Ica durante la Independencia, 1818-1822

Jessica Morey

Cuando escuché por primera vez, en el 2013, sobre el concurso denominado Narra la independencia desde tu pueblo, me detuve a pensar cómo vivieron los iqueños estos años de guerra. Con el paso del tiempo, esta curiosidad fue en aumento, más aún cuando en los colegios se trata la independencia del Perú y se aborda el desembarco de Pisco desde una perspectiva romántica y épica, y repentinamente pasamos a los sucesos ocurridos en Lima hasta llegar a Ayacucho, perdiendo de vista lo acaecido en Ica. En la historia regional se encuentran algunas narraciones de episodios breves, como la primera victoria patriota en Changuillo en octubre de 1820 o la derrota de Macacona en abril de 1822. Ante esto, se volvió una necesidad indagar más sobre el tema e intentar, de esta manera, recuperar la memoria de mi ciudad.

Paradójicamente, la pandemia  me abrió la posibilidad de escribir y el confinamiento me dio el tiempo suficiente para zambullirme en la Colección Documental de la Independencia del Perú y encontrar un sinnúmero de fuentes históricas: memorias y diarios de los protagonistas de ambos bandos, abundante correspondencia, partes de guerra; información que me generó más preguntas que respuestas. Me permitió cuestionar algunos supuestos, como la adhesión inmediata e incondicional de los iqueños a la causa patriota. De hecho, comprendí que este proceso había sido mucho más complejo; se trataba de decisiones y definiciones que encerraban intereses personales, cálculo político, miedo a las represalias e incertidumbre por el porvenir. 

En una rápida mirada, se debe considerar que toda la región Ica fue escenario de las primeras operaciones militares del Ejército Libertador. Durante los 50 días que permaneció el cuartel general en Pisco, las divisiones se desplazaron por el norte hasta Chincha en búsqueda de recursos de las haciendas; por el sur, la división de Arenales llegó a Ica y Nazca.

Durante el virreinato, el partido de Ica formó parte de la intendencia de Lima. A pesar de su suelo hostil, árido y salitroso, los ríos que descienden de la cordillera formaron valles que permitieron a la región desarrollar una próspera agricultura basada en el cultivo de la vid que se adaptaron a las condiciones geográficas iqueñas desde muy temprano en la colonia. La tierra y el agua eran los principales recursos de la población. La economía regional se sustentaba en la producción de las grandes haciendas, así como en las chacras de los pequeños agricultores. Alrededor de éstas se realizaban diversos oficios, el de los artesanos que elaboraban las peruleras, los arrieros que transportaban la producción, los jornaleros que trabajaban la tierra en algunas épocas del año. Eran los esclavos la principal mano de obra. Por otro lado, en Pisco, el puerto le dio un valor agregado a la región. Estaba cerca al Callao y por aquí se comercializaba la producción vitivinícola. También había contrabando. 

En 1818, después de la derrota realista de Maipú, y ante la amenaza de un posible desembarco de los insurgentes chilenos en el Perú, el virrey Pezuela tomó medidas para proteger la costa. En Pisco, estas medidas fueron insuficientes. En noviembre de 1819, una incursión de 350 hombres de la escuadra chilena al mando del capitán Guise desembarcó en Pisco para surtirse de aguardiente; replegaron rápidamente a los soldados realistas que resguardaban el puerto, embarcaron el aguardiente y los marinos se embriagaron consumiendo el licor restante. Se produjo descontrol y saqueo y el capitán Guise ordenó la destrucción del resto de la producción. Diez meses después, se llevó a cabo el desembarco de la Expedición Libertadora. Este momento fundacional de la independencia del Perú fue percibido por los pisqueños como una situación de temor, inseguridad. Encontró resistencia. El mariscal de campo realista a cargo de Pisco, Manuel Quimper, no planteó una estrategia defensiva. Su plan era, de realizarse algún desembarco, recordar a la población que los chilenos eran saqueadores y bandidos. De esta manera, logró que los habitantes abandonasen sus propiedades y alejasen cuanto recurso fuera útil para los patriotas. Quimper se retiró hacia Ica satisfecho de la labor cumplida, aunque los habitantes pronto retornaron a la villa al ver que no había peligro. El desembarco se realizó sin bienvenidas.

Por el contrario, los esclavos se acercaron llevando los bandos que se habían distribuido durante las incursiones de Cochrane, esperando obtener su libertad a cambio de su servicio. San Martín logró reclutar en estos días 650 esclavos que se incorporaron rápidamente al ejército patriota. Eran excelentes jinetes, conocían la topografía y las haciendas del lugar, aspectos que los patriotas aprovecharon al colocarlos como guías y espías.

Después del fracaso de las conferencias de Miraflores, la división de Arenales llegó a Ica el 6 de octubre de 1820 con más de mil soldados. Esta vez, fueron recibidos con más entusiasmo por los miembros del cabildo, el prelado y un numeroso gentío. Los oficiales fueron hospedados en las casas de los vecinos más notables, mientras que se acondicionaron otras casas como cuartel para la tropa. En los próximos días, Quimper fue derrotado en Changuillo en Nasca y esta primera victoria animó a los patriotas de Ica y de Pisco. Se nombró a la primera autoridad del gobierno independiente, el gobernador iqueño Juan José Salas, y se proclamó la independencia de Ica el 20 de octubre de 1820. Ese día Arenales partió a la sierra y San Martín hacia el norte de Lima. Sin embargo, esta independencia fue fugaz. En noviembre de 1820, la ciudad retornó al control de los realistas con la colaboración del gobernador Salas, quien se había ganado el afecto de los patriotas con sus atenciones, evidenciando las contradicciones entre algunos miembros de la élite iqueña y los patriotas.

El escenario de guerra era volátil e incierto, Ica fue un espacio en pugna, donde patriotas y realistas se disputaron el control de la ciudad por su ubicación estratégica, su cercanía a Lima por el norte, a Arequipa por el sur y por el puerto, que les daba a los realistas, el acceso al mar. En 1821, la ciudad retornó, nuevamente, a manos de los patriotas. Y, después de que el gobierno colonial se trasladase a la sierra central, Ica se encontró rodeada y terminó en manos de los realistas con los sucesos acaecidos en la hacienda de Macacona en abril de 1822.

Todo este proceso trajo consigo el reclutamiento de esclavos, la confiscación de ganado, mulas, caballos, y también afectó la producción económica. Los constantes enfrentamientos entre patriotas y realistas pusieron en vilo a los habitantes. Para los iqueños, estos años fueron un tiempo de quiebre, de pérdida tanto material como humana, de miedo e incertidumbre, lo que dificultó el que la gente se definiese a favor de uno de los bandos. Muchos irían cambiando de parecer independientemente de la autoridad a cargo de la ciudad. Todos, hacendados, jornaleros, esclavos, la población en general, reaccionaron de diferente manera y en diferentes contextos. Apoyaron a algunas autoridades militares y los intereses de los diferentes sectores no siempre se alinearon con los intereses de las autoridades vigentes. Solo con el desarrollo de la guerra se fueron definiendo las adhesiones.

Para Ica, el año 1822 culminó con un gobierno independiente en Lima que no terminó por consolidarse. Este gobierno no les garantizaba a los habitantes seguridad personal ni patrimonial; en la sierra, el gobierno virreinal se iba fortaleciendo, se movilizaba con rapidez y estaba más cerca. Fueron momentos de zozobra e incertidumbre permanente que irían a continuar en los siguientes años.


Crédito de la imagen: Bandera del Perú, 1820 (detalle). Cortesía: Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú.

28.05.2022


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