasosiego, escozor. Nos incomoda.

La investigación en Perros y promos no tiene la intención de librar a los militares que perpetraron violaciones de derechos humanos de sus responsabilidades, interpretar desde la superioridad moral, o mirar desde un plano neutro. Humanizar al otro es un intento de desnudar prácticas de dominación, poner al descubierto relaciones de poder naturalizadas. Considerar las memorias de los veteranos nos obliga a mirarnos a nosotros mismos, a tomar en cuenta nuestro propio acervo cultural que nos indica qué hacer y qué no. También lo hacemos para que los licenciados del ejército puedan preguntarse y cuestionar lo vivido, tal como lo expresó Mapache: “pensamos que servimos a la patria, pero en realidad habíamos servido a unos pendejos”. A fin de cuentas, la agencia del soldado es precaria, pues aunque grite, patalee, solo le queda cumplir las órdenes sin llantos ni murmuraciones.


Agradecimientos: Agradezco a Jelke Boesten, Renzo Aroni y Carmen Ilizarbe por sus valiosas observaciones y sugerencias.


Crédito de la imagen: Efectivos del Ejército acompañan a los esposos Ramón Laura Yauli y Concepción Lahuana, quienes declararon haber sido reclutados a la fuerza por Sendero Luminoso. La Mar, Ayacucho, junio de 1985. Foto: Abilio Arroyo / Revista Caretas. En Yuyanapaq. Para recordar. Relato visual del conflicto armado interno en el Perú, 1980-2000. 3ra. ed. Lima: PUCP, 2015, p. 22.

Notas

  1. En su investigación, José Ramos encontró similares características en “Sin terrucos, no hay soldados: percepción de los jóvenes acuartelados sobre Sendero Luminoso en la sociedad posguerra”, en Memorias del presente. LUM, 2017.
  2. Restrepo, Eduardo. Etnografía. Alcances, técnicas y éticas. Lima: UNMSM, 2018. Distancia epistémica, una desnaturalización y descentramiento.
  3. Respuesta de Jelke Boesten al escrito de María Eugenia Ulfe, en la plataforma Zoom, 31 de mayo de 2024. Mesa de conversación y discusión sobre el libro en el Grupo Interdisciplinario sobre Memoria y Democracia de la PUCP, coordinada por Carmen Ilizarbe, PUCP.
  4. Ibid.
  5. Ulfe y Málaga, Reparando mundos. Víctimas y Estado en los Andes. Lima: PUCP., 2021.
  6. Boesten y Gavilán, Perros y promos, violencia, memoria, afecto en el Perú postconflicto (Lima: IEP, 2023).
  7. Lurgio Gavilán, “La muerte y ritual de desprecio”, en Revista Argumentos 2023.
  8. Carla Granados, “De la guerra contraterrorista al Congreso: el activismo político de los militares excombatientes en el Perú postconflicto”, en Ricardo Bedoya Forno et al., La violencia que no cesa. Huellas y persistencias del conflicto armado en el Perú contemporáneo (Lima: Punto Cardinal, 2021).
  9. Respuesta de Carmen Ilizarbe, en la plataforma Zoom, 31 de mayo de 2024.
  10. Leith Passmore, Las guerras dentro de los cuarteles. Recordando el servicio militar durante la dictadura de Chile (Santiago de Chile: UAH, 2023).

07.12.2024


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